𝟗. 𝐑𝐞𝐯𝐞𝐥𝐚𝐭𝐢𝐨𝐧𝐬
𝐋𝐘𝐀𝐍𝐍𝐀
Lyanna y Daemon caminan por la calle adoquinada, la penumbra acentúa la luz de las estrellas en el cielo nocturno, y las farolas dispersas arrojan destellos suaves que iluminan su camino. El aroma fresco de la noche se mezcla con el ligero murmullo de la brisa que agita las hojas de los árboles cercanos.
Lyanna, envuelta en un vestido oscuro, camina a paso lento, su mirada inquisitiva se cruza con la figura de Daemon. Sus ojos, cansados pero vivaces, reflejan la tensión de la situación. Observa detenidamente a su compañero, notando el cansancio que parece pesar sobre sus hombros. A pesar de ello, Daemon irradia una serenidad que contrasta con la oscuridad de la noche.
La luz de la luna acaricia los mechones plateados de Daemon, que resplandecen con un brillo casi etéreo. Sin embargo, Lyanna no puede evitar notar una mancha roja en su labio inferior, vestigio del enfrentamiento reciente. Aunque su aspecto parece degastado, el hombre mantiene una postura firme y decidida, como si estuviera acostumbrado a navegar por las sombras de la noche.
El silencio que se extiende entre ellos es interrumpido ocasionalmente por el suave crujir de una que otra hoja bajo sus pies, pero de pronto Daemon decidió interrumpir el momento.
—Sin duda, esta noche no ha sido como lo esperaba. Es hora de que vuelvas— señaló Daemon, deteniendo su paso.
—No, no puedo.
—¿Qué quieres decir con eso?— preguntó Daemon mientras se volteaba hacia ella.
Lyanna mordió su labio inferior.
—No quiero hablar sobre mi desafortunada situación con el hombre que sabe de dónde provengo— señaló la joven mientras se cruzaba de brazos—. Solo quiero un lugar cálido para dormir, un lugar que no sea el burdel.Si me ayudas puedo curar tu herida—añadió Lyanna, ofreciéndole su ayuda.
Daemon asintió.
No debieron avanzar mucho para llegar a un pequeño rincón donde los recibió una anciana. El lugar, aunque modesto, desprendía un encanto acogedor. Las luces titilantes de velas y lámparas de aceite proporcionaban una tenue iluminación que confería al espacio un aire íntimo. El aroma a madera envejecida y a guisos caseros flotaba en el aire, creando una atmósfera hogareña.
A pesar de que el lugar parecía bastante concurrido, no pareció ser un inconveniente para el príncipe. Al notar su presencia, el semblante de la anciana cambió de estar ceñudo a una sonrisa cálida y respetuosa. Su respuesta, de estar inicialmente contrariada, se transformó en un gesto de deferencia al afirmar: "Les daré la mejor habitación que tenemos disponible".
—¿Vienes muy seguido?—preguntó la muchacha mientras caminaba pisándole los talones al príncipe.
Él soltó una risa diminuta.
—Por aquí, príncipe. Si deseas algo, no dudes en pedírmelo—pronunció la mujer antes de desaparecer por la puerta.
—Aquí puedes quedarte. Es un lugar acogedor y nadie te molestará—decía Daemon antes de darse media vuelta, pero la muchacha lo detuvo sujetándolo del brazo.
—Prometí curarte esa herida. Permíteme hacerlo—pronunció la castaña. Daemon asintió y se acercó hasta la cama. La muchacha cerró la puerta para luego quitarse la capa, sintiendo una leve sensación de alivio al hacerlo. Observando la expresión preocupada en el rostro de Daemon, la muchacha notó que algo lo perturbaba.
—¿Qué sucede?—preguntó la muchacha. Daemon soltó su brazo.
—Debes ir a buscar a Rhaegar—soltó Daemon después de un breve silencio.
—No.
—¿No? ¿Por qué?
—Rhaegar es un príncipe, está comprometido. Solo debo apartarme de su camino, y eso ya lo he decidido—Lyanna se alejó de Daemon para dejar el recipiente sobre la pequeña mesa de la habitación.
—Quizás debas hacerlo por el hijo que tienes en el vientre—Daemon se puso de pie justo al mismo tiempo que Lyanna se dió vuelta—. No querrás que tu hijo crezca huérfano de padre, sufriendo penurias en los rincones del lecho de pulgas.
—Eso no importará. Muchos niños crecen en estas calles—señaló la muchacha con los ojos ligeramente brillantes.
El príncipe de cabellos plateados y ojos violetas se aproximó hasta ella, deteniéndose a pasos de distancia. Lyanna recargó la espalda en la madera, intentando buscar respaldo ante la situación.
—Puede que esté perfectamente con su madre, pero ¿qué sucederá cuando la próxima reina Alicent se entere de que su heredero tiene un rival? ¿Y ese rival sea tu hijo bastardo? Te aseguro que no puedes imaginar lo que le harían a tu pequeño retoño.
Lyanna sintió temor ante sus palabras. De repente, la habitación comenzó a sentirse calurosa y muy encerrada, como si las paredes se juntaran cada vez más.
—¿Por qué no buscas a otra mujer?—preguntó Lyanna mirando a Daemon a los ojos. Daemon observó sus labios y luego sus ojos.
—Todas esas doncellas tienen padres y hermanos que desean algo para ellos. No los culpo; todos anhelamos poder, pero en cambio tú tienes algo. Aparte de no tener una familia, tienes un hijo en el vientre.
—Así que solo soy la opción más manejable —Daemon rió al escucharla para luego alejarse hasta la puerta de la habitación.
—Una que sabe qué es lo que debe hacer —pronunció antes de marcharse de la habitación.
***
𝐀𝐋𝐈𝐂𝐄𝐍𝐓
Alicent se hallaba sentada en una de las bancas de hierro forjado del jardín, sus manos reposaban sobre la falda mientras jugaba distraídamente con los pequeños pellejos sobresalientes de la piel de sus dedos. Era un día excepcionalmente hermoso; el jardín se extendía con una serenidad encantadora, con flores desplegando sus colores bajo la luz del sol.
El suave susurro de las hojas de los árboles mecidas por la brisa creaba una melodía relajante en el aire. La fragancia de las flores, meticulosamente cultivadas, impregnaba el entorno, tejiendo un tapiz de aromas dulces y frescos.
A pesar de la belleza que rodeaba a Alicent, su expresión revelaba una melancolía profunda. Los rayos del sol acariciaban su rostro, pero sus ojos reflejaban un resplandor sombrío. El jardín, normalmente lleno de vida y risas, ahora parecía un refugio silencioso para sus pensamientos tumultuosos.
Mientras arrancaba distraídamente esos pequeños fragmentos de piel, el resonar lejano de los pájaros y el suave murmullo del agua en la fuente formaban una sinfonía en el fondo. Era un día sereno, pero el corazón de Alicent bailaba al compás de emociones complejas, como las sombras y luces que se proyectaban entre las hojas de los árboles al moverse con la brisa.
Alicent se esforzaba por contener el nerviosismo que se agitaba dentro de ella. Los días habían transcurrido sin noticias de Rhaegar, una ausencia que le preocupaba, pero lo que más la inquietaba era la posibilidad de que su padre descubriera su estado. Los latidos acelerados de su corazón resonaban en sus oídos mientras intentaba disimular las emociones que bullían en su interior.
El tiempo había pasado sin que la sangre marcara su ciclo, y Alicent comprendía el significado de ese silencio biológico. Sabía que algo crecía en su vientre, un fruto de aquella noche en la que intentó consolar al príncipe. A pesar de las incertidumbres, una sensación de felicidad y abrumadora dicha la envolvía, entrelazando sus pensamientos con las expectativas que nacían en su interior.
Cuando el rey extendió una invitación para cenar dos noches más tarde, junto a su padre y Rhaegar, Alicent sintió la dicha de tener nuevamente al príncipe a su lado. Sus ojos recorrían cada centímetro de él como si fueran un ciego redescubriendo un atardecer tras un largo periodo de oscuridad.
La cena transcurrió en un festín de sabores exquisitos, como si el simple acto de degustar la comida resonara con una intensidad única que no había experimentado en mucho tiempo. Cada bocado parecía llevar consigo afirmación de lo que tenía pensado hacer en el paseo nocturno. Estaba dispuesta a decirle todo a su prometido.
— Quizás es hora de que dejemos que los jóvenes disfruten la noche, ¿No crees, Otto? —Soltó Viserys mientras depositaba su copa dorada sobre la mesa. Otto volteó para mirarla y asintió, otorgándole su permiso. Alicent avanzó con pasos agigantados, tratando de disimular sus ansias cuando salió hacia el pasillo junto al príncipe. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando Rhaegar se detuvo a mitad de camino.
—Quisiera que me disculparas, Lady Alicent, pero me siento bastante agotado para dar un paseo—Pronunció el joven. Alicent se sorprendió ante sus palabras, y una ola de decepción la envolvió como una manta.
—No hay problema, mi príncipe. Seguramente necesitas descansar, pero... —La joven titubeaba. Rhaegar la observó por un instante mientras ella intentaba encontrar las palabras adecuadas para revelar el secreto que la atormentaba y que la mantenía despierta en las noches.
Sin embargo, algo la detuvo, tal vez la mirada fatigada de Rhaegar o quizás la falta de valentía para expresarlo.
—Espero que retomemos este paseo; anhelo volver a verlo—Soltó finalmente tras hacer una reverencia.
—Buenas noches, Lady Alicent — Dijo Rhaegar antes de alejarse de su vista.
***
𝐋𝐘𝐀𝐍𝐍𝐀
Lyanna estaba sentada en su pequeña cama, sus ojos incapaces de cerrarse en esa noche calurosa. La tenue luz de la luna filtrándose por la ventana revelaba una habitación modesta con paredes de piedra desgastada y una cama sencilla.
Sus dedos acariciaban su vientre abultado mientras observaba el techo de su habitación. La calma reinaba hasta que, de repente, golpearon la puerta. Sus ojos y su pecho se sobresaltaron al escuchar los golpes, pero se levantó rápidamente, y unos pocos pasos la llevaron a la entrada.
Lyanna abrió la puerta lentamente y volvió a sorprenderse al ver a Rhaegar de pie en el umbral.
—Sé que no soy el mejor hombre, he cometido errores y tengo un compromiso, pero te he escogido a ti, Lyanna. Quiero que seas mi esposa ante los ojos de los dioses.
¡Holi! Capítulo nuevo, espero que les guste y por favor déjenme un comentario para saber su opinión.
Recuerden seguir mi tiktok Maj0_fic. Allí estoy subiendo edits de esta historia <3
Creo que queda poco para que conozcan a los hijos de Alicent y Lyanna. creanme que vienen romances buenoss.
¡Nos leemos pronto!
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