EXTRA: «Respuesta (In)correcta»
FERNANDO DE LA TORRE
Lo arruiné.
Lo arruiné para siempre.
Me quedo paralizado frente al altar mientras el caos a mi alrededor se desata por completo. Ver a la mujer que amo huir de nuestra boda ha provocado un colapso general en mi sistema del que me cuesta recuperarme. Estar consciente de que es mi culpa lo hace aún peor; lo torna prácticamente insoportable.
Luego de lo que parece una eternidad, mi cerebro recobra la capacidad de ejercer sus facultades rectoras y mis piernas obedecen la orden de desplazarme fuera de este sitio tan rápido como puedan. Así consigo recorrer la pasarela central en un santiamén, dispuesto a perseguir a Nanda hasta el fin del mundo de ser necesario con tal de que me escuche y podamos arreglarlo, juntos.
Mi mente se encuentra demasiado ocupada calculando los posibles rumbos que mi novia puede haber tomado en su ruta de escape y a su vez, procesando mis propios sentimientos como para otorgarle siquiera un gramo de importancia al bullicio que me rodea.
Por supuesto, ese desentendimiento se esfuma en el momento en que mi madre se atraviesa en mi trayectoria y me veo obligado a frenar mi paso acelerado.
—Fer, ¿qué fue eso?
Una sarta de improperios se acumula en mi garganta, cada uno de ellos como la respuesta ideal para su interrogante.
Percibo una ira estremecedora asentándose en mi lengua y un extraño latido proveniente de mi mandíbula, ambos signos inequívocos de que explotaré dentro de poco, por lo que decido que apretar los dientes y mantenerme en silencio son mi única opción si quiero evitarlo. Asimismo, insisto en desoír la irritante vocecilla que sisea en mi cabeza, esa que señala a mamá como la principal culpable.
No obstante, mi determinación tambalea cuando los intachables hermanos De la Torre se unen a la barricada.
«Vaya, ¡qué simpáticos! Los tres mosqueteros parecen tener la fastidiosa misión de impedirme ir a por Nanda.»
—No, Ingrid, formula la pregunta como debes: Fernando, ¿qué mierda acabas de hacer?
Mi padre vociferando puede ser comparado con los potentes rugidos de un león embravecido; para colmo de males, la tía Soledad opta por imitar su ejemplo. ¡Oh, sorpresa! También exige una explicación:
—No puedo creer que hayas protagonizado semejante papelón, Fer. ¿En qué estabas pensando?
Para ser honesto, lidiar con ellos y sus reproches ocupa uno de los últimos puestos en mi larga lista de pendientes. Mi prioridad, al igual que mi total atención, se concentran en el mismo objetivo: Nanda.
Mi corazón bombea como un desquiciado con tan solo pensar en mi prometida.
«Si es que quiere continuar siéndolo después de este desastre.»
Nuevamente, me propongo ignorar el barullo a mi alrededor y enfocarme en hallarla lo más pronto posible.
«Tengo que hablar con ella.» Es todo en lo que puedo pensar.
Aunque el Señor ha sido innegablemente claro al hacerme saber que este no será, de lejos, mi mejor día.
—Ni se te ocurra dar un paso más, De la Torre.
Me encuentro una segunda barrera en mi presto camino a la salida, esta vez, conformada por Bianca y Alondra. Si han tenido el placer de conocerlas, ni siquiera tendré que molestarme en especificar cuál de las dos fue lo suficientemente atrevida como para ordenar que me detenga.
—No tengo tiempo para lidiar contigo en este instante, Espinosa.
Mi cerebro frenético comienza a atormentarme con la probabilidad de no volver a ver al amor de mi vida nunca más si no me apresuro.
La alternativa perfecta invade mi cabeza y arrasa con el resto de modo que, cuando vuelvo a ser plenamente consciente de mi alrededor, ya estoy en mi auto, conduciendo a la máxima velocidad permitida.
…
No está en la iglesia.
Al principio, creí que sería el lugar indicado; después de todo, aquí es donde deberíamos haber celebrado nuestra boda. Sin embargo, no fue así y llegados a este punto solo quedan dos opciones viables, otras dos ubicaciones en las que Nanda podría refugiarse ahora que el anochecer se acerca: nuestro hogar, o el antiguo departamento que compartía con sus amigas.
Albergo la esperanza de que se haya decantado por la primera (a pesar de que sé que me estoy mintiendo a mí mismo); porque si no es el caso, estoy seguro de que me toparé con cierta resistencia antes de llegar a ella, resistencia que tendrá nombre y apellido: Bianca Espinosa.
Igualmente, elijo seguir mi conveniencia y pasar por nuestra casa antes de enfrentar al dragón disfrazado de enfermera.
No me asombro al no hallar ni rastro de Nanda, mas sí al ver a Rigo.
—¿Qué haces aquí?
—Vengo como recadero —Mi ceja alzada es el único incentivo que necesita para extender su explicación—. Alondra me llamó porque no contestas sus llamadas; robó mi número telefónico del móvil de Nanda. Tu novia está con ella y Bianca en su viejo apartamento.
«Al menos espero que quiera seguir siendo mi novia.»
—Ya lo había supuesto. Iré de inmediato.
—Creo que lo mejor será que esperes. La profe me advirtió que te prohibiera aparecer por allá hasta que lo creyera conveniente. Te enviará un mensaje cuando Fernanda esté más calmada y se sienta preparada para hablar contigo.
Sopeso con delicadeza la decisión de seguir (o no) su consejo. Alondra y Nanda crecieron juntas, casi como hermanas. Además, nos llevamos bien y, al contrario de su compañera de piso, sí tiene modales, así que opto por hacerle caso.
—De acuerdo —Desactivo el modo “No molestar” de mi celular y vuelvo a guardarlo en mi bolsillo—. ¿Quieres pasar?
—Si no te importa…
—No digas tonterías, Rigoberto.
Una vez dentro, me alarmo ante su próxima petición:
—¿Podrías cerrar la ventana?
—¿Tienes una crisis?
Mi hermano sufre de migraña desde hace años, al igual que mi padre, la tía Soledad y los muchos otros De la Torre que han convivido con esta enfermedad durante generaciones. Soy realmente afortunado de no padecerla.
—Sabes que el estrés es un factor desencadenante y hoy ha sido un día para recordar.
Corro hacia el botiquín que almacenamos en el baño en busca de un ibuprofeno y al regresar, lo dejo en su mano junto a un vaso de agua.
—Lo siento.
—No es tu culpa —Él encoge sus hombros luego de tragar la píldora—. Heredaste el porte y la gracia de nuestra familia mientras yo me gané la maldición.
—Oye, deja de decir esas cosas.
—¡Pero es la verdad! —Los dos tenemos cuidado de no reír para hacer más llevadero su dolor—. Al menos agradezco que me haya tocado a mí y no a Romi.
—Rigo, tienes muchísimos talentos. ¡Serás un arquitecto brillante! Ni siquiera entiendo por qué te aferras a interpretar ese autoimpuesto rol de imbécil al que le has tomado tanto cariño.
—Ey, ¡de algún modo tienen que diferenciarnos!
—No seas bobo, hermanito.
—De cualquier manera, ese es otro tema —Él posa una de sus manos sobre mi espalda en un gesto reconfortante—. Fer, lo arreglarás.
Paso saliva, comprensiblemente ansioso.
—¿De verdad lo crees?
—Bueno, solías reparar mis meteduras de pata con maestría cuando éramos niños —alega mostrando una jovial sonrisa de boca cerrada junto a una convicción de la que carezco—. Estoy seguro de que podrás con esto.
Mi relación con Nanda es… inusual, de una forma fascinante. Nuestras escasas discusiones suelen deberse a motivos superfluos sobre los que no tardamos en llegar a un acuerdo. Sin embargo, ahora mismo, agradecería tener más entrenamiento en este tópico de “reconciliaciones” ya que no tengo idea de cómo proceder con éxito para resolver este inmenso marrón.
—Sé que tuviste tus razones —continúa Rigo—. Jamás herirías a Nanda intencionalmente y sin un excelente motivo.
Y así fue.
Verla enfundada en un disfraz el día de nuestro casamiento, como si formáramos parte de la representación de alguna obra teatral, se convirtió en demasiado. De repente, supe que no podíamos dar comienzo a una vida juntos de esa manera, enmascarados tras tanta parafernalia.
—Quizás no lo manejaste como debías, mas, sé que ella lo entenderá. Te perdonará y saldrán adelante como la mágica y empalagosa pareja que son.
Paso por alto su tono burlón y le dedico una sonrisa, conmovido por su fe en nosotros.
—Gracias.
—No es nada. Sí recuerdas que estuve ahí el día que se vieron por primera vez, ¿verdad? Es decir, me trataron peor que a un cero a la izquierda, pero, básicamente, se conocieron gracias a mí.
A Rigoberto le encanta sacar el asunto a colación de vez en cuando solamente para reclamarme por haberlo hecho a un lado ese día y ya que estamos, aprovechar para recordarme que el hecho de que haya encontrado a la mujer de mi vida es enteramente un mérito suyo.
Así que, como parte de la rutina que hemos establecido específicamente para estos momentos, río por su descaro.
—Lo sé. Te la debo, hermanito.
Mi teléfono vibra en mis pantalones y le enseño la pantalla con el contenido del más reciente mensaje de Alondra: un pulgar arriba.
—¡A darle con todo, campeón!
«Supongo que es hora de enfrentar al dragón.»
Nota de la autora:
Aquí les dejo un extra muy especial contado por Fer. Luego de pensarlo un poco, decidí que merecía explicarnos lo sucedido desde su punto de vista, así como la oportunidad de internarnos en sus pensamientos. Después de todo, esta es también su historia, ¿o no?
Abrazos <3
Lis
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