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𝟖. 𝐓𝐡𝐞 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐞𝐪𝐮𝐞𝐧𝐜𝐞𝐬 𝐨𝐧 𝐚 𝐬𝐭𝐚𝐫𝐫𝐲 𝐧𝐢𝐠𝐡𝐭


𝐑𝐇𝐀𝐄𝐆𝐀𝐑

Rhaegar avanzó con gracia y destreza en la justa, cada movimiento con la lanza era un testimonio de su habilidad y valentía. El estruendo de los aplausos resonaba en el aire, creando una sinfonía de celebración que llenaba el torneo con un ambiente festivo. Los rayos dorados del sol iluminaban la arena, destacando la majestuosidad de los competidores y la grandiosidad del evento.

Aunque el vencedor de la justa fue su tío Daemon, Rhaegar sonreía con gracia, aceptando la ovación con humildad. La luz del sol se reflejaba en su armadura plateada, creando destellos que acompañaban su imagen victoriosa. Las banderas ondeaban con los colores de las casas nobles, formando un telón de fondo vibrante y lleno de color.

Sin embargo, en un momento de pausa entre las aclamaciones, la expresión jubilosa de Rhaegar cambió. Recordó el instante horas antes del torneo, cuando se acercó a hablar con su madre, Aemma Arryn.

El lugar donde descansaba su madre estaba adornado con telas finas y delicadas, creando un oasis de serenidad en medio de la efervescencia del torneo. La luz del sol se filtraba suavemente, dando al ambiente una calidez reconfortante. Sirvientas atendían cada necesidad de la reina con dedicación, susurros de aliento y preocupación colmaban el espacio.

―Veo que apenas te dan un respiro―pronunció el muchacho al adentrarse en la habitación, recibiendo reverencias de las sirvientas al percatarse de su presencia.

―El médico me ha pedido guardar reposo absoluto. Es tedioso y sería más placentero si mi hijo me visitara más seguido ―Aemma deslizó su mano derecha sobre su abultado vientre. Rhaegar sonrió y se encaminó hasta su lado, tomando asiento junto a ella en la suave y espaciosa cama.

―He tenido asuntos que atender―dijo, tomando la mano de su madre. Ella sonrió.

―Diría que tienes asuntos con tu prometida, Lady Alicent, pero ella viene todas las mañanas a darme los buenos días. Es una muchacha muy dulce.

Rhaegar negó mientras sus ojos se fijaban en los zapatos.

―Ya veo. No se trata de Lady Hightower. ¿Pertenece a la corte?―preguntó.

Rhaegar negó con un ademán producido por su cabeza.

―No, no pertenece a la corte. Ella es muy diferente.

―¿Diferente a Lady Alicent?―preguntó en un murmullo. Rhaegar sonrió mientras sus ojos se encontraban con la mirada amable de su madre.

―Se parecen en apariencia, pero ella es... ―El príncipe dio media vuelta para mirar a las sirvientas y luego a su madre―Sabes que mi padre me mataría si escucha algo de esta conversación.

―Tu padre no escuchará nunca esto. No te preocupes. Soy tu madre y siempre guardaré los secretos de mi dulce retoño ―Aemma estiró su mano para acariciar el rostro de su hijo. Rhaegar observó el rostro de su madre. Lucía cansada, pero sus ojos no paraban de brillar con ese fulgor que la distinguía.

―Eres el cofre de mis secretos, siempre lo serás, pero de nada sirve ahora contarte mis anhelos si aquella alma decidió desaparecer de mi vida.


Rhaegar caminaba tambaleándose por la calle de la seda, la botella de licor en su mano temblorosa. Golpeaba ocasionalmente las paredes, un contraste marcado con el lugar que solía frecuentar hace unas semanas. La atmósfera, antes llena de alegría y risas, ahora estaba impregnada de sufrimiento y remordimiento.

La pena por la pérdida de su madre, Aemma, pesaba en su corazón, oscureciendo aún más la noche. Cada paso parecía cargar con la culpa de aquella noche fatídica en la que decidió compartir su lecho con su prometida, Alicent Hightower. Los recuerdos de aquel momento se mezclaban con el amargor del licor, formando una amalgama de emociones que se reflejaban en la mirada perdida de Rhaegar.

Las sombras de la calle de la seda, testigos mudos de sus desventuras, se cerraban a su alrededor mientras él luchaba con sus pensamientos tumultuosos. El ambiente nocturno, antes vibrante, ahora se desvanecía en la oscuridad, acompañando el torbellino de emociones que atormentaban al príncipe.
En las sombras de la noche, Rhaegar se veía envuelto en una nube de soledad. La mera mención de su madre evocaba un torbellino de emociones, desde el dolor agudo de la pérdida hasta la angustia de sentirse desamparado en un mundo que se volvía más oscuro con cada paso.

Mientras deambulaba por la calle, el calor nocturno abrazaba su figura solitaria. El aroma embriagador de la vida nocturna llenaba el aire, mezclándose con los suspiros de la ciudad. Aquel lugar, testigo de tantas historias, vibraba con el murmullo de la actividad nocturna, pero para Rhaegar, era un eco lejano de su propia melancolía.

Los habitantes de la zona de los burdeles observaban con reconocimiento al príncipe, cuya presencia imponente resonaba en cada rincón. Sin embargo, él no percibía los ojos curiosos ni escuchaba los susurros de aquellos que compartían el mismo espacio. Inmerso en sus pensamientos, se sentía como un espectro deambulando entre sombras, buscando respuestas que parecían escaparse.

La noche, a pesar de su calidez, no ofrecía consuelo a Rhaegar. Era más bien un telón de fondo oscuro y silencioso para su tristeza. La bien conocida calle de la seda, aunque bulliciosa y llena de vida, se convertía en un escenario de desolación para el príncipe perdido en sus propias penas.

Rodeado por la penumbra, Rhaegar se adentró tambaleante en una taberna, donde mujeres de la noche reían y atendían a sus clientes con la destreza de quienes conocen los secretos de la ciudad. Una de ellas, con una sonrisa cálida que sin duda escondía experiencias incontables, lo recibió en la puerta.

El interior estaba impregnado de una energía festiva, con luces titilantes sobre las mesas desgastadas, creando destellos en las copas y los rostros de los presentes. La atmósfera estaba cargada con el aroma embriagador de licor, mezclado con el sudor de aquellos que se entregaban a la celebración.

La música, apasionada y vibrante, envolvía cada rincón del lugar, llevando consigo la promesa de olvido temporal.

Rhaegar, aún sostenido por la mujer que lo condujo, se dejó envolver por la vorágine del lugar. Entre risas y miradas cómplices, intentaba encontrar un escape momentáneo de su propia tristeza. La taberna, testigo de tantas historias fugaces, ofrecía un refugio temporal donde los problemas podían diluirse en el licor y el bullicio de la compañía femenina.

―Bienvenido nuevamente Príncipe. Déjeme traerle otra botella― Pronunció la mujer mientras quitaba la botella de su mano y se alejaba lentamente meneando las caderas.

Entre las sombras de la taberna, Rhaegar luchaba por mantenerse sentado en su mesa, el peso de la tristeza y el alcohol hacían su tarea. Sin embargo, su aturdimiento se desvaneció abruptamente al observar una figura que nunca habría esperado encontrar. Allí, en la penumbra, se erguía Lyanna, envuelta en una capa de tonos oscuros, su melena larga ondeando con el misterio que la caracterizaba.

La sorpresa y la esperanza iluminaron los ojos del príncipe mientras se ponía de pie con una urgencia que ignoraba su propio estado. A medio camino, detuvo sus pasos al notar que Lyanna caminaba tomada de la mano de un rostro conocido, su tío Daemon Targaryen. La escena se congeló en el tiempo, y Rhaegar se quedó allí, atrapado entre la emoción y la tensión del encuentro inesperado.

El corazón del príncipe latía con fuerza, su mente llenándose de preguntas y sentimientos contradictorios. Mientras observaba a Lyanna alejarse, la conexión efímera de sus miradas resonó con una mezcla de furia y celos.

Impulsado por una cólera desbordante, Rhaegar avanzó con determinación hacia Daemon, descargando un golpe que resonó en la taberna. Lyanna soltó un grito ahogado, sus ojos reflejando un profundo horror mientras observaba la escena desplegarse ante ella. El ruido del lugar se detuvo abruptamente, y los espectadores se pusieron de pie, formando un círculo expectante alrededor de la contienda inminente.

La atmósfera estaba cargada de tensión, y la luz parpadeante de las velas iluminaba la furia en los ojos de Rhaegar. Lyanna, valiente, se interpuso entre él y su tío, desafiándolo con determinación.

―¡No! ¡No lo hagas!―exclamó la muchacha, tratando de detener al príncipe mientras se convertía en un escudo humano para proteger a Daemon, que permanecía sentado en el suelo con una sonrisa perversa en sus labios.

Rhaegar la miró con recelo, pero su expresión cambió a furia intensa cuando la capa de Lyanna dejó al descubierto su sutil y abultado vientre. El murmullo de la multitud se mezclaba con el rugido de la tormenta que se desataba en su interior, creando una escena de caos y conflictos entrelazados.

―Él no es el padre. Es tuyo, Rhaegar.―declaró Lyanna con valentía, sus palabras resonando en el ambiente.

***

𝐀𝐋𝐈𝐂𝐄𝐍𝐓

Alicent descansaba en su habitación, observando la noche estrellada a través de la ventana. La chimenea, ahora apagada, dejaba que el fresco viento nocturno se colara por la estancia, moviendo suavemente las cortinas. El tintineo lejano de música proveniente de la taberna cercana creaba una melodía tenue en el fondo.

Mientras una sirvienta finalizaba los preparativos de la cama, Alicent se volteó para dirigirse hacia ella. La sirvienta, una mujer de mediana edad con un aire de serenidad, le ofreció una sonrisa tranquila mientras ajustaba las sábanas con destreza.

―Su cama está preparada para que pueda descansar―anunció la sirvienta.

―Gracias―respondió Alicent, caminando hacia la cama y tomando su camisón para evitar tropezar. La sirvienta se acercó, y con un gesto suave, cubrió a Alicent con las delicadas sábanas.

Alicent se recostó, y la sirvienta continuó con el diálogo, su voz resonando en la habitación tranquila.

―No he visto a Nyla hace meses. ¿Qué ha sucedido con ella?

―Mi Lady, su padre se la llevó de la corte para regresar al sur. Dicen que agarró una enfermedad debilitante, pero todos sabemos que es otra cosa―respondió la sirvienta con un deje de comprensión en sus ojos experimentados.

―¿Qué pasó?―preguntó Alicent mientras acomodaba su cabeza sobre la suave almohada de plumas.

―La última vez que hablé con ella, estaba preocupada de que su sangre no bajaba, luego desapareció por su enfermedad.

Alicent mordió su labio inferior, la inquietud marcando sus facciones mientras sostenía su mano derecha con la izquierda.

―¿Qué enfermedad es esa?―preguntó intentado no lucir demasiado interesada.

―La única cosa que produce aquello es la de un hijo en el vientre.

Alicent asintió, pero una mezcla de emociones se reflejaba en sus ojos. Cuando la sirvienta se retiró y cerró la puerta, la habitación quedó sumida en la quietud. Una mezcla de temor y esperanza se apoderó de Alicent, quien quedó sola con sus pensamientos en esa noche estrellada.

***

¡holi! ¡He vuelto! Al fín les tengo un nuevo capítulo. Queda muy poco para lo bueno👀

En las vacaciones tendré más tiempo para escribir y hacer edits, así que ya no me demoraré tanto en actualizar.

Espero que estén muy bien y les deseo una muy felez neveded :)

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