EXTRA: «Eclipse»
BIANCA ESPINOSA
¿O De la Torre? No importa, ustedes entienden.
Bañada por el reflejo de la luz que emite el eclipse solar imperante en el cielo, la incertidumbre se abre paso para gobernar mi vida por votación unánime mientras intento poner orden en el caos que se acumula en mis pensamientos.
—¿Y ahora dónde se supone que viva? —Recargo mi cabeza en el borde de la barra en tanto un torrente de ideas enrevesadas confluyen en mi mente.
La residencia estudiantil no es una opción a la que pueda tener acceso y la coordinadora de mi programa de estudios me lo ha dejado bastante claro durante nuestra conversación telefónica.
Al parecer, quedarme en México es otra decisión impulsiva que va a cobrarme el precio de su realización con intereses.
El té en mi mano ya está frío y no cumple mis expectativas. Se supone que sus yerbas ancestrales me ayudarían a arreglar este embrollo y hallar una solución mágica a mi problema, sin embargo, sabe peor que nunca. Quizás porque su gusto ha adquirido la esencia de mis malas decisiones. Menuda decepción.
«Ni modo, tendré que vivir en la calle. Sabías que terminarías así algún día, Bianca. Tu desmesura no podría llevarte por una ruta lejana a la indigencia.»
—Recibí la notificación oficial en mi correo electrónico esta mañana. ¿Qué vamos a hacer?
Quizás sea debido a su tono pesimista, el acento mexicano al que no acabo de acostumbrarme o el deje de desesperación tan parecido al mío, el punto es que la charla del par de chicas en la mesa a mi izquierda logra captar mi atención. Agudizo mis oídos para no perder detalle del asunto.
—¿Don Abreu realmente pretende subir la renta? ¡La mayoría de nosotros no puede pagar un centavo más sin correr el riesgo de quedarse sin comer!
Ese señor suena como un verdadero desconsiderado, pero me abstendré de compartir mi opinión porque sospecho que su avaricia podría resultarme útil.
—Así es. Dice que el último mantenimiento en las instalaciones eléctricas le ha costado una barbaridad y tiene que reponer sus finanzas.
Los ricos siempre necesitan más dinero del que ya poseen, es como una maldita enfermedad.
—Listo. Estamos acabadas.
Por primera vez, mi instinto de chismosa promete servirme para más que puro y sano entretenimiento. Esta vez mi interés por las vidas ajenas podría, literalmente, salvarme la vida.
—Entre la cuota por el internamiento de mamá, el alquiler del apartamento y las mensualidades para la universidad terminaré arruinada antes de cumplir mi segunda década. Recurrir al banco tampoco es una opción, el gerente me echará a patadas en caso de que se me ocurra volver a pedir un préstamo.
—¿Qué vamos a hacer?
—Tranquila, lo resolveremos sobre la marcha.
Es bonito que las dos intenten apoyarse mutuamente. Me alegra que no tengan que sobrecalentar sus preciosas y peludas cabecitas porque su problema acaba de hallar su solución; y esa solución, obsequio de la divina providencia, está a punto de presentarse ante ellas.
Remuevo de mi rostro los lentes de sol recomendados durante la duración del fenómeno astronómico (pues prefiero una y mil veces que me escuezan los ojos por días a verme en la obligación de dormir en la calle) antes de entrometerme en su jugosa plática.
—¿Están buscando una compañera de piso?
Sé la respuesta, aunque creo que preguntarles ha sido más sutil.
—Okey, eso fue cero sutil.
Bueno, supongo que mi intento ha sido precisamente eso: un intento. No importa.
El dúo me observa con ojos entrecerrados y expresiones circunspectas. Es gracioso que ambas tengan el cabello de un tono castaño bastante similar porque mientras una lo lleva tan lacio que simula la suave caída de una cascada, la otra luce un revoltijo de rizos desordenados que bien podrían compararse con los rápidos de un río. Cual caras de una misma moneda.
¿Serán hermanas?
—Perdón, linda, pero, ¿quién eres?
Pese a la impactante introducción, es evidente que una de ellas muestra un mayor rango de apertura que la otra. ¡Incluso me ha llamado “linda”! Listo, acaba de convertirse en mi favorita.
—Un gusto, soy Bianca y seré vuestra nueva roomie.
—¿Esto es en serio?
A ella la ignoro, en cambio…
—¿De dónde eres?
La chica que recién se ha ganado el puesto como mi preferida realiza una pregunta interesante.
—Soy un regalo Medellín para el mundo.
—¿Y en Colombia son todos igual de atrevidos?
Decido responderle a la gruñona en esta ocasión con una dosis de mi habitual franqueza:
—En realidad, no. Soy una maleducada que no tiene tiempo para rituales de cortesía banales porque necesita urgentemente un sitio decente donde pasar la noche.
Nunca he entendido a la gente que prioriza artificialidades como la referida “cortesía” cuando hay asuntos tan importantes a tratar como el que nos compete.
—¿Tienes dinero?
«Claro, ahora sí me presta atención, ¿eh? Por eso está en banca rota. Y pensar que se atrevió a acusarme de atrevida.»
—Ni un peso. No obstante, ya conseguí un empleo acá así que no tardaré mucho en ponerme al corriente con las cuentas.
La carta de recomendación de mi tutor ha obrado un milagro.
—¿Trabajas en este sitio?
Observo detenidamente su apellido escrito en el pase de visitante que reposa ajustado con un clip sobre el encaje de su blusa.
«¿Almendares? Lo conozco.» Ato los puntos prácticamente enseguida.
—¿Eres hija de Carmen? —Recuerdo a la amable señora del tercer piso hace poco diagnosticada—. Ella es un encanto.
Una pena que su retoño no parezca haberlo heredado.
—Supongo que tiene sus días buenos.
Comprendo el auténtico significado de la frase y su sonrisa incómoda; pasé por esa misma situación hace no tanto y lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
—Entonces eres Alondra.
Con su confirmación, coloco una marca de verificación en mi lista de pendientes. Ahora solo me resta averiguar el nombre de mi predilecta.
—¿Cómo lo sabes?
Es tal como su madre la ha descrito. Con una melena tan salvaje como su determinación y ojos chispeantes de desafío.
—Te menciona con frecuencia durante esos “días buenos”.
—Gracias por hacérmelo saber.
—No hay de qué. Por favor, no te rindas.
«Yo me planteé hacerlo con papá y jamás me perdonaré siquiera el haberlo pensado.»
Ella asiente al entender por completo mi petición. La plática se pinta de un tenue gris y mi favorita trata de reanimarla.
—Entonces, chica salida de la nada, ¿necesitas un lugar donde quedarte?
—Sospecho que mi jefa no permitirá que vuelva a compartir habitación con unos de mis pacientes así que sí, con urgencia.
—En ese caso siéntete bienvenida. Nuestra casa es tu casa.
—¿Nanda? ¿Qué te he dicho de acoger a todos los sintecho que se presenten en tu camino?
«Y hemos vuelto a la desconfianza.»
La chica parece pensarlo con un mohín de concentración. Vaya, ¡qué dulzura! Sospecho que Nanda y yo vamos a llevarnos muy bien. Creo que hasta podríamos ser primas. Tiene un rostro redondo y adorable que resalta la amabilidad residente en sus ojos marrones y hace brillar su pequeña naricita. Toda una monada.
—¿Que no es seguro?
—¡En efecto! Una cosa es que quieras adoptar un cachorro sin hogar y otra muy distinta es que lo ofrezcas nuestra casa a una desconocida que nos abordó en la cafetería de una clínica. ¡No la conocemos de nada y hasta el momento solo me ha dado razones para quejarme con su supervisora!
—No exageres. Tampoco ha sido para tanto —Estoy a punto de sentirme ofendida por sus comentarios.
—¡Exacto! Debes entenderla. Además, hizo un juramento hipocrático. Tiene terminantemente prohibido ser una mala persona.
Su fe en la bondad humana es conmovedora. Altamente peligrosa, no obstante, conmovedora.
De cualquier forma, aprovecho su duelo de miradas para intervenir. O sea, resulta bastante divertido que hablen de mí cuando estoy delante, sin embargo, debo regresar a mi turno pronto y me gustaría hacerlo sin la preocupación de no tener donde descansar.
—En realidad, las enfermeras hacemos el Juramento Nightingale —Al parecer, mi corrección de su imprecisión no les parece algo realmente interesante, así que enseguida repongo—: Pero claro, lucho por el bienestar de nuestra especie y todo eso.
—¿Ya ves, Alondra?
—Técnicamente aún no lo he hecho. Queda un semestre para que me gradúe —aclaro solo por si acaso.
—¿Aún estudias?
Nanda desvía repentinamente el objeto de nuestra conversación, sin embargo, dedico un segundo a saciar su curiosidad.
—En la ENEO.
—¡Estupendo! Nosotras también. O algo así. El pajarillo malhumorado estudia Pedagogía y yo Ecología. Me agrada el planeta.
—Por supuesto…
Un silencio incómodo se instala entre las tres mientras la amistosa con el medioambiente espera que Alondra ablande su posición. Yo esgrimo una última estocada a su negativa:
—Juro solemnemente ante Dios y en presencia de esta asamblea llevar una vida digna y ejercer mi profesión honradamente. Me abstendré de todo cuanto sea nocivo o dañino y no tomaré ni suministraré cualquier substancia o producto que sea perjudicial para la salud. Haré todo lo que esté a mi alcance para elevar el nivel de la enfermería y consideraré como confidencial toda información que me sea revelada en el ejercicio de mi profesión, así como todos los asuntos familiares de mis pacientes. Seré una fiel asistente de los médicos y dedicaré mi vida al bienestar de las personas confiadas a mi cuidado.
Todos a nuestro alrededor aplauden por mi compromiso sin contexto previo y yo hago una reverencia en agradecimiento.
—¡Y es divertida!
—Supongo…
Nanda toma su duda como un sí automático y se gira en mi dirección:
—¿Tienes donde apuntar, Bi? ¿Puedo decirte Bi?
«Aquella tarde el eclipse ocurrió más allá del cielo y ocupó un puesto muy especial en mi vida. Conocí personalmente al Sol y a la Luna.»
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