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Capítulo 08


"Lo peor de tener poder, es que rara vez sabes como usarlo."

Lan-Sui

Hubo un tiempo en el que el blanco fue su favorito, sin embargo, al verlo en tantos lugares comenzaba a ser fastidioso. 

Pero con Lan-Sui las cosas funcionaban a la inversa, si adoraba algo era muy probable que lo perdiera, y si lo odiaba, lo más seguro era que estuviera junto a ella incluso aunque resultara completamente innecesario.

Así que, el blanco la siguió por dos días. 

Blanco en flores.

Blanco en invitaciones que volaron lejos.

Blanco en las túnicas nupciales de las emperatrices.

Blanco en los lazos.

Blanco, blanco, y solo blanco.

Lan-yun y Lan-Sui terminaron enfermos al final, pero ni aún así el color predominante que representaba al clan fue sustituido por uno diferente. 

Y al tercer día la epidemia de blanco empeoró. La mañana era joven cuando tuvo que alejarse del calor de las sábanas y comenzar a arreglarse para lo que seguiría. 

No iba a ir a ningún campo de batalla donde su vida estaría constantemente en juego, sin embargo la sensación era mucho más agraviante que eso. 

El agua en las pozas termales estaba llenas de pétalos, curiosamente, blancos. A la hora de ponerse las túnicas imperiales no soportó más y terminó quitándose la prenda superior, para dejarla reposar en los hombros de su compañera. Miko la observó preocupada pero no se opuso. 

Una vez en el pasado cargó con la responsabilidad de llevar la túnica de Lan-Sui, podía ser fuerte de nuevo. Lo único diferente era que, en el presente, sabía el significado que escondía ese gesto tan simple. 

Igual que las coronas, las túnicas de los demonios de la nieve eran sagradas, mantos tejidos que eran entregados a un alma, una única vez en la vida. 

Simbolizaban entrega total a un nuevo vínculo, significaban confianza, respeto, y sobre todo, amor. 

Posesión, reclamo, deseo, adoración. 

Miko repasó en su mente, y sonrió, no pudo evitarlo, sus labios se curvearon en una imperfecta línea de alegría que fue sellada con un beso casto y fugaz. 

— Incluso con una ceremonia que no es digna de ti estás feliz. — Lan-Sui peinó el cabello de plata, atándolo alto con un listón del azul más igual a los ojos de Miko que pudo encontrar. — Es injusto para ti. Deberías tener algo mejor. 

Sin perder el brillo, Miko le regresó la mirada a través del reflejo enmarcado en escarcha. 

—Ya te tengo a ti. ¿Qué más puedo pedir?

Lan-Sui se frotó en su hombro.

—No lo sé, serás la emperatriz a partir de hoy. Puedes pedir lo que sea. 

—Nunca te alejes de mí. Es lo único que pido. 

Lan-Sui sonrió.

—Y es lo único que no haría.


***


Entraron al salón del trono tomadas de la mano, Lan-Yun iba en medio de ambas, y pasó a estar junto a Katana cuando sus tías tuvieron que comenzar el camino que las llevaría a los escalones de hielo que conectaban el suelo con el trono. 

Hubo quejas silenciosas, las almas de los emperadores y emperatrices que, en su momento, también hicieron la misma caminata que ambas, no se quedaron en silencio, hablaron, susurraron. 

Al otro lado, donde los vivos se unían, donde los clanes se mezclaban, los ojos observaban atentos, y las lágrimas fluían lentamente. 

Agatha estaba en el frente, de pie junto a su hija y Katana, de pie para sostener con orgullo el mentón en alto y reconocer a su hija, a su matrimonio, a su pareja. 

Dalial y Rilu también estaban, Miko recibió sus asentimientos de cabeza al pasar por su lado. Dalial no podía sonreírle igual que Rilu, pero el fulgor en sus ojos lo eran todo, Miko no necesitaba más para entenderla. 

Se detuvieron juntas, al pie de la escalinata, al pie de Andrómeda, quién asintió para que procedieran con el protocolo. 

Primero Lan-Sui, despué Miko. 

La ceremonia tradicional de las bodas quedaría en suspenso, omitiendose para no atrasar más lo que en realidad importaba, el ascenso de ambas al trono, el ascenso al poder. 

Lan-Sui alzó la cabeza, quedando cara a cara con la emperatriz, ella sostenía en sus manos una corona nevada de picos y patrones dorados, oro, plumas, copos. La hizo descender un poco, pero no llegó a soltarla en el lugar que le correspondía.

No.

Aún no.

—Lan-Sui. —habló, silenciando a las voces que seguían cuchicheando entre ellas, habló y el mundo tembló. —Tercera princesa del imperio nevado, dueña del invierno y de la noche, dama de los territorios blancos al este y las montañas abandonadas al suroeste, te presentas aquí, ante mí y ante tu pueblo, te presentes como inmortal y también como mortal, te presentas a reclamar lo que te pertenece, lo que es tuyo por derecho. Pero, ¿qué tan lejos estás dispuesta a llegar para protegerlo una vez lo obtengas? ¿Darás tu vida por tu gente?

Lan-Sui no vaciló al responder.

—Sí. 

—¿Por tú territorio?

—Sí.

—¿Por cada criatura y ser vivo que le pertenezca a la nieve?

—Sí.

Miko no estaba segura de estar viendo bien, pero juraría que la corona en las manos de Andrómeda la quemó con furia, comenzando a extender su cubierta de escarcha por la manga holgada de la túnica de la antigua emperatriz.

—¿Juras que protegerás y reinarás con justicia e igualdad a tu gente, sin dañar, ni discriminar a alguno de tus súbditos?

—Lo juro. 

—¿Qué tanto podemos la confiar en tus palabras? ¿Qué tantos votos estás dispuesta a afrontar para demostrarnos tu compromiso para, con el imperio y su gente?

—Ninguno más. —Los tatuajes de Lan-Sui se encendieron, y la tela comenzó a incinerarse. —No estoy dispuesta a seguir aceptando dar palabras, cuando haga muestra de mi fidelidad al clan con acciones, podrán verlo con sus propios ojos.

La corona descendió, encajando a la perfección en la cabeza de Lan-Sui.

Dos piezas talladas de distintos bloques helados, pero destinadas a encontrarse y encajar a la perfección. 

—Si es así como piensas podemos estar tranquilos y dejar en tus manos el control, porque las estrellas y la nieve rodean tu espíritu, formando un pilar fuerte que será suficiente para mantener al imperio estable. Princesa Lan-Sui, a partir de hoy, de este momento, los títulos de alteza pasarán a formar parte de su pasado, y junto a la corona, majestad va a acompañarte. —Andrómeda se hizo a un lado. —Felicidades, emperatriz.

Lan-Sui inclinó la cabeza y subió el primer escalón, igualando la posición de Andrómeda, e imitando a su figura momentos atrás. 

Miko se quedó abajo, sin dejar de ver a su compañera, sin dejar de apreciar su cambio a la hora de que el nuevo poder se mezclara con su sangre. 

Dolerá.

Le había dicho Lan-Sui.

La fusión de la magia siempre duele, agregó.

 Y a pesar de eso, del dolor, Lan-Sui mostraba una perfecta barrera de indiferencia que servía para ocultar la tempestad en su interior.

También habló, y cuando ella lo hizo el mundo no tembló, pero al gente en él, si lo hizo.

—Princesa Miko del clan Amatista, señora de los manglares y los lotos de la luna y el viento, amable lucero que ilumina las oscuras sombras. Emperatriz del clan Nieve, emperatriz del invierno casi eterno, emperatriz de mi corazón y también de mi todo. Deja de perder el tiempo allá abajo y ven aquí. 

Miko abrió los ojos y subió dudando, Lan-Sui la tomó de la mano y la hizo ascender con cuidado. 

Había una segunda corona descansando en un pilar, Lan-Sui la ignoró por completo, se quitó la que llevaba y la alzó sobre Miko.

—Es mi tierra y mi gente a la que ahora vas a gobernar, ¿Estás dispuesta a someterte a esto? ¿Tratando a mi sangre como tuya? 

—Sí. Estoy dispuesta.

—Mi poder es ahora también tuyo, y mi trono te pertenece del mismo modo que a mí, mi pueblo sin embargo no es tuyo, se pertenecen a sí mismos, y debes de respetar eso, proteger eso, porque ellos tendrán que darte el trato equivalente. ¿Serás la justicia si lo piden? ¿Te volverás el castigo si se requiere? 

—Lo haré, por tu gente, por nuestra gente.

Los ojos de Lan-Sui reflejaron una chispa que no se encendió. 

Orgullo, y algo mucho más grande que eso.

Mucho más complicado.

—Suba al trono entonces, emperatriz. 

La corona en lo alto se partió a la mitad, una forma desigual de tallados, runas e hilos unidos, la más elaborada bajó a la cabeza de Miko, la otra se quedó suspendida, hasta que las manos de Lan-Sui la recogieron y la llevaron colgando. 

Gritos de protesta se alzaron del lado que ocupaba el pasado. Almas enfurecidas que exageraban en su enojo para hacer entrar en razón a Lan-Sui.

Miko se giró para mirarlos, Lan-Sui negó y la ayudó a llegar al trono, una vez que estuvieron de pie delante del asiento imperial la sentó.

No tuvo tiempo de oponerse o procesar lo ocurrido. Un segundo antes estaba de pie, y luego...

Miko se quedó helada, y el frío tan solo se intensificó cuando Lan-Sui la hizo sujetar la corona que le pertenecía a ella, y en lugar de sentarse a su lado, estiró las túnicas blancas y se dejó caer a los pies del trono, recargando su cabeza en el regazo de su compañera, de su emperatriz.

—Lan-Sui... —Miko intentó llamarla, Lan-Sui giró para verla.

Inocencia y poder se arremolinaban dentro de esos orbes, Miko no prosiguió, no pudo hacerlo, en su lugar usó su otra mano para acariciar una de las mejillas expuestas del demonio y sonreírle.

—¿Mi emperatriz quiere algo? —Lan-Sui besó su palma y jugó con su corazón. —Puedo dártelo y lo sabes. 

—Tú... —Miko dejó de verla. En su pecho algo latía desbocado, y la sangre en su rostro se volvía más y más  intensa, buscó otra cosa en la qué concentrarse, otra cosa que no fuera Lan-Sui. 

—¡Larga vida a las emperatrices! —Katana comenzó el escándalo positivo que sacó del silencio a las almas vivas que no daban crédito a lo que sucedió delante de ellos. 

Un demonio.

Y no cualquier demonio.

Lan-Sui.

Arrogancia y orgullo.

Se doblegó, se inclinó, se puso en menos que a Miko.

Una mortal.

Una...

Emperatriz.

—¡Larga vida! —repitieron los coros de voces. 

Y se volvió a escuchar, una y otra vez, hasta que el mundo entero supiera, hasta que el mundo entero se enterara, que, la ciudad blanca, y Lan-Sui, tenían una nueva emperatriz.

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