01. «Martirio Laboral»
—Espinosa, tengo un encargo especial para ti.
Sé que en un inicio las palabras de Norma pueden sonar amables e incluso halagadoras, pero, no se dejen engañar por el falso tono amigable de esta víbora con extremidades; su frase encierra un único significado: que ha hallado una nueva (y de seguro también más eficiente) manera de atormentarme durante mi horario laboral.
—Te oigo fuerte y claro, Castañuela. ¡Perdón! Quise decir: Castañeda.
Por supuesto, como cualquier otro ser humano racional en el planeta, debería optar por no empeorar mi situación y morderme la lengua, ¿cierto? Sin embargo, como podrán confirmar muy pronto, el porcentaje de impulsividad en mi organismo supera al del sentido común. Por mucho.
De todos modos, solo me resta hacer de tripas corazón y rezar al Altísimo al que Nanda tanta fe le tiene para que este turno acabe lo antes posible.
«Los martirios que debemos soportar para conservar el empleo.»
—A partir de hoy, una doctora se incorporará a nuestro personal para realizar su servicio social en la sala de Emergencias, y tu principal deber cuando eso ocurra, será guiarle en sus primeros pasos.
«¡Genial! ¡Trabajo de niñera!»
¿Es que no detectan mi emoción?
—Se llama… —La arpía de mi jefa realiza un parsimonioso y exhaustivo repaso a la carpeta en sus manos antes de leer el nombre de quien se convertirá en mi protegida; como pueden apreciar, Norma se deleita empujando mi escasa paciencia a su límite—. Montserrat Herrera. Llegará en algunas horas. Sé amable.
Aceptando sus órdenes cual cachorrito obediente, le dedico la sonrisa más falsa que almaceno en mi arsenal y ruedo los ojos con fastidio una vez que ya no puede verme.
Gustavo, quien no ha perdido ningún detalle de la escena desde el lado opuesto del corredor, se acerca a paso veloz para nutrirse del más reciente chisme.
—¿Qué te hizo la piraña ahora?
—Servicio social.
Esas dos palabras contienen toda la información que necesita.
—A cargo de la guardería, ¿eh? Lo peor —Las palmadas en mi hombro indican que se apiada de mi pobre alma en desgracia—. Está jugando sucio.
—Dímelo a mí.
Nos quedamos en silencio un par de instantes hasta que, al parecer, mi colega llega a una súbita conclusión:
—¿Le dijiste “Castañuela” acaso? —Silbo una melodía al azar mientras finjo ser sueca; él descubre mi tetra en un chasquido y me golpea en la nuca a modo de regaño—. ¡Y te atreviste a llamarme “inmaduro” cuando le puse el apodo!
—No lo hice adrede, fue una simple confusión. ¡Podría pasarle a cualquiera! —Alego con las manos en alto antes de que mi dosis diaria de hipocresía se agote y la verdad de dominio público se termine escurriendo entre mis dientes en forma de un murmullo cargado de sarcasmo—. Incluso a los que no quieren arrancarle el pescuezo... Además, sabes de primera mano que sería incapaz de ofender intencionalmente a nuestra estimada supervisora.
Tavo disfruta del veneno que destilan mis palabras antes de hacerme una pregunta que me fuerza a reflexionar:
—¿Te arrepientes de haberle rectificado ese bendito procedimiento un par de años atrás?
El legendario episodio en el que tuve la estúpida idea de corregir a mi jefa delante del doctor más prestigioso del centro regresa a mi mente; se trata del motivo principal de mi calvario actual y recordarlo me provoca una pronunciada morisqueta de disgusto hacia mi yo más joven.
«Idiota.»
—No te imaginas cuánto.
Él se ríe sin reservas, abierta y visiblemente divertido con mi autodesprecio al mismo tiempo en que se encamina hacia su próximo paciente.
…
Localizo a mi objetivo en tanto sostiene una conversación con Castañeda. La muchacha de cabello rubio y rasgos afables luce sorprendentemente cómoda en medio del caótico ambiente que caracteriza a la sección de Emergencias.
«Tal vez mi tarea no sea digna de los Campos de Castigos, como había predicho.»
Me acerco sin dilación en cuanto la densa mirada de Norma recae sobre mí. Lo sé porque, incluso después de tanto tiempo trabajando a su lado, sigue produciéndome escalofríos.
—Ella es la enfermera de la que te hablé hace un rato, querida; será tu encantadora guía mientras te instalas —Abandona su sonrisa de comercial para dirigirse a mí con voz glacial—. Espinosa, te presento a la doctora Herrera; de ahora en adelante, la depositaré en tus… capaces manos.
Acaricio una de las conchas que compone el brazalete en mi muñeca para no perder la calma, lo que menos necesito ahora mismo es que mi furia desencadene una crisis cuando aún me espera una larga y extenuante tarde por delante.
—Puedes hacerlo con plena confianza —hablo como quien solo busca complacer para enmascarar mi espíritu turbulento.
La cobra a cargo desaparece entre la gente y yo me obligo a sostener la sonrisilla de muñeca de porcelana frente a la chica, quien me brinda una mirada perspicaz.
—Supones que seré tu penitencia esta semana, ¿cierto?
La observo con expresión culpable; a fin de cuentas, ella no debería verse envuelta en nuestra disputa.
—¿Qué nos delató? ¿Mi sonrisa de silicona o que usara la expresión: “capaces manos” junto a su maquiavélico dejo de bruja malvada?
Una risita juguetona escapa de su garganta antes de contestarme:
—Ambas.
—Inteligente e intuitiva —asiento con aprobación—. Me agradas. Parece que no serás una completa tortura.
—Me esforzaré, lo prometo —Coloca los ojitos de niña buena con los que debe haber convencido a sus padres de complacer muchos de sus caprichos y simpatizo con su evidente insolencia—. Dame el recorrido completo y te aseguro que, para el final del día, lo tendré controlado.
Yo la observo con una ceja alzada en señal de desafío y, con ella siguiéndome los pasos, me pongo en marcha.
«Sospecho que vamos a entendernos muy bien.»
…
—¿Tienes los resultados?
Muerdo el interior de mi mejilla para evitar mostrar la mueca de dolor que me produce escuchar el estridente grito del doctor López desde el otro extremo del pasillo. Camino en su dirección al ritmo de las punzadas que marcan cada segundo dentro de mi cabeza y le entrego los papeles.
—Aquí están.
El médico revisa minuciosamente los diferentes exámenes mientras yo lucho por mantener a raya las náuseas que atacan mi estómago. Estos suelen ser momentos sagrados y de absoluto silencio, por lo que me encuentro abruptamente sorprendida cuando él inicia un raro interrogatorio:
—Oí que entró sangre fresca al ala de Emergencias.
«A veces los hospitales pueden resultar infiernos peores que un pueblo chiquito.»
—Así fue. Se trata de una chica, hará su servicio social aquí.
Y en esa gran pirámide de entrometidos e impertinentes, somos los enfermeros quienes conformamos la base ostentando el título como los principales promotores de la red de divulgación que puede enaltecerte, o enterrarte. Por eso es tan común que hasta los doctores más respetados (como el aquí presente) acudan a alguno de nosotros con el fin de estar al tanto sobre lo que acontece dentro y fuera de las oficinas.
Un rol que comúnmente resulta ameno, excepto cuando creo que me desvaneceré en cualquier instante.
—¿Ya cuenta con una especialidad?
Debo admitir que no es propio de Alfonso López indagar en vidas ajenas, por tanto, me extraña el cuestionario, mas, con la jaqueca martillando mi cerebro, me limito a contestar.
—Se encuentra en proceso de elección; aunque me ha confesado que está segura de que su destino es la Neurocirugía, en oposición a las creencias de su mentor. Debo añadir que luce particularmente decidida a demostrarle su equivocación.
—Suena como una muchacha con carácter —argumenta al mismo tiempo en que escribe nuevas orientaciones para el paciente de la habitación 544.
—Oh, lo tiene.
Y es una de las mejores cualidades que pude ver en ella hoy. Montserrat tiene mucho potencial.
«Al menos sé que sobrevivirá en este tanque de tiburones.»
Ese último pensamiento me provoca una sonrisa que no tarda en convertirse en un molesto rechinido de dientes. Incluso sonreír duele.
—La migraña te está matando, ¿verdad?
Levanto la vista con asombro y la culpa destellando en mi rostro; en este punto, es imposible negarlo. Tampoco es que tenga fuerzas para hacerlo. Mentir requiere de una energía de la que carezco en este preciso momento.
—¿Cómo…?
—Descuida, estuviste perfecta durante la operación, como siempre. Pero, fue imposible no notar tu gesto torcido cuando las alarmas se dispararon para alertarnos de la caída de presión del señor Gutiérrez.
Claro, lo que usualmente son pitidos, hoy sonaban como el estallido de bombas atómicas para mí.
—Prometo que no volverá a pasar.
En realidad, se encuentra fuera de mi control, pero no puedo permitir que entorpezca mi trabajo.
—Ya puedes irte a casa, es tarde.
—Estoy bien, puedo continuar. Mi turno aún no termina. Aparte, Norma…
«…me torturará hasta morir si no cumplo con mi horario.» Es el final de la oración que solo puedo pronunciar en mi mente porque él me interrumpe:
—Despreocúpate. Yo me encargo de ella.
La expectativa de tomar un baño, una enorme taza de té e incontables píldoras de ibuprofeno antes de irme a la cama lo más pronto posible constituye un sueño cuya probabilidad de realización resulta irrechazable; por ende, trago mi orgullo y murmuro un apenas imperceptible “gracias” mientras me alejo.
…
Cuelgo las llaves del apartamento junto a la puerta y mis ojos cansados no tardan en captar a Alondra trabajando sobre la encimera de la cocina. Lanzo mi bolso sobre algún mueble del living y me dirijo hacia ella para prepararme ese preciado té negro con el que he estado fantaseando todo el trayecto a casa.
—¿Cómo van las cosas? —inquiero a la par que lleno la tetera con agua del grifo.
Mi dolor de cabeza ha disminuido lo suficiente como para recuperar mi acostumbrado buen humor junto el ánimo de molestar un poco a mi amiga antes de ir a dormir. O sea, lo habitual.
—No hay manera en que estos muchachos aprueben Biología.
Ruedo los ojos frente a su evidente evasión del tema al que, ambas sabemos, yo me refería. Hace días que pregunto por un asunto en específico; esta vez he intentado ser sutil y ella me lo ha puesto difícil.
«Ni modo, y después se queja.»
—Hablaba de Rigo. Ya sabes, el chico universitario junto al que despertaste hace más de una semana.
—Tu apellido no podía haber sido más alegórico a tu carácter ni premeditándolo, ¿eh?
Me encojo de hombros sin mucho que decir al respecto (pues está en lo cierto) y me enfoco nuevamente en el tópico principal.
—¿Qué te digo, pajarito? Sueles interpretar muy bien tu papel de profesional centrada y exigente; que hayas metido la pata con tanta maestría resulta sumamente gracioso.
—Ni que hubiera infringido alguna ley, Bianca. Solo me dejé llevar demasiado.
—¡Y acabaste en la cama del hermanito de Fer!
—¡Ni que fuera menor de edad!
—No legalmente, sí mentalmente. Ese chico implora a gritos que lo lleven a la madurez.
Yo planeaba hacerlo, mas, ese es un minúsculo e intrascendente detalle que podemos mantener en secreto. Ya les contaré más adelante.
Vierto el agua caliente en tanto ella, viéndose derrotada frente a mi indiscutible argumento, regresa con prisa al tema central de nuestra plática:
—No, todavía no he hablado con él.
—¡Nanda y Fer regresan pasado mañana, Alondra! Lo que sea que deban aclarar, tienen que hacerlo pronto.
Ella masajea sus sienes y sé que con ese gesto me otorga la razón.
—Lo cité para tomar un café mañana durante mi descanso —Me observa con cansancio y juguetea con el bolígrafo en sus manos—. ¿Contenta?
Bebo la infusión mientras repaso la situación general.
«Al menos resolverá el asunto antes de que la parejita feliz esté de vuelta.» Aun así, decido pincharla un poquito más en pos de mi propio entretenimiento.
—Para ser la adulta en la relación, no estás siendo muy juiciosa.
—¿Cuántas veces debo repetirte que no hay relación alguna? —Escondo una sonrisa maliciosa detrás de mi taza en tanto ella continúa despotricando en un discurso que bien podríamos catalogar como su alegato de autodefensa—. Fue un acto demente de una noche que no volverá a repetirse y me encargaré de dejárselo muy claro a Rigoberto.
—Sip, ¡buena suerte, profe!
No hay nada que Alondra deteste más que ser llamada “profe”; la irrita casi tanto como a mí cuando me dicen “Bianquita”.
Esquivo el boli que ahora vuela por los aires y huyo hacia mi habitación entre risas imposibles de disimular.
—Realmente te odio a veces.
—¡Que descanses!
Si una ínfima parte de lo que he conocido sobre los De la Torre es certera, este drama no acabará tan rápido ni con tanta facilidad y, con algo de suerte, ¿quién sabe? Incluso podría ser divertido.
Oh, y vaya que lo fue...
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