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12. «Un Regalo de Guadalupe»

Dos horas más tarde, Alondra y yo celebramos nuestra victoria chocando los cinco, rebosantes de orgullo por haber alcanzado nuestra ambiciosa meta en tiempo récord. Ha sido un día agotador, no obstante, lo hemos logrado y sé que valdrá la pena. Es increíble: ¡tenemos un juez para oficiar nuestra boda civil!

—No puedo creer que lo hayamos hecho. Deberíamos escribir un libro: “Cómo organizar una boda en 24 horas. Lo imposible es posible”.

Río por el chiste de mi dama de honor y asiento ante su entusiasmo.

Es normal que nos sintamos invencibles. Después de todo, fue un enorme reto: tuvimos que hablar con un sinfín de personas y llorarles a otras tantas. Sin embargo, ser una futura portadora del apellido De la Torre y contar con una extraordinaria amiga con la conveniente habilidad de persuadir con sutileza, puede resultar una verdadera ventaja en los momentos oportunos.

Una llamada de mi cuñado interrumpe mi descenso por las escaleras del Registro Civil:

—¿Rigo? ¿Pudieron apartar una iglesia?

—Lo siento, Nanda.

No permito que el desánimo me derrumbe. «Llevar a cabo la ceremonia religiosa en otro momento no será el fin del mundo.»

—¿Cómo está él?

—Fatal.

«Ya lo esperaba…»

—Voy para allá.

Conduzco hacia la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe a la velocidad máxima regulada según la ley y bajo del coche corriendo hasta la entrada. Allí me encuentro con Rigoberto, justo al lado del umbral principal.

—¿Y tu hermano?

—Sigue adentro —Señala detrás de sí y me inclino sobre su hombro, aun así no localizo a mi objetivo—. Se siente del asco; piensa que te ha defraudado.

—Alondra te llevará a casa en mi auto, yo me quedaré con Fer.

—¿Te refieres a la maestra Alondra? —El casi imperceptible temblor en su voz delata un ligero nerviosismo con el arreglo—.

—¿Cuál es el problema? Ni siquiera fue tu profesora.

—No, pero los rumores que circulaban sobre ella en la secundaria eran dignos de una historia de terror.

Ruedo los ojos por su exageración. Sé que mi amiga es una profesional exigente y es muy común (casi natural) que este tipo de educadores creen pánico o rechazo en sus estudiantes adolescentes.

No hago caso al miedo injustificado de mi joven cuñado y camino lentamente al adentrarme en la hermosa capilla. Me persigno en acto de respeto ante la sagrada imagen de la Reina de México y distingo al primogénito de los De la Torre sentado en una de las bancas más cercanas al altar; su cabeza escondida entre sus rodillas es una clara expresión de la sensación de derrota que le corroe.

Ocupo un sitio a su lado, en silencio, y me limito a acariciarle la espalda para disminuir su angustia.

—Te he fallado, otra vez.

Habla en apenas un murmullo y la tristeza que se filtra entre sus palabras me agobia.

—No lo hiciste.

—No mientas diciéndome que no estás ni un poquito decepcionada porque no lo conseguí.

Me agacho frente a él y ejerciendo un poco de presión, lo obligo a levantar su cara para poder observarlo de frente.

—Fer, no debes martirizarte por esto. No estaba en tus manos.

—Realmente lo lamento.

—¡Pues deja de hacerlo!

Él mira directamente a mis ojos, tratando de identificar la sinceridad en ellos y supongo que la halla porque abandona su nefasto y absurdo monólogo de culpabilidad.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Detecto un dejo extraño en su entonación, así que inquiero: —¿Qué ocurre?

—¿Por qué lo permitiste?

Quedo anonadada tras tal interrogante:

—¿A qué te refieres?

—Anoche tuve mucho tiempo a solas, probablemente más del que me gustaría —Reconozco el pequeño reproche implícito, mas, pretendo que no tengo la más mínima idea de qué quiere decir con ello. —El punto, es que pensé al respecto y no lo entiendo. Nanda, te he visto defender tus convicciones ante toda clase de personas por temas superfluos y mantenerlas con la cabeza en alto a pesar de la presión. Entonces, siendo algo tan importante para ti, no comprendo cómo dejaste que mi madre tomara el control de nuestra boda. Es indispensable para mí conocer el motivo por el que te sentiste obligada a ceder ante Ingrid de la Torre. ¿Acaso creíste que no contarías con mi respaldo? 

Él luce severamente herido al plantear su hipótesis y yo me apresuro a hacerle saber que está en un error.

—Para nada, amor. Tu apoyo siempre fue incondicional.

—Entonces, ¡dímelo! Necesito una respuesta porque no puedo dejar de pensar que no me esforcé en hacerte sentir lo suficientemente segura para, al menos, contarme lo que estaba sucediendo.

Muerdo con fuerza mi lengua, no puedo creer que haya estado cargando con el remordimiento por mi silencio durante todo este tiempo.

—El problema es que no se trata de ti, cariño. Ni siquiera de tu madre.

—¿Y sobre quién es?

—Sobre mí —Miro al techo porque no estoy segura de poder continuar si sigo expuesta al escrutinio de sus ojos—. Yo… estaba aterrada de las consecuencias.

Sorbo mi nariz con fuerza para inhalar la entereza de la que preciso si realmente quiero abrirme con él acerca de esto.

—Incluso si lo niegas, heredaste mucho de Ingrid —Él está dispuesto a interrumpirme, aunque lo detengo para que me permita terminar—. Y aludo a grandes virtudes. Ambos comparten la fortaleza que requiere defender sus criterios en cualquier escenario y una fiera determinación en la búsqueda de la razón absoluta. Los dos son leales, protectores y condenadamente tercos. Tienen un carácter enérgico que, en oposición, podría simular el choque de dos olas gigantes durante una temible tormenta. Lo que quiero decir, es que una pelea entre ambos sería capaz de ocasionar una fractura irremediable. Y yo no sería capaz de soportar ese peso: la responsabilidad de alejar a un hijo de su madre.

Él permanece callado, está consciente de que me hace falta una pausa antes de proseguir.

—Fer, quedé huérfana cuando tenía quince años. He experimentado de primera mano ese estado apabullante de completa soledad y puedo decirte que es un calvario horroroso. No toleraría ser la razón por la que tu relación con tu madre se quebrara y tuvieras que atravesar algo parecido. Sé que quizás suene exagerada o demasiado dramática, pero no puedo evitarlo. No soy racional en situaciones así. Extraño a mi mamá cada día de mi vida y sería extremadamente infeliz si tuvieras que pagar ese precio por amarme. Solo intentaba llevar la fiesta en paz y convertirme en tu esposa, nunca quise nada más.

Coloco mi mentón sobre sus rodillas y el desliza una de sus manos por mi cabello para luego hablarme con suavidad:

—Escúchame Nanda, quizás estás en lo correcto. Tal vez, lo complicado de mi relación con mamá se deba a que nos parecemos demasiado en algunos aspectos. Sin embargo y óyeme atentamente: ha sido así desde mucho antes de conocernos. Por lo tanto, una ruptura entre nosotros jamás sería por tu causa. Y me refiero a: ¡nunca! ¿Lo entiendes?

Fernando acerca nuestros rostros hasta que nuestras narices chocan la una con la otra.

—Además, odiaría completamente que su cariño de madre controlara mi vida, nuestra vida. No necesito un amor así, es más, no lo quiero. No deseo un afecto maternal que se limite a manipularme para cumplir sus mandatos o mantenerme bajo sus órdenes como si fuera un simple espectador de mi propia vida. Te lo repito, lo que suceda entre Ingrid y yo nunca se deberá a ti. ¿De acuerdo?

Pestañeo con fuerza para controlar las lágrimas que se acumulan en mis ojos y asiento mientras proceso sus palabras.

Ocupo nuevamente mi lugar a su lado en la larga banca de madera barnizada y nos quedamos allí, en medio de un limbo de paz reparadora por algunos minutos. Una manta de mística calma nos arropa y decidimos regocijarnos en esa serenidad divina durante al menos otro rato.

Me encuentro perdida en la deslumbrante estela de luz dorada que se despliega alrededor de la imagen de la virgen cuando, por desgracia, un sacerdote se aproxima a nosotros y esa tranquilidad momentánea se escapa por las cañerías—. Hijos, me temo que cerraremos las puertas del templo muy pronto.

—Lo sentimos, ya nos vamos —respondo en tanto, junto a Fer, nos ponemos de pie. Él asiente y el halo de bondad que lo envuelve me anima a hacerle una petición—. Pero antes, ¿sería posible obtener su bendición? Nos casaremos mañana.

Él padre nos sonríe con dulzura. —¿En serio? Es un paso importante, ¡muchas felicidades! El matrimonio es uno de los sacramentos más bellos que existen.

Se acerca a ambos y traza la señal de la cruz sobre nuestras frentes al mismo tiempo en el que realiza una breve oración por nuestro bienestar.

—Muchas gracias —Estrecho su mano y lo miro a los ojos preocupada cuando noto que tiembla. —¿Se encuentra bien?

—¿Fabiana?

—¿Qué?

Oír el nombre de mi madre saliendo de su boca realmente me desestabiliza.

—No, hija, algo sin importancia. Debo ir a descansar.

Impido su alejamiento al tomar su mano con delicadeza.

—No, usted dijo: “Fabiana” —Con tan solo pronunciarlo me siento al borde de las lágrimas—. Ella frecuentaba esta iglesia durante su juventud. ¿Acaso la recuerda?

—Entonces sí la conoces. —El cura parece muy sorprendido por este descubrimiento—.

—Por supuesto que sí. Ella era mi mamá; murió hace más de una década.

—Vaya, no tenía idea. Supe que ella y Ramón tuvieron un retoño poco después de casarse. Desgraciadamente, luego se mudaron, comenzaron a integrarse a otra parroquia y perdimos el contacto. —El clérigo parece ser fuertemente removido por los recuerdos—. Me acuerdo perfectamente de ambos; tenían una fe inmensa. Además, son la pareja más hermosa que he tenido el gusto de unir en sagrado matrimonio.

—Un momento, ¿usted…? —Percibo un nudo en mi garganta que me dificulta articular palabra alguna, mas, hago un esfuerzo por tragármelo y continuar—. ¿Fue usted quién los casó?

—Lo hice —Asiente en reconocimiento antes de agregar—: Hace casi treinta años.

El señor toma mi rostro y dibuja su contorno con las yemas de sus dedos.

—Eres idéntica a ella.

—Pues, es lo que me gusta pensar.

—Por supuesto que sí. ¡Incluso tienes sus ojos!

Contener mi llanto es ya una tarea imposible así que doy rienda suelta para que toda mi sensibilidad salga a flote.

—La vi crecer y convertirse en una gran mujer. No tienes idea de lo que significa para mí ver que estás bien. Sin embargo, tengo que preguntarlo: ¿qué le sucedió? Era muy joven.

Inspiro con fuerza para controlar mis sollozos y ser capaz de contestar:

—Sí, hm, fue una tragedia…

Lo cierto es que carezco de coraje para volver a revivir lo ocurrido, así que es Fer quien asume la responsabilidad de darle una respuesta más detallada—. Los padres de Nanda fueron víctimas fatales de un robo.

—Oh, ¡qué terrible! Lo lamento tanto, hija. No imagino cuánto debes haber sufrido —Él toma mis manos para transmitirme sus condolencias—. Rezaré por sus almas esta noche.

—Se lo agradeceré mucho, padre.

—¿Y dónde se van a jurar amor eterno?

Tanto Fernando como yo compartimos una mueca insegura frente a la pregunta.

—Bueno, en realidad no tenemos sitio aún. —confieso mordiendo mi labio inferior—.

—Nanda quería casarse aquí, como una manera de sentirse cerca de sus padres…

—… pero la boda será mañana y la fecha está reservada.

—Vaya, es una pena.

—Realmente lo es, sin embargo, prometo venir más seguido. —Ahora soy yo quien estrecha sus manos—. Si no le molesta, me gustaría mucho tener otra plática con usted. Nunca tuve más familia consanguínea y no mantengo contacto con personas tan allegadas a mis padres.

—Será un placer para mí recibirte, pequeña Nanda. Sin embargo, ¿qué harán con su boda?

Dirijo una sonrisa al sacerdote antes de entrelazar mi brazo con el de mi novio.

—No se preocupe, lo arreglaremos.

Estamos dispuesto a retirarnos tal como nos pidió al principio de la conversación cuando, a la mitad del camino hacia la puerta, retiene nuestro avance con un llamado.

—¡Esperen! —Los dos nos giramos en su dirección—. Tengo una eucaristía en la mañana y la hora de la boda agendada es para el mediodía. Si están dispuestos a esperar al menos hasta las cuatro de la tarde, creo que podría oficiarla. Claro, si es este su deseo…

—Nos quedaría el tiempo súper justo, aunque…

—… sería un sueño hecho realidad para mí —nuevamente completo la frase de Fernando, esta vez mucho más esperanzada que la anterior. —No tiene idea de que lo que representaría casarme en el mismo lugar que mamá y papá.

Embargada por una alegría inconmensurable abrazo al cura con temor de asfixiarlo por tanta emoción.

—Gracias, muchas gracias —Estoy pletórica y simplemente no puedo ocultarlo—.

—Oh, será un completo placer, mi dulce niña —Me aparto para volver a juntar nuestras manos—. Ustedes me recuerdan mucho a ellos; percibo vuestra unión tan fuerte como la suya.

Miro a Fer, profundamente conmovida por las palabras del sacerdote y mi prometido besa mi cabello antes de rodearme con sus brazos.

Y por primera vez en los últimos siete meses, tengo la absoluta certeza de que mi boda, será perfecta.

Nota de la autora: Y así damos comienzo a la última etapa de esta historia, chicos.

El próximo será el último capítulo y estoy realmente emocionada por publicarlo, lo que sucederá muy pronto así que les recomiendo que estén atentos ;)

Con mucho amor,

Little Butterfly <3

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