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EXTRA: «El Alcance de la Onda Expansiva»

NANDA DE LA TORRE

¿Qué ha sido eso?

Bianca corre fuera de nuestro campo visual, no me atrevo a recriminarla por su huida. Imagino las sensaciones que la acribillan después de haber pasado por algo similar durante mi primer intento de boda. Sentirse acorralado sobrepasa nuestra capacidad de accionar y escapar se vuelve la opción más atractiva y segura. Incluso si se trata de una resolución temporal.

Una terrible discusión se desata, y tal como podría haber previsto, Soledad muestra sus garras en un furioso ataque contra el señor Román que incluye una cantidad absurda de palabras obscenas.

—Mami, ¡ya regresé de estudiar en casa de Aisha!

Su disputa no es apta para una niña. Enseguida decido hacerme cargo y apartarla del asunto.

—¿Ingrid…?

—Por favor —contesta mientras continúa impertérrita, mirando con incredulidad a su esposo. Asumo que su respuesta es una aceptación implícita. 

Me acerco a Romi, quien no termina de descifrar por completo lo que sucede a su alrededor.

—Linda, ¿te gustaría que tuviéramos una pijamada esta noche? ¿A solas tú y yo?

—¡Por supuesto!

Sonrío ante su entusiasmo y esta vez, me dirijo a mi marido:

—¿Fer?

—Te alcanzaré después.

Él tampoco me mira, debe estar muy ocupado procesando el contenido de la gran caja de Pandora que acaba de ser abierta.

—Con su permiso.

Nos escabullimos entre el cúmulo de personas y pasamos quince minutos gloriosos en la habitación de la niña, quien escoge con esmero qué llevar para nuestra noche de chicas en tanto canta una y otra vez la cancioncilla de la princesa Sofía sobre una pijamada real. Es pegadiza, e incluso cuando me encuentro medio distraída, me esfuerzo por seguirle el ritmo para, con suerte, contagiarme con una rebanada de su espíritu optimista.

Hemos hecho una breve parada para comprar toda la comida chatarra que quepa en los brazos de Romina en un 7-Eleven que forma parte de nuestra ruta. No obstante, pese a que me preocupa la cantidad ridícula de calorías que mi hermana por ley pretende consumir en una sola noche, no dejo de pensar en Bianca.

Ya he alertado a Alondra sobre nuestro gran código rojo y mi principal preocupación es que mi mejor amiga (¿o prima política?) no ha llegado a casa. Sé que debe estar en un lugar seguro (probablemente junto a alguno de sus ligues casuales), pero su falta de aviso no deja de ser una fuente de incertidumbre. Para estas alturas, al menos podría haber enviado un mensaje, ¿o no?

Percibo las náuseas trepando por mi garganta y ojalá pudiera culpar de su aparición al nefasto asunto que tenemos entre manos, mas, esta revoltura ha estado acosándome desde hace un par de días, así que queda completamente fuera del rango de alcance de esta destructiva onda expansiva.

«Debe ser un virus.» Es el único pensamiento coherente que trae mi calma de regreso cada vez que ese revoltijo se apodera de mi estómago.

«Sí, claro, uno que dura nueve meses.» Apago las voces en mi cerebro y me concentro en la docena de bolsas de papas fritas que esta dulce niña caprichosa pretender llevar a casa.

Hemos visto los estrenos de DreamWorks del último lustro, me ha trenzado el pelo en un estilo tribal nunca antes visto y después de ejercer mucha de mi persuasión, he logrado convencerla a regañadientes de que es hora de irse a dormir. ¿Qué clase de batería ultra potente oculta esta chiquilla?

—Ve a lavarte los dientes.

Acomodo los cobertores con temática de hadas sobre la cama mientras ella se dirige al baño. También me aseguro de proporcionarle un buen surtido de almohadas porque su sueño es muy inquieto y podría caerse durante la madrugada.

—¿Me contarás qué pasó en casa?

Oh, he creído que había hecho un excelente trabajo sorteando la pregunta. Sin embargo, parece que ha decidido aparecer en el inciso z de la última pregunta del examen. ¡Estupendo!

—Es una historia muy larga.

—Tenemos tiempo, ¿no? Además, me encanta escuchar cuentos antes de dormir. Me ayudan a soñar con cosas bonitas.

«Cosas bonitas, dice. No tiene idea de lo que viene.»

—¿Quieres un vaso de leche? Tengo galletas de vainilla en la despensa.

«Si vamos a hacer esto. Hagámoslo bien.»

—Claro, me vendrán muy bien mientras me narras la historia.

Cada vez ratifico con más argumentos que esta niña es una auténtica De la Torre con todas las letras. Incisiva e insistente, incluso sin desearlo.

—¡Vamos allá!

Intento ganar algo de tiempo en tanto sirvo la merienda nocturna para las dos, pero es en vano. Ella ya está bebiendo de su jarra y yo sigo sin saber qué decirle.

«Bueno, es hora de improvisar. Que Dios ilumine mis palabras para no empeorar esta situación.»

—Pues… verás, la protagonista de esta historia es mi amiga Bianca.

—¿La chica mona y sincera que estaba cantando rancheras con mi hermano Rigo el día de vuestra boda?

No sabía esa parte, pero suena muy a Bianca así que asumiré que fue ella.

—La misma.

—Genial. Me cae bien.

«Pues me alegro porque es tu prima.» No, Nanda, debes ser más sutil.

—Bianca pensaba que había nacido en Colombia, donde fue criada por su papá. Sin embargo, recientemente hemos descubierto la verdad de su historia.

—¿Y cuál es?

—¿Sabías que tu tía Soledad había tenido un bebé?

—¿En serio? Nunca me lo habían contado.

Nunca debe haber sopesado esa posibilidad. Lo entiendo.

—Tiene sentido, pasó antes de que Fer naciera. Ella creyó que su bebé había muerto, pero no fue así.  Fue obra de una bruja malvada.

—¡No me digas! Eso está muy mal.

Me alegra que su brújula moral muestre un mejor desarrollo que el de buena porción de su familia.

—Así es, ¿no?

«Espero que jamás debas enterarte de que era tu abuela.»

—¿Por qué alguien haría algo así?

—Por desgracia, nuestro mundo está lleno de gente malvada. Lo peor es que esa horrible mujer envió a la niña muy lejos para que nunca descubrieran su artimaña.

—Adivino, ¿a Colombia?

—Eres muy inteligente, ¿te lo han dicho?

—Todo el tiempo —Río por su inmodestia. Es una De la Torre, obviamente no podía prescindir de su momento de diva—. Entonces… esa niña es tu amiga Bianca.

—En efecto, cosita.

—¿Ella es mi prima?

—Sí, algo así.

—¡Fabulujoso!

Sonrío por su exclamación pletórica.

—¿Te agrada la idea?

—¡Me encanta! Podría unirse a nuestras pijamadas.

Su iniciativa me calienta el corazón.

—Claro que sí, dulzura. Y así será.  Solo que ella aún necesita un tiempo para procesar todo esto.

—Supongo. Ha de ser muy difícil, ¿no?

—Pues sí. También lo imagino.

El mensaje de Fer me confirma que él y Rigo están a punto de llegar y sus emociones no deben afectar a Romina.

—Es hora de ir a la cama.

La arropo con cuidado y dejo un besito en su frente antes de apagar las luces. No obstante, ella me detiene a centímetros del interruptor.

—¿Sabes? Su historia me recuerda a Disney. Una especie de Rapunzel moderna. Bianca debería ser una princesa y tener su propia película. ¿Quién sabe? Quizás hasta un libro.

—Esa es una magnífica idea. Y tú podrías ser la narradora de su historia. Estoy convencida de que le encantará escuchar al respecto la próxima vez que la veas.

—¿Crees que quiera conocerme más?

La duda en su voz me recuerda que es solo una pequeña que acaba de enterarse de que tiene una prima.

—¿Te refieres a ser la prima de una niña tierna y risueña? Yo creo que ella es muy afortunada. Es más, incluso podría sentir cierta envidia.

—¿Por qué? Eres mi hermana.

Su normalidad al decirlo me deja boquiabierta y sacude mi pecho. 

—¿Eso sientes?

—Sí, siempre quise tener una hermana mayor. Me alegra que Fer haya elegido una tan increíble como tú.

Siento que mis ojos se cristalizan y parpadeo para alejar las lágrimas de felicidad.

—Y yo tengo mucha suerte de que él haya tenido a una hermanita tan encantadora como tú.

Disperso mi nostalgia con una sesión de cosquillas que deja su pelo alborotado sobre las sábanas.

Ahora sí, apago la luz. Mi estómago vuelve a contraerse.

«Y si lo que tengo es más que un malestar estomacal, me encantaría que fuera tan adorable como tú.»

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