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03. «Venganza con "B" de Bianca»


—¿Entonces tuvieron la charla?

Alondra asiente satisfecha mientras ambas desayunamos y yo la interrogo sobre su más reciente y esclarecedora plática con el cuñadito de Fernanda.

—Ya todo está en orden. Rigoberto no volverá confundirse.

Bebo el último sorbo de mi jugo de piña cuando el timbre de nuestro apartamento nos toma a las dos por sorpresa.

—¿Podrías ir tú? Aún debo lavarme los dientes.

Hago un sonido afirmativo con mi boca mientras me dirijo a la entrada para atender a nuestra inesperada visita.

—Debe ser… —Pienso en el tierno vecinito de ocho años que casi siempre nos alcanza el correo desde el vestíbulo, mas tacho mi hipótesis como incorrecta una vez abro la puerta y constato que no se trata de él sino del…—. ¿El repartidor de flores?

Un muchacho cuya cabeza apenas puedo distinguir tras el enorme arreglo de margaritas que sostiene con ambas manos se revela y yo quedo boquiabierta; Alondra corre a mi lado con la misma cara de total estupefacción, restos de pasta dental en los bordes de sus labios y el cepillo medio embarrado colgando entre sus dedos.

—Buenos días.

No logro contestar su saludo, mi cerebro sigue procesando el cuadro frente a mí.

—¡Hola! De antemano, sentimos muchísimo que haya subido hasta el noveno piso para nada porque debe ser una equivocación y…

Ella pausa su discurso al caer en cuenta de la espuma blanca en su rostro gracias al espejo del living y, al mismo tiempo en que se limpia con la manga de su blusa, continuo la pauta de su discurso:

—Mi compañera lleva razón, esta entrega no tiene la menor lógica. A este apartamento no entran flores desde que Nanda se mudó.

«Esencialmente porque nuestras vidas amorosas son deprimentes.»

—¿Vive aquí Alondra Almendares?

Mi pajarillo favorito alza una ceja al oír su nombre.

—Soy yo.

—En ese caso, no se trata de un error, señorita. Son para usted.

Mi cabeza salta rápidamente a una conclusión:

«Oh, Rigo...»

Y por su expresión, sé que mi amiga ha pensado exactamente lo mismo.

—Yo lo mato.

Tomo su cepillo de dientes en un acto reflejo cuando el repartidor le tiende a Alondra su enorme regalo. La situación es tan hilarante que no me molesto en ocultar el torrente de carcajadas que se desliza desde mis cuerdas vocales. 

—¿Segura de que se lo dejaste claro? —Me veo forzada a sujetarme el abdomen, pues empieza a dolerme debido la risa. De cualquier forma, vale completamente la pena—. Ni Fer se atrevió a tanto. Pajarito, hechizaste a ese pobre chico.

—No puede ser cierto lo que ven mis ojos.

Gustavo se posa a mi lado en tanto coloca sus gafas en la punta de su nariz con exagerado dramatismo. Y eso que quien les habla, es la reina del drama, señores.

—¿Qué ocurre ahora, Tavito?

Mi buen humor ha sufrido un significativo descenso hasta rayar en la apatía desde esta divertida mañana. El motivo: Norma Castañeda. Puesto que la primera tarea asignada por la serpiente sin colmillos al poner un pie en Emergencias para comenzar mi turno fue la total higienización de los cubículos de la sala.

Lo peor es que, por más que me haya bañado en desinfectante, mis fosas nasales no han dejado de percibir el olor a vómito como si se hubiese adherido a mi aroma personal.

—Mira a tus tres en punto y no te pierdas al doctor López listo para invitar a salir a la insoportable Castañuela. ¿Acaso se le va a cumplir el sueño a la bruja de mis pesadillas?

Y esto es lo que faltaba para que mi escaso ánimo se esfumara de manera oficial. No solo me ha cobrado con intereses mi salida adelantada de anteayer nombrándome la “Miss Desechos Orgánicos” del día, ¿sino que también va a quedarse con la invitación a la boda que en realidad fue hecha para mí?

«No lo creo…»

—Gustavo, distráela.

—¿Qué? ¿Te has vuelto loca? ¿Por qué quieres que muera? —Pongo mis ojos en blanco ante los reclamos de mi colega—. Y no me llames Gustavo, ese es mi padre.

—¡Ve! ¡Ahora!

—No, no seré tu señuelo en esta misión suicida.

—Llévatela lejos y prometo que te pasaré el número de mi profesor de yoga.

Él achica sus ojos con frustración antes de gruñir en un murmullo:

—Las cosas que hago por mi debilidad a los hombres guapos —Le propino un suave empujón que acaba enviándolo frente a la parejita—. Norma, Normita, necesito tu supervisión con un caso, querida.

Nuestra jefa muerde su labio y pasa saliva con fuerza, supongo que en un intento por contener las disímiles y coloridas maldiciones que debe estarle dedicando a mi compañero.

—¿En serio, Méndez? ¿Ahora? —Disfruto de ver que apenas puede disfrazar su tono de víbora ponzoñosa frente al médico.

—Es un procedimiento complicado para el que me considero inexperto y temo hacerlo mal si no cuento con su invaluable guía. Además, podría poner en riesgo el prestigio de nuestra amada institución.

Alfonso observa la escena que se desarrolla frente a él con ojo de águila y una dosis de reticencia mientras yo finjo no enterarme de absolutamente nada.

—Vamos...

Ambos salen disparados como balas y yo aprovecho la oportunidad para acercarme al doctor a paso lento.

—Buenas tardes.

—Hola, Bianca.

—¿Ha visto a Norma?

—Estaba hablando con ella hace un instante, pero tuvo que marcharse.

—Oh, qué pena —Vale, no hay tiempo para indirectas ni ninguna otra clase de misticismo femenino—. ¿Y ya decidió que hará con la boda de su exmujer?

—Justamente planeaba invitar a Norma.

—¿En serio? Vaya, no creí que su contribución a la paz mental de su hija fuera reunir a dos brujas en el mismo evento.

—Norma no es tan mala.

—Claro, porque a usted no lo envió a limpiar el vómito de sus pacientes en venganza por salir más temprano en su turno pasado, ¿verdad?

Una mueca de arrepentimiento surca su rostro al escucharme.

—Lo siento, creí haberla convencido. Nunca pensé que tomara represalias contigo —Frunzo los labios en un gesto de aceptación y le resto importancia al asunto, aunque aún estoy cabreada. Debí haberlo visto venir—. Admito que no fue mi primera opción. Sabes que te invitaría a ti, no obstante, ya mostraste suficientes objeciones ante esa alternativa cuando Milagros la mencionó.

—Sin embargo —Cambio el peso de un pie a otro mientras pretendo meditar—, he tenido tiempo para pensarlo y he cambiado de opinión.

—¿De verdad?

«Nop, en realidad sigo creyendo que será una tortura y ni siquiera estoy segura de si podré soportarla, mas, no pienso darle el gusto a Norma de poner sus garras sobre ti.»

En resumen, he tomado esta decisión basada en mi impulsividad como único sustento. Se los dije, les dije que era más impulsiva de lo que debería ser saludable en un ser humano promedio.

—Sí, digamos que he desarrollado una afinidad particular por las bodas en el último tiempo.

«La de Nanda fue toda una experiencia para contar.»

—Okey —Sé que no termina de tragárselo, aunque tampoco hace preguntas—. ¿Paso por ti?

—Mejor nos encontramos allá.

Oculto las manos en los bolsillos de mi uniforme y ladeo la cabeza para no levantar sospechas con mi conducta evasiva.

—Claro. Como quieras.

En el momento oportuno, Norma regresa cual torbellino y se integra a la conversación:

—¿Espinosa? ¿Qué hace perdiendo el tiempo por los pasillos? ¿Ya terminó sus tareas?

—Así fue. Vine a buscarte por más indicaciones y me encontré con el doctor Alfonso, quien me comentó que estaba esperándote, así que me uní a él.

—Por supuesto, deme un minuto.

—Cuenta con ello —Finjo ser invisible en tanto me preparo para el show.

—Dígame, Alfonso, ¿qué deseaba?

—En realidad, quería preguntarle…

Reconozco que he puesto al doctorcito en un aprieto por lo que me apresuro a dar la cara por él al mismo tiempo en que aprovecho mi intervención para acertar el golpe final:

—Él quería consultarte qué tiendas visitar para comprarnos ropa a juego. Verás, seré su acompañante en una boda y creímos que sería gracioso si fuéramos combinados y ya sabe, como ustedes son colegas tan cercanos y tú tienes un estilo tan elegante, le pedí que lo hiciera a la mayor brevedad. Debí saber que para él sería bastante raro preguntarle a una mujer por algo así. Mi error.

Observo a la arpía tragarse su decepción y saboreo el dulce momento como si se tratara de una cocada*.

—Por supuesto, les enviaré las direcciones de un par de boutiques exclusivas después de nuestro turno.

—Muchísimas gracias. Estábamos tan perdidos. Eres maravillosa, Norma.

Ella se larga a paso rápido por el mismo corredor en que Tavo realiza el trayecto de regreso y a la vez en que este último admira su salida dramática con emoción.

—Eres malvada —susurra Alfonso en mi oído con una sonrisa mientras yo me encojo de hombros sin una pizca de vergüenza.

Él se retira y Gustavo se acerca a la velocidad de la luz. 

—Cuando sea grande, quiero ser como tú. Chica, ¡eres tremenda! Ahora, suelta la sopa.

Yo río con picardía y entrelazo nuestros brazos en símbolo de confidencialidad.

—Vamos por un café y tendrás los detalles.

Norma me puede forzar a limpiar tantos cubículos como quiera, porque hoy, la victoria ha sido irrevocablemente mía.

Gustavo ha vuelto al trabajo para cuando recibo una misteriosa llamada desde un número desconocido.

—¿Hola? ¿Con quién tengo el gusto?

—Bianca, te habla Rigo.

Enarco mis cejas con sorpresa a pesar de que no puede verme. «Presiento que esto va a ponerse todavía más interesante.»

—En ese caso espero que no planees comenzar a acosarme como a Alondra.

Río en voz baja y percibo un bufido molesto desde el otro lado de la línea. Estoy convencida de que mi amiga ha lo ha llamado para ponerlo en su sitio y recordando su expresión de chihuahua rabioso al marcharme, no debe haberse tratado de una conversación placentera.

—No, nada de eso. Solo quería avisarte de que ya puse el dinero en tu cuenta.

Intento encontrarle sentido a su última frase, pero solo llego a una conclusión: «Este chico ya enloqueció.»

—Parece que me estoy perdiendo de algo en esta charla. ¿A qué te refieres?

—Vaya, y pensé que el más ebrio esa noche había sido yo —Pongo los ojos en blanco por el novedoso dejo de superioridad que he detectado a su voz—. Refrescaré tu memoria, ¿te acuerdas de la apuesta que hicimos durante la fiesta de Nanda y mi hermano? Tú ganaste. Así que mi deuda, está saldada.

Guao, sinceramente no creí que el burguesito se tragara la estafa; si él se rindió primero en ese concurso de tragos fue porque yo hice trampa.

—Okey, sin embargo, me veo en la obligación de ponerte al tanto sobre un pequeño detallito, Rigo: te mentí. El vodka se destila hasta cuarenta veces en destiladores continuos similares a refinerías mientras que el mezcal se destila, a lo máximo, tres veces en destiladores discontinuos, así que, si haces los cálculos, te darás cuenta de que la apuesta tuvo lugar en condiciones desiguales y como consecuencia, queda anulada. Por favor, conserva tu dinero. No me gusta quitarles sus dulces a los niños.

—No soy ningún niño.

—Alondra no opina lo mismo —canturreo con un poquito de maldad.

Sé que he herido su orgullo cuando se mantiene en silencio por algunos segundos.

—Como sea, quédatelo. Digamos que en mi familia siempre pagamos nuestras deudas —El tonito ceremonioso de Game Of Thrones no me convence para nada, mas tampoco insisto en rechazar el dinero—. Además, puedes tomarlo como un incentivo para ayudarme con tu amiga.

«Sagrado Corazón de Jesús, ¿qué le hizo Alondra? ¿Un amarre?»

—Lo que digas, pequeñín —acentúo el calificativo con gracia—. Lo acepto, tienes puntos por tu determinación. Solo, por favor, no más arreglos de flores gigantescos. Estoy segura de que Fer te aconsejó según su experiencia pero que hayan funcionado con Nanda, no garantiza que surtan el mismo efecto con Alondra. A mi compañera de piso sí le gustan las margaritas, sin embargo, se debe a que eran las flores favoritas de su madre y su padre solía llevarles una a cada una todos lo días después de trabajar para demostrarles cuánto había pensado en ellas durante su día; o sea, que le gustan en números pequeños como un detalle que sea testigo de constancia, no en una dotación enorme y sin palabras que avalen sus intenciones. ¿Le captas?

—Entendido.

Una sombra se cierne sobre mi mesa y me percato de la llegada de Alfonso, quien me observa en silencio desde cierta distancia.

—Entonces ha sido todo. Un placer hacer negocios contigo, Rigo.

—Lo mismo digo.

Cuelgo el teléfono y presto atención al hombre frente a mí:

—¿Necesita algo?

—Tenemos una intervención de urgencia. Te quiero lista en el quirófano en cinco minutos.

—Hecho.

Sé que se ha contenido de preguntarlo y prefiero dejarlo con la duda, es lo más seguro. Me niego a tropezar con la misma piedra. Otra vez.

Compruebo los signos vitales de la señorita Ortiz, quien debe estar por despertar después de atravesar una operación exitosa mientras tarareo una melodía que ha estado alojada en mi cabeza durante horas.

—¿Te gusta Danna Paola?

Ciertamente, se trata del estribillo de “Mala Fama”, canción de la respectiva intérprete mexicana. Me alegra que la paciente muestra tan buena agilidad mental cuando recién supera el efecto de la anestesia general.

Su voz se oye seca, algo habitual, así que le alcanzo un vaso con agua antes de responderle:

—Es una reina.

—Adoro su último álbum.

—Entonces ambas tenemos buen gusto.

Ella se retuerce un poco al tratar de reír y percibo cuánto le duele.

—Y cuéntame, ¿sobreviviré?

—Más que eso, dentro de unas cuantas semanas estarás como nueva. El Dr. López vendrá a explicarte los detalles tan pronto como le avise que has despertado.

—Es bueno escucharlo.

—Mientras tanto, descansa.

Estoy a punto de salir cuando una frase suya me detiene:

—¿Playa La Concha? —Doy media vuelta y señala un par de dijes en mi brazalete—. Mis tíos amaban llevarme a Cabo San Lucas cada verano porque me emocionaba la probabilidad de ver una ballena.

—Es un sitio encantador.

—¿Tu familia también te llevaba allí de pequeña?

—No, en realidad. Soy colombiana, aunque a estas alturas mi acento sea prácticamente imperceptible. Sin embargo, mi padre viajó a cientos de lugares y, aun así, tras su muerte, pidió que depositara sus restos en esa playa.

—Es una elección curiosa.

—Pensé lo mismo al leer su acto de última voluntad. Así que volé hasta acá, dispersé sus cenizas en el mar y guardé algunas conchas como recuerdo.

—Debe haber sido un lugar muy importante para él.

—Eso supongo.

—¿Tu madre no supo contarte al respecto?

Para este punto he tomado asiento en una silla a su lado para charlar más cómodamente. Me siento inusualmente dispuesta a abrirme sobre este tema en concreto y reconozco que se trata de una novedad.

—Nunca la conocí; murió dándome a luz. Ni siquiera sé su nombre. Papá se ponía muy mal cada vez que intentaba sacar a relucir el asunto.

—¿Y no has pensado que ese podría ser un lugar clave en tu historia? Definitivamente fue trascendental en la de tu padre, quién sabe el puesto que podría ocupar en la tuya. ¿Y si está conectado a tu madre? Finalmente podrías obtener las respuestas que él no quiso darte.

—No había pensado al respecto.

Miento. Sí que lo he hecho, un millón de veces para ser exacta, el verdadero embrollo es que me aterran las posibilidades.

—¿Y qué esperas para hacerlo?

Con esa duda revoloteando en mi mente, doy por cerrada la sesión de “Sincerándome sobre mi pasado” con un comentario evasivo:

—Los sedantes activaron tu modo sabelotodo, ¿eh?

—Soy bibliotecaria. Me gusta estar rodeada de historias e impulsar a sus protagonistas para que tomen las riendas de su libreto. Es una habilidad que venía con el empleo.

—Pues me plantearé la idea de recurrir a tu increíble destreza después de tu alta médica. Por ahora, le avisaré al doctor y me mantendré al tanto de tu recuperación como una vieja chismosa —Ella ríe un poco, esta vez con mayor soltura—. Venía con el empleo.

*Cocada: Dulce típico de España, extendido por México, Brasil, Colombia y otras partes de Iberoamérica. Se elabora a base de una masa de coco y leche que es horneada posteriormente.

Nota de la autora:

Dios, lo he pasado tan bien escribiendo esto.

Bianca es tremenda XD

Besos,

Lis

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