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05. «La Boda se Acerca»

—Sé que terminaste aceptando muchos de los arreglos que hicimos con anterioridad bajo mi imposición, pero ahora podemos cancelar todo y hacerlo a tu manera.

Le sonrío suavemente a Ingrid—. Aprecio su intención, aunque desgraciadamente no va a ser posible. No tenemos tiempo para organizarlo todo de nuevo.

—¿Qué? Claro que lo tendremos. Debemos retrasar la boda para que Fer logre recuperarse por completo. Podemos aprovecharlo para hacer otros preparativos. Si administramos correctamente el tiempo a nuestra disposición, te aseguro que estaremos listas para la nueva fecha que elijan.

—Sí, yo también pensé en eso. Salvo que el doctor Alfonso dijo que Fer debería estar recuperado para entonces, por lo que no habrá excusa para retrasar nada. Además, ya conoce a su hijo, es un terco con diploma. Me aseguró que no importaba si su cuerpo cooperaba o no, él iba a estar recuperado sí o sí.

Ella ríe cortamente por la actitud intransigente de su primogénito e intenta avivar mis esperanzas—. Igualmente tendríamos un mes. Creo que es suficiente para…

—Las invitaciones han sido enviadas y la mayoría ha confirmado su asistencia. Además, no podemos cancelar la organización de casi seis meses e intentar hacer lo mismo en uno. Sería demasiado riesgoso.

—Entonces, ¿estás de acuerdo en dejarlo todo tal y como está? —Ella me dedica una mueca sumida en la vergüenza—. Tú, tenías tantas ideas y planes y yo…

Me levanto de la mesa reuniendo la poca fuerza que me queda (estoy tan exhausta emocionalmente que apenas puedo razonar con claridad) y palmeo su hombro para disipar la culpa en su semblante—. Como ya le dije a su hijo, lo único imprescindible en mi boda es él y nada más. Tengo la certeza de que estará allí y es todo lo que necesito para ser feliz.

Ella baja la mirada, sintiéndose responsable por mi falta de ambición teniendo en cuenta que se trata de mi propia boda y del que debería ser el mejor día de mi vida.

Hace aproximadamente medio año estaba tan feliz y entusiasmada y ahora me siento tan indiferente hacia lo que sea que suceda. Supongo que Ingrid se avergüenza del conformismo al que se ha visto reducida mi deslumbrante excitación para mantenerme a flote.

Ahora mismo, mi único deseo es casarme con Fernando de la Torre.

«Ya nada más importa.» Con esa idea en mente, tiro mi vaso de café vacío en un tacho de basura y voy hacia la habitación de mi prometido.

—Hogar, dulce hogar.

Empujo la silla de ruedas hasta el recibidor y Fer salta como un resorte mientras recibe una mala mirada de mi parte.

—¿Qué? Acordamos que me mantendría quieto en esa cosa solamente hasta llegar a casa y cumplí mi parte —Agravo aún más mi ceño fruncido—. ¡Vamos, amor! No me mires así. Sabes que la detesto, me hace sentir inútil.

Ruedo los ojos con un leve hastío por su comportamiento infantil y quejumbroso—. Es por tu bienestar y seguridad.

—Lo sé, lo sé. Tal parece que es tu nuevo lema —Esta vez es él quien pone sus ojos en blanco—. No has parado de repetirlo desde que puse un pie fuera del hospital. Corrección, una rueda, porque me vienes arrastrando en esa silla desde entonces. Sin embargo y como bien podrás confirmar, soy capaz de caminar perfectamente.

Lo observo mientras se pavonea como si no acabara de recibir el alta médica después de casi sufrir un choque anafiláctico. Incluso realiza una vistosa vuelta sobre la punta de sus zapatos como si estuviéramos en una pista de baile.

Yo intento contener mi risa para no animar su actitud irresponsable, pero cuando pasa a hacer el moonwalk (ya saben, el famoso paso de Michael Jackson) no puedo retener un estridente torrente de carcajadas.

—¿Pasarás la tarde conmigo? —cuestiona mi novio dejando a un lado sus “pasos prohibidos”, según él por temor a enamorarme aún más.

—No tenía previsto que salieras del hospital hasta mañana y había agendado mi última prueba de vestuario. Aunque le diré a tu madre que reprograme la cita para mañana y listo. Así podremos pasar algo de tiempo juntos en un sitio que no apeste a gel antiséptico.

Él hace una mueca de acuerdo conmigo, también odia ese aroma tan típico de los centros sanitarios, para después negar ante mi cambio de planes—. No, ni lo sueñes. No puedes retrasar algo tan importante.

—Amor, es solo un vestido —Coloco mis manos en sus hombros para convencerlo de que en realidad no es ninguna urgencia.

—No me quieras engañar con ese tonito condescendiente, Fernanda Cabral —Alzo una ceja por su regaño mientras me río por la extraña situación—. Estoy al tanto de la trascendencia que tiene para las mujeres el vestido de novia y sé que has estado soñando con él desde hace tiempo, no pienso separarlos. Para mí no es tan importante, te verías guapa con cualquier harapo. Sin embargo, confieso que quiero que esté perfecto para nuestro día especial.

Él envuelve mi cintura con sus manos y yo rozo nuestras narices.

—¿Sí? ¿Y a qué se debe ese interés tan particular, Fernando de la Torre?

Mi prometido se acerca todavía más, hasta hablar sobre mi boca—. Pues, verás, de ese modo será mucho más satisfactorio para mí cuando te lo arranque en nuestra noche de bodas.

Niego con la cabeza y muerdo mi labio inferior por su ardiente admisión antes de apartarme para cortar el apasionado momento y volver a mostrarme reservada y reticente respecto a dejarlo solo cuando apenas ha vuelto a casa después de aproximadamente tres semanas en el hospital.

—¿Estás seguro? Cancelarlo no hará la diferencia. Él y yo podremos seguirnos viendo a tus espaldas mañana a primera hora.

Él ríe a carcajada limpia—. Ve, cariño. Estaré a salvo y te prometo que no haré disparates —Lo observo suspicaz y me mira ofendido—. ¡Acabo de prometértelo! ¿Quieres que te lo jure por el meñique?

Ambos compartimos un par de risas y él se acerca a mí para depositar un suave beso en mis labios—. Te amo.

—No más de lo que yo te amo.

—¿Qué buscas?

La prueba ha terminado y mi vestido está listo para el casamiento la próxima semana.

Igualmente, me sorprendo al encontrarme buscando inconscientemente entre los percheros al “ideal”. Sí, no supero mi flechazo.

Es extraño, luego de la broma de Fer siento que le estoy poniendo los cuernos a mi vestido. Río internamente por semejante tontería. Fernando y yo podemos llegar a parecer unos niños.

—La última vez había un vestido del que me enamoré —le confieso a Ingrid—.

Ya no tengo nada que perder.

—¿En serio? —Asiento mientras continuo repasando los vestidos en exhibición de manera infructífera—. ¿Por qué no lo mencionaste antes? El vestido no afecta ningún otro preparativo y debes sentirte cien por ciento segura con él. ¡Vamos a buscarlo!

Casi media hora después y luego de revisar la tienda, pieza por pieza, nos damos por vencidas. Definitivamente debe haber sido vendido. «Chica afortunada su compradora.»

—En verdad lo lamento, todo es mi culpa. ¡Cómo me gustaría poder recompensártelo!

—Descuida Ingrid, el que usaré también es muy bonito.

—¡Pero no es tu vestido! Se supone que fuese el único aspecto en el que no intervendría. Sé lo que es casarte y enfrentar todas esas miradas con algo con lo que no te sientes cómoda. Yo lo pasé y fue lo peor. Solo que vi este, y no pude evitarlo porque a mí me hubiese encantado usar algo parecido. A fin de cuentas, acabé presionándote. Lo siento mucho.

—Todo está bien —digo para convencerla y de paso, convencerme a mí misma.

Aunque, no creo que mi corazón partido esté de acuerdo.


Nota de la autora: Ay, ya falta nada para el gran día...

Pronto verán lo que tengo preparado ;)

¡Nos vemos en el próximo capítulo!

Little Butterfly

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