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𝟤. 𝐎𝐧𝐥𝐲 𝐲𝐨𝐮𝐫𝐬


𝐋𝐘𝐀𝐍𝐍𝐀

Sentada junto a su única amiga, Estrella, Lyanna cumplía con su labor de limpiar el suelo, mientras su mirada se perdía en las imágenes que se desplegaban más allá de la puerta abierta. La calle, una ventana a un mundo al que solo asomaba, resonaba con la vida que ella anhelaba en silencio o más bien, lo único que deseaba era la libertad. Cada fregada era como un suspiro hacia un destino que parecía inalcanzable.

Sin previo aviso, un par de muchachas hicieron su entrada en la escena, trayendo consigo un balde de agua que reflejaba la luz del sol en destellos fugaces. Sus ojos se detuvieron en Lyanna y Estrella, y una sonrisa burlona se dibujó en sus labios, cargando en ellos una mezcla de superioridad y desprecio.

―Creí que si pasabas la noche con un Príncipe, dejarías de estropearte las manos limpiando el suelo ―soltó la rubia con un tono mordaz, su compañera no se quedó atrás, acompañando su sonrisa.

―No es tu asunto ―respondió Estrella con firmeza, mientras Lyanna continuaba con su tarea, como si el mundo exterior no la perturbara.

Pero las provocaciones continuaron, persistiendo como aguijones en el aire. Las palabras seguían fluyendo, una corriente de sarcasmo que parecía dirigirse hacia ellas como flechas envenenadas.

―¿Qué sucede, Lyanna? ¿Te han comido la lengua los ratones?

La voz que resonó detrás de ellas rompió la tensión, como una melodía que corta el silencio de la noche. Lyanna alzó la mirada, encontrándose con la figura de Mysaria, vestida con un impecable vestido blanco y el cabello perfectamente peinado. Su presencia era como una brisa fresca que se colaba en medio de la humedad del ambiente.

―No molestes a un alma desaprovechada―Añadió la voz de Mysaria.

―Perdió su oportunidad de dormir con el príncipe por dedicarse a beber vino como agua―añadió otra de las chicas rubias, con un tono de desdén.

El rostro de Lyanna se mantuvo imperturbable mientras escuchaba sus palabras, pero su corazón latía con una mezcla de celos y enojo. Sin embargo, esas emociones ardían dentro de ella como un fuego que la impulsaba hacia una resolución.

―¿Perdió la oportunidad?―preguntó una voz que llevaba consigo un aire de autoridad. La chica rubia, mayor que Lyanna por un par de años, pareció cuestionar las palabras de Mysaria.

―Así es, la perdió. Es por ello que mañana, cuando venga el príncipe, se acostará con otra muchacha. Una que sepa apreciar la oportunidad que se le ofrece ―las palabras de Mysaria resonaron en el aire como una sentencia irrevocable.

Las chicas se retiraron con ella, dejando a Lyanna sola con el paño mugriento en sus manos y un torbellino de pensamientos en su mente. Las palabras de Mysaria resonaron como un eco, alimentando sus pensamientos y sus emociones. Aquel sentimiento de celos que había surgido era un motor, una fuerza que la empujaba a tomar control de su destino.

La voz de Estrella quebró el silencio, llevando consigo una pregunta cargada de preocupación.

―¿Qué harás, Lya?

Lyanna no respondió de inmediato, su mirada se mantenía fija en el paño, pero en su interior, algo ardía con determinación. No permitiría que el príncipe estuviera con ninguna otra mujer, esa promesa se forjó en su corazón como una llama inextinguible. Sus celos se transformaron en un fuego que la impulsaba a luchar por lo que anhelaba, a desafiar las expectativas y a enfrentar las adversidades que se presentaran en su camino. Las palabras que pronunció, aunque silenciosas, resonaron con un compromiso inquebrantable.

―No permitiré que el príncipe esté con ninguna otra mujer. Lo juro por los Dioses.

***
Escondida en las sombras de la penumbra, Lyanna y Estrella observaban con miradas furtivas y corazones latiendo aceleradamente. La atmósfera estaba impregnada de una tensión palpable, como si el aire mismo fuera testigo de su intrusión en la privacidad ajena. La luz de las velas en la habitación contigua arrojaba destellos que se reflejaban en las paredes, dibujando sombras danzantes que oscurecían sus rostros y ocultaban sus intenciones.

La curiosidad de Lyanna, tan ajena a este mundo de placeres carnales, la impulsó a cruzar una línea que nunca había imaginado traspasar. Sus ojos, al principio intimidados por la escena que se desplegaba ante ellos, comenzaron a observar cada gesto, cada caricia, como si quisieran aprender de las sutilezas que traían consigo esos momentos íntimos. Era como mirar a través de una rendija en el tiempo, observar lo que normalmente estaba oculto detrás de puertas cerradas.

Un torbellino de emociones la embargaba: la curiosidad se mezclaba con la vergüenza, mientras la sorpresa chocaba con una extraña fascinación. Los gemidos y suspiros de la pareja imitada resonaban en sus oídos como un susurro prohibido que parecía susurrar secretos que el mundo jamás debía escuchar. A pesar de la incomodidad inicial, un deseo oculto en su interior la impulsó a continuar observando, como si esa experiencia prohibida fuera un pasaporte hacia un territorio inexplorado.

La luz de las velas pintaba la habitación en tonos cálidos y suaves, creando un ambiente íntimo que resaltaba la pasión que se desataba entre los amantes. La cama, un lecho de placer y misterio, era el epicentro de su exploración, mientras las sábanas se retorcían y envolvían sus cuerpos en un abrazo de deseos compartidos. Cada movimiento parecía un lenguaje secreto, una danza carnal que hablaba con elocuencia de los anhelos y pasiones de quienes la ejecutaban.

El nombre de la mujer que reposaba en aquel recinto elusivo se desvanecía en la memoria de Lyanna, envuelto en la bruma del anonimato. Aquella dama, joven pero con una serenidad que solo los años traen consigo, lucía cabellos negros como el manto de la noche. La experiencia parecía ser su cómplice, evidente en su habilidad de conducir los movimientos del hombre que yacía ante ella. Por un fugaz instante, Lyanna se sintió avasallada por la escena, los cuerpos desnudos se entrelazaban en una danza apasionada que provocó que sus párpados se cerraran con fuerza, como si quisiera apartar aquella imagen delante de ella.

―Parecen dos perros enzarzados ―musitó Estrella en un susurro apenas audible, pero sus palabras apenas resonaron en el aire, pues Lyanna estaba absorta en la escena ante ella.

La mujer de melena oscura y piel alabastro se desvinculó del abrazo pasional para, con gracia que solo la experiencia confiere, tomar la mano del amante y guiarlo hacia el lecho. Allí, ella se acomodó, dejando espacio para él. La cama se convirtió en el escenario donde sus deseos confluyeron en un abrazo de almas y carne.

Fue entonces cuando una sensación, como un cosquilleo punzante, se materializó en el abdomen de Lyanna. Una ráfaga de calor se desplegó en su piel, y su respiración comenzó a acelerarse en sintonía con la danza de los cuerpos a su vista. En su mente emergió la imagen de Rhaegar, con sus ojos violetas y su sonrisa cautivadora. Los recuerdos del príncipe heredero desataron una marea de anhelos latentes, una tentación que acechaba en las sombras de su mente. Un deseo prohibido surgió con fuerza, anhelando el roce de sus manos sobre su cuerpo y el suave roce de sus labios en su piel. Eran las mismas sensaciones que veía materializadas en aquellos cuerpos, en aquel acto de pasión que se desplegaba ante sus ojos en ese preciso instante. A pesar de la distancia, a pesar del velo que separaba su realidad de esa escena prohibida, Lyanna se dejó llevar por la fantasía, permitiendo que el anhelo y la envidia fluyeran como un río incontenible. Eran los mismos deseos que habitaban los susurros de los aposentos que ella vigilaba en ese momento, la misma lucha interna que asediaba a su alma, mientras se debatía entre la inocencia que alguna vez conoció y el despertar de su propio deseo.

La noche transcurrió como un suspiro, arrastrando consigo las sombras que envolvían la penumbra. Lyanna, con la ansiedad bailando en su interior y el latir acelerado de su corazón como un tambor, apareció en las escaleras de la planta alta en puntillas. Su mirada se encontró con la de Estrella, un entendimiento silencioso pasó entre ellas antes de que Estrella desapareciera con pasos suaves y rápidos, dejando a Lyanna sola en el medio del corredor de las múltiples habitaciones.

El cuerpo de Lyanna se había enfriado trás sumergirse en aguas frías, la piel aún permanecía erizada como si las gotas de agua aún permanecieran en su cuerpo como diminutos cristales helados. La sensación era una mezcla de incomodidad y excitación, un recordatorio constante de su determinación. Después de haberse aseado bajo la luz de la luna y vestirse con el camisón que había tomado prestado de un tendedero, su figura se destacaba bajo el delicado y semi transparente tejido. La prenda acariciaba su piel con una ligereza que era casi como una caricia, una promesa que aún no se había cumplido.

Con cada paso hacia la habitación que le había sido designada, Lyanna sentía cómo su pulso se aceleraba, resonando en sus oídos como el eco de un tambor lejano. La madera del suelo crujía bajo sus pies, un eco silencioso de su avance. La puerta estaba cerrada, sus cortinas se abrían con un suave roce al ser desplazadas por sus manos temblorosas.

La habitación parecía estar imbuida por una tensión eléctrica, una promesa que colgaba en el aire como una flor a punto de abrirse. A medida que atravesaba el umbral, sus ojos se encontraron con los del príncipe Rhaegar. La conexión fue inmediata, un lazo invisible que se tejía entre ellos. La mirada de Rhaegar la recorrió, como si quisiera desentrañar lo que escondía detrás de sus ojos.

―Lyanna―Pronunció casi en un suspiro el príncipe. La muchacha soltó una sonrisa en sus labios para acercarse lentamente hasta él.

Sus manos se posaron en su cuello, luego bajaron por su delicada camisa, luego se deslizaron hasta su pantalón. Su mano con delicadeza se adentró después de desatar los cordeles de su pantalón de cuero. Apenas lo hizo, la respiración del joven se aceleró mientras Lyanna intentaba mantene la calma. Lentamente liberó su miembro para luego posar su cuerpo sobre el.

Fue en ese instante que todo comenzó, imitando los gestos y movimientos que había observado en la noche previa. Sus mejillas se tiñeron de un rubor cálido, y sus párpados se cerraron como si quisiera retener en su interior cada matiz de esa experiencia incierta. El eco de sus respiraciones resonaba en perfecta armonía, un ritmo compartido en medio del silencio. Lyanna luchaba por apartar la incipiente punzada de dolor que se presentaba, una danza de emociones que la atrapaban como un torbellino.

Fue en ese momento cuando Rhaegar, con la frente perlada por un resplandor tenue y los ojos abiertos, elevó gentilmente su rostro desde el mentón de Lyanna, forzando que sus propios ojos se encontraran con los de él. En un vínculo que trascendía las palabras, sus miradas se entrelazaron y entonces, los labios de ambos se encontraron en un beso que sabía a descubrimiento, a anticipación y a la promesa de algo más profundo.

―¿Podré volver a verte mañana? ―inquirió, como si las palabras fueran las llaves que abrirían la puerta a un futuro incierto.

Lyanna, con una sonrisa tímida pero llena de una dulce promesa, respondió con palabras que resonaron como una confesión sincera.

―Siempre será bienvenido, mi príncipe. Todas las noches que desees, yo seré suya en cada una de ellas.

***

holi!! Capítulo nuevo!! Denle amor y comenten.

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