09. «Mapa hacia un Rubí»
Rigo y yo nos miramos confundidos y me dirijo al nuevo interlocutor.
—¿Podría saber su nombre, señor?
Si no fuera por el inusual contexto de su introducción, sin lugar a dudas me hubiera quedado azorada por la impactante belleza del hombre frente a mí.
Su cabello castaño cae en flecos desordenados que enmarcan un rostro muy masculino. Sus facciones marcadas debelan un mentón cuadrado, nariz perfilada, labios gruesos y unas cejas tupidas que son el telón ideal para un par de hechizantes ojos chocolate. En resumen, es atractivo. Muy atractivo.
Aunque eso no resta que también es muy raro.
—Claro, Fernando.
Él extiende su mano y yo digo mi nombre en medio de un trance—: Fernanda.
Ambos reímos por la curiosa coincidencia—. ¿Es en serio?
Yo solo me encojo de hombros un poco apenada, pues su risa, aunada a todo lo demás que he visto de él hasta el momento, es peligrosamente atrapante.
—¿La señorita ya te aclaró el camino, Rigo?
—Sí, hermano. Ya me voy. Gracias, Nanda
Yo asiento distraídamente hacia el chico (o futuro cuñado) para volver a concentrarme en su encantador hermano mayor.
Muerdo con fuerza mi labio inferior al sentir una potente corriente eléctrica recorriendo cada una de mis terminaciones nerviosas.
¿Saben qué es lo más extraño? Me fascina.
…
De vuelta al presente…
Sí, fue súper raro, sin embargo, no por ello menos romántico. Quince minutos después admitió que no tenía la costumbre de ir por allí pidiendo citas a desconocidas pero que al verme había sentido una vibración tan poderosa removiendo su pecho que no podía dejar pasar la oportunidad, que una llama se había encendido en su interior y clamaba por verme otra vez, como si le urgiese garantizar un próximo encuentro entre nosotros.
—Por Dios, ¡no sabía ni tu nombre! Actuaste como un completo maniático.
Y a pesar de que secretamente me haya encantado la forma en que sucedió nuestro primer encuentro, también me encanta pincharlo al respecto.
—Pues aceptaste la cita con este maniático, ¿o no? —Él levanta una ceja y cruza los brazos frente a su torso—.
Decido que han sido suficientes bromas sobre el asunto por hoy:
—Es que estabas irresistiblemente guapo. De pronto, la posibilidad de ser secuestrada y posteriormente descuartizada no era mi mayor preocupación.
—Sí lo era —refuta Fer con una sonrisilla diabólica de quien acaba de hacer un descubrimiento que podría utilizar a su favor—. De lo contrario, Bianca y Alondra no nos hubieran seguido.
Abro los ojos a tope y siento que moriré de tanta pena—. ¿Te diste cuenta?
Después de contarles a mis mejores amigas el modo en que había conocido al chico con el que saldría, ellas no se fiaron en lo absoluto e insistieron en acompañarme. En cuanto les dejé en claro que aquello sería inadmisible, nos espiaron durante todo el día. Por supuesto, también se llevaron una merecida reprimenda cuando regresé.
Tras tanto tiempo, guardaba la esperanza de que no se hubiera percatado de ellas, mas, tampoco es que mis amigas tuvieran mucha habilidad para esconderse con facilidad, disimular, o algo que se le parezca.
—Por supuesto, era imposible no hacerlo. Lo confirmé cuando me las presentaste formalmente. Además, es la única explicación lógica de por qué no le atinabas a la pelota cuando jugábamos squash.
—En realidad, sí tengo pésima coordinación —admito rascándome la nuca. Mi falta de destreza en ese ámbito no es totalmente culpa del dúo de “experimentadas agentes secretas”—.
—Lo sé, aunque definitivamente empeoró por estarlas vigilando. Hemos jugado en otras ocasiones desde entonces, no eres tan mala. ¡Ese día incluso te pegaste en la cara con la raqueta!
Es su turno para mofarse de mí y hago una cara de enojo mientras pongo mis rodillas contra mi pecho.
—Bianca iba con un palo de golf, dispuesta a todo. ¡Discúlpame si estaba ocupada velando por tu integridad física!
—No hace falta que lo menciones. Si no corro hasta acá, era capaz de agarrar una sombrilla y sospecho que no para acariciarme con ella.
Río porque no me había fijado en ese detalle—. Es increíble que sea enfermera.
—¡Es impensable! Tiene demasiada disposición a la violencia física para su profesión —Ambos soltamos un par de carcajadas por las tendencias poco pacifistas de mi amiga y él mira la estancia con reconocimiento—. Siempre me gustó este sitio, percibo muy buenas vibras cada vez que estoy aquí.
—Sí, guardo bonitos recuerdos de mi tiempo acá.
—Sin embargo, me gusta mucho más tenerte en casa. ¿Recuerdas la mudanza?
Palmeo mi rostro frente a la horrible memoria que acaba de traer a mi cabeza.
—Por favor, no lo hagas. ¡Fue un caos! —En su momento, creí que tal nivel de desorden monumental me produciría alopecia—.
—Y no hablemos del susto que me hiciste pasar.
Tardo unos instantes en descifrar a qué se refiere y cuando me acuerdo, estallo en risas. —Oh, esa fue la cereza del pastel.
…
Año y medio atrás…
Me siento al borde de un colapso nervioso al ver nuestras pertenencias desparramadas por todas partes y miro al techo en busca de paciencia y estabilidad mental. Ni siquiera sé por dónde empezar a arreglar este descomunal desastre.
—Tranquila, voy a ayudarte —Con un beso en la frente, mi novio y yo comenzamos a organizar un poco—.
Tres horas más tarde, al menos la mitad de mi ropa está ya acomodada en el armario, la cocina es relativamente funcional y la sala está, en su mayoría, despejada.
Regreso al living y veo a Fer tirado en el sofá, encendiendo la tele recién instalada.
Caigo de bruces junto a él y acaricio mi abdomen al escuchar mis tripas sonar. «Rezo porque el repartidor de pizza llegue cuanto antes.» —Espero que pronto tengamos un tercer integrante.
«Cuando era niña, siempre quise tener un perro salchicha. Son adorables.»
Escucho el sonido sordo del control remoto tras su impacto con el piso y me asusto al ver a mi novio congelado en su lugar.
—¿Fernando?
…
Y en la actualidad…
No puedo parar de reírme mientras Fer me avienta un cojín a la cara.
—Te juro que no fue intencional. Si no hubieses reaccionado así, ni siquiera me hubiera dado cuenta de que era posible malinterpretar lo que dije. Por Dios, solo hablaba de adoptar una mascota.
—Claro, claro, elige ser precisa cuando salga de cuidados intensivos después de mi cirugía por el paro cardíaco que me provocaste. Además, ese gesto en tu estómago era completamente innecesario.
—¡Tenía hambre! ¿Qué querías que hiciera? —Un cómodo silencio se abre paso entre nosotros y el hechizante resplandor del rubí en mi dedo me impulsa a hacer una pregunta difícil—. ¿Quieres que te lo devuelva?
Él me mira con expresión grave al escucharme:
—Lee la inscripción.
Retiro la magnífica sortija de oro que ocupa mi dedo anular y compruebo el reluciente grabado de la palabra “sempiterno” en el área interior.
—¿Sabes lo que significa?
—Que durará por siempre; pues, habiendo tenido principio, no tendrá fin —recito al pie de la letra el concepto que ha venido rondando mi cabeza desde el día en que descubrí el relieve—.
Él me muestra su alianza con la misma impresión en ella—. Es una forma de decir “perpetuo” y es la palabra perfecta para describir nuestro amor.
Fer une nuestros anillos, mostrándome la hermosa pieza que crean en conjunto. Él suyo no cuenta con la misma gema preciosa que el mío, en cambio, posee la silueta del corazón. Por lo que, superpuestos el uno sobre el otro, exhiben una enorme figura del mayor símbolo del amor, en rojo y dorado.
—Nanda, no soportaré que vuelvas a sugerir que lo quiero de vuelta, porque esta sortija es tuya tanto como lo es mi corazón y siempre lo será. ¿Recuerdas cuando te la di?
Esbozo una sonrisa de añoranza. Ese fue un lindo día.
—Cómo olvidarlo.
…
Siete meses atrás…
—Si este no es el paraíso, ¡el verdadero debe parecérsele mucho!
A Fer le divierte mi exagerada comparación—. Sí, es un deleite para cualquiera.
Me duelen las mejillas de tanto sonreír, mas es imposible dejar de hacerlo cuando estás frente a El Arco, una maravilla esculpida por el mar.
Quedo embobada por la majestuosidad de la imponente formación rocosa tanto como lo estaría ante una gran escultura creada por un artista reconocido en una galería. Y es que, esta es definitivamente una colosal obra de arte, cuyo toque más especial radica en que posee la firma de la naturaleza, un hecho que la hace incluso más increíble.
Mi novio continúa al mando del yate y yo sigo perdida en el precioso cuadro frente a nosotros. El ocaso, que ya es de por sí un momento mágico, adopta un nuevo sentido de grandeza al ser admirado desde un lugar tan idílico como Los Cabos.
La pálida tonalidad naranja oculta entre las nubes durante la puesta del sol, se mezcla con el profundo azul del océano y crea una paleta de tonos cálidos indescriptibles que solo podrían ser captados por el ojo humano, por lo que decido impregnarme de él para guardar cada pequeño detalle en mi memoria.
Respiro el agradable aire salado antes de girarme en dirección a Fer, quien dirige el timón.
—¿No es un poco tarde para continuar navegando? Tal vez deberíamos volver rumbo al hotel.
Pronto será completamente oscuro y he leído que la marea es peligrosa en esta zona.
—Hoy no dormiremos en el hotel —Mi pedido de una explicación más extendida debe haber estado escrito en mi cara—. Tengo una sorpresa para ti.
Como conozco de primera mano lo impenetrable que es Fernando cuando quiere mantener algo en secreto, me encojo de hombros confiando ciegamente en su juicio. Es mi primera visita a este importante destino turístico y mi novio me ha prometido que la haría memorable para mí.
Cerca de media hora después, diviso una isla remota y desolada inusitadamente iluminada.
—Fer, ¿qué es eso?
—Bienvenida a la isla Nanda.
Me apresuro a corregir el evidente error en su pronunciación:
—Habrás querido decir: bienvenida a esta isla, Nanda.
—Nop, estoy bastante seguro de que Nanda es el nombre de la isla. Sobre todo, porque fui yo quien se lo puso.
Pestañeo repetidamente para comprobar el correcto funcionamiento de mi cerebro.
—¿Estás bromeando?
—Hice un buen negocio.
—¿Hay una isla… llamada igual que yo?
—Desde hace casi una semana, sí, la hay.
El impacto de la noticia me pasa factura dejándome estática en mi sitio, para cuando soy capaz de reaccionar, Fer ya está lanzando el ancla y bajando una balsa para acercarnos hasta tierra firme.
Es ahí que por fin retomo el control de mi cuerpo y corro hacia él a tan alta velocidad que apenas puede sostenerme a tiempo.
—Es un gesto precioso, aunque, sabes bien que no puedo aceptarlo.
—Pues lo harás, es tu regalo de Navidad ultra adelantado y ya quedamos en que podría excederme cuanto quisiera en nombre del niño Jesús.
Niego y sonrío por su argumento.
—Esto es simplemente demasiado, Fer.
—Y es muy curioso porque, incluso así, no alcanza las dimensiones de mi amor por ti.
Presiono mi boca contra la suya con profundidad, tratando de transmitirle al menos una diminuta fracción de todo lo que siento por él.
—Te amo.
—Yo más.
Una pequeña discusión (que es rápidamente resuelta con un par de besos) se desata a la hora de remar hasta allá. Él insiste en que puede hacerlo solo y yo en ayudarlo; al final, resultamos un buen equipo. Incluso podríamos competir profesionalmente.
Diez minutos más tarde, estamos oficialmente en la Isla Nanda y observo derretida el hermoso camino de velas que señala una linda cabaña un poco más lejos.
—En realidad, no somos los primeros en pisarla. Algunos empleados tuvieron que venir antes para construir la casa y prepararlo todo para nosotros, mas, nadie tiene por qué saberlo.
Yo río de tanta felicidad hasta que me duele la panza y reparto besos por toda su cara.
—Es preciosa.
—Tal cual la dueña.
No puedo ocultar la radiante sonrisa que surca mi rostro y, a pesar de que la temperatura está descendiendo rápidamente con la llegada de la noche, la calidez que nace de mi pecho no me permite ser consciente del frío.
Doy media vuelta para contemplar nuevamente el sendero marcado por las velas cuando me percato de otro detalle.
—¿Estoy alucinando o forman un corazón?
—¿Quieres ir a averiguarlo?
Me quito las sandalias para sentir la arena bajo mis pies en tanto me desplazo hacia la figura que no resulta ser producto de mi imaginación. Parada en el centro, compruebo que sí: son corazones.
Giro hacia el lado opuesto, donde hallo a Fer hincado en una rodilla y mirándome.
—¿Qué estás haciendo allí?
Está ubicado precisamente en el punto medio de otro corazón de velas y sostiene una pequeña caja, forrada con terciopelo rojo.
—Fernanda Cabral, ¿me harías el inmenso honor de permitirme convertirme en tu esposo?
Siento el aire escapar de mis pulmones repentinamente y mi respiración entrecortarse como consecuencia; mis pulsaciones desafiando las leyes de la física.
—Tú… tú estás…
Mis ojos se cristalizan enseguida debido a la emoción del momento.
—Lo estoy.
Me acerco hasta él, lentamente, procesándolo, y caigo arrodillada cuando la fuerza imperiosa de todos los sentimientos arremolinados en mi pecho me debilita. Él abre la caja y el precioso anillo escondido en la ranura llama indudablemente mi atención.
—Sé que quizá no sea tan despampanante como esperabas, sin embargo…
—¿De qué estás hablando, Fer? Es perfecto.
El brillante rubí diestramente cincelado para tomar la forma de un corazón y el fino aro de oro que lo recubre me encandilan y atrapan en un instante.
—Es sencillamente cursi, justo como nosotros —Él ríe conmigo en medio de mis lágrimas—. Lo amé, casi tanto como te amo a ti y apenas la mitad de lo que amaré ser tu esposa.
Un río de lágrimas cae de mis ojos mientras choco mi frente contra la suya. Él coloca la sortija en mi mano y no espero un segundo más para lanzarme a besarlo, con la isla Nanda como testigo.
…
De regreso al presente…
—Continúo deseando lo mismo que esa noche —Fer toma mi mano y besa mis nudillos uno por uno—. Y que esta vez, nuestra boda sea a nuestra manera —Lleva mi mano a su corazón y la atesora entre las suyas—. Así que, ¿aceptarías casarte conmigo?
Parece que llorar como las cataratas del Niágara en los momentos más importantes es el sello de mi vida:
—Siempre.
Nota de la autora: ¡Oh, dulce reconciliación! Espero que les haya gustado <3
¡Nos vemos en el siguiente capítulo!
Little Butterfly
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