Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

15-Conozcan a Madre

En menos de un minuto el trío se vio rodeado por no menos de diez hombres armados con dagas y con una placa de metal oscuro firmemente ajustado a su antebrazo, a juzgar por su apariencia debía servir de escudo. Marie se paralizó por un segundo. Aunque atacara con la mayor rapidez posible a los captores de sus compañeros, sería incapaz de rescatarlos a ambos. Luego de unos segundos levantó las manos en señal de rendición y esperó a que el líder hablara.

Entre los bandidos surgió un hombre de expresión seria, con una cicatriz que atravesaba el lado derecho de su boca. No parecía ser muy viejo, pero sin duda las diversas marcas en su cara, cuello y brazos hacían que su edad quedara en el misterio.

—¿Quién os trajo hasta aquí? —preguntó con un tono frío y vacío que lo hacía lucir como un muerto viviente.

El hombre (o quizás chico) no mostraba el más mínimo interés en las dagas que habían en el cuello de Marcus y Kran, en su lugar tenía sus oscuros ojos clavados en Marie, como si de un depredador se tratase. Marcus aprovechó un momento de distracción para intentar librarse, pero solo consiguió que la daga le hiciera un corte poco profundo por el que salió un hilo de sangre

—¡No te muevas!

Marcus no mostró dolor, pero una mueca apareció en su rostro. Kran intervino enfadado.

—Si buscas que te digamos algo, créeme, estás muy equivocado. Eso que acabaste de hacer va a salirte caro.

El hombre no le prestó atención, en su lugar siguió observando a Marie, como si esta fuera la única capaz de responder a su pregunta. El ambiente se mantuvo en silencio por casi un minuto, solo se oía el canto distante de algún ave y el crujido ocasional de alguna rama que ponía en alerta a más de uno.

Marie bajó suavemente las manos y con sumo cuidado dejó el libro recién hallado a un lado de su bolsa. Miró a sus compañeros buscando alguna señal, pero solo se encontró con que estaba sola, ella sería la encargada de librarlos de esta... o no.

—Nadie nos han enviado. — Intentó sonar convencida mientras deslizaba su delicada mirada a través de cada uno de los bandidos. Se percató de que aparte de la daga y el mini escudo, la mayoría, por no decir todos, portaban una cerbatana escondida hábilmente a un lado de su cadera—. Vinimos hacia aquí para catalogar nuevas especies de animales y plantas, no todo está en los libros.

Sonrió dulcemente encandilando a casi todos, menos al líder.

—No tienen pinta de dedicarse a catalogar plantas y animales. No al menos con esas armas que portan.

—Es que la fauna de aquí no es muy amistosa —contestó Marcus todavía mirando la hoja que amenazaba con cortarle el cuello—. Tampoco contábamos con la compañía de otros humanos. ¿Quién en su sano juicio viviría aquí?

A los nativos no pareció hacerles gracia el comentario de Marcus, sus expresiones se volvieron incluso más hostiles que al principio. Uno de ellos habló, esta vez era un chico de no más de veinte años que se había mantenido alejado del resto.

—Este lugar no es apto para cualquiera, aquí vive un grupo muy reducido de personas encargadas de custodiar ciertos objetos que escapan a vuestra compresión.

De inmediato se vió callado por la fría mirada de su jefe, indicando que había hablado de más. El chico tragó un buche amargo al imaginarse lo que vendría después de eso.

El trío dibujó una sonrisa de satisfacción que ahogaron casi al instante. El hombre les había revelado algo de vital importancia, en la isla habían objetos que necesitaban de una protección muy fuerte, Willbur no les había mentido, ahí debía estar el collar. Decidida a sacar algo más de información Marie le preguntó al líder.

—¿Y qué se supone que custodian ustedes? No os veo muy capaces de proteger algo demasiado importante.

Si algo había aprendido Marie a su corta edad era que la mayoría de los hombres terminan cediendo ante estas provocaciones tan inmaduras, sin embargo, ninguno de ellos cedió. En su lugar el líder, sin la más mínima perturbación en su expresión hizo una señal a sus subordinados y tres de ellos sacaron las cerbatanas y dispararon hacia sus cuellos, en pocos segundos cayeron inconscientes.

—¿Los vamos a llevar? —preguntó uno de los más adultos que había en el grupo.

El líder no hizo caso, su atención estaba puesta en Kran, por alguna razón le recordaba a alguien.

—¡Uno! —lo llamó el mismo hombre.

—¡Sí! Madre me advirtió sobre ellos, dijo que los lleváramos ante ella. Por cierto. —Miró fijamente hacia el que había revelado información hacía unos minutos —. Dile a Madre que Ocho ha vuelto a cometer el mismo error, necesita ser corregido.

Hay pocos lugares en el continente que arrojan más incógnitas que el pantano: un lugar lleno de animales y plantas de todo tipo. Casi nadie sabe que en esa zona hay algo más que eso, en el seno, donde muy pocos han logrado llegar se encuentra una pequeña aldea construida sobre una gran plataforma de madera que evita que los edificios, y los habitantes sean devorados por enormes lagartos o envenenados por las plantas que crecen en el fondo.

El pueblo —si es que así se le podía llamar— contaba con una serie de casas de madera construidas simétricamente alrededor de una capilla de piedra. En la parte exterior del lugar se hallaba una pequeña zona donde se distribuían los víveres de los habitantes, al lado, una herrería y un sastre, encargados de mantener a los guerreros armados para cumplir con su tarea de vigilia, y al fondo; en un lugar casi imposible de ver a simple vista, había una cripta casi consumida por las enredaderas que habían crecido de años y años.

El grupo llegó con los “invasores” inconscientes sobre sus hombros, menos Kran, a quien llevaban entre tres y con dificultad. De camino a la capilla fueron centro de todas las miradas. El pueblo no se caracterizaba por poseer una abundante población ni mucho menos, pero sí eran curiosos, sobre todo a la hora de recibir visita. En pocos minutos se había hecho un tumulto alrededor de la capilla, todos esperaban ver cómo Madre recibiría a los forasteros.

El ambiente se mantuvo en silencio, las respiraciones se contuvieron hasta que en el interior del lugar comenzó a moverse una sombra. Fue de un lado a otro a una velocidad sobrenatural, se mantuvo así por unos segundos hasta que se detuvo frente a la puerta. Se aproximó con lentitud, desvelando la apariencia de Madre: una anciana de poco más de un metro y medio de altura, ojos azul intenso acompañados de una mirada fría y acusadora. Su pelo plateado y brillante desentonaba por completo con el resto del entorno.

Caminó entre el tumulto que dejó escapar murmuros de asombro, y sin hacerles el menor caso examinó al trío todavía inconsciente. Luego de unos segundos ordenó a toda la muchedumbre que se retirara, todos obedecieron dejándola sola con los diez hombres y los prisioneros.

—¡Déjenme sola con Uno! —ordenó sin mirar a ninguno, su vista se quedó clavada en Kran, a quien miraba con más atención que a los demás—. El resto vayan a descansar. ¡Ocho! —se dirigió al chico que había hablado de más en el pantano— Ven después, necesitamos hablar.

El hombre asintió y se marchó junto a sus compañeros. Madre esperó a que todos estuvieran lo suficientemente lejos para volver a hablar.

—¿Dónde los encontraron?

—Cerca de la cueva de Olesis, demasiado cerca.

—¿Saben algo?

—Ocho les dijo que nuestra misión aquí es proteger algo valioso.

El hombre hizo una mueca amarga, odiaba que alguien se fuera de la lengua, y más cuando eso pasaba más de una vez. Madre sonrió con debilidad mientras asentía.

—Ocho siempre se ha caracterizado por hablar de más —continuó el hombre con un marcado tono de enfado.

—No te preocupes, la razón por la que le dije que viniera después es esa. Ya tengo una solución.

Algo en su tono se sentía fuera de lugar, como si aquella “solución” no fuera la más agradable, sin embargo, cuando Uno intentó indagar más a fondo Madre le pidió que entrara a los invitados, quedando con la palabra en la boca. No pareció importarle, y dejando el asunto inconcluso los llevó a través de un pasillo hacia una habitación. Era oscura, alumbrada por una tenue luz que apenas alcanzaba a colarse por las pequeñas ventanas que había cerca del techo. En el centro había una mesa redonda de piedra, a su alrededor se encontraban doce sillas del mismo material que no parecían ser para nada cómodas; en una se hallaba sentada la anciana con una expresión impasible dibujada en su rostro.

—¿Dónde dejo sus cosas? —preguntó Uno apenas dejó a Kran en su puesto, a pesar de su fuerza le había costado cargarlo hasta ahí.

—Déjalas ahí.

Señaló a un inmenso librero que ocupaba gran parte de la habitación. Debía tener al menos quinientos libros de todos los tamaños acomodados de tal forma que el único espacio que había entre ellos estaba ocupado por pequeños especímenes de animales disecados; desde un pequeño lagarto que era cría del temido Mega Crusher, hasta un pájaro similar al que había visto el trío cuando viajaban por el pantano.

—Acomódalos en las sillas frente a mí y ponte a mi lado.

Uno obedeció la orden sin rechistar. Madre se levantó y caminó hacia Marie, puso la mano sobre su pecho y una sensación de frío emanó de sus dedos, la rubia abrió los ojos poco a poco hasta quedar de frente a la anciana. No abrió la boca, observó a la mujer y esperó que ella fuera la primera en hablar. Al contrario de Marcus que en cuanto abrió los ojos comenzó a moverse de un lado a otro con nerviosismo y terminó recibiendo una patada en la espinilla de parte de Marie. “¿Te es muy difícil esperar?” le dijo mientras Uno lo ponía nuevamente en su lugar.

—Tenga cuidado con ese —advirtió Uno cuando Madre puso la mano sobre el pecho de Kran—. Fue el último en caer, en él siento algo inusual.

Todos se quedaron observando a Madre, ella miró con atención a Kran. La verdad es que mentiría si dijese que ella no sentía lo mismo, una extraña conexión que por alguna razón no lograba entender. Se acercó hacia él y realizó el mismo ritual, sus manos tardaron más de lo habitual en hacer efecto, concentró sus fuerzas hasta el punto de poner el pecho de Kran azul casi morado, sus amigos temían que pudiera ocurrir algo pero al cabo casi un minuto despertó. Kran toció un par de veces, mientras que la anciana se dirigió a su asiento con un paso lento y algo cansado a causa de la energía invertida con el último.

—Por un segundo pensé que no conseguiría despertarte —confesó Madre mientras tomaba asiento al frente del trío.

—Tuvimos que dispararle tres veces, la última lo derribó.

Por unos minutos nadie se atrevió a hablar. Uno se sentó junto a Madre y los observó, haciendo paradas sobre todo en Marie, el único en darse cuenta fue Marcus quien apretaba el puño cuando esto pasaba. Marie se quedó observando dos cuadros bastante opuestos que se haballan en la pared detrás de Madre. En uno había una pareja: un hombre con una melena negra y mirada penetrante que iba dirigida a una hermosa Linx* de pelo naranja brillante que lo correspondía con una amplia sonrisa. Tras ellos las plateadas alas de la chica parecían acercarlo lo más posible, dibujando una romántica estampa digna de un cuento de los de final feliz. Marie sonrió al ver semejante representación de felicidad en aquel lugar. El otro lienzo iba más acorde con la habitación, una inmensa serpiente se hallaba frente a siete siluetas que debían ser los guerreros que iban a combatirla, en la cara de bestia se veían dibujadas las ganas de matar y Marie no pudo evitar preguntarse de qué tamaño sería ese animal como para ocupar tanto espacio en el cuadro.

La voz de la anciana la sacó de su estado de concentración.

—¡Bien! Es hora de comenzar a explicaros qué hacen aquí.

Madre le hizo un gesto a Uno, quien obediente salió de la habitación dejándolos solos, el trío se preguntó a dónde iba, la respuesta no se tardó pues el hombre volvió con una bandeja llena de diversos tipos de comida que situó delante de los “invitados”. Marcus se debatió entre si ceder o no, Marie no sabía tampoco qué hacer pues al igual que Kran tenía el instinto a flor de piel.

—No tienen veneno —gruñó Uno mientras tomaba una fruta color morado que tenía pequeñas espinas a su alrededor, mordió un gran trozo y tragó, luego de unos segundos estiró la bandeja y esperó a que todos hubieran tomado algo para comer.

Marcus comenzó comiendo tímidamente, pero cuando iba por la segunda ¿fruta? su estómago pareció abrirse y las devoró de tres mordiscos; Kran, a pesar de su tamaño no daba grandes bocados producto a la desconfianza que todavía le inspiraba Uno y la anciana, Marie solo comió media pieza y el resto se la dio a Marcus. Cuando ya la comida de la bandeja se había agotado Madre habló:

—Sé por qué están aquí.

Ninguno habló. La habitación quedó envuelta en un silencio absoluto, solo se oía un leve bullicio procedente del exterior, causado por el ir y venir de los habitantes del pueblo en su ajetreo diario.

—No sé a qué te refieres —contestó Kran mientras se colocaba al borde de la silla—. No somos los primeros visitantes que ha tenido esta isla, tampoco seremos los últimos.

—No... no son los primeros, pero todos vienen a por lo mismo.

Kran intentó hablar pero Madre se apresuró y dijo:
—La punta está custodiada por Olesis.

Al ver que ninguno de ellos parecía seguirle la rima la anciana continuó.

—Olesis no es una criatura que se deba tomar a la ligera —dijo mientras volteaba y se quedaba de frente al cuadro de la inmensa serpiente azul—. Muy pocos han vuelto vivos para hablar sobre ella. Si os han enviado a recuperar el artefacto, den la vuelta y díganle al que os contrató que se busque a otro par de suicidas.

«¿Cómo sabe tanto?» pensó Kran mientras buscaba con la vista a sus compañeros para que lo ayudasen. Se cruzó con una Marie en blanco que al igual que él trataba de inventar algo para salir de esa situación, para sorpresa de todos Marcus fue quien habló.

—No vinimos a buscar nada de eso, simplemente somos investigadores que intentan crear un libro donde se registren todos los seres de este lugar tan misterioso. Sé que ninguno de mis compañeros lucen como investigadores (ciertamente ninguno de los dos lucía como uno), pero las apariencias engañan y esta no es la excepción. Como ya le dije a... ¿Uno puede ser? —El hombre asintió de mala manera—. Nuestros fines aquí son puramente investigativos.

Madre dibujó una leve sonrisa y le hizo un gesto a Uno, quien tomó las bolsas y las colocó en el centro de la mesa, abiertas por completo. El hombre parecía disfrutar al ver como la anciana desmentía a Marcus con facilidad, pero el chico no se daba por vencido.

—Ese no parece equipamiento para un hombre que se dedica a catalogar plantas y animales —senteció Uno con cierto aire triunfal en su voz.

—Y este no es un lugar normal para tal tarea. Entenderá que necesitamos todas esas armas para defendernos, en mi primer día casi pierdo una pierna. —Se levantó el pantalón dejando ver unas cicatrices que le daban vuelta a toda la pierna—. Sanaron gracias a mi compañera, sino estaría haciendo este cuento con una extremidad menos.

—¿Cómo explicas los libros? —contratacó Uno con impotencia.

Marcus sonrió mientras señalaba a Kran.

—El hecho de que sea grande no lo hace tonto, mi amigo es un gran fanático de la historia más antigua de nuestro continente.

Kran y Marie prefirieron no hablar, la verdad es que se habían impresionado por la habilidad de Marcus para inventar semejante historia en tal situación. Sin embargo, la felicidad duró poco, pues Madre levantó su mano para hacer una intervención.

Todos la miraron con curiosidad.

—Muy bien, no sois mercenarios a sueldo ni nada por el estilo, no son tampoco buscadores de reliquias antiguas, sino más bien un pequeño grupo que busca catalogar a toda la flora y fauna de este hermoso lugar.

—Sí... hermoso —susurró Marcus para sí mismo.

—En ese caso os traigo un trato —dijo Madre con una sonrisa que a ninguno le gustó—. Os ayudaré en vuestro proyecto si ustedes me ayudan con una piedra que lleva metida en mi zapato mucho tiempo.

El trío se miró entre sí por casi un minuto. Por alguna, o mejor dicho, por muchas razones tanto la anciana como su secuaz no le inspiraban la más mínima confianza. Tampoco había que ser un genio para darse cuenta de que la propuesta era una trampa: si aceptaban no sería una tarea fácil, pero al menos sería más pacífico que negarse.

Kran asintió con lentitud. Uno dejó escapar un bufido mientras observaba al cuadro de la serpiente que había tras la anciana, cambió la vista hacia el trío, y por último se centró en Marie.

Al ver que nadie decía nada Madre decidió hablar.

—Preparen sus mentes, vamos a visitar a un reptil muy inusual.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro