02. «Demasiado»
Salgo de la habitación con la cabeza en alto y lista para hacerle frente al gran reto del día de hoy: buscar un vestido de novia.
La señora Ingrid ha encontrado una lujosa tienda exclusivamente para este tipo de menesteres y ha concertado una cita garantizándome que allí encontraremos el indicado.
Lo confieso, estoy emocionada y aterrada a partes iguales. Es de conocimiento universal que el vestido de novia es importantísimo y espero que mi suegra no haga de las suyas, aunque sé que es mucho pedir.
Tratando de olvidar mis nervios, me encamino hacia el recibidor donde Fer debe estar esperándome y es mientras me aproximo que escucho parte de una charla con su padre, quien, inesperadamente, también está en la casa.
—¿Qué tienes hijo?
Estoy dispuesta a interrumpir su plática e ir a saludar, sin embargo, las palabras de Fernando me hacen congelarme en mi sitio.
—Estoy preocupado. Creo que mamá está metiendo sus narices más de la cuenta.
Me arrimo a una esquina de la pared, en un ángulo desde el que puedo verlos, mas no a la inversa.
—¿Te refieres a la boda? —Román de la Torre corrobora el tema al que se refiere su hijo y nada más recibe un asentimiento de su parte, opina al respecto—. Nanda y ella parecen formar un buen equipo. Tu madre luce muy entusiasmada y no la he oído quejarse ni una sola vez de las decisiones que ha estado tomando tu prometida.
—Y eso es lo más raro —le reclama mi novio—. Si estuviera lanzándome indirectas o llamándome el día entero para quejarse sería completamente normal. Incluso me traería paz, porque al menos estaría al tanto de que es mi prometida y no mi madre quien está tomando las decisiones —Fer se ve agobiado mientras pasa una mano por su rostro—. Padre, ambos sabemos lo manipuladora que Ingrid de la Torre puede llegar a ser y sé que Nanda nunca encajó en el modelo superficial de novia y esposa perfecta que tenía reservado para mí.
Ruedo los ojos pues soy plenamente consciente de a qué se refiere.
—A pesar de ello, jamás la ha tratado mal —defiende su esposo, que para ser tan brillante en los negocios es bastante ciego frente al comportamiento de su mujer—. Incluso, recuerdo que la primera vez que la llevaste a cenar a la mansión dijo que era moldeable. Todo un halago proviniendo de tu madre.
«¿“Moldeable” dijo? ¿“Moldeable”? Tiene que estarme jodiendo ¿Desde cuándo “moldeable” es un halago, señor?»
—Seamos claros papá, “moldeable” no es un elogio ni aquí ni en Hong Kong, no importa quién lo diga —Reboso de orgullo por la actitud de mi novio—. Además, no me gusta que se refiera a mi futura esposa como un robot al que podría hacerle mejoras.
El señor minimiza las acusaciones de su hijo con un encogimiento de hombros—. No creo que haya influido mucho en ella. Tu prometida ha demostrado tener un buen temple.
—No tengo dudas de que Nanda es una auténtica guerrera —Mi pecho vibra por las palabras de Fernando—. Aunque, en este caso, temo que su carácter noble y gentil pueden atentar en su contra y hacerla rendirse intentando evitar una confrontación. Sabe cuán importante es para mí que ella y mamá sean cercanas, temo que eso la esté limitando. No quiero que sea otra víctima de la actitud arrolladora de Ingrid, no permitiré que la menoscabe en su propia boda.
Su adorable preocupación por mí me conmueve. «No tienes idea de cuánto te amo Fer...»
—¿Te ha dicho algo?
—No.
—Entonces creo que tu inquietud se basa en puras conjeturas, hijo —El mayor se acerca a mi prometido y palmea su hombro en un gesto consolador—. Sé que después de tantos años de convivencia con tu madre es difícil aceptar que puede haber cambiado, pero al menos dale un voto de confianza en este asunto. Se trata de la boda de su primogénito, le importa demasiado como para sabotearla sin importar si cree que tu novia es digna o no del honor de ser la nueva integrante de la familia.
—No lo entiendes. Ya ha cambiado el sitio solo porque mamá la convenció de hacerlo —Mi futuro marido peina su pelo con sus dedos como un símbolo de su ansiedad—. Si vuelvo a notarla extraña hoy al regresar de la prueba del vestido, voy a intervenir. Pase lo que pase.
Decido que es momento de hacer mi gran entrada y dar por terminada la conversación.
—¿Señor Román?
—Fernanda, ¿cómo estás?
Le dedico una sonrisa radiante a mi novio antes de responder, más segura que nunca de mi completa adoración hacia este hombre.
«Haré lo que se requiera para casarme con Fernando de la Torre porque no soportaría perderlo bajo ninguna circunstancia. De ser necesario, sortearé cada maldito obstáculo que Ingrid interponga en mi camino.»
—Excelente, es un placer tenerlo por aquí.
...
“Vestidos de Ensueño” es un nombre acorde para una tienda especializada en la confección y venta de trajes de novia. Además, debo confesar que el local tiene un vibra muy... mágica.
Una profunda bocanada de aire llena mis pulmones y sonrío divertida cuando siento a mis amigas tomar mis manos al mismo tiempo para halarme hacia la entrada.
Las tres reímos como tontas.
—¿Era estrictamente necesario?
—Parecía que ibas hincarte de rodillas y rezar allá afuera.
—Bianca, ¡no la molestes! Nanda, sabemos lo importante que es esto y solo queremos estar aquí para ti, apoyándote.
Alondra intensifica con confianza su agarre en mi mano derecha y le doy un abrazo rápido antes de internarnos en el salón.
En cuanto llegamos, somos recibidas por un par de atentas empleadas, quienes nos indican que el resto de nuestro grupo nos espera en la zona de probadores junto a un pequeño surtido de entremeses.
Elevo mis cejas con duda al escuchar la palabra “grupo” y asumo que, tal y como yo vengo acompañada de mi artillería pesada, Ingrid debe haber traído al menos a un par de urracas para que cumplan la función de coristas y repitan como papagayos todo lo que salga de su boca.
Ruedo los ojos y me preparo para la batalla inminente.
—Hey, ¿qué onda con tu suegra?
Hago una mueca e intento poner nuestra relación en palabras sin que suene tan mal para Bianca.
—No nos entendemos en algunos puntos —termino diciendo sin dar más detalles.
—O sea, que se llevan como el chicle.
—¿Qué quieres decir?
—Que se mastican, pero no se tragan.
Ella infla una gran burbuja con la goma de mascar de menta en su boca y la explota mientras hago una morisqueta, extrañamente de acuerdo con su inusual, aunque acertada comparación.
No me sorprendo en lo absoluto al encontrar a la señora de la Torre acompañada de su amiga Priscila Velázquez, otra odiosa cuarentona rica y elitista que representa ese condenado estereotipo de película al dedillo. Mas si me llevo una grata sorpresa al ver la menuda figura de Romina, la hermana más pequeña de Fer, quien será la portadora de las flores.
—¡Nanda!
Ella también parece alegre de verme, pues corre hacia mí para abrazarme como solo una hermosa y cariñosa niña puede hacerlo. Yo la envuelvo en mis brazos más que complacida y beso su espesa y adorable cabellera rubia. La pequeña aún no alcanza sus dos dígitos y es toda una monada.
—Qué lindo verte Romi.
—Estoy tan contenta de estar aquí. Hay muchos vestidos bonitos.
La chiquitina luce fuera de sí y colmada de una euforia que acaba contagiándome un poco.
—Y te prometo que, para el final del día, podrás llevarte uno a casa.
Ella aplaude emocionada y mis amigas y yo compartimos su buena energía. Claro, antes de que Ingrid y compañía arruinen nuestro buen humor.
—¿En serio? ¿Tenías que traerlas?
Habla en apenas un murmullo, es normal que modere su comportamiento (o al menos disimule un poco más su desprecio) en presencia de alguno de sus hijos. Supongo que es decencia humana básica.
—Bueno, señora, son mis mejores amigas. Además, Alondra será mi dama de honor así que, sin duda, aquí es donde debe estar.
—Tú y tus malas compañías.
—Podría decir lo mismo, pero creo que tengo mejor educación.
Sonrío falsamente mientras las mandíbulas de las señoras amenazan con tocar el suelo. Escucho una risilla a mis espaldas y sé que Bianca debe estarlo disfrutando; ama esta clase de enfrentamientos.
—Pero bueno, no estamos aquí para eso, ¿cierto? —por otra parte, Alondra odia esta clase de enfrentamientos. La tensión la pone sumamente nerviosa—. Nanda, ¿ves algo que te guste?
Repaso con un vistazo rápido los vestidos en exhibición antes de acercarme para apreciarlos con más detalle.
Hay de todo tipo: cortos, largos, con vuelos, brillos, lazos, perlas, de encaje... Son tantos que llegan a abrumarme.
—Guao, este es una belleza —Bianca señala uno muy llamativo y me acerco para verlo mejor.
Una prenda muy singular, debo decir. Es largo, tiene muchos brillos dorados y un corsé bastante estrecho. Además de mangas que deben llegar al piso y han sido elaboradas a partir de algún material con una textura similar a la de la seda.
—Está lindo, pero no es mi estilo —concluyo con una mueca. Es demasiado para mí.
—¿Qué piensas de este? —es el turno de Alondra.
—Me gusta el encaje, pero no en exceso.
Es más parecido a mi estilo, pero también acaba siendo demasiado. Hay tantas figuras bordadas en la inmensa pieza e incluso en el velo que termino espantada.
—Además, parece un mantel —Fulmino a la entrometida de Priscila con la mirada—. No obstante, admiren esta preciosura.
Lo que ella considera una preciosura es en realidad el concepto gráfico de: demasiado. La cola debe medir por lo menos cinco metros de longitud y está repleto de retazos de tela que figuran formar flores de distintos colores. Ni siquiera quiero ponerme a pensar en lo pesado que debe ser llevarlo.
No es feo, pero tal como los otros, es simplemente... demasiado.
Ni siquiera tengo tiempo de opinar cuando Romina me tiende uno—. ¿Qué hay de este?
La niña y yo tenemos gustos parecidos. El diseño que me trae es realmente hermoso. Tiene una discreta, aunque interesante apertura en la pierna derecha, algunas florecillas y perlas distribuidas por el escote y la cintura y mangas que parecen evaporarse. En general es bastante sencillo y es de mis favoritos, su único problema es que es violeta y yo quiero casarme de blanco.
Tampoco alcanzo a responder cuando la señora Ingrid le arrebata el perchero de las manos antes de volver a colocarlo en su sitio.
—Romina, estas son cosas de adultos.
El triste puchero que se forma en la cara de la pequeña me convence de intervenir diciéndole con dulzura:
—No me molesta que opines.
—Pues a mí sí, y soy su madre.
Respeto su posición, pero me permito ser al menos un poco más insolente.
—Lo que sea. Aunque es una pena, tiene mucho mejor gusto que algunos adultos.
Dejo en claro a quién me refiero con un breve vistazo hacia la víctima de mi ataque, que quiere matarme con los ojos por mi indirecta no tan indirecta.
«Si sigo así me ganaré una cachetada de Priscila.» Pienso con diversión mientras continuo recorriendo los estantes.
Estoy evaluando otras opciones cuando lo veo y quedo totalmente flechada. Es prácticamente amor a primera vista.
¿De qué hablo? Del vestido de ensueño al que se refería el nombre de la tienda.
La belleza de la prenda en cuestión radica esencialmente en su simpleza clásica. Tiene un escote elegante y mangas que parecen transparentes a excepción por los encajes que las recubren. Tiene otras flores bordadas que le dan un toque de sofisticación y una cola vistosa sin llegar a exagerar.
«Es perfecto.»
Estoy dispuesta a acercarme y tomarlo para probármelo cuando Ingrid exclama:
—¡Es este!
Frunzo el entrecejo y me acerco hacia el perchero que sostiene. El vestido es...
Lo siento, no tengo palabras para describirlo.
Tiene un escote tan pronunciado que me asusta, la parte baja es una falda de encaje larga, tubular y muy ceñida que nunca antes había visto en un vestido de novia. Pero sin dudas lo más extraño son las extravagantes hombreras, que se pliegan una y otra vez hasta simular las alas de una mariposa. Es un ejemplar singular, eso es innegable.
—Es... vanguardista —concuerdo con mi dama de honor. “Vanguardista” es una palabra que podría describirlo.
—Esa es la más reciente creación de uno de nuestros mejores diseñadores. Es un modelo único e irrepetible —el comentario de la empleada hace que los ojos de mi suegra brillen con luz propia y una sonrisa crezca en su cara.
—Exclusivo, fino, imponente... es absoluta y rotundamente perfecto.
Me siento terriblemente fuera de lugar pues todas en la habitación parecen embobadas admirando el diseño. Y no, no es que me desagrade por completo. Solo que es... demasiado.
—Pero...
El entusiasmo de Romina me interrumpe: —¡Tienes que probártelo!
—Yo... —nuevamente alguien se interpone en mi intento de expresarme.
—Una vez que te lo pruebes podrás descartarlo si no te gusta, pero al menos tienes que vértelo puesto antes —acondiciona la mayor de la Torre—. Si incluso entonces no es de tu agrado, lo aceptaré.
Suelto un suspiro medio desanimada. El trato suena justo y no me puedo negar, así que, un poco apesadumbrada, lo tomo y me dirijo al probador.
—Iré contigo para ayudarte —Alondra se apresura a acompañarme; le agradezco con un breve asentimiento.
—Yo seguiré dando vueltas, ni loca me uno al comité de brujas —Bianca y su brutalmente honesto sentido del humor me hacen reír.
Unas señoritas nos ofrecen ayuda, mas mi amiga y yo la declinamos con cortesía. Nunca me ha gustado tener personas sirviéndome, siento una inmensa satisfacción al hacer las cosas por mí misma.
Colocarme el vestido es una tarea más complicada de lo que hubiese llegado a predecir, empero, con sumo cuidado y grandes cantidades de trabajo en equipo en conjunto con mi querida dama de honor, logramos ponerme correctamente la costosa pieza.
Salgo del probador dando pequeños pasos para acercarme al espejo. La falda es tan estrecha que incluso me cuesta respirar.
—Antes de tomar cualquier decisión, pongamos la cola
Dos muchachas se acercan con presteza y adhieren el accesorio en un santiamén.
—Nanda, ¡eres una mariposa!
Sonrío por el dulce halago de la niña, aunque no importa cuánto vea la imagen en el espejo y constate que se trata de mí, me siento excesivamente extraña. «Como si no fuera yo.»
—¡Definitivamente tienes que llevártelo!
—Es realmente precioso. Me gustaría haberme casado con uno así.
La mirada emocionada de Romina y la certeza inquebrantable de Priscila sumadas a la inusual y casi irreal expresión soñadora de Ingrid me llenan de dudas respecto a mi decisión.
—Chicas, ¿ustedes qué dicen?
Recurro a mis amigas con una pizca de desesperación; tal vez su opinión me ayude a aclararme.
—Luces hermosa.
Alondra muestra una sonrisa conmovida y Bianca sigue su ejemplo:
—No podría haberlo dicho mejor.
Las empleadas me repiten más de lo mismo y, aunque no estoy convencida al cien por ciento, llego a la conclusión racional de que si a todas las resulta tan divino y atrapante es porque yo debo estar equivocada.
—Lo llevaré.
Nota de la autora: Bueno, tal parece que Nanda no dejará de ceder ante la presión y pronto deberá encarar las consecuencias.
Pobre de mi bebé :'(
¡Nos vemos en el siguiente!
Little Butterfly
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