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EXTRA: «Pecado Original»

SOLEDAD DE LA TORRE

El dolor rasga mi garganta hasta un punto en que pienso que me quedaré sin voz. Tal vez, la conclusión más acertada, sería que me la han arrebatado.

«Mentiras. Todas fueron mentiras. Mi bebé no murió.»

—Mi niño…

He llorado tantas veces la imagen impregnada en mi mente de aquel pequeño quieto y frío en mi pecho que me cuesta aceptar esta nueva realidad.

—Era una niña. Es una mujer ahora, la misma que viste salir corriendo.

La traición magnifica el tamaño e intensidad de mis emociones y las dota de una nueva característica: amargura. Un tinte obscuro que las vuelve más caprichosas y demandantes.

—Madre me enseñó a un bebé muerto cuando desperté. ¡Lo acuné en mis brazos, Román! Creí que era mi hijo. ¿Cómo fue capaz?

Aunque confieso que jamás fui ajena a la maldad latente en el corazón de mi progenitora, tan parte de su esencia como la sangre que fluía por sus torrentes sanguíneos. La verdadera sorpresa es el papel de mi hermano en sus maquinaciones.

—¿Cómo pudiste ser cómplice de una atrocidad como esa?

—La conocías, Soledad. No tuve otra opción.

Tengo ganas de abofetearlo; sé que nadie en esta sala me lo impediría, ni siquiera sus hijos. Pero esa es la forma en la que actuaría Isadora y yo jamás haría que me asemejara a ese monstruo.

—Me robaron a mí bebé. Lo alejaron de mí. ¡No hay una justificación válida bajo la que puedas excusarte!

—Soledad, no estabas lista para asumir la maternidad. Tú misma lo admitiste ante mí al descubrirlo. También estaba tratando de ayudarte. Se lo dimos a su padre. Sabíamos que estaría bien.

Miguel, otra víctima fatal de esta historia retorcida, otra pieza movida por mi madre durante el juego en mi contra.

—¡Pero debía estar conmigo! ¡Yo era su madre! —Un peso abandona mi pecho al reconocer que la única  parte positiva de este asunto, podré dejar de utilizar el pretérito—. Soy su madre. Y de haber tenido la oportunidad, estoy segura de que hubiera podido hacerlo con o sin vuestro apoyo.

«¡No pude amamantarla! ¡Ni siquiera conozco el color de sus ojos!»

Reconozco que estoy cerca de romperme y necesito tiempo a solas para lamerme las heridas de este beso de Judas.

—Hablaremos lo imprescindible en el trabajo y solamente sobre los negocios que nos competan; por el resto, olvida que alguna vez tuviste una hermana.

Más tarde, en mi habitación, delineo el contorno del ibuprofeno en mi mano. Ni siquiera mi masajista personal ha podida obrar su milagro habitual espantando mi migraña. Aún así, no es que tenga derecho a tildarla de incompetente, mi cuerpo está más tenso que nunca y ese nudo se ha trasladado a mi cabeza con una rapidez enloquecedora.

Sin embargo, no soy una De la Torre en vano, incluso en el ajedrez, las torres siempre van en línea, hacia adelante. Yo no seré la excepción.

—Ella durmió aquí hace algunas semanas.

Ingrid interrumpe mis reflexiones y se sienta a mi lado, en la suave cama.

—¿Aquí? ¿En mi habitación?

Comúnmente me molestaría que alguien invadiera mi privacidad de ese modo; mas, no estamos hablando de cualquier persona. Esa chica es mi hija y solo deseo saber cosas que me conecten con ella.

—Después de la boda de Fer. La segunda de ellas, para ser más exacta —“Sí, eso fue otra locura. Aunque confieso que creí que la tercera sería la vencida. Una de las pocas veces en las que me sienta bien haber estado equivocada”—. La mansión estaba en remodelación y le ofrecí tu cuarto para pasar la noche. Era demasiado tarde para que regresara a casa.

—¿Cómo es ella?

Mi cuñada me sonríe y toma mi mano.

—Deberías conocerla por ti misma sin ideas preconcebidas. Me parece lo más saludable para ambas.

—Tengo una hija adulta de la que no sé nada, Ingrid. Dios, debe odiarme.

Las caricias a lo largo de mi brazo me reconfortan de cierto modo. 

—Tranquila, todo estará bien. Si te sirve de consuelo, creo que comparten un carácter bastante parecido.

¡Menuda noticia!

—Ingrid, ¡eso es todavía peor! Si es la mitad de franca, terca y rencorosa que yo, esta será prácticamente una misión imposible.

—Lo sé. No obstante, es tu pelea, y vas a lucharla hasta el final.

—Supongo… —Sé que tendré que reunir fuerzas para lo que vendrá—. ¿Qué harás tú? Con mi hermano, me refiero.

—Le pediré el divorcio.

Aquello me toma por sorpresa. Sabía que este sería un golpe fuerte para su matrimonio, pese a ello, no pensé que Ingrid tomaría una decisión de esta envergadura en un par de horas.

—¿No te parece un paso muy radical?

Que odie con todas mis fuerzas a Román ahora mismo no significa que desee que pierda lo que más adora en su vida, la razón por la que vive. Sé lo que se siente, no se lo deseo ni a él.

—No somos las mismas personas de hace años y creo que nuestro amor se ha contaminado con el paso del tiempo. Yo me involucré demasiado en la boda de mi hijo hasta arruinarla. ¡Casi hago pedazos mi relación con Fer y pierdo a una nuera muy dulce en el proceso! Todo por culpa de mis prejuicios. Además, fui su cómplice sin saberlo.

—¿De qué me hablas?

—Hace meses me pidió que apartara a Bianca tanto como pudiera de los preparativos del casamiento. Lo peor es que lo hice, movida por los motivos más superficiales. Y ahora que entiendo el porqué, me siento tan estúpida, utilizada. Se supone que no había secretos entre nosotros, pero ha guardados este prácticamente desde nuestra boda. Así que me hace dudar sobre todo lo demás. ¿Qué me garantiza que no volverá a cometer una canallada así? ¿O en qué otra cosa me ha estado mintiendo? Porque omitir, ocultar, mentir, todo es lo mismo para mí y resulta inaceptable en una relación. Ya no puedo confiar en él.

Percibo la firmeza en su tono, así que no cuestiono. El nombre de “Bianca” resuena y ocupa todos mis pensamientos.

—¿Crees que nos entenderemos?

—Son madre e hija. Les costará, pero eventualmente lo harán. La sangre pesa más que el agua.

Ruedo los ojos al oír el popular dicho.

—Odio esa frase.

—¿Por qué?

—Era con la que madre nos mantenía atados a sus deseos, la manera en la que solía manipularnos cuando ya no estaba en su poder darnos una zurra.

—Debo decir que tu madre era una bruja.

«Y está siendo cortés.»

—Una auténtica perra, Ingrid. Sé que te moldeó y adoctrinó a su antojo hasta convertirte en una dama de alcurnia, pero no te cortes al referirte al demonio en tacones.

—Lo recordaré, lo prometo. Es difícil despegarse de los aprendizajes, de los hábitos, por más artificial o involuntaria que haya sido su adquisición.

—Dímelo a mí. Son la única razón por los que me he mantenido a cargo.

—¿Te refieres a la empresa? ¿Vuestro legado? ¿Jamás quisiste heredarlo? ¿Por eso has decidido retirarte?

Vale, este tema necesita una gran dosis de alcohol como intermediario. Me paro y dirijo directamente hacia el mini bar.

—Así es. Yo, mm, he desperdiciado mi vida haciendo lo que los demás desean, Ingrid. No quiero perder ni un minuto más.

—¿Nunca te gustó lo hacías? Lucías tan cómoda, tan segura. No me pasó por la cabeza que podrías sentirte de otra manera.

La comunidad científica debería aceptar que picar hielo podría ser una terapia alternativa de liberación de estrés.

—No lo odio, simplemente no me apasiona. El poder puede ser adictivo y hasta divertido, pero jamás logrará llenarte del modo que una verdadera pasión logra hacerlo —“Del modo en que Miguel lo hizo”—. Creo que la costumbre hizo mella en mí. Madre me convenció de que Dios me había arrebatado la vida de mi bebé por pensar en dejar atrás a mi familia. Pensé que era mi forma de pagarlo, como una sentencia a cadena perpetua.

—Realmente lo siento. Nos conocemos desde hace tanto tiempo y en ningún momento percibí cuánto estabas sufriendo. Debí verlo. Somos hermanas por ley. Siento nunca haber estado allí para ti como debería.

No me atrevería a culparla. La carroña en mi interior me ha aislado de genuinos lazos afectivos hasta convertirme en el ejemplo de que algunos nombres sí van con la persona.

—Yo me hice maestra en el arte del disimulo. Nunca lo expresé, ni a ti, ni a nadie. No eres adivina, ¿o sí?

Selecciono el preciado Romanée-Conti 1945 que mi hermano consiguió en una subasta en Nueva York por poco más de medio millón de dólares. Si mal no recuerdo, la estaba guardando para su cumpleaños; una pena que me importe tan poco.

Ingrid aprueba mi elección desde su sitio antes de tomar nuevamente la palabra:

—Por desgracia no. De serlo me hubiera evitado un par de errores.

Concuerdo con su última afirmación:

—En eso podemos declarar un empate, ¿eh?

Compartimos una risa y una copa, porque es parte de lo que dicta la tradición en la mansión De la Torre: “todos los problemas lucen más elegantes con vino en la mano”.

—Le daré el mando a Rigo —suelto de la nada, puesto que no hay forma amable o dulce de decir algo así.

Al menos no escupe su bebida de regreso al envase. Se lo ha tomado mejor de lo que esperaba. 

—¿Qué? ¿A Rigoberto? ¿Qué hay de Fer?

Vaya, tampoco me ha gritado. Había supuesto que se pondría histérica. Quizás acercarme a ella sea provechoso en más de un sentido.

—Siento que le estaría dando una posición que realmente no desea.

—¿Cómo? Soledad, no tienes derecho a decirme algo así. Mi hijo ha trabajado para obtener ese puesto y ser tu sucesor. No puedes desmerecer su esfuerzo, no es justo.

—Y no es esa mi intención. Créeme, no es ningún tipo de venganza personal. No abrazo la filosofía en la que un hijo debe pagar los errores del padre. Al contrario, quiero librar a Fer de esa cruz.

—¿Cruz? Explícate.

—Mi sobrino ha hecho un trabajo maravilloso y con su entrega le ha regalado muchísimo a la empresa. El problema es que no lo apasiona. Su ansia es más a causa de la fuerza de la rutina, como un castigo aceptado que en primer lugar fue impuesto y luego ha sido autoimpuesto.

—¿Él te parece infeliz?

—Son pequeños indicios que he notado. Despreocúpate. Tendré una charla con él. Fer es metódico y razonable, lo comprenderá y con suerte hallará su verdadera vocación pronto.

—¿Y Rigo? Siempre ha dejado claro que no le interesa el negocio familiar. ¿Estás segura?

—Se volvió un rebelde sin causa durante la adolescencia, una especialmente negativo, y es cierto que esa oposición sistemática fue un dolor de cabeza agudo, mas, es una etapa que está superando y me parece que lo que realmente le molestaba era que sí le interesaba participar. Quizás solo se acogió a interpretar el papel que pensó que le correspondía. Siempre ha tenido talento como arquitecto. Además, me he colado en su habitación y he visto unos planos increíbles, Ingrid. Lo hará estupendo y seré su mentora para guiarlo en cada paso. Hará cosas inmensas, mucho más grandes de las que yo he hecho nunca porque tiene de sobra lo que a mí siempre me faltó: pasión.

—Si estás tan segura...

Ella es quien no lo está. 

—Es la decisión correcta. Le he dado muchas vueltas, estoy convencida.

—Pensé que, dadas las novedades, te gustaría insertar a tu hija en la constructora.

—Jamás la arrastraría hacia algo que no desea como hicieron conmigo. Ella tiene su propia vida, y yo debo intentar acoplarme a ella, no al revés.

«Haré lo que sea necesario.»

—Ambas se entenderán y acoplarán la una a la otra.

—Eso espero.

Me he prometido no cometer los errores de mis padres, incluso si arrastro conmigo las consecuencias del mismo pecado original.

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