07. «La Gran Revelación»
—¿Estarás de vuelta muy tarde?
Retoco mis pestañas frente al espejo del baño en compañía de mi roomie, quien se encuentra estática junto a la puerta vigilándome de cerca.
—Es probable; por si acaso, no me esperes despierta.
No se trata de mi mamá, pero Alondra se ha tomado con excesiva seriedad su papel de “adulta a cargo de pollitos adolescentes” en la secundaria y tiene la incontrolable (y también a veces irritante) tendencia de extender ese rol hacia mí. ¡Pese a que soy mayor que ella!
—¿Estás segura de no querer nada con el burguesito? Porque estoy convencida de que ese chico está tan enganchado contigo que te recibiría como al más increíble y anhelado obsequio de Navidad si aparecieras en mi lugar.
—¿Lo dices de corazón o porque estás arrepentida de haber aceptado su invitación?—cuestiona con el mismo dejo perspicaz con el que debe analizar los gestos de cada púber bajo su cuidado.
—Un poco de ambas —confieso a la par que inspecciono, milímetro por milímetro, el maquillaje en mi rostro.
Percibo que rueda los ojos ante mi sincera admisión gracias a mi vista periférica para posteriormente comentar lo siguiente con honestidad:
—Las cosas con Rigo cumplen todos los requisitos para salir desastrosamente, Bianca. Es un payaso de primera clase que ni siquiera está seguro de lo que desea hacer con su vida; y la mía, está demasiado plagada de conflictos como para disponerme a cargar uno más sobre mi espalda.
Paso por alto la evidencia de cuánto ha racionalizado esta situación al preocuparme por el problemón que debe estarla dejando sin aliento.
—Tu madre no ha mejorado, ¿cierto?
Por primera vez desde que comenzamos nuestra charla, desvío la atención de mi reflejo para observarla de frente. Todo aquello que involucre a Carmen Almendares debe ser tratado con especial delicadeza.
—Hablaremos de ese tema otro día, ¿vale?
Leo la palabra “evasión” en su mirada y frunzo mis cejas como respuesta inmediata.
—De acuerdo —Sé perfectamente cuándo debo darle su espacio y reconozco que este es precisamente uno de esos momentos—. Ahora dime, ¿cómo me veo?
Modelo con exquisita altivez frente al lavamanos como si estuviera en un desfile de Chanel con el único fin de sacarle algunas risas a mi mejor amiga; la graciosa sinfonía de mi pajarillo favorito es la recompensa por un arduo esfuerzo.
—Lista para enfrentar a un ejército de gente petulante.
Le guiño un ojo y lanzo un beso porque eso era precisamente lo que necesitaba oír.
—Estupendo.
…
Espero pacientemente en el living de la mansión De la Torre hasta que alguien de la familia se digne a recibirme. Distingo el porte naturalmente jovial de Nanda mientras se acerca por el corredor y suspiro con alivio al constatar que al menos el primer indicio de cómo transcurrirá la noche es positivo.
Desafortunadamente, mi amiga deshilacha el frágil tejido de mi ilusión en pocas palabras:
—¡Oh, Bianca! —Envuelve sus cálidos brazos a mi alrededor, aunque por su fúnebre expresión de velorio pareciera que estuviera dándome el pésame por alguna pérdida lamentable—. Cuando Rigo me dijo que habías accedido venir, apenas pude creerlo. ¡No calculas las dimensiones del lío en el que acabas de meterte!
Evaporo su preocupación al contestarle con picardía:
—Sabes que me encanta estar en problemas.
—Y vaya que sí. Una cena con tantos De la Torre reunidos siempre tiene potencial para salirse de control y convertirse en una tortura, ¡imagina justamente esta! ¡Llevada a cabo al día siguiente en que Soledad anuncia que se retirará pronto!
—¿Soledad? ¿Quién es ella? —pregunto con la duda dominando mi cabeza. Sin embargo, me respondo a mí misma antes de que mi amiga tenga la oportunidad una vez lo recuerdo—: ¡Oh, ya lo tengo! Es la que está exasperantemente obsesionada con el burdeos, ¿cierto?
Nanda la mencionó en reiteradas ocasiones luego de la cena de Acción de Gracias que tuvo lugar el año pasado a raíz de la insistencia de dicha señora en la utilización de ese color (que ninguna conocía) en el festejo de su boda. Según nos comentó días después, su enlace con Fernando se tornó el tópico principal de la atípica festividad celebrada para complacer un capricho de Romina, y fue un completo caos.
—La misma —«Genial. Precisamente cuando habíamos curado a Ingrid, llega otra bruja…»—. No la viste en la celebración de la boda porque solamente estuvo presente en el primer intento. Para el segundo, había tenido que salir de viaje por algunos negocios, mas, esta vez, es la estrella de la noche así que simplemente no podrás pasarla por alto.
En cuanto cruzamos al jardín para unirnos al resto, Rigo se acerca a mí al mismo tiempo en que Nanda va a consolar a su marido, quien, desde mi posición, destila un malhumor digno de una jauría de perros rabiosos.
—¡Hola, Bi!
Saludo al muchacho con un corto asentimiento antes de tomar una copa de vino tinto al azar de las que reposan sobre una mesa cercana. Con semejante preámbulo, tengo la intuición de que necesitaré mucho alcohol en la sangre para soportar esta noche insufrible.
«Las cosas que hago por mis amigos…»
¿Ven? Es una consecuencia agradable que se deriva de mi amaxofobia*: puedo beber libremente cuanto quiera y cuando quiera sin temor a una multa o a morir accidentada.
—¿La que está rodeada como si fuera comida para tiburones es la famosa Soledad? —inquiero una vez localizo a por lo menos media docena de personas rodeando a una mujer.
—En efecto. Acaba de volver de su gira por Europa.
—¿Acaso es una tradición vuestra recibir a la gente con comidas especiales?
Todavía me acuerdo del banquete que prepararon para Nanda y Fer con el propósito de darles la bienvenida luego de su luna de miel.
—Demasiado dinero para derrochar —justifica con un sencillo encogimiento de hombros—. Además, mi tía es la verdadera gallina de los huevos de oro en esta familia. Sus proyectos innovadores son los que han asegurado que la empresa se mantenga en el podio del éxito durante las últimas dos décadas. No obstante, ha hecho público su deseo de retirarse pronto y ya que no tuvo hijos, debe estar por elegir a su sucesor o sucesora muy pronto. La multitud que ves por allá ha decidido rendirle pleitesía para ganarse el favor.
—¿Pero su heredero no debería ser Fernando automáticamente? Es el mayor de todos ustedes.
Pensé que los De la Torre tendrían establecido un sistema parecido al de las monarquías para estos casos.
—Lo es, así como el más capacitado. Ha trabajado codo a codo con la tía Soledad desde hace años y padre lo ha mentalizado para ocupar la presidencia de la corporación desde que dio sus primeros pasos, sin embargo, ha estado enojada con él desde que mi hermano armó aquel escándalo en su primera boda con Nanda, por lo que existe una pequeña brecha de posibilidades de que ella se decante por otra persona. La misma brecha que volverá loco a Don Román de la Torre si su única hermana no elige a su hijo predilecto.
—Guao, suena más complicado que la línea de sucesión al trono español.
—Lo sé —Rigoberto me concede la razón mientras selecciona una tartaleta entre la inmensa variedad de canapés dispuestos por el lugar—. Así son las familias: problemáticas.
«De la que me libré…»
—No, gracias. Me sobra con Alondra y su voz de mando cuando dejo tirada la ropa sucia en el suelo de mi habitación —me quejo con pesadez en tanto él me muestra una sonrisa complacida que, estoy convencida, evoca recuerdos lascivos que no me quiero ni comenzar a imaginar.
—Lo sé.
—Ni se te ocurra contarme —le advierto acompañada de una morisqueta de notable disgusto.
«Presiento que él tiene una percepción completamente diferente acerca de la autoritaria voz de mi mejor amiga.»
—Tampoco planeaba hacerlo.
Él ríe con un travieso tintineo y ambos continuamos charlando un poco apartados del resto durante otro rato hasta que Ingrid se acerca a nosotros.
—Oh, Bianca, ¡realmente eres tú! ¡Qué gusto verte!
—Buenas noches, Ingrid —devuelvo el saludo medio cohibida debido al ser que descansa de pie a su lado—: Buenas noches, señor.
Por desgracia, la nueva y luminosa versión de la suegra de mi amiga viene en compañía de su detestable esposo; el mismo que oí refiriéndose a mí despectivamente la última vez que pisé esta casa. No obstante, estoy decidida a comportarme como el ser más civil y educado que haya visto en su vida con tal de refregarle mi apariencia de narcotraficante en su estirado rostro clasista.
—¿Ustedes... juntos? —La voz de Román tiembla mientras nos mira a su hijo y a mí como si se tratara de un par de fenómenos aberrantes—. ¿Pero qué inmundicia es esta?
«Lo siento, Determinación, hasta aquí llegaste.»
¿Por qué los buenos propósitos nunca duran lo suficiente?
—Mire, señor, me importa un rábano si es un De la Torre, Del Castillo o Del Llano, no pienso permitir que se dirija a mí de esa forma.
Su familia debe estar de acuerdo conmigo puesto que los dos se apresuran a intervenir:
—¡Padre! ¿Qué te pasa?
—¿Román? ¿Cariño?
Parece que he hablado en un tono demasiado alto, ya que para cuando vuelvo a dar un repaso a mi alrededor, nuestra amigable escena es el centro de atención de los presentes y la señora que se encontraba en el ojo del huracán al otro lado del jardín, se ubica a escasos pasos del cuadro que protagonizamos.
—¿Hermano? ¿Qué está sucediendo? ¿Cuál es el motivo de este escándalo? —Sus pupilas nos escanean a los cuatro con minucioso cuidado y tardan un poco más de tiempo en analizarme a mí—. ¿Nos conocemos?
—Para nada, señora. —«¡Gracias al cielo!»
—¿Ese es un brazalete de Playa la Concha?
Resulta raro que lo haya notado con tanta rapidez; sobre todo cuando se trata de la cabecilla de los De la Torre, quien porta un costoso juego de joyas preciosas en su cuello y muñecas, por ende, yo hubiera supuesto que no le daría ni un segundo vistazo a una artesanía tan humilde como mi pulsera.
—Lo es.
—Ustedes… ustedes… —El padre de Rigoberto sigue desvariando en tanto nos acusa como si hubiésemos cometido el peor de los pecados.
—¿Qué ocurre, Román? ¿Qué te ha puesto así?
—Ellos… ¡Son primos, Ingrid!
«Otro que enloqueció.»
—¿Papá? ¿Te sientes bien? —Fer se acerca para ser testigo de la demencia dicha por su progenitor.
«¿Rigoberto y yo primos? Es el mayor de los sinsentidos que haya escuchado alguna vez.»
—Román, ¿qué locura estás diciendo?
—Bianca es tu hija, Soledad. Miguel la crío en Colombia y…
En cuanto el nombre de mi padre es mencionado el bombeo de mi corazón se dispara a una velocidad preocupante y percibo cada latido como un sonido ensordecedor que me impide escuchar algo más.
Las personas a mi alrededor murmuran frases que me resultan inteligibles y solo alcanzo a descifrar palabras claves que me guían a través del rumbo de la plática.
Madre.
Romance.
Pasado.
Verdad.
Abandono.
Mis pulmones me advierten de la falta de oxígeno, pues, aunque mis vías respiratorias se encuentran libres de cualquier obstáculo que limite sus funciones, el shock ha saturado totalmente mi sistema.
Así que, a paso lento, emprendo mi retirada, tan aturdida que ni siquiera oigo los gritos de Rigo y su madre pidiéndome que regrese.
*Amaxofobia: Miedo a conducir un vehículo o viajar en él.
Nota de la autora: ¡He aquí el gran misterio!
Ahora sí va a arder Troya, chicos.
Con cariño,
Lis
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