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Capítulo 15 (Presente)


"Si voy a tu lado, incluso en infierno se vuelve el mejor paraíso."

Lan-Sui

No entendían de tiempo si se trataba de esperarse; en ocasiones podía ser una espera  muy larga, eterna, y, en otras, esta se pasaba volando, como las golondrinas en el cielo azul cada primavera e invierno. 

Era un viaje largo, una llegada presurosa; se confundía, se alteraba, lo único seguro es que el momento perduraba, independientemente de la duración, se quedaba fijado en sus memorias, preso en los barrotes encantados de sus recuerdos.

Eran fuego y tempestad.

Eran hielo y estrellas.

Lan-Sui acompañó cada uno de sus pasos con un silencio perfecto, que no se rompió, ni siquiera cuando entró al pasto blanco, cubierto por la nieve que llovía en armonía a través de la abertura circular arriba del pabellón. Miko la esperaba sentada, entretenida con un conejo blanco.

Le dolía la cabeza, tal vez debió hacerle algo de caso a Mei y no precipitarse en dominar una docena de pergaminos con información complicada, llena de tácticas e informes, acumulados a lo largo de sus días de reposo e inconsciencia.

Suspiró al avanzar. Necesitaba vacaciones. Unas largas y merecidas vacaciones.

La sesión con Katana se extendió hasta altas horas de la noche, después de eso, Miko escapó a las cocinas y Lan-Sui tuvo que seguir, de muy mala gana, la sombra de su prima hasta su despacho personal, en dónde discutieron, junto al resto de capitanes y líderes de su guardia, las estrategias y los posibles planes que ejecutarían al despuntar el alba dentro de dos lunas.

Dos días más, esa era la cantidad de tiempo que tenía, después, toda su atención tendría que estar en seguir al pie de la letra cada uno de los puntos ordenados de un plan que se desarrolló con las aportaciones de cada miembro ejecutivo en su círculo principal.

La idea era clara, encontrar y atacar. Y matar, por supuesto.

Se deshizo del cinturón de armas antes de alcanzar a Miko, ignorando a propósito el brusco sonido que efectuaron las espadas al chocar contra el suelo. Miko no se giró, perdida en el amanecer lejano que  comenzaba a aparecer en el horizonte; no había dormido nada, la primera señal se reflejaba en los bultos debajo de sus ojos apagados, estaba también su ropa, que no se cambió y sus manos, las cuales, trazaban movimientos lentos, aunque bien ejecutados, sobre el lomo de un pequeño conejo, que se reconfortaba con el calor de la magia que Miko desprendía inconscientemente. 

Lan-Sui la alcanzó luego de un soplo de brisa matutina, su cuerpo estaba rígido, frío, centrado en el movimiento de los dedos y nada más. Parpados cerrados con delicadeza, cabeza inclinada, con el mentón acariciando el nacimiento de su pecho y la respiración pausada, no había dormido en toda la noche, pero eso cambió con la llegada del amanecer. 

—Debiste acostarte, —comenzó Lan-Sui, sentándose a su lado. Con una mano la cubrió, usando su propia túnica, con la otra, ejecutó una orden que desvió las brisas gélidas que llegaban de la abertura en la pared de piedra. —la cama es tuya, y la noche corta para los mortales. Es necesario que tu cuerpo repose. 

Miko se dejó guiar, permitiendo que su cabeza se apoyara en el hombro de su compañera, ya sin ninguna fuerza para resistirse a las caricias. 

—No soy mortal, ya no. —respondió después de una pausa. —Y no podía dormir antes, fueron días largos. —admitió, acurrucándose debajo de la calidez del manto, arrullada por las melodías de corazones y respiraciones unidas. —Lan-Sui...

—Estoy aquí.

—Fue mucho tiempo. —dijo Miko, notando las ranuras en sus voz, tan frágil como el vidrio, tan débil como la nieve bajo los rayos de un penetrante sol de primavera. —Te hice esperar mucho tiempo. 

—Dos vidas. —se sinceró Lan-Sui. —Pero, valieron la pena. Lo volvería a hacer para llegar a este momento. 

—¿Todo?

—Todo. —aceptó.

—Te mentí. —admitió Miko. —Aquel día te dije que... 

—Lo sé. —Lan-Sui la tomó en brazos, recurriendo a la magia para enviar al conejo de vuelta a su madriguera sin que lo sintiera, sin que despertara. —Yo también te mentí, te fallé.

—No es lo mismo. Eso no fue tu culpa.

—Está en el pasado. ¿Es lo que dirás? ¿Qué ya no importa?

—Claro que importa. —Miko la miró, extendiendo una mano para alcanzar su mejilla, para rozar su mejilla. —Es parte de nosotras. 

—¿Recuperaste tus memorias? —Un asentimiento. —¿Cuándo?

—Dalial consiguió despertar a Mo-Quing, y tú nos despertaste a ambas. Estaba tan ciega, todo este tiempo, hiriéndote, hiriéndonos. ¿Por qué no me dijiste la verdad?

—¿Tal vez fue por qué sabía que no ibas a creerme? Ya te has de haber enterado que allá afuera no se dicen cosas bellas de mí, y si es así, siempre viajan acompañadas de algún veneno; en esta vida creciste escuchando eso de mí, luego te ayudé, te culpé, rompí tu confianza... Yo tampoco hubiera creído en mí luego de lo que pasó. 

—Mírame. —pidió Miko. Lan-Sui obedeció. —No eres un monstruo, Lan-Sui.

—No.

—Eres una emperatriz.

—Lo sé.

Miko resbaló su agarre a la nuca de su compañera, dándole un leve empujón que la hiciera inclinarse hacia ella, hacia sus labios. Se detuvieron en la brecha diminuta en la que el invierno  roza a la primavera, sin tocarse, sin fusionarse, todavía como estaciones separadas, como universos que conectaban por un portal negro lleno de galaxias y soles.

Un suspiro.

Una capa se escarcha adherida a los labios de Miko, diseñada con patrones mágicos, manipulados al antojo de Lan-Sui. 

—Eres mi emperatriz. —soltó Miko, empeñada en romper esa brecha, encontrándose con el frío en un aleteo que duró poco. 

—Y tú la mía. —Lan-Sui viajó por su cuerpo sin tocarla, sin ir más lejos de aquel punto de encuentro en el que seguían atrapadas. —Emperatriz, maestra, amiga, compañera, amante. Miko, Mo-Quing... Ambas. 

Miko subió al largo de los mechones blancos, encontrando el comienzo complicado de una trenza de nueve, enredó ahí sus dedos y la deshizo, jugando con la imagen imperfecta de una joven que no había dejado de verla.

Que no había dejado de amarla.

—He vuelto a casa, pequeño zorro. —finalizó, condenando al invierno a caer en el territorio que le pertenecía a la primavera.


***


Las reuniones precipitadas en la corte eran un escenario poco frecuente dentro de las paredes inmortales de la ciudad Blanca, así que el tumulto y el escándalo que se generaron al tener que acudir para despedir a sus emperatrices, fue inquietante. 

Las sedas blancas bailaban unas contra otras, ondeando ligeras en túnicas o vestidos entallados, cada par de botas resonaba al caminar por el pasillo que llevaba a la entrada, como si los nobles estuvieran interesados en dejar su huella ahí por dónde pasaban. Niños corrían de un lado a otro, encondiéndose de sus progenitores entre las faldas de las nobles y las capas de los cortesanos. Llovían las risas, los cuchicheos y el dolor de cabeza para Katana, cuya paciencia comenzaba a rozar el límite conforme el lugar se llenaba de demonios, asistiendo ahí para presenciar el primer viaje de su emperatriz luego de su regreso. 

Hubo flores lanzadas al paso de Miko, otras más cayeron a los pies de la pareja de corceles blancos que esperaban por ambas, relinchando en la nieve y creando figuras bruscas con sus pesuñas. 

Flores para Miko.

Bolas de nieve para Lan-Sui.

Zhan huyó entre la multitud luego de empezar el acto de agresión infantil contra su superior, alentando a los más pequeños e ingenuos a seguirle el juego. Por ello, cuando Miko llegó al final, con un gran ramo de flores, Lan-Sui seguía a la mitad, atorada en una ardua batalla de uno contra un ejército descontrolado de colmillos, orejas y colas blancas, agitadas con ímpetu.

—Es suficiente. —Katana apareció en medio del campo de batalla, capturando las bolas de nieve de ambos bandos. Miró severamente a los niños, luego a la figura de autoridad que había sido reducida a una compañera de juegos. —Su majestad debe partir cuanto antes. 

Los niños se retiraron, obedientes, Lan-Sui se levantó, sacudiendo la nieve de su atuendo, uniéndola toda en una misma bola que lanzó en dirección a su prima, cuya finta hizo que el ataque terminara de golpe en la cabeza del generador de aquel caos.

Dalial se rio entre dientes. Zhan se transformó en un zorro mediano y corrió al lado de sus dos mayores, jugueteando entre los pies de su prima, evitando a propósito los ojos de fuego de su hermana. 

Alcanzaron a Miko, Lan-Sui recogió las flores y se las entregó a Katana, pidiéndole ponerlas en agua para conservarlas vivas el mayor tiempo posible. Ayudó a Miko a montar a su caballo, ella esperó. 

Y esperó.

Su montura se inquietó, Lan-Sui le murmuró algunas palabras calmas y el caballo obedeció sumiso.

En el silencio expectante de la multitud y la quietud del invierno, los pasos se escucharon imponentes y las dos figuras que faltaban en la multitud no tardaron en aparecer, una detrás de otra. 

Con el príncipe heredero por delante, Rilu no tenía más que correr para seguirle el paso. 

Ante su llegada, las orejas de Katana se alzaron y sus ocho colas se sacudieron, meciéndose en armonía de lado a lado. Rilu la vio al pasar y le sonrío, Katana le regresó al sonrisa, cuidando sus pasos, cada vez más cerca de las emperatrices. 

—Tardaron. —dijo Katana, sin que llegara a ser un reproche. 

Rilu se encogió de hombros y le entregó un par de coronas de flores a su príncipe.

—No quería que se marchitaran, así que tuvimos que hacerlas hoy, apenas y terminamos a tiempo. Su alteza es hábil. Aprende rápido. —comentó Rilu, acercándose a la montura de Miko. 

—Has progresado mucho, Yun-Yun. —Lan-Sui se agachó, sus túnicas humedeciéndose con la nieve debajo de ella. —Tu tía está segura de que te volverás un buen emperador. 

—¿Tía se irá de nuevo? —Lan-Yun bajó la cabeza, admirando el suelo como si este fuera una obra maestra. De pie en la entrada del palacio, acompañado de tantos niños como nobles y cortesanos, su control para no llorar estaba por encima que el de Lan-Sui para no hacer travesuras, sin embargo, seguía siendo un niño.

—Esta vez no es para siempre. —Lan-Sui lo abrazó. —Nunca es para siempre. 

Lan-Yun se aferró a su cuello, escondiéndose en el pecho de su tía. 

No quería llorar.

No quería que lo vieran llorar.

Él era un príncipe, el futuro del imperio, el futuro emperador.

No lloraba...

No...

Sus manos hicieron puños sobre la túnica doblada y arrugada, cubierta de nieve y lágrimas. 

Lan-Sui le tarareó una nana, pegándolo a ella sin impedimentos, con una mano en su espalda y otra en la melena rebelde de un príncipe con sentimientos.

—Los príncipes también lloran, Lan-Yun. Y las princesas, y los reyes, y las reinas, y los emperadores, y las emperatrices, y los hombres, y los niños. Todos lloramos.

—¿Tú también? —preguntó Lan-Yun, separándose para detectar una mentira, en caso de haberla, a través de los ojos sinceros de su tía.

—Yo también. —admitió Lan-Sui, limpiando las gotitas con sus dedos. —El que no llora es porque no tiene corazón.

—O conductos lagrimales. —Rin-Lu se agachó para evitar el golpe amistoso de Katana. —¿Dije algo mal? Es la verdad.

Lan-Sui asintió, medio riendo, medio conteniéndose. 

—Es la verdad. —concordó. —Solo un cobarde teme llorar y tú eres valiente, príncipe.

Las mejillas del menor se colorearon con una capa suave de rosa. Lan-Sui le pellizcó la punta de la nariz y le sonrió. 

—Para ti. —Lan-Yun le extendió una de las coronas. Lan-Sui bajó la cabeza, sintiendo el nuevo peso sobre su cabello cuando se levantó, tomando a su sobrino para que este pudiera alcanzar a Miko. —Les deseo a ambas un buen viaje, estoy seguro que volverán pronto y bien. —Lan-Yun dejó la corona restante en la cabeza de Miko, recibiendo a cambio un beso en la mejilla. —Protegeré al imperio en su ausencia. 

—Hecho. —Lan-Sui plantó un segundo beso en la mejilla contraria de su sobrino, regalándole, después, tres vueltas en el aire antes de regresarlo al suelo. —Katana.

—¿Su majestad?

—El imperio y la ciudad Blanca quedan bajo la protección del príncipe, sus órdenes deberán ser ejecutadas al pie de la letra en todos los casos, —miró a su sobrino y le guiñó un ojo. —sin excepciones. ¿Quedó claro?

Katana hizo una reverencia a Lan-Sui, seguida de otra a Lan-Yun. 

—Sí, majestad. Las órdenes y deseos del príncipe se llevarán acabo sin  cuestionarse, a menos que busque romper los códigos de honor. 

—¡Eso jamás! —Lan-Yun se puso a la defensiva. —Yo no haría eso.

—Claro que no. —Lan-Sui le revolvió el cabello y montó su propio corcel. —Yo te crie después de todo. ¡Ahora debemos partir, perdernos en las llanuras blancas del olvido y...!

Katana golpeó la parte trasera del caballo de su prima, enviándola lejos antes de que su discurso llegara a una cuarta parte. 

—Cállate y lárgate de una buena vez. —le dijo, enviándola en una carrera precipitada montaña abajo. Miko sostuvo las riendas, siguiendo a Lan-Sui de cerca, igualando su velocidad en segundos. Katana las vio partir, las vio correr entre las nieve y los árboles. —Lan-Sui idiota. —masculló para sí misma.

Desocupó una de sus manos para llevarla a su rostro, pero fue atrapada por una más pequeña a medio camino, bajó la mirada, Lan-Yun ya no observaba a sus tías, la observaba a ella. 

—Tía dijo que las princesas también lloran. Dijo que todos los que tenemos corazón lloramos. 

Katana hizo una mueca divertida, sintiendo como sus lágrimas se congelaban a medio camino, entre su mentón y la pálida nieve que les esperaba debajo. Atrapó a Rilu, perdida en el camino blanco, su pareja le sonrío y ella le correspondió con dulzura. 

—Tienes razón. —respondió a Lan-Yun. —Tú y ella tienen toda la razón.

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