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Dedicado a mi querida niña, Sweet-Prince11, quien siempre me inspira a escribir.






Se escuchaba por el teatro las voces de la turba. Habían descubierto que el fantasma de la ópera no era sino otro que un hombre, horrendo, pero hombre a fin de cuentas, y que como tal podría ser detenido. Había cobrado la vida de otra persona en su afán de tener a Alexander Hamilton, esta vez la del tenor Charles Lee.

Sus planes no habían salido como esperaba, y ahora el fantasma del que nombre no se conocía llevaba al pelirrojo en el bote que alguna vez se vio de ensueño.

— ¡Una vez más, al calabozo de mi negra desesperación! ¡Nos sumergimos en la prisión de mi mente! —, miró severamente al joven— ¡Por ese camino hacia la oscuridad profunda como el infierno!

El pelirrojo era arrastrado, aún llevaba el traje para la obra Don Juan Triunfante, y por más que forcejeaba su muñeca no era liberada. No protestaba, apenas soltaba pequeños quejidos.

— ¿Por qué, preguntas, estaba atado y encadenado en este lugar frío y lúgubre? No por ningún pecado mortal, ¡pero por la maldad de mi abominable rostro! —Le gritó directo a la cara. Lo hizo bajar del bote con brusquedad, el toque en su muñeca, a diferencia de la primera vez, era firme.

El chico no encontraba palabras, sabía que esta vez lo hizo enojar, y dolía porque aún guardaba afecto por el ángel de la música que alguna vez inspiró su voz. Los regaños los sentía ácidos, pero era comprensible, no solo le quitó la capucha en el momento preciso, sino que le arrebató la máscara, mostrando al mundo entero la deformidad, en el mismo momento que le pedía—

"¡Encontremos al asesino, debe ser encontrado!"

Sacudió su cabeza para no pensarlo, aunque fue más el agarre en su muñeca lo que lo hizo despertar.

— Perseguido por todo el mundo, visto con odio por todas partes. Ninguna palabra amable de nadie. ¡No hubo compasión en ninguna parte! Alexander... Alexander, ¿por qué? —Mientras más se adentraban entre el canal, más oscuro se hacía. En la mirada había dolor, decepción, rabia...— ¡¿Por qué?! — y desesperación.

Nunca lo había visto así, ni cuando le arrebató la máscara esa mañana hace tanto tiempo, en el primer encuentro. Oh, esa mañana donde vio el verdadero rostro de su maestro que ocultaba bajo la máscara.

Había creído que su padre le enviaría el ángel de la música al morir, como se lo prometió, pero lo que tenía en frente dudosamente era un ángel. Hasta medio año antes había sido uno más de los bailarines que performaría en la popular obra Hannibal, del compositor Challumeau, solo uno más del coro. Hasta medio año antes había sido un joven ilusionado con la idea de cantar, de embelezar, de sentir la libertad que le ofrece la música. Cómo cambia la posición en el tablero, porque tras el incidente en el ensayo quedó como tenor principal, y esa misma noche más de un sueño se hizo realidad, cuando el ángel de la música vino a visitarlo. Ya no era una voz tras las paredes. Esa noche el rubio le extendió la mano y lo llevó a un mundo de música, de fantasías inimaginables, magia y belleza.

Mas ahora sabía..., ahora sabía que quien tenía en frente no era el ángel de la música, era el mismísimo fantasma de la ópera. Pero Alexander no tenía idea de nada, nada de lo que alguna vez tuvo que pasar John Laurens, cuyo nombre es desde hace tanto un nombre perdido, pero que le perteneció a un prodigioso músico, compositor, arquitecto, inventor, un artista con la mente más brillante, únicamente opacado por su deformidad que poseía de nacimiento. Muchas enfermedades a la vez, todas en el rostro.
¿Qué es lo que ocurre con los desechos de la sociedad?

Por otra parte, muy cerca al canal bajo la Ópera...

— ¡La mano a la altura de los ojos!

— ...a la altura de los ojos.

Era un riesgo lo que Elizabeth Schuyler debía correr por su prometido, pero no podía dejarlo a merced de....esa cosa. Seguía instrucciones para evitar que el fantasma la estrangulara con el lazo punjab. Debió creerle a Alexander cuando le dijo que lo había visto, era demasiado irreal, y no fue hasta la fiesta de máscaras seis meses después que se vio al fantasma en persona, vestido de la muerte roja.

— Él vive cruzando el lago, mademoiselle. Esto es lo más lejos que puedo ir.

— Monseour Washington, gracias.

Debía apresurarse, avanzó bajo la mirada atenta del hombre mayor que dio las instrucciones.

Solo él, George Washington, sabía la verdad de este joven al que todos llamaban "monstruo" sin saber. Ese pobre chico... Pero debía ser detenido, o la cadena de dolor y muerte nunca iba a acabar. Ese pobre chico... Se dio media vuelta y se fue, ahora dependía de la señorita.

Ahora sabían que el fantasma de la opera estaba ahí, estaba ahí, el fantasma de la ópera, mucho tiempo los había engañado y ahora sabían que estaba ahí, en lo profundo. En las entrañas del teatro.

"¡Está aquí, el fantasma de la ópera!"

[...]

Casi a tropezones se alejó del fantasma. Ahora portaba un traje de matrimonio, y se notaba que era una confección única al ser inusualmente blanco. ¿Hace cuánto tiempo tendría preparado todo esto? Tuvo el valor para mirarlo con una expresión entre el enojo y la confusión.

— ¿Te has atiborrado, por fin, de tu sed de sangre? ¿Voy a ser ahora presa de tu codicia por la carne? —Empezaba a temer qué era lo que el fantasma de ojos azules como zafiros quería de él.

— ¡Ese destino que me condena a revolcarme en sangre!, —Su tono voz era frío como el mismísimo hielo, y su tacto también, cuando se acercó y tomó la mejilla del pelirrojo.— ¡también me ha negado las alegrías de la carne!

Se tomó su tiempo para soltar sus siguientes palabras. Pero claro, nadie podría entender.

— Este rostro, la infección que envenena nuestro amor... —Hizo una pequeña caricia.— Este rostro, que ganó el miedo y el odio... de una madre. —Lo soltó.

La expresión del chico de ojos fantasía se había aligerado, pero eso no evitó que retrocediera y le diera la espalda.

— Una máscara, mi primer trozo de ropa insensible. —Se acercó, nuevamente en estado iracundo, o quizás de dolor.— La lástima llega demasiado tarde, ¡date vuelta! y enfrenta tu destino: ¡Una eternidad de esto ante tus ojos!

Alexander se había volteado ante el grito. Su mano fue tomada y el anillo puesto, un anillo que lo había visto usar antes. Lo miró a los ojos, dos tonalidades de azul distintas combatiendo frío con más frío, y sin embargo sus palabras eran tranquilas, casi compasivas.

— Este rostro maldito ya no me causa horror, es en tu alma donde la verdadera deformidad reside.

El fantasma estuvo a punto de responder, pero su expresión ahora le hizo saber que todo podía ponerse peor.

— Espera. Creo, querido, tenemos una invitada. —se volteó hacia la entrada a la guarida, solo se podía mediante el agua.— ¡Señorita, este es un placer sin igual! Realmente esperaba que viniera.

— ¡No! —Betsey estaba ahí, con el vestido mojado, avanzando entre las aguas. Juraba que jamás había sentido un vestido tan estorboso como en esos momentos.

— Y ahora mi deseo se hizo realidad Realmente ha hecho mi noche.

— ¡Libéralo! ¡Haz lo que quieras, solo libéralo! ¿No tienes lástima? —Llegó a la entrada donde se encontraba la reja.

— ¡Tu amante hace una súplica apasionante! —Se burló, dirigiéndose al joven Hamilton.

— Por favor, Betsey, ¡es inútil!

— ¡Lo amo! ¿No significa nada? ¡Lo amo! ¡Muestra compasión!

— ¡¡¡El mundo no me mostró compasión!!!

— Alexander, Alexander. —Se aferró a la reja, suplicando.— ¡Déjame verlo!

— ¡Sea mi invitada!, señorita... —Interrupió. Hizo un gesto para que se alzara la reja y pudiese pasar. Automáticamente, Alexander fue con ella y la ayudó a subir, se abrazaron. Murmullos tratando de darse tranquilidad en tales momentos.

John, por otra parte, tenía algo especial en mente.

— Mademoiselle, le doy la bienvenida. —Tomó algo que se encontraba sobre el gran órgano en medio de la habitación.— ¿Pensaste que le haría daño? ¿Por qué debería hacerla pagar por los pecados que son ¡tuyos?! —Soltó una carcajada al atrapar el blanco cuello de la castaña con el lazo punjab, antes de que siquiera tenga oportunidad de moverse. Esta cuerda se suspendió, lógicamente el fantasma dejó trampas en todos lados.

— ¡NO! ¡NO! —Chilló el pelirrojo.— ¡NO, BETSEY!

— ¡Ordene sus hermosos caballos ahora! ¡Levante la mano al nivel de tus ojos! Nada puede salvarte ahora, excepto quizás Alexander... —Se volteó a verlo.— Empieza una nueva vida conmigo. ¡Compra su libertad con tu amor! ¡Rechazame y enviarás a tu amante a la muerte! Esta es tu elección... ¡Este es el punto sin retorno!

La cueva se quedó un momento en silencio. Una cueva con candelabros, luz de velas, objetos preciosos.

Si aún quedaba amor por el fantasma...

— Las lágrimas que podría haber derramado por tu oscuro destino... se vuelven frías y ¡se convierten en lágrimas de odio!

Era una sentencia, su expresión lo decía todo. Desgraciadamente, el fantasma había hecho tantas cosas malas, y él mismo había cambiado tanto. El niño que creía en ángeles, hadas y deseos había aprendido a los golpes. Si hubiese sido menos ingenuo...

— Alexander, perdóname, por favor, ¡perdóname! —La morena luchaba contra el lazo para evitar ser estrangulada. Esa misma noche donde el menor de los Hamilton fue llamado por el fantasma, esa misma noche fue que se volvieron a ver. Ahora ponía en esa situación a su querido amigo de infancia y prometido.— Hice todo por ti y todo por nada...

— Adiós mi ídolo caído y falso amigo ¡Uno por uno, todos mis delirios se hicieron añicos!

— ¡Demasiado tarde para volver atrás, demasiado tarde para oraciones y piedad inútil!

— Di que lo amas y mi vida se acaba...

— Toda esperanza en gritos de ayuda, ¡no tiene sentido luchar! Con cualquier forma que elijas ¡no puedes ganar!

— Con cualquier forma que elijas él va a ganar.

La voz de Elizabeth y la de John se mezclaban, siendo la segunda la más fuerte, y Alexander no sabía qué hacer...

— Entonces, ¿terminas tus días conmigo? ¡¿O la envías a su tumba?!

Vagamente se oyó la risa de Eliza, portando en su rostro una sonrisa irónica.

— ¿Por qué hacer que mienta para salvarme?

Podría morir en paz sabiendo que a quien Alexander amaba era a ella. Esta vez él no volvería a su ángel, esta vez no sería de él.

La expresión de Alexander se ablandó, ahora miraba con súplica.

— Ángel de la musica... —¿Por qué llegar a todo esto? Se acercó al hombre que era causante de su dolor, y alguna vez de sus alegrías

— Pasado el punto sin retorno...

— ¿Quién merece esto? ¿Cuándo verás alguna vez la razón? —Se sostuvo de sus antebrazos.

— Por el amor de Dios, Alexander, ¡di que no! ¡No desperdicies tu vida por mí!

— El fin de todo. ¡Su vida es el premio que debes ganar!

— ¡Luché tan duro para liberarte! —No podía, no debía, volver a él.

— Has cruzado el punto sin...—Tuvo al pelirrojo entre sus brazos en ese momento, pero ahora no solo la mirada mirada del rubio era de piedra, sino su corazón.

— Ángel de la Música. —Suplicó.

— ...retorno.

— ¡Me engañaste! Te di mi mente a ciegas... —Cayó de rodillas al suelo, con el rostro empapado de lágrimas.

— "A ciegas"... —Susurró aquel de ojos azules como el canal que corre bajo el teatro.

Se puso a su altura, tomó su rostro por el mentón. En aquellos ojos el muchacho de ascendencia escosesa había visto tantas cosas, y esta vez, entre la fría piedra, pudo ver al hombre que reside en el monstruo.

Se quedaron un momento en silencio, solo escuchando sus respiraciones.

— Pones a prueba... mi paciencia. —Hizo una pequeña caricia en sus labios y lo soltó bruscamente. — Toma una decisión.

Se levantó y le dio la espalda, buscando alguna calma. Eran momentos de tensión donde únicamente dependía de Alexander, entregaría su libertad a cambio de la vida de su amor o la dejaría morir y huiría.

Esas opciones ya no fueron importantes al momento en que Alexander se dio cuenta. Mirándolo en ese momento, pudo ver una vez más al Ángel de la Música que anheló ver por años. Por Dios, qué ciego había sido. Ahí no había un fantasma, hasta los ángeles pueden caer, y ahora entendía todo.

— Lamentable criatura de la oscuridad, ¿qué tipo de vida has conocido? —Se levantó, con sus palabras había captado la atención del ángel, y ahora se quedaba mirándolo fijamente. — Dios, dame coraje para mostrarte. Tú no estás solo...

Los ojos del llamado Fantasma de la Ópera se abrieron a tope en el momento en que el tenor tomó sus mejillas y lo besó con dulzura. Los labios del joven sabían a fresas... Ante la impresión no supo corresponder, pero al segundo beso, ¡dos veces lo besó!, lo atrajo pegándolo a su cuerpo. Por la diferencia de alturas, el pelirrojo se había parado en puntas y abrazado a su cuello. Duraron algunos segundos de esa forma, con Eliza aún colgando del lazo y mostrando una expresión de abatimiento, hasta el momento en que ambos rostros finalmente se separaron.

John ahora estaba atontado, era la primera muestra de amor que había recibido en su vida, y también la primera muestra de misericordia. Alexander lo había besado, dos veces encima, dos veces, apenas lo podía creer. Entre sus pensamientos se dirigió a uno de los candeleros al lado del órgano, rengueaba, lo tomo y se acercó a la muchacha que ya se daba por resignada a perder al amor de su vida. Hubiese preferido perder la vida. La soga fue quemada.

Justo en ese momento, un eco resonó por la guarida.

"¡Encuentren al asesino, debe ser encontrado!"

— Llévatelo, olvídenme, olviden todo esto...

Lógicamente Eliza corrió hacia Alexander, quien mantenía una mirada fija en el hombre al que erróneamente llaban "fantasma".

"¿Quién es este monstruo, esta bestia asesina?"

— Déjenme solo, olviden todo lo que han visto... Vayan ahora, ¡no dejen que los encuentre!

Las voces en el fondo aclamaban venganza para los muertos, no podían dejarlo escapar. Sus atroces crímenes se pagan en vida.

— Tomen el bote, jurenme que nunca contarán...
—, caminaba en su sitio como león enjaulado.— el secreto que conocen...

"Demasiado tiempo se ha aprovechado de nosotros, pero ahora sabemos: ¡El fantasma de la ópera está ahí, muy abajo!"

— ¡DE ESTE ÁNGEL EN EL INFIERNO!

Eliza tironeó el brazo de su prometido, no reaccionaba, terminó arrastrándolo a la salida.

— ¡VÁYANSE AHORA!...—cayó al suelo de rodillas en su desesperación.— ¡VÁYANSE AHORA Y DÉJENME!

Su grito era desgarrador. Seguido a eso vino un sollozo, y luego otro, y luego las lágrimas... Se escuchó también cómo una curiosa caja de música empezó a entonar una melodía. Un precioso monito sentado en un órgano de madera, juntando dos platillos como si fuesen aplausos, mientras sonaba Masquerade muy tiernamente. Aquella melodía atrajo a John, que se posicionó a su lado aún en estado de llanto.

Masquerade... Paper faces on parade. —Imitando los movimientos del monito, cantó a la par de la melodía que originalmente era alegre, irónica, pero en sus labios sonaba tan triste que quien lo escuchara lloraría con él. — Masquerade, hide your face so the world... —Con su mano hizo ademán de cubrir el rostro del mono. — will never find you...

Tantos años había escondido su rostro, su deformidad, que no conocía otra cosa que no sea oscuridad. Él mismo había diseñado ese teatro, y había armado ese espacio para que sea su refugio del mundo, para no tener que ver gente desmayarse, gritar, burlarse, por su... fealdad.

Sintió una repentina presencia detrás suyo que lo hizo levantarse y voltear. Era Alexander, había vuelto.

— Alexander, te amo...

Vio la expresión del muchacho romperse, tenía lágrimas en los ojos. Le extendió el anillo.

Para eso había vuelto... Sonrió levemente tomándolo, entendía. El joven pelirrojo se giró para irse, pero lo miró nuevamente. Le hizo un asentimiento para que vaya tranquilo, y así el muchacho volvió a avanzar.

Sin embargo, él no quería dejarlo, y aunque ya tenía buen tramo avanzado, y sabiendo que Betsey lo esperaba en el bote...

John ahora se sostenía del órgano, mirando el anillo con pesar. Así eran las cosas, ¿verdad? Su amor pertenecía a la luz, y él a la oscuridad.

Pero Alexander volteó la cabeza, dirigiendo la mirada a su querido ángel de la música...

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