08. «Charla a Corazón Abierto»
Si me pidieran describir mi estado en este instante, solo tendría una respuesta: completamente perdida en el tiempo.
Las últimas horas han transcurrido empañadas entre lágrimas saladas, terribles sollozos y demasiado dolor. Sin olvidar esta horrible sensación de agonía que oprime mi pecho y apenas me permite respirar.
Soñé que este día podría acabar de muchas maneras; nunca así.
Me siento tan desorientada que es una gran sorpresa cuando compruebo, gracias a una ventana, que ya está anocheciendo.
Mi garganta arde como el infierno y mis ojos pesan mucho más de lo habitual después de tanto tiempo llorando como una regadera. E incluso así, sé que no he terminado de descargar todo lo que llevo dentro, ese revoltijo de emociones que aún sacude y agita mi interior lo anuncia a gritos.
No había vuelto a experimentar este grado de conmoción desde el día en que hallé los cuerpos sin vida de mis padres.
Mis pensamientos son una bruma tan densa que exprimen mi cerebro mientras mis emociones son tan intensas que hacen lo mismo con mi corazón, llegando a un punto en el que me siento físicamente enferma.
El sonido de unas llaves abriendo con éxito la puerta principal interfiere en mis cavilaciones. En vano intento recomponerme al reconocer las sombras de Bianca y Alondra entre la penumbra de la sala de estar.
—¿Nanda? —comprueba mi ex dama de honor al encender la lámpara en el techo una vez localiza el interruptor.
No es para asombrarse que me hayan encontrado; después de todo, viven aquí. De hecho, las esperaba desde hace horas, lo inaudito es que hayan tardado tanto en regresar luego del indiscutible fiasco de mi boda.
—Vaya, miren lo que trajo la corriente…
Sonrío internamente por las palabras de Bianca. Sin importar lo delicado de las circunstancias, ese hilarante sentido del humor suyo no es algo que pueda ocultar.
—Aún guardan la llave bajo la alfombra.
Me encojo de hombros, asumiendo la culpa por mi intromisión de la forma más simpática que encuentro. Aunque mi aspecto debe delatar la situación de miseria total que estoy atravesando. Y si mi apariencia no lo hace, les aseguro que mi voz, anormalmente ronca, (tanto que no parece humana) lo hará sin lugar a dudas.
—Por supuesto, fue tu idea. ¿De qué otro modo recordaríamos que Nanda Cabral vivió aquí?
La añoranza de esos tiempos en que compartíamos este antiguo departamento mientras estudiábamos en la universidad me embarga y desborda de una manera arrolladora. Así que, nuevamente, empiezo a llorar como una magdalena al mismo tiempo en que mis mejores amigas se acomodan junto a mí en el suelo para consolarme.
…
Ha pasado un buen rato desde mi última sesión de llanto liberador. Tanto así que incluso he tenido cabeza para tomar una ducha y deshacerme de ese condenado vestido. No sé con certeza qué haré con él, mas tengo claro que es lo último que quiero ver en este instante. Me visto con unos jeans y una blusa sencilla, algunas de las pocas prendas que quedaron aquí luego de mudarme.
Alondra me obliga a comer casi a punta de pistola, ya he descubierto cómo maneja a sus alumnos de secundaria y debo añadir que no sabía que ella podía dar tanto miedo. Ciertamente, no tengo apetito, y a pesar de los consecutivos mordiscos forzados a mi burrito, lo que debería ser un delicioso manjar, en realidad me sabe a cenizas.
El timbre resuena por todo el apartamento y traduzco el sonido como mi campana de salvación. Intento pararme y huir hacia a la salida con la débil excusa de no dejar esperando a la visita, sin embargo, mi mejor amiga me lo prohíbe con una sola mirada. «Dios, debe ser la maestra más respetada en esa escuela…»
—Ni se te ocurra.
Atrapada y con una extraña vergüenza por el “regaño”, vuelvo la vista a mi plato.
—¿Nadie va a dignarse a abrir?
Estoy tentada a reír cuando escucho a Bianca chillar hastiada por el insistente llamado en la entrada.
—Ve tú —le ordena Alondra con una voz de mando que no había oído jamás. Esta faceta autoritaria suya me está poniendo los pelos de punta—. Intento asegurarme de que no tengas que atender a Nanda por inanición en tu próximo turno en el hospital.
—Vale —La enfermera camina con expresión iracunda y temo por la vida de quien esté esperando al otro lado. —¿Qué haces tú aquí?
—¡Necesito verla!
Reconozco la voz de mi ex prometido al momento y alabo mentalmente a Bianca cuando lo empuja con rabia de regreso al pasillo. «Esa es mi amiga.»
—Una pena que no hayas dicho la respuesta correcta a la pregunta del padre hace unas horas.
Bianca demuestra ser una buena contrincante, pues retiene a Fer durante unos cuantos minutos antes de que él logre escabullirse y llegar a la cocina en una carrera sin comparación. Por supuesto, con mi amiga y sus inmensas ganas de aniquilarlo siguiéndolo desde muy cerquita.
—Intenté detenerlo, Nanda. Pero este…
—Saldremos —De sopetón, Alondra prácticamente se teletransporta y toma su bolso, trayendo consigo el de su compañera de piso. Yo apenas soy capaz de procesar lo que sucede a mi alrededor—. Creemos que tienen bastante sobre lo que conversar. Así que, quedan en su casa.
Mi exnovio continúa afectado por la corrida y yo estoy demasiado en shock para decir cualquier cosa, no obstante, nada de eso es problema para la habitante más ruda de este departamento, quien no demora en rebatirle.
—¿Qué? ¿Enloqueciste? Habla por ti. Este patán de quinta le rompió el corazón a nuestra Fernanda. No hay manera de que la deje a solas con él.
—Habrá descuentos hasta medianoche en tu tienda favorita.
—¿Cómo es que no lo habías dicho antes, Alondra? He perdido horas de oferta por tu culpa —¿Y ahora Bianca luce histérica por una obvia mentira?
«¿Qué diablos pasa aquí?» De pronto, es como si me hubiera trasladado a alguna escena estrafalaria sacada de un programa de comedia de los 90’s.
La loca por las rebajas comienza a vernos a Fernando y a mí alternadamente antes de morder una de sus uñas con culpa.
—Lo siento, Nanda, debemos irnos. Solo pretende oír toda la basura que este inepto tenga para decir y llama si necesitas ayuda para echarlo a patadas. Lo haré encantada —Esta vez ella es la receptora de la mirada fulminante de Alondra—. ¿Qué? Tengo derecho a ser desagradable y maleducada cuanto guste. Dejó a nuestra amiga en el altar, no voy a fiarme de él.
La otra se limita a poner sus ojos en blanco antes de apresurarla para salir y cerrar la puerta.
Una espesa nube de incómodo silencio recubre la cocina. No estoy dispuesta a ser la primera en hablar así que simplemente me dedico a terminar de comer para después lavar mi plato, como si la persona que más me ha lastimado en la vida no estuviera justo ahí.
—Bianca está en un error, no te abandoné en el altar.
Lo veo a los ojos, incrédula ante sus palabras y sacudo la húmeda toalla en mis manos (esa que he estado utilizando para secar los utensilios) antes de mirar al techo y sonreír amargamente.
—De hecho, creo que lo que hiciste encuadra perfectamente en la definición de “abandonar en el altar”. Estoy segura de que los casi mil invitados estarán de acuerdo conmigo.
Lo esquivo y voy hacia la sala en cuanto siento mis lágrimas regresar. «¿Cómo es que todavía no me he deshidratado?»
Tal y como era de esperarse, él va detrás de mí. —Nanda yo…
—¿Por qué lo hiciste? Si no estabas seguro de dar este paso, podrías habérmelo dicho con antelación —Me dejo caer en el sofá mientras le exijo respuestas—. ¡Tuviste meses para pensarlo! Sin embargo, elegiste el momento exacto para que fuera más humillante.
Realmente, esto va mucho más allá de mi orgullo herido. No obstante, es preferible concentrarme en el reclamo indignado exigido por mi ego herido, que escuchar a mi corazón lastimado, cuyo único deseo es largarse a llorar hasta que me quede dormida y pueda olvidar esta maldita pesadilla por unas horas.
—No era obligatorio esperar hasta el día de nuestra boda, ¿sabías?
Una cascada de lágrimas le hace compañía a mi voz quebrada y él se acomoda a mi lado lentamente.
—Es que esa no era nuestra boda, corazón —Yo comienzo a negar con mi cabeza frente a sus absurdas palabras y él me sujeta de las mejillas para que lo mire a los ojos a pesar de que tengo la vista nublada—. Nanda, no lo era. No había nada de lo que me contaste el día en que te propuse matrimonio. Hablaste de una ceremonia pequeña y acogedora donde ambos nos sintiéramos cómodos y pudiéramos profesar nuestro amor sin rumores de farándula o prensa amarillista. Me hiciste imaginar tu vestido, uno largo y de encaje blanco junto a tu cabello suelto. Y lo más importante, me prometiste que, sin importar el resto, se trataría de nosotros, de ti y de mí, Nanda, de nuestro amor.
Él seca mi rostro con las yemas de sus dedos—. Es por eso que estoy seguro de que hoy, no era nuestra boda. Solo otro de los multitudinarios y elegantes eventos de Ingrid de la Torre, ¿entiendes? No podía permitir que se saliera con la suya a nuestra costa.
—Tu madre no tiene la culpa —Fer suelta un suspiro diciendo: “Oh, ¡vamos! No seas ingenua, cariño”—. Hablo en serio, no la tiene. Al menos, no enteramente.
Seamos honestos: yo no luché como debía haberlo hecho. Me rendí y cedí demasiado rápido frente a la presión, dejándome llevar por la corriente de las opiniones externas mientras simultáneamente flagelaba y desvalorizaba mi propio criterio sobre el que debía haber sido mi día especial.
—Lo sé, yo también merezco parte de la culpa.
—No, tú estabas muy ocupado en la empresa. Fue mi responsabilidad, yo te propuse hacerme cargo de todo.
—Y lo permití, sabiendo lo difícil que sería para ti, dejé que llevaras sola todo el peso. Estuve mal.
Ambos apoyamos nuestras cabezas en el respaldo del mueble mientras el juguetea con mis manos sobre su regazo.
—¿Te acuerdas del día en que nos conocimos?
Río automáticamente cuando el recuerdo invade mi mente. —Por supuesto, ¿cómo podría olvidarlo? Creí que eras un demente que había logrado huir de un manicomio.
—¡Hey! No seas mala. Sé que no te abordé de la forma tradicional, pero…
—¿“Forma tradicional” dices? ¡No te había visto en la vida Fernando! Y lo primero que hiciste, fue invitarme a salir.
Me desternillo a carcajadas como suele suceder cada vez que rememoramos nuestro primer encuentro. Fer coloca un cojín en su cara, fastidiado porque, amén de los años que han pasado desde entonces, continúa muriéndose de vergüenza por su actitud.
…
Tres años antes…
Rezo por el alma y la paz mental de Alondra cuando veo a los chiquillos que va a tener que educar haciendo de las suyas en el patio durante el recreo. Me apresuro a salir del colegio y localizo a un muchacho fuera de la valla que parece no saber ni dónde está parado.
—¿Necesitas ayuda?
Él hace una mueca incómoda—. ¿Lo parece?
Lo veo con lástima antes de contestarle con suma honestidad—. Chico, luces más perdido que un piojo en un peluche.
El adolescente se relaja mientras ríe con soltura en tanto yo continúo procesando mis propias palabras. «Estoy pasando demasiado tiempo con Bianca», concluyo.
—Eres muy simpática.
En realidad, creo que lo que acabo de decir es la mayor burrada que ha salido de mi boca en toda mi existencia, mas, si a él le divierte, no pienso contradecirlo—. Si tú lo dices…
El joven, quien acaba de presentarse como Rigoberto, me pide que le indique cómo llegar a la oficina del director, pues es nuevo en el colegio (algo que ya sabía) y necesita reunirse con él para ajustar los detalles finales de su inscripción. Comienzo a explicarle el recorrido y es allí cuando una voz, que francamente, no sé de dónde vino, interviene:
—¿Saldrías en una cita conmigo?
Nota de la autora: Estoy de vuelta y muy pronto subiré el próximo capítulo ;)
¡Hasta dentro de un rato!
Little Butterfly
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