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12. «Un Obsequio de Apolo»

Respiro hondo para llenar mis pulmones de buen ánimo y aliso la falda de mi vestido rojo oscuro en un gesto compulsivo con el propósito de calmar mi creciente ansiedad. Repitiendo cual disco rayado en mi mente que jamás he sido una cobarde, hallo la determinación que me faltaba para entrar al sitio en el que hemos quedado.

—¡Bianca! —un efusivo saludo es la expresión con la que me recibe Soledad en cuanto me visualiza desde la recepción.

Camino, todavía un poco tensa, entre la multitud de mesas hasta sentarme frente a ella.

—Buenas tardes.

Mi tono es seco, cohibido, y debo pasar saliva con aspereza para librarme del nudo que se interpone en mi garganta.

—No tienes idea de cuánto me alegré al tener noticias tuyas.

Ella se dirige a mí con tan auténtico y desbordante regocijo que logra descolocarme al punto en que una sonrisa incómoda adorna mi rostro.

Hace mucho tiempo que no soy tratada con esa clase de familiaridad por una figura materna y se siente extrañamente incorrecto, como si fuera una anomalía en el universo. Su calidez me recuerda a Adela, y un desagradable sentimiento de traición a los deseos de papá regresa para atormentarme. No importa cuán irracional pueda sonar, no consigo deshacerme de esa sensación de acidez alojada en mi boca.

—¿Qué opinas de que vayamos derechito a la cuestión que nos ha traído hasta aquí? No me gustaría posponerlo ni un minuto más.

Y esa soy yo, siempre yendo directamente a por la yugular.

—¿Te parece si ordenamos una copa de vino antes? Creo que para cuando termine, ambas vamos a necesitarla.

Concuerdo a través de un breve movimiento de cabeza y, con el líquido a juego con mi vestido reluciente en nuestras copas, el autobús de las verdades aparca frente a mí dispuesto a revelarme los polvorosos secretos que esconde bajo el tapiz de sus asientos traseros.

—Conocí a tu padre en un viaje mientras estaba de vacaciones. Acababa de graduarme y, junto a un grupo de amigos que incluía a mi hermano, fuimos a Playa La Concha con el único objetivo de relajarnos y pasarlo bien. El barco en el que trabajaba Miguel había atracado cerca, nos encontramos por casualidad y la atracción fue prácticamente instantánea —Ella parece perderse en sus recuerdos y yo me mantengo al pendiente de cada palabra—. Al inicio, ninguno de los dos pretendía una relación seria; él pertenecía al mar y yo tenía una vida en la ciudad a la que debería volver tarde o temprano. Por lo tanto, optamos por seguir nuestros instintos y dejarnos llevar por un torrente de pasión del que disfrutamos cada segundo.

Y me figuro que fue acá cuando el compañerito condón no cumplió con su función.

—Pero, te embarazaste, ¿cierto?

—Sí, y a partir de allí todo se salió de nuestro control. Yo volví a la capital sin tener el coraje de contarle a tu papá, sentía que arruinaría su vida y ya tenía de sobra con que la mía se viera paralizada por las circunstancias durante meses. No había tomado ninguna resolución definitiva, sin embargo, las náuseas resultaron un signo evidente para Isadora de la Torre, mi queridísima madre, cuya primera reacción al enterarse fue intentar convencerme de abortar.

De acuerdo, eso no me sorprende. No obstante, admito que escucharlo de sus labios provoca un pinchazo en mi corazón. No importa qué tan esperado haya sido, no resulta agradable oír que alguien te odiaba al punto de desear desaparecerte incluso antes de haber nacido.

—¡Pero yo estaba aterrada y me negué de todas las formas posibles! Había concluido que, sin importar lo imprevisto de su concepción, la criatura en mi vientre no era responsable de la situación y no tenía derecho a negarle la oportunidad de existir solo por mi egoísmo —Comprendo que se ha referido a mí en tercera persona para evitar lastimarme más, aunque su loable esfuerzo no sea más que un fiasco monumental—. Además, el aborto era ilegal en ese momento, lo cual implicaba que mi vida también correría peligro si elegía someterme a un procedimiento de ese calibre sin ningún tipo de respaldo o seguridad.

Ella sujeta mi mano sobre la mesa, y con un destello de insistencia fulgurando en mis ojos, la aliento a que continúe:

—Ante la presión, Román me ofreció una salida alternativa al revelárselo a tu padre y hasta el día de hoy, aún le agradezco por ello, pese a que me fallara miserablemente meses después. Miguel y yo escapamos, aunque no por mucho tiempo —La amargura en su última frase despierta mi intriga—. Verás, no puedes huir muy lejos cuando tus padres tienen ojos y oídos en todas partes. Madre nos descubrió y regañó como si se hubiera tratado de una insensata escapada adolescente que no involucrara a una vida en peligro y por supuesto, las amenazas no faltaron. Días más tarde, entendió que su estrategia no rendiría frutos e intentó que hiciéramos las paces obligándome a prometerle que te daría en adopción en cuanto pudiera. Desde su perspectiva, la simple idea de mantener un resquicio de mi relación con tu padre era una abominación y, por ende, tú eras el colofón de su más espeluznante pesadilla.

—Sí, he escuchado sobre la señora —“Señora” es el término más amable que se me ocurre porque “abuela” está decididamente fuera de discusión—. Sé que nunca fue un arcoíris de empatía —mascullo al recordar la historia de Ingrid y cómo jamás logró ser una digna De la Torre según los estándares de su odiosa suegra.

—A estas alturas estaba exhausta de huir, por lo que fingí que teníamos un acuerdo para garantizar mi llegada al término del embarazo en paz. Pero ella nunca dejó de sospechar que no estaba siendo sincera, recelo que confirmó al oír una conversación entre mi hermano y yo, quien era mi único enlace con tu padre ya que, como habrás deducido, Isadora jamás permitió que se acercara a mí bajo vigilancia extrema. Poco después, Ingrid descubrió que estaba encinta y el caos reinó. Sobre todo, porque mi madre se esforzó en la creación de un plan malévolo que pensarías extraído de una telenovela de escaso presupuesto.

Bebo un sorbo de vino animada por mi ansiedad ya que presiento que el resto del relato solo irá en picada. Una hipótesis que demostrará ser cierta muy pronto.

—Verás, mi parto fue un infierno. Nunca en la vida me había sentido tan mal. Con la excusa de sortear a los buitres de la prensa amarillista, la “madre del año” me prohibió acudir a un hospital y el alumbramiento tuvo lugar en una cabaña destartalada sin asistencia médica. Las contracciones se extendieron por lo que me parecieron horas interminables y para cuando terminé de pujar, estaba tan agotada que perdí el conocimiento. Recientemente descubrí que la droga que me proporcionaron mientras estaba dando a luz con el falso pretexto de calmar mis dolores también jugó su papel en mi desmayo —Okey, comienzo a percibir el parecido de esta historia con la intrincada trama de un drama emitido en Antena 3—. Cuando recuperé la consciencia y pregunté por ti, me mostraron a un bebé muerto. Claro que no lo creí, la palabra “engaño” estaba escrita en las caras de Isadora y esa horrible comadrona con marcadores permanentes. No obstante, mi esperanza menguó cuando Román se unió a la farsa y me trajo una carta en la que Miguel se desentendía de nosotros. Era su letra, Bianca. Ahora sé que la escribió a petición de mi hermano, aunque en aquel momento quedé devastada.

A pesar de que lleva cerca de quince minutos contándome un relato plagado de acontecimientos horrorosos, me percato de que esta es la parte que más le afecta.

—Como ya te dije, jamás creí en mi mamá, mas, el testimonio de mi hermano hizo que me tragara la mentira porque jamás hubiera imagino que me apuñalaría por la espalda como lo hizo. Crecer en esa casa bajo el yugo de la tirana de nuestra madre no fue un cuento de hadas y Román siempre fue mi único aliado. Era mi mejor amigo, mi cómplice y confidente. Nunca hubiera sospechado que tramaría en mi contra. Sin embargo, no puedo negar que la ambición puede cegar a las personas y la remota posibilidad de que su hijo nonato se convirtiera en el futuro heredero del patrimonio de nuestra familia fue el factor que inclinó la balanza en mi contra —El agarre en mi mano incrementa su fuerza—. Nuestra contra.

Ella respira entrecortadamente antes de proseguir:

—De cualquier forma, no me di por vencida. Busqué a tu padre hasta el cansancio porque necesitaba una explicación a la par que visitaba orfanatos intentando encontrar alguna pista sobre tu paradero, creyendo que tal vez la arpía de Isadora había logrado embaucar a mi hermano de algún modo. Sin embargo, recibí otro golpe brutal cuando vi el titular en el que anunciaban el naufragio del barco en el que solía trabajar Miguel apenas un par de meses más tarde —Sus ojos se cristalizan y me imagino cuánto debe haberle dolido la noticia—. Ese barco era su vida, Bianca, así que supuse que, cual buen marinero, se habría hundido con él. Darlo por muerto fue el punto final que me empujó a cerrar el asunto y largarme muy lejos de aquí. Después de eso, pasé la mayor parte de mi vida en Europa hasta la muerte de mis padres. No frecuenté la casa por años. Ver la encantadora familia que había formado Román parecía un castigo divino por mi rechazo inicial al embarazo y pisar este país se volvía una tortura.

—Por eso reaccionaste de esa forma cuando viste el brazalete.

—Tu padre me había regalado uno idéntico. Lo lancé al mar en el que debió haber sido tu primer cumpleaños, no soportaba llevarlo conmigo —Sus pupilas descansan en mi un punto exacto de mi cuerpo e intuyo lo que me va a preguntar—: ¿Ese tatuaje es para simbolizarlo a él?

Dirijo mis ojos hacia el contorno de la gaviota dibujada en la cumbre de mi hombro izquierdo.

—Lo es.

Termino de beber el resto del contenido en mi copa al mismo tiempo en que reúno el valor que necesito para compartir esto con ella.

—¿Me acompañas? Tengo algo que me gustaría mostrarte.

Ella asiente y en un silencio sepulcral, caminamos hacia el baño. Una vez dentro, echo el pestillo y aparto la cascada de cabello castaño de mi espalda.

—¿Me ayudas con el cierre?

Soledad alza una ceja, desconcertada, aunque acepta instantáneamente.

—Vale.

Detecto el jadeo de sorpresa que escapa de sus cuerdas vocales al distinguir el tatuaje que abarca casi la totalidad mi columna vertebral. Sé que debe sentirse sobrepasada para hablar, así que tomo la palabra en su lugar.

—Una de las pocas cosas que papá me contó sobre ti es que adorabas los crisantemos. Me hice este cuando cumplí quince años, fue el primero de todos. Confesaré que dolió como la mierda, pero, era mi forma de agradecerte por morir en mi lugar. En la versión de mi padre, tu habías fallecido durante el parto.

—Supongo que era mejor que contarte que tu madre no estaba interesada en ti —Frunzo mi entrecejo con la interrogante escrita en mi rostro: ¿cómo podría papá haber llegado a esa conclusión?— Fue lo que Román le dijo a Miguel cuanto te entregó.

—Tu madre y hermano realmente no fueron muy originales, ¿eh?

—Por favor, no me recuerdes lo ridículo de su treta. Me basta con sentirme una completa imbécil. Quién diría que esas estupideces funcionaran en la vida real —Una risilla agridulce escapa de sus labios y una sombra de tensión se instala en el ambiente—. ¿Por qué una flor blanca?

—¿Porque sí? —La ironía en mi voz delata que su interrogante me ha puesto a la defensiva—. Lo siento, deberás ser paciente conmigo. Mi modo sarcástico es mi escudo principal y suelo activarlo incluso sin querer —Con varias respiraciones de por medio, contesto su pregunta—: El crisantemo blanco representa la ruptura de un amor y un dolor muy profundo. Mi nacimiento marcó el final de vuestra historia de amor y cargaba en silencio la pena por no haber tenido la oportunidad de conocerte. Así que, me pareció una elección apropiada.

—Entonces, ¿todos tus tatuajes tienen un significado?

—No puedo negar que con el tiempo desarrollé una adicción a la tinta y que ya no me importa mucho, no obstante, sí, lo tienen.

Al menos parece aliviada porque no vaya por la vida “pintarrajeando” mi piel cual adolescente imaginativa en el baño de su prepa.

—Por ejemplo, estas son Nanda y Alondra —afirmo a la par que señalo el Sol y la Luna en cada antebrazo—. Y este es por Adela.

La duda se apodera de sus facciones mientras examina la venda con un corazón que se ubica sobre mi pecho.

—¿Adela? ¿Quién es ella?

Fue. Ella fue muy importante para mí —Acomodo mi peso sobre el lavamanos en tanto le cuento lo sucedido—. Recibí el diagnóstico de papá poco antes de cumplir dieciocho. “Alzheimer de aparición temprana”, dijo el doctor; “un verdadero suplicio” era la expresión que debió haber utilizado —«Preferiría morir antes que terminar consumida de esa manera»—. Por suerte, conseguí internarlo en una clínica cuando perdió la cabeza por completo, Adela era su enfermera y me cuidó hasta que pude valerme por mí misma, incluso después de que mi padre muriera. Creo que ella siempre supo la verdadera historia porque solía insistir en que cumpliera su última voluntad y la última fase de la enfermedad lo había vuelto conversador.

Sonrío con tristeza al recordar la etapa en la que retornaba a su infancia y me llamaba “mamá”.

—Adela murió atropellada algunos meses después y con su partida, empecé a sentir que mi lugar ya no estaba en Medellín. Vine a Playa La Concha, esparcí las cenizas de mi padre tal como había pedido y, por primera vez, me sentí en casa. Así que, al volver, comencé a estudiar Enfermería y en mi segundo año me inscribí para un intercambio. Jamás regresé a Colombia.

Ella suspira, siendo este su turno de digerir mi versión.

—Asumo que una parte de ti supo que pertenecía aquí.

—No estoy segura. Romi afirma que vio algo parecido en “Soy Luna” y me niego a creer que Disney y sus sentimentalismos tienen algún fundamento.

Ella ríe, me abraza y yo no siento que deba apartarla como habría imaginado. Tal vez está en lo cierto y algo dentro de mí siempre lo supo.

«O quizás los guionistas y productores de Disney Channel son brujos.»

Nota de la autora: Si encuentran la referencia a Percy Jackson, les regalo un corazón azul.

En otras noticias: ¡el próximo capítulo es el último! No puedo creer que la historia de Bianca esté llegando a su final tan pronto.

Bueno, ya nos veremos allá.

Abrazo,

Lis

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