09. «Senda hacia la Fraternidad»
—¿Y Nanda? —es mi primera interrogante a la mañana siguiente.
—Sigue durmiendo, pese a que suele ser la primera en despertar. ¿Crees que se deba al embarazo?
Muerdo mi improvisado sándwich de jamón y queso para luego contestar cual Wikipedia:
—Las gestantes pueden desarrollar hipersomnia durante el primer trimestre y la fatiga es un síntoma común, así que sí, es probable. Además, no implica que haya algo fuera de lugar. Aunque sería aconsejable que abriera los ojos de una vez y estuviera al tanto de su condición, necesita una revisión médica para estar cien por ciento seguros de que todo está en orden.
—Lo sé, pero no me siento cómoda contándoselo. Creo que es un asunto sobre el que debería atar cabos por sí misma.
—En ese caso, creo que estás esperando un milagro, Alondra. Me parece que sus padres no alcanzaron a tener “la charla” con ella y dudo que alguna vez hayan abordado este asunto en la catequesis.
—¿Acaso habla la Bianca iconoclasta* habitual? Pensé que anoche te habías replanteado tu postura acerca de la religión.
—Pues te equivocas. Cambié de opinión respecto a la fe, querida. Ya no pienso que se trate de una mierda o total pérdida de tiempo, e incluso soy capaz de reconocer que cuenta con un poder considerable —acoto en primer lugar—. La religión es harina de otro costal. Sigo opinando que es el Frankenstein de una secta de puritanos extravagantes con un alto sentido de su propia virtud y significancia.
Ella rueda los ojos, rendida ante mi terquedad.
—Ya que solo damos vueltas en círculos, mejor postergamos ese debate para otro día, ¿vale? —Me encojo de hombros con indiferencia y regreso mi atención al emparedado—. No hemos resuelto la cuestión esencial: ¿qué hacemos para que Nanda aterrice de una buena vez? Y antes de que se te ocurra sugerirlo siquiera, Fer es un completo inútil incapaz de captar las menos sutiles indirectas, por lo que podemos irlo eliminando de la ecuación.
—Ya entendí cómo no se enteró de que su novia estaba siendo manipulada por su madre durante la organización de su boda hasta el día de la celebración.
Muchas piezas terminan de encajar en ese rompecabezas pendiente y por un instante, las dos nos perdemos en nuestros recuerdos antes de retomar el meollo del asunto:
—¿Entonces…? ¿No se te ocurre otra idea?
—Creo que tengo algo en mente.
Troto hasta mi habitación y rebusco en las gavetas de mi armario durante algunos minutos; al volver, lo hago con la prueba de embarazo que se convertirá en la estrella de mi próximo plan.
—Ayer, cuando supe que Nanda vendría, compré esto con la esperanza de que uniéramos fuerzas para convencerla de hacérsela —explico brevemente—. No obstante, podemos simplemente guardarla en su bolso y esperar a que la encuentre.
—¿Funcionará?
—Amiga, no existe forma de que pueda ignorar una señal tan obvia como esta. Por lo menos despertará su curiosidad; y con un poco de suerte, correrá al baño más cercano de inmediato.
Mi pajarillo favorito arranca el test de mis dedos y se apresura a ocultarlo en uno de los bolsillos de la cartera de Fernanda con la agilidad de una espía.
—Listo —anuncia satisfecha—. Esperemos que se percate cuanto antes.
…
Me pregunto qué habrá comido la niña con indigestión que ocupaba este cubículo al percibir que el hedor de su vómito persiste en el aire a pesar de que he usado todos los productos de aseo a mi disposición. Me quito los guantes con una mueca de asco que no puedo disimular antes de que la conversación de dos mujeres se filtre a través de las cortinas.
—Es aquí.
Quedo de piedra al distinguir a Soledad de la Torre a mi lado, en compañía de mi adorada jefa, Norma Castañeda.
«¡Fabuloso! La bruja guía al dragón hacia el escondite de la princesa para que sea devorada. Todo un clásico»
Es una bendición que yo no sea ninguna damisela en peligro.
—¿Qué hace usted acá?
Ella pasa por alto mi tono cortante, aparentemente, debido a que está demasiado ocupada apreciando el cuadro de verme transpirando cual vaca a través del grueso uniforme de limpieza en el que estoy ataviada. La morisqueta de disgusto en su rostro la delata.
—¿Esta es una de tus funciones? Pensé que el trabajo de las enfermeras incluía únicamente la asistencia y acompañamiento de los pacientes durante su tratamiento.
No sé si achacarle el dejo despectivo al empleo en sí, o al aroma nauseabundo que domina la sala. Concluyo que se debe a un poco de ambas.
—Usualmente no ejerzo este tipo de actividades, no obstante, fue una orden directa de mi jefa, acá presente —Una vez pongo en evidencia a mi querida Castañuela, añado con sarcasmo—: ¡Y yo adoro cumplir las reglas!
No considero que limpiar sea denigrante ya que se trata de un trabajo honesto. Aunque, bajo la lupa de Soledad de la Torre, verme trapear el piso de un hospital debe ser el acto estelar de alguna de sus peores pesadillas, a juzgar por su expresión horrorizada.
—¿Q-qué? ¿Yo te lo encargué? —La señora la observa con animadversión y Norma se sacude nerviosamente.
No sé qué le habrá dicho con anterioridad, pero no pienso tener piedad de mi serpiente menos preferida. De hecho, esto se ha tornado divertido.
—Sip, hace menos de una hora.
Y si pensaban que yo era buena actriz, es porque no han visto a mi supervisora siendo hipócrita:
—Oh, Bianca, cuánto lo siento. Debió tratarse de un error. Jamás rebajaría a una de mis mejores enfermeras a degradarse en la ejecución de una tarea tan denigrante. Puedes ir a ducharte, yo terminaré por ti.
—Pero, todavía me quedan…
—Por favor, no te molestes. Has hecho más que suficiente. Ve con tu mamá y ten el resto del día libre.
«Conque mi madre, ¿eh? Ya entendí el motivo del teatrito plagado de bondad y empatía.»
—Vaya, qué amable.
—Sabes que me esmero en mantener al personal en estado óptimo, solo así primará un entorno laboral seguro y colaborativo.
—Por supuesto que sí.
Con una última sonrisa irónica, doy media vuelta e ignorando el impetuoso taconeo que me persigue, me alejo en la distancia.
—Me alegra que tu jefa sea tan afable y responsable.
—¿Norma? ¡La mejor! —Ruedo los ojos con fastidio antes de girarme para verla de frente—: Ahora, ¿qué se le ofrece?
Cruzo mis brazos sobre mi pecho en una clara pose defensiva y por su mirada, percibo que ella también ha notado la tensión en mi pose y una fila de cañones imaginarios apuntando en su dirección, listos para atacar a la mínima señal de peligro.
—Necesito explicarte, Bianca.
—No creo que sea el momento.
—¿Ingrid no habló contigo?
—Lo hizo; mas, y es mejor que aprenda esto pronto: yo no soy muy influenciable —declaro orgullosamente—. Y si bien Ingrid logró conmoverme con su discurso, tengo un pasado que acumula más de veinticinco años de ignorancia y que actualmente se encuentra ardiendo en resentimiento; por tanto, resulta complicado dejarlo de lado para escuchar su versión. ¿Me comprende?
—Pero…
—Puede tener la seguridad de que la buscaré. Lo prometo. Sin embargo, necesito tiempo. Además, tengo otros asuntos que resolver. No pretenderá que pause mi vida solo porque descubrí que usted es mi madre biológica.
La observo tragar mis palabras con cierta amargura; para minutos más tarde, aceptarlas:
—Entonces, supongo que tendré que esperar.
Me regodeo con una migaja de satisfacción. Esta mujer debe haber obtenido todo lo que quería en su vida solamente con pedirlo.
O bueno, casi todo.
«Una pena que yo no me rija por las pautas socialmente aplaudidas o rinda pleitesía como está acostumbrada. Si quería una hija complaciente como la arrastrada de Norma, va a tener que buscar a otra niña huérfana puesto que de mí no obtendrá un miligramo de cariño o consideración que no merezca.»
—Esperó casi treinta años, estoy convencida de que sobrevivirá un par de días más.
Con esa pizca de veneno en la punta de mi lengua, hago el amago de retirarme. No obstante, un pinchazo de duda me detiene a mitad de la acción y retrocedo con el fin de confirmarlo.
—La entrevista de trabajo que tengo mañana, ¿usted la planeó?
—¿Para el equipo con la misión de abrir nuevos hospitales alrededor del mundo? —Asiento sin mediar palabra—. Fue Román; ayer lo mencionó.
—Tal cual imaginaba.
Ahora sí, me marcho fuera de su vista.
«Siempre intuí que había algo fuera de lugar en esa historia.»
…
Apreciando al máximo el dulce olor que desprende mi fragancia favorita y bañada en ella sin contemplaciones, desciendo el conjunto de escaleras que desembocan en la salida principal horas antes de que mi turno acabe.
«Empiezo a disfrutar las ventajas de ser una De la Torre.»
Sin embargo, la sonrisa de regocijo en mi rostro se disuelve cuando diviso a Fernando estacionado delante de mí.
«¿Acaso hoy habrá un desfile de parientes del que no me enteré?»
—Tengo algo que mostrarte.
Abre la puerta que corresponde al sitio del copiloto y yo entro en el auto sin hacer más preguntas porque estoy intrigada. Ya sé lo que dice el refrán sobre la curiosidad y aquel tonto gato, mas, yo llevo gas pimienta en mi bolso y tomé clases de defensa personal.
«Si a Fer se le pasa por la cabeza asesinarme para quedarse con la herencia como sucedió en la telenovela colombiana que vi días atrás, al menos me aseguraré de castrarlo.»
Recaigo en el absurdo carril que han tomado mis pensamientos y exhalo los nervios que, me cuesta admitir, trae consigo esta pequeña excursión de primos.
—¿Has visto la película “Luna Nueva”?
—¿Te refieres a la segunda parte de la saga “Crepúsculo?
Lo confieso, me sorprende que la haya identificado tan rápido. Ya me había preparado para explicarle cada detalle.
—¿De verdad la has visto?
—Romina es una niña excesivamente convincente.
Lo dejo estar (aunque prometo guardar el chiste que se me acaba de ocurrir para más tarde) con el objetivo de retomar mi punto de partida:
—¿Recuerdas a los hombres lobo que allí aparecen?
—Sí, comenzaron a transformarse de manera gradual debido al incremento de la circulación de vampiros en la zona.
—Exacto. Uno de los síntomas de su primera conversión era una ira súbita e incontrolable que acababa por arraigarse en su temperamento. Muy parecido a lo que me ocurría contigo cada vez que te veía. Como si un gen que no lograba decodificar se activara con tu presencia.
—¿Acabas de usar una referencia literaria para, en pocas palabras, llamarme “monstruo chupasangre”?
—No lo había pensado así, aunque tampoco puedes negar que tiene su lógica.
—¿También quieres que firmemos un tratado de paz? —inquiere con gracia tomando el rol mediador de Carlisle Cullen entre ambas especies.
—Me parece que sobreviviremos sin querer matarnos. De cualquier modo, ya me había prometido ser más tolerante contigo en consideración a mi amistad con Nanda y su necesidad de armonía.
Un silencio incómodo se instala entre los dos y recurro a la antigua broma que tenía en mente para disiparlo:
—Así que… tu hermanita menor te tiene dominado —tarareo con diversión.
—No podrás restregármelo en la cara cuando la conozcas mejor y caigas también en sus redes. Es una “niña mimada de papá” en toda regla , pero tiene un encanto particular que te ata a sus deseos. De lo contrario, no tendría a la familia completa de rodillas. Es uno de los mayores privilegios de ser un De la Torre.
—Seguramente llegaré a apreciarlo.
—Confío en ello. Está ansiosa por conocerte mejor.
—¿Ya le contaron? —interrogo asombrada. Se debe ser cuidadoso a la hora de transmitir una novedad de este calibre a una niña.
—Ella no es para nada tonta, Bianca. Percibió que algo no andaba bien en su casa desde que la convencimos de venir a dormir algunos días a la nuestra. Nanda se vio forzada a tejer una fantástica historia más parecida a un cuento infantil digno de pertenecer a la franquicia de Disney que a un suceso de la vida real, y Romi se tragó su versión sin rechistar. ¿El resultado? Está muy entusiasmada con tu adición a la familia. Con dos hermanos varones, afirma que las primas siempre son bienvenidas –Sonrío con suavidad al imaginarme la emoción de la pequeñaja—. Y lo último va en nombre de los tres, ¿okey?
No digo nada porque, por primera vez en mucho tiempo, no tengo palabras.
…
Me toma por sorpresa cuando el vehículo se detiene afuera del inmenso complejo de oficinas que dirige mi madre no-muerta, y quedo definitivamente boquiabierta mientras me guía a través de los concurridos pasillos de la gigantesca e intrincada edificación.
Durante el trayecto, deduzco que el reloj ha marcado la hora de salida para casi todos los empleados puesto que la mayoría se encuentra yendo en dirección contraria a la nuestra, así como también asumo que Fernando debe representar una figura de autoridad respetada entre el personal, teniendo en cuenta los múltiples asentimientos, apretones de mano y demás saludos corteses de reconocimiento que recibe a lo largo del trayecto.
Las puertas de una oficina específica son abiertas de par en par y distingo la placa con el nombre de Román de la Torre sobre el escritorio.
—Rompe cuanto quieras.
«Un segundo, ¿de dónde ha salido ese bate?»
—¿Pretendes que me arresten por invasión y daño a la propiedad privada acaso?
La invitación es tentadora. ¿Ir a la cárcel? No tanto.
—Tienes derecho a cada maldito centímetro de este lugar, Bianca. Es más, eres la legítima heredera de este estúpido imperio y mereces destruir todo lo que hay aquí dentro —Fer toma el soporte que descansa sobre la mesa y contiene el nombre de su padre—. Él te mintió, enterró la infancia que podrías haber tenido junto a tu familia. Te dejó sola, abandonada cual perro sarnoso en el otro hemisferio del continente. Ni siquiera se apiadó cuando quedaste huérfana, sin nadie que te brindara amparo. Él es el responsable de todo lo que pasaste y tú debes estar muy enojada.
—Y lo estoy.
—Entonces siéntete libre de dejarlo ir.
El vacío que siempre sentí por no tener una madre, la sensación de pérdida por todo aquello que se me había negado, las noches con frío, el calvario que viví en aquel orfanato, la miseria, el dolor, en resumen, cada una de las heridas y cicatrices que alberga mi alma rompen su punto de sutura y gritan a todo pulmón en mi mente, exigiendo venganza.
Los latidos de mi corazón se incrementan de forma acelerada hasta asemejarse a azotes que revolucionan mi pecho y los cristales rotos nublan mi vista.
Desato mi ira hasta que mis músculos punzan, agotados, y siento que me ahogaré debido al ritmo de mi propia respiración. Una vez que consigo recobrar la calma, me dirijo hacia mi acompañante, quien permanece impasible ante el desastre en una esquina de la habitación.
—A ti también te mintió, te hizo cargar con un peso que no te correspondía, te robó la oportunidad de elegir qué y quién querías ser —enumero mirándolo a los ojos—. ¿No estás ni un poquito enojado por el futuro que podría haberte arrebatado?
Él lo medita por un minuto antes de hacerme una pregunta que dibuja una sonrisa en mis labios:
—¿Me prestas el bate?
Se lo tiendo con gusto y me aparto cuanto puedo para permitirle hacer trizas la oficina de su progenitor con libertad.
Una vez que ambos yacemos extenuados sobre el suelo cubierto de informes y reportes rotos e inservibles, compartimos la que debe ser nuestra charla más amena y confortable hasta la fecha.
—Nanda siempre me decía que nuestros constantes choques de carácter tenían su raíz en que nos parecíamos demasiado. Ahora resulta innegable que tenía razón.
—Fernanda siempre tiene la razón. Te lo dice el hombre casado con ella.
—El más afortunado, cabe destacar –?—Lo molesto dejando una serie de golpecillos a modo de broma en su mejilla con un extremo del bate—. Ella es inigualable.
—Créeme, estoy consciente —Aparta el implemento deportivo de su rostro y se levanta del piso—. Pero ya no es el único vínculo que nos une. Ven aquí, primita.
Extiende los brazos hacia mí y no me puedo resistir por mucho tiempo.
—Soy mayor que tú por varios meses, bobo.
—Lo que tú digas, primita.
Me escondo en sus brazos y caigo rendida ante la calidez que me envuelve.
—Tonto.
—Pues te informo que viene incluido en el paquete familiar.
Sonrío. Nuevamente me ha dejado sin palabras.
«Supongo que tendré que comenzar a acostumbrarme.»
*iconoclasta: alude a quien practica la iconoclasia, que consiste en la deliberada destrucción dentro de una cultura de los íconos religiosos (y otros símbolos o monumentos) de la propia cultura, usualmente por motivos religiosos o políticos. En la actualidad, el término ha acabado aplicándose de manera figurada a cualquier persona que desprecia o rompe con los dogmas o convenciones establecidas.
Nota de la autora:
¡No tienen idea de lo ansiosa que estaba por abordar el encuentro entre Fernando y Bianca!
Porque si bien es verdad que amaba escribir sus conflictos y diferencias (especialmente porque eran muy divertidos) creo que me agrada mucho más explorar esta nueva faceta en su relación.
Con cariño,
Lis
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