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04. «Ingrid Vázquez»

El llanto ha cesado, aunque mi rostro continúa húmedo tras tanto llorar.

Fer ha vuelto a caer en la inconsciencia (un efecto secundario natural de los medicamentos que han estado proporcionándole, según la enfermera a su cuidado) y se me ha permitido quedarme a su lado.

Velo su pacífico sueño mientras lucho por calmar a mi propio y agitado corazón que insiste en no abandonar su estado de alerta. Las últimas horas fueron una completa tortura y mi organismo no termina de procesar que la tormenta ha pasado. Aún siento el pánico corriendo por mis venas, con ese temor latente y desgarrador de perderlo e incluso en este momento, en el que lo tengo justo frente a mí, la bruma de terror instalada en mi pecho persiste en que se desvanecerá en cualquier instante.

Intento contener ese sobresalto que sigue punzando mi abdomen y tomo su mano como prueba de su presencia aquí para por fin tranquilizarme. Acaricio ligeramente sus nudillos a la par que respiro horondamente, como si hubiese vuelto a la vida.

El bajo chirrido de la puerta de la habitación siendo abierta despierta nuevamente mis sentidos adormecidos por el shock y levanto la cabeza para enfrentar al intruso. Al corroborar que es solo la señora Ingrid, vuelvo a bajar la guardia.

—Si viene con el propósito de insultarme es mejor que salgamos —me dirijo a ella en el menor volumen posible—. No querrá perturbar su descanso, es un factor importante para su recuperación.

—En lo absoluto. Solo quería pasar a verlo un momento. Mi instinto maternal continuaba inquieto, aunque estoy consciente de que lo cuidarás con dedicación.

Una pequeña sonrisa amarga se apodera de mi rostro y me concentro en la mano de mi prometido entre las mías para no perder los papeles—. ¿Está segura? Porque su escándalo de hace un rato no evidencia el mismo criterio.

—Estaba alterada.

—Sí, por mi llanto descontrolado creo que yo también lo estaba. No obstante, no me abalancé sobre nadie, ni grité improperios porque sé respetar el dolor ajeno y manejar mis emociones para no herir a nadie.

—Nanda yo…

—Fernanda para usted, ese es mi nombre. “Nanda”, es solo para aquellas personas que me quieren y respetan y usted no forma parte de esa lista —finalmente la encaro—.

Podría haber continuado soportando cualquier actitud negativa suya como hasta este momento, excepto por su abominable acusación en la sala de espera. Esa, fue la gota que colmó el vaso de mi tolerancia, porque en ella patentó que me creería capaz de atreverme a lastimar a Fer y eso es simplemente imperdonable para mí.

—Mire, he tolerado bajezas innombrables porque es la madre del hombre que amo y como tal, le debo respeto. Sin embargo, no permitiré que continúe pisoteándome. Yo jamás he actuado en su contra. Y la verdad es que no sé por qué me tiene en tan mal concepto, pero eso ya no interesa porque, ¡yo amo a Fernando y no existe fuerza en este mundo capaz de impedir que me case con él!

Siento que mis ojos vuelven a cristalizarse y el pavor inunda mi sistema. Solo pensar nuevamente en perderlo altera mis sentidos.

—Y lo sé —Entrecierro los ojos con incertidumbre en su dirección, no confío en lo que dice y no me molesto en ocultarlo—. Lo sé. Todo este tiempo estuve equivocada y te debo una disculpa —Ella mira con duda a su hijo convaleciente—. Será mejor que tengamos esta conversación en otro lado. No quiero interrumpir su sueño. ¿Podríamos pasar a la cafetería? Necesito una bebida para calmar mis nervios y sospecho que tú también. Además, no te haría mal comer algo; te ves totalmente deshecha.

No me tomo lo último de mala manera. Sé que me siento y probablemente luzco tal y como dijo. Lo que me extraña es ese nuevo tono amable y hacia dónde se dirige la señora Ingrid con él. Mas es algo que planeo descubrir, y enfrentar, de ser necesario.

Paso al baño y lavo mi cara con abundante agua para ver si me ayuda a despejarme. Tengo el rostro rojo y los ojos muy hinchados y, aunque el agua no es milagrosa, al menos colabora.

En cuanto estoy lista, dejo un corto beso en la frente de mi prometido, bajo el juramento de que regresaré pronto, antes de partir junto a su madre.

Un cuarto de hora.

Ese es el tiempo transcurrido desde que la señora Ingrid y yo tomamos asiento en la mesa más apartada de la cafetería del hospital. Ella con una taza de té de menta en mano y yo con un cargado café negro. Desde entonces, nos hemos mantenido en un  incómodo silencio, entre intervalos donde sorbemos un poco de nuestras respectivas infusiones.

Pensar que Fer podría despertar mientras yo pierdo el tiempo aquí me hace abrir la boca de una buena vez.

—Señora, no me gusta andar con rodeos. ¿Qué quiere de mí?

Ella parece repentinamente atacada por mi franqueza y habla con voz suave—. No deseo nada. Bueno, nada además de tu perdón.

—¿De qué está hablando?

—Antes de proseguir, me gustaría contarte una historia —Desconfío, no obstante, acepto con un asentimiento después de un momento de duda—. Era un poco más joven que tú cuando me casé con Román. Nos conocimos en el club de golf que visitaba con frecuencia ya que yo trabajaba ahí como mesera —Alzo las cejas con la pregunta grabada a fuego en mi rostro—. Sí, sí, sé lo que me vas a preguntar. Y no, no vengo de una familia adinerada. De hecho, mis orígenes son muy humildes. Mi apellido de soltera era Vázquez; simple y corriente, como yo. Soy la tercera de cinco hermanos y siempre teníamos lo justo para cada cual. Tuve que trabajar desde que terminé el bachiller por lo que ni siquiera fui a la universidad —Todo lo que me está contando me resulta sumamente extraño—. Mi historia con Román fue fantástica. Nos sentimos atraídos nada más cruzamos miradas y él no dudó en dar el primer paso e invitarme a salir. Las citas se sucedieron una tras otra y nuestra fascinación por el otro no acababa. Fue un espiral apasionante que terminó con este hermoso topacio en mi anular —Ella acaricia la joya con dulzura infinitesimal y yo solo puedo decir que estoy demasiado asombrada con este nuevo lado de Ingrid de la Torre—. Hasta ese punto, nuestro romance ponía verde de la envidia a las historias de cuentos de hadas con las que soñaba siendo una adolescente y no tenía dudas de que las cosas solo podrían mejorar a partir de allí, pero estuve muy equivocada con esa deducción —Ella suspira antes de verme a los ojos—. Nunca conociste a Isadora, la madre de Román. El carácter de la señora Dora no era precisamente un paseo al parque. De hecho, era un hueso bastante duro de roer.

Ella detiene su relato para tomar un poco más de su bebida y yo me permito intervenir con un comentario sutil —¿La verdad? No es sorprendente. Usted tampoco lo es, después de todo.

Ingrid ríe con una pizca de amargura—. Creo que en eso tienes razón y es toda una ironía porque en su momento, al igual que yo para ti, fue mi peor pesadilla —Su vista se pierde en un punto de la impoluta pared blanca detrás de mí y sigue hablando—. Integrarme a este mundo de lujos y opulencia no fue sencillo en un principio —Ella acaricia el collar de perlas que lleva puesto y lo sostiene con fuerza—. A diferencia de ti, era muy insegura y estaba aterrada de lo que la familia De la Torre podría llegar a pensar de mí. Hice todo para darles una buena impresión y colmar sus expectativas, sin embargo, a pesar de que el padre de Román se mostraba agradable y me aceptaba, nada parecía suficiente para Isadora. Ella no estaba de acuerdo con la decisión de su hijo y me lo hizo saber en cada oportunidad que tuvo. Yo estaba tan volcada en agradarle que llegué a hacer las más grandes estupideces. Cambié el color de mi pelo a castaño porque según ella el rubio era para chicas vulgares y sin clase. ¡Dios, incluso dejé de hablar con mi familia por años! Durante mucho tiempo, me sentí indigna del lugar que ocupaba y avergonzada de quién era y de dónde provenía.

Es tal mi estupor que no tengo palabras y le permito continuar sin acotar nada.

—Yo… —Ingrid intenta retomar la historia, pero su voz se quiebra—. Yo… —Otro intento fallido que muestra cuán afectada se encuentra por todos estos recuerdos revividos—. Supongo que con el tiempo me convertí en el monstruo que me aterraba. Y lo lamento mucho. Desde que Fer nos presentó hace dos años, he creído firmemente que tu única motivación para unirte a la familia era nuestro apellido y el dinero y poder que conllevaba. Desconfiaba de cada palabra que salía de tu boca, ¡al punto en que pagué a un detective privado para asegurarme de que eras quien decías ser!

Ella ríe, aparentemente divertida con su ridículo modo de actuar—. Pero hoy… —un nudo en su garganta parece no dejarle pronunciar palabra—. Hoy tú… Lucías devastada. Nanda, perdón, Fernanda —No tenía intención de corregirla, aunque ella lo hace sola—. Yo vi la desesperación en tus ojos. Fui testigo de la forma en que estabas, completamente perdida sin Fer y esoo no es algo que puedas fingir. Ni siquiera la mejor actriz del mundo sería capaz de simular ese estado de angustia y aflicción en el que estabas inmersa. Así que no me ha quedado más remedio que darme cuenta de lo injusta que he sido contigo y en verdad lo lamento. Mi hijo te adora Fernanda. Antes creía que estaba ciego, ajeno a tu falsedad en medio de su enamoramiento. Porque tú... Tú eres la luz de sus ojos. Mas, ahora que yo he abierto los míos y confirmado que él también es la luz de los tuyos, no tengo más que implorar tu perdón.

Intento detenerla porque esto comienza a afectarme también:

—Señora, yo…

—Por favor, déjame terminar, ¿sí? Asiento mientras presiento que seré la próxima en ponerme a llorar—. Sé que las cosas que he hecho y dicho son imperdonables. Me he esforzado deliberadamente en herirte y humillarte de todas las maneras posibles desde que nos conocemos. Sin embargo, te pido que me des una oportunidad para enmendarlo, o al menos intentarlo. Solo quiero lo mejor para mi hijo y no tengo dudas de que tú lo eres.

Un huracán de emociones azota mi corazón y tengo que tomarme unos minutos para recuperar mi voz.

—Está perdonada.

—¿Qué? ¿Vas a perdonarme solo así? ¿Tan fácil? ¿Tras todo lo que te hecho?

Le sonrío con dolor, supongo que es mi momento de contar una historia.

—No sé si Fer se lo habrá dicho alguna vez, pero soy incapaz de mantenerme enojada por mucho tiempo con una persona —Limpio mis ojos llorosos con una servilleta—. Además, hice una promesa —Ella me mira con rareza y sé que debo abrirme para que me entienda. Agarro mi colgante y beso el dije en forma de cruz mientras tomo el valor que necesito para adentrarme en esa vieja herida—. Como debe saber, mamá y papá fueron asesinados durante un robo en la casa. Yo no estaba esa noche porque había huido a una fiesta. Tenía quince y solo quería divertirme —Ese estúpido pretexto adolescente hace que me deteste a mí misma cada vez que lo digo—. Fui criada en un hogar católico muy conservador. Por lo tanto, mis padres eran severamente estrictos con respecto a mis salidas nocturnas. Tuvimos una discusión acalorada después de la cual terminé escapándome para hacer mi voluntad. Lo último que escucharon de mi boca fue y cito: “Los odio. ¡Son los peores padres del mundo!”

El recuerdo me desgarra como ya es costumbre y los sollozos escapan de mi garganta sin que pueda impedirlo—. No recibí ninguna llamada suya durante la madrugada así que pensé que me había salido con la mía. Cuando regresé a casa, al amanecer, encontré sus cuerpos inertes en su cama. Según el forense, murieron poco después de que abandonara la casa a hurtadillas —Un sollozo atragantado no me deja seguir y tengo que hacer una breve pausa—. Fer insiste en que no debería sentirme culpable, que era joven y que todos hacemos tonterías en esa etapa. Mas no puedo sacarme de la cabeza las últimas palabras que les dediqué a mis padres. Ellos lo dieron todo por mí y yo me comporté como la peor hija del mundo. Fui ingrata y grosera y no tengo manera de corregir eso. Así que debo vivir con este peso en mi alma hasta que nos veamos nuevamente.

Muerdo el dorso de mi mano para contener un alarido—. Desde entonces, me he prometido que siempre seré cuidadosa y mediré mis palabras. Nunca se sabe cuándo será la última vez que veremos a alguien y debemos tener en claro qué es lo queremos que las personas se lleven de nosotros. Me hubiese gustado que escucharan cuánta los amaba, pero no fue así…

Cubro mi boca con una de mis manos tratando de reprimir un chillido de dolor, siento la costura en mi corazón volver a desprenderse y el calor de esa tristeza asfixiante que me es tan conocida disipándose por mi pecho.

—¡Cuánto lo siento Nanda! Lamento mucho lo que te pasó —Ingrid se sienta a mi lado y sostiene mi mano que continua sobre la mesa—. No tengo idea del período desolador que debes haber atravesado. Sin embargo, si te sirve como algún tipo de consuelo, sé que ellos te están viendo desde el cielo, siempre pendientes de ti como los padres maravillosos que fueron y que están plenamente orgullosos de la mujer extraordinaria en la que te has convertido —Ella me obliga a verla a los ojos alzando mi mentón—. Jamás podré ocupar el lugar de tu mamá, pero a partir de ahora, te prometo que estaré para ti cada vez que lo necesites. Además, seremos familia, y en las familias como esta, cuidamos de los nuestros.

Asiento en medio de mi llanto y me lanzo a abrazarla buscando el calor maternal del que he carecido durante la última década. Para mi sorpresa, luego de tanta soledad, lo hallo entre los brazos de Ingrid. Y no me refiero al artificio en el que se transformó para cumplir las expectativas de su difunda suegra Isadora, yo hablo de la verdadera Ingrid.

De Ingrid Vázquez.


Nota de la autora: ¿Y quién está llorando justo ahora? Pues yo, la escritora :(

Una locura total si tenemos en cuenta que yo controlo lo que sucede en la historia.

Pero bueno, la vida es así y yo soy sensible hasta por gusto :/

Y nada, que ya parezco final de peli de Disney...

¡Hasta la próxima!

Little Butterfly

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