Capítulo 04
"La soledad parece ser la única compañía que me persigue siempre."
Lan-Sui
Debajo del castillo de la montaña habían grutas especiales que no dejaban entrar a nadie más que no fuera miembro del clan, Miko corrió las escaleras que la separaban de esas grutas en menos tiempo que un inmortal entrenado, llegó al fondo y buscó un lugar, buscó a Mei.
En sus brazos, Rilu divagaba, yendo de un estado de sobriedad a uno de completa locura, solo hablaba, sus ojos se apagaron, perdiendo el verde esmeralda que los pintaron toda su vida.
Y así como los colores en sus ojos desaparecieron, los del mundo igual se esfumaron.
—Se pondrá bien, con el tiempo volverá a ver normal. —Mei estaba en el frente, el único que pudo atender a Rilu fue su aprendiz, un demonio de apariencia tosca y rasgos morenos, lleno de cicatrices en el rostro y en el pecho. Se veía amenazante, pero Miko no dudó de sus amplios conocimientos en medicina, y pudo respirar aliviada al escuchar su veredicto.
—¿Necesitas medicina? Te traeré lo que pidas.
—Tengo lo que necesito aquí alteza, usted regrese con su compañera, yo me haré cargo.
Miko quiso protestar, más, al ver el miedo en los ojos de los demás no pudo quedarse y esperar a que los salvaran. Se puso de pie, buscó una manta y cubrió con ella el cuerpo de su amiga, la observó una última vez y volvió a la superficie.
Comparado con el exterior, los refugios eran cien veces más pacíficos. Incluso dentro del palacio el aroma a sangre, magia, y sudor eran bastante perceptibles, los ruidos eran iguales, gritos, sonidos de choques de armas, rugidos de zorros, aullidos de los lobos, un estallido lejano.
Melodías de tristeza, de dolor, se combinaban para tocar una sola.
La canción de la guerra.
Miko avanzó, abriéndose paso al exterior, mató en el camino a media docena de demonios, uno le hizo un corte recto en la espalda, estuvo muerto apenas separó el cuchillo de la piel. Miko se sorprendió, sus manos estaban ocupadas en cortar las gargantas de los dos que tenía delante, en ningún momento pudo girarse y atacar, pero el inconfundible golpe del cuerpo al caer inerte, no fue una simple ensoñación por la pérdida de sangre.
Giró y la espada en el aire se apresuró a voltearse, de tal modo que ella pudiera tomar el mango. Miko vaciló, conocía esa espada, Lan-Sui estaba igual de enamorada del arma como lo estuvo de su dueña.
Zagan, la espada fantasma de Mo-Quing. Una legendaria hoja negra que no se sometía ante nadie que no fuera su ama, esta ahí, frente a ella, dándole el permiso de empuñarla, de usarla.
Cualquiera estaría complacido, Miko se sentía aterrada.
¿Por qué ella?
—Zagan.
El rombo azulado lloró magia al escucharla decir su nombre, Miko acarició los tallados en el mango y con un movimiento decapitó al demonio que se había levantado y corría hacía ella en busca de la muerte, aunque no esperaba que fuera la suya precisamente.
Un líquido negro, que debió de ser rojo, bajó del cuello por el filo oscuro, subiendo al rombo para ser tragado por la luz eléctrica. Miko parpadeó, ubo un ligero recuerdo lleno de borrones y manchas, se perdió enseguida.
Esperó cinco segundos, recordando todo lo que sabía de Mo-Qing.
Para cuando Zagan terminó de ingerir la sustancia negra, Miko sabía que hacer.
Nunca intentó contactarse con Lan-Sui usando las conexiones mentales, ese era un don que se limitaba a los inmortales, en especial a los demonios, así como la teletransportación, era único y difícil de lograr, pero ella sintió que podía hacerlo.
Y lo hizo.
Lan-Sui le regresó una respuesta sin demora, fue tan rápido que Miko se detuvo para comprobar que fue un solo paso el que alcanzó a dar antes de que su mente recibiera una contestación.
"Sé que hacer, necesito que todos los miembros de la ciudad blanca se retiren. Ahora."
Había dicho.
"Bien. ¿Qué es lo que tienes en mente?"
Le mandó Lan-Sui.
Estaba tan alterada que incluso sus emociones eran un desastre, colándose en sus palabras para llegar denotando su preocupación, y... Miedo, Miko percibió una ligera chispa inconfundible de temor.
"Tengo a Zagan conmigo."
Lan-Sui se demoró más, como si estuviera tomando tiempo para asimilar una frase de cuatro palabras.
"Oh, mierda."
Miko volvió a frenar.
"¿Es todo lo que dirás?"
No tuvo respuesta.
"¿Lan-Sui?"
Miko llegó a la recta final, la entrada estaba delante, lo único que debía de hacer para alcanzarla era terminar con cien, o más demonios, que se apilaban como moscas en el marco de las puertas destrozadas.
Pensó en como destrozarlos, y Zagan no le permitió hacer más.
Si antes no podía pasar, ahora le quedaba un camino de sangre y cuerpos que la dejaban avanzar sin problemas, pasó por encima del enemigo, huesos crujieron debajo de sus pies, piel fue aplastada como puré, armas se volvieron cenizas.
Odiaba el fuego, pero en ese momento podía jurar que las suelas blancas de su botas tenían llamas.
Llegó a las puertas de la ciudad blanca y el mundo en el exterior se paralizó.
—Imposible. —Katana hizo desaparecer a Kuragami y retrocedió al ver a Miko avanzar sin la menor vacilación.
—Puede ser posible. —Lan-Sui avisó a sus escuadrones que regresaran a la ciudad blanca, y al sentir la opresión de la muerte ninguno desobedeció la orden, llegando como polillas a la luz, unos tras otros. —Tú lo sabías Katana, siempre lo supiste. Tú visión lo dijo.
—Ella... —Katana negó con la cabeza y sonrió. —No importa, la victoria ya es nuestra. Y Miko es una cajita llena de sorpresas.
—¿Están todos? —Miko podía sentir el deseo de Zagan, y se preguntó si era normal que una espada pudiera llegar a estar tan feliz solo por volver a ser usada, por volver a matar.
—Sí. —Lan-Sui también retrocedió, dejando a Miko sola en un diámetro de quince metros. — Adelante.
Maestra.
Sonrió orgullosa y no quitó los ojos de la figura que voló en el aire, alzándose y volviéndose una con Zagan.
La tierra debajo de ellos se llenó de una brea negra, y de esa brea un mar de almas se alzó, avanzando al frente con furia.
Acompañando al ejército de muertos, los gritos de agonía o de euforia llenaron el aire, lo llenaron y por un momento fue todo lo que estuvo bien.
Lan-Sui suspiró demasiado pronto. Otro mensaje llegó a su cabeza y la sangre que tiñó su rostro, descendió.
—¡Lan-Sui! —Katana llegó a su prima y la sacudió. —¿Qué pasa? Te estás congelando.
—¿Qué?
Era verdad, la nieve en el suelo subía por sus piernas, la escarcha se unía a la piel, se volvía parte de ella. Lan-Sui se apartó, los gritos zumbaron en sus oídos, una línea la ató al castillo, pero ella no deseaba eso, no deseaba quedarse.
Rompió las ataduras y huyó.
Fue tras ella, tras su hermana.
Katana le mandó algo pero no pudo entenderlo, una única cosa flotaba en su mente.
Zaia.
Zaia.
Zaia.
¡Debía de encontrarla!
Tenía que...
Escuchó el choque de magia y se apresuró.
Tam era la espada de su hermana, era la espada de la emperatriz.
Y solo podía ser desenfundada una vez en la vida, porque, cuando Tam abandonaba su vaina, la magia también abandonaba el cuerpo de su portadora. Y sin magia era poco probable que Zaia ganara, a menos que Tam tuviera misericordia.
A menos que esa espada asesina mostrara corazón, por una vez, por primera vez.
No llegó a tiempo.
Lan-Sui se reprocharía más tarde, una y otra vez, en cada ocasión que el látigo de castigo bajara por su espalda, en cada minuto, se odiaría.
¿De nuevo tarde?
Quería gritarse.
¿Otra vez inútil?
Deseaba reprocharse.
Porque Zaia, su hermana, estaba y a la vez no.
La emperatriz, su emperatriz, su hermana, su Zaia... Había sido derrotada por Tam y por Eudora.
Lan-Sui se quedó perpleja en el aire, reaccionando en el momento que el látigo bajó para marcar el rostro que permanecía pulcro a pesar de la tempestad que azotaba. El metal cortó carne, pero no fue de Zaia, arrancó piel pero no de la emperatriz en el suelo, hubo gotas frías en la nieve, pero Zaia seguía sin heridas, Lan-Sui por otro lado, se tambaleó al arrancar el arma de su pecho.
Tela, piel y carne juntas, arrancó todo.
—Él te dijo que era falso. —Lan-Sui usó su manga sucia para limpiar la sangre en su boca, odiaba las fresas por una razón, eran rojas igual que esa sustancia que brotaba de ella, pero, a su vez, las amaba demasiado, su sabor... No se comparaba al de la sangre, sin embargo, ambos eran exquisitos. —Y lo ignoraste.
—Thunder está cegado por su amor. No ve con claridad.
—Y tú te ciegas por el odio. No veo la diferencia, al menos el amor lo hace ser razonable y no una bestia descontrolada. —Lan-Sui desenvainó sus dos espadas y recuperó la compostura sin sanar del todo. No. Ni siquiera había sanado un poco, fue profundo el ataque, si bajaba la mirada podía ver sus huesos, y lo que había más allá. —Hubo una época en la que podía llamarte tía con amor, una época en la que te admiré, ahora, no llego a odiarte, pero me siento avergonzada de decir que sigues siendo de mi familia.
Eudora se vio reflejada en un charco de nieve y sangre, sonrió con tristeza.
—¿No toda la familia está llena de asesinos? ¿En qué soy diferente Lan-Sui?
—En que tú eres un monstruo.
—Lan-Sui... —Zaia llamó a su hermana y al tener su atención le indicó que se acercara, Lan-Sui retrocedió despacio.
—Zai.
—Cuida a Lan-Yun. —Zaia llegó hasta el ala de su esposo y se recargó, sufriendo con cada movimiento, expresando su tormento en muecas contenidas de dolor. Dejó un sendero rojo al arrastrarse, y creó un mar al detenerse al lado de Zed. —Explícale que su hermano no podrá jugar con él.
Los ojos de Lan-Sui se abrieron, negó de inmediato.
—No lo hagas, Zaia...
—Lan-Sui, no niegues lo inevitable, yo estaré aquí. ¿Entendiste? Debes ser fuerte, emperatriz.
—Zaia. —Lan-Sui esperó y siguió esperando, pero su hermana no dijo más, no pudo decirle más. —Zaia...
Una brisa sopló desde el campo de batalla, aroma a durazno y muerte juntos, Lan-Sui cerró los ojos de su hermana y se levantó, azul en su tatuaje blanco, negro en la mano opuesta.
—¿Estás satisfecha? —Lan-Sui vio a su tía por el reflejo radiante de las espadas en sus manos. — Creaste todo este desastre, mataste a cientos de los nuestros, a tu familia. Dime, ¿contenta?
—Mátala. —Zhan estaba agachado junto a Dalial, ambos llenos de sangre y heridas, rojo en sus cuerpos, en sus cabellos, en sus ojos. —Lan-Sui, mátala.
—Solo tenían que entregarme a Orión. —Eudora desplegó de nuevo su látigo. —Solo eso. ¿Es tan difícil para ustedes darle a una madre su hijo?
Lan-Sui le respondió con un ataque elegante y lleno de letalidad, le respondió sin piedad, reflejando a Eudora en todo.
Ese día tanto le fue arrebatado, tanto perdió.
No iba a llorar, toda su vida fue lo mismo.
Mo-Quing.
JiuJiu.
El emperador.
Su madre.
La emperatriz.
Zaia.
—Mamá. —Lan-Yun logró escapar del encierro en una forma de un zorro diminuto, se alegró de tener a Zaia tan cerca, dejando le lado el peligro, pero esa alegría fue momentánea, cuando ella no le respondió no supo que hacer. —¡Mamá! ¡Mamá despierta! ¡Mamá, tía está aquí! ¡Mamá arriba! ¡Mamá! ¡Mamá mi hermano tiene que estar cálido, ven adentro conmigo! ¡Mami! ¡Mamá!
—No va a responderte. —Zhan se acercó, sosteniendo a Dalial. —Tal vez venga más tarde, no insistas pequeño, déjala descansar.
—¿Qué le pasó? Mi mamá, ella... —Zhan desvió la mirada, temblando por los ojos vidriosos de su sobrino y las heridas en sus piernas. —Papá, mamá, ¿y mi hermano? —Lan-Yun volvió a mover el cuerpo de Zaia. —¡Mamá! ¡Por favor abre los ojos! ¡Mamá! ¡Tú prometiste que hoy haría sopa roja! ¡Mamá no mientes nunca, despierta mamá! Mamá.
Lan-Sui atrapó el cuerpo de Lan-Yun antes de que el látigo lo cortara en pedazos, Lan-Yun gimió al estar debajo de su tía y ver esos ojos llenarse de oscuridad.
—Tía.
—Estoy aquí. —Lan-Sui se obligó a sonreír despejando el gris de los cielos, aunque en su espalda, un segundo tajo se marcaba con brutalidad. — No temas YunYun, estoy aquí, y mientras yo esté aquí no te va a pasar nada. ¿Entendiste? Nada.
Lan-Yun se abrazó al torso herido, pero no lloró, se contuvo, besó al mejilla de Lan-Sui y regresó a la protección de su padre, en ese momento se mostró valiente, por su tía, porque Lan-Sui también estaba siendo valiente, y no por ella, sino por él.
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