Capitulo 9
- Y entonges le dige que el tamaño de la galchicha no importa -murmuré-, lo que importa es el aderejo.
Con mi mejilla pegada en el frío suelo de mi departamento veo las peluditas patitas de Sir bigotes ser limpiadas cuidadosamente por su áspera lengua, totalmente desinteresado en mi plática. Sorbo mi nariz y suelto un suspiro.
- La verdad, no me gugtan tanto las galchichas -admito.
Llevaba ya dos días sumergido en la miseria de tener que soportar mi resfriado mayormente en soledad. En cuanto a mi novia y amigos: Euridice venía a dejarme comida y se paraba en un lugar muy alejado para observarme y garantizar que siguiera con vida; Sorrento me dio días libres hasta que me hubiese recuperado; Kanon me pasó la contraseña de su cuenta en una página porno y Isaac me envió imágenes de piolín pasivo-agresivas.
En era un poco triste pensar que mi única compañía directa era Sir bigotes, a este rechoncho gato negro parecía no importarle mi resfriado, se podía decir que estaba pasándolo al máximo ya que había encontrado el lugar donde guardo su comida y se daba los mayores festines sin que pudiera detenerlo; a cambio, escuchaba mis pláticas y de vez en cuando maullaba en respuesta.
Me muevo por suelo con la dificultad y capacidad motriz de un niño de un año y logro tomar mi móvil para llamar al primer número de mis contactos. Sorbo mi nariz con cierta lástima y espero a ser atendido, cosa que duró más de lo normal.
- ¿Sí, Io? -responde Euridice.
- Egtoy enfegmo -pronuncio, dibujando círculos con mi dedo índice en el suelo.
- Lo sé, te he estado visitando desde el sábado.
- Me giento mal.
- Siéntete bien.
Guardo silencio por un momento con una actitud pensativa. Niego.
- No, no egtá fungionando.
- ¿Te tomaste las medicinas?
- Gi.
- ¿Todas las medicinas? -vuelve a preguntar, con un toque de advertencia en su tono.
Veo con recelo el frasco amarillo de pastillas sobre el buró.
- Gi. Sigo igual de mal.
Euridice suspira.
- Ordena un poco, voy para allá.
Dicho esto, la llamada se cuelga y me obligo a mí mismo a levantarme e intentar ordenar lo mejor posible la habitación. Habiendo terminado mi labor lo mejor posible, me aseguro de cambiar mi atuendo por algo limpio y preparar algo de té y chucherías que aún tenía milagrosamente en la alacena.
Terminando de ordenar algunas cosas, mi mirada se alza más allá del paisaje tras la ventana y bajo la mirada a mi móvil para empezar a teclear.
Tú:
Por favor, no olvides tu paraguas.
***
- Io, amor mío, de verdad, de verdad, de verdad lo siento tanto -empieza la llamada, haciéndome sonreír poco a poco al reconocer está actitud-. Hoy es lunes, pensé que tendría libre el resto de la tarde pero acaban de programar un trabajo en equipo y debo empezarlo.
- No hay problema -murmuro, tranquilizándole.
- De verdad lo siento, te lo voy a compensar ¿Sí? Iré a verte mañana -se oyen unas voces de fondo llamando a mi novia y ella se disculpa- Io, bebé, debo irme, te llamaré luego.
La llamada se corta y me quedo sentado al borde de la cama. Los minutos pasaron sin que me diera cuenta y con ellos las dos tazas de té en mi mesa se fueron enfriando al ritmo del clima en la habitación, producto de los espesos nubarrones que se habían tragado al sol. No me di cuenta de cuándo caí a la cama o cuándo había empezado a llover, solo volví a ser consciente de mi alrededor hasta escuchar una voz cerca de mí.
- ¿Diga?
Mi ceño se frunce al reconocer al propietario de esa voz, y con un desconcierto del tamaño del Everest veo que en mi ensoñación había estado vagando por los mensajes que manteníamos con Euridice hasta dar con el contacto de su hermano, el que me había enviado y había ignorado desde hace mucho.
- Voy a colgar la llamada.
Suelto un sonido de molestia y empiezo a quejarme por lo bajo de la persona en la línea, quien permaneció en silencio pero no colgó.
- ¿Io?
- Señor Scillya para ti, gusano -gruño- ¿Qué esperas para colgar?
- Io ¿Estás bien? -pregunta, excusándose con las personas que le acompañaban.
Froto mi nariz con la manga de mi pijama y quizá debido a la fiebre, o a lo asqueroso del clima, pero me sentí repentinamente melancólico.
- Te odio -musité-, si hubiesen sido gemidos me habrías reconocido de inmediato. Solo te interesa mi carne extranjera. Pervertido.
Mi cabeza daba vueltas y por alguna razón me sentía muy indignado con la persona tras la línea.
- Io ¿Te encuentras bien? Estoy en la universidad y la señal es mala, voy a salir, no cortes.
- Ya te estoy cortando, Orpheo Gauthier -murmuro con resentimiento, ignorando mi nariz congestionada- Lo nuegtro terminó.
Corto la llamada de manera dramática y suelto una suave risa burlona antes de detenerme debido a un ataque de tos que me llevó al borde de las lágrimas. Volteo a Sir bigotes.
- Anota, querido compañero, mi tegtamento debe ser egcrito.
Mi obeso gato me da la espalda y se sube a la cocina para seguir engullendo cual bestia su comida, la que debía durar al menos dos semanas. Le miro con los ojos llenos de traición.
*****
Entre la bruma de mis ensoñaciones, el tacto frío y suave en mi mejilla se vuelve un deleite que apacigua el incómodo calor de mi cuerpo y me trae de nuevo a la realidad.
Me remuevo un poco y abro paulatinamente mis ojos.
Ante mí, sentado en un lateral de mi cama, se encuentra un chico empapado casi por completo. Acomoda las hebras mojadas de su celeste cabello hacia atrás y me observa con preocupación. Su mano se mueve hacia mi otra mejilla y suelto un suspiro, intentando evitarlo al darme cuenta de quién era.
- ¿Qué haces aquí? -murmuro, notando mi nariz menos obstruida, pero mi garganta a punto de explotar de la picazón.
- No todos los días recibo una llamada de un miembro de la realeza, he venido cuanto antes a la corte.
Le doy un golpe con mi codo, decidido a levantarme para alejarme de su presencia, pero antes de que termine de incorporarme una firme mano en mi pecho me regresa a la cama. Le miro con molestia.
- ¿Qué haces aquí de todas formas? No te necesito, mi gato puso su trasero en la pantalla y te llamó por error.
Me trato de levantar nuevamente, pero vuelve a impedírmelo.
- Bendito sea el trasero de tu mascota. Obedece por una vez y quédate en la cama -me preparo para renegar pero me hace una señal para que guarde silencio-. Si te levantas, voy a besarte; si te quedas ahí, voy a hacerte de comer.
Me quedé quieto, le miré con odio pero no me levanté.
Orpheo tira de mi mejilla de manera cariñosa al ver que he cedido y se gana así un buen manotazo de mi parte, lo que provoca su risa mientras se levanta de la cama bajo mi atenta mirada.
- ¿Desde cuándo estás enfermo y por qué yo no sabía nada? -inquiere, despojándose de su húmedo abrigo y dejándolo sobre una silla, revelando la playera color gris manga larga que llevaba por dentro.
- No eres mi padre -escupo.
Sus ojos voltean a verme.
- Soy tu novio ¿No debería cuidar de ti?
Suelto una carcajada burlona que inevitablemente acaba en sonidos miserables de un paciente terminal e Orpheo se apresura a pasarme su botella de agua, de la que bebo con los ojos fuertemente apretados.
- ¿Has tomado medicina?
Asiento, limpiando los restos de agua de mis labios con el dorso de mi mano. El peli celeste me ayuda a acomodarme nuevamente en la cama y me cubre con las mantas antes de dirigirse a la cocina, donde empieza por bajar a un furioso Sir bigotes de la mesa y luego empezar a ordenar su desastre.
- ¿Hay algo a lo que seas alérgico? -inquiere con el ceño fruncido, apartando con su pie a la fiera negra que le rasguñaba con odio la pierna.
- A ti.
- Y es lo que más te gusta -responde.
- En tus sueños.
- En ellos no dejamos de repetir el plato.
- Qué menú tan pobre.
- ¿Pasamos al plato fuerte? Te haré probar incluso el postre.
Le miro enfurecido al haber acabado con mis respuestas y me lanza un beso desde la cocina, desatando mi desagrado. Luego de haber conseguido que guarde silencio, aquel sirviente empieza a buscar entre mis escasos alimentos algo para preparar una comida.
Con los ojos llenos de cansancio, observé con detenimiento como el silencioso Orpheo reunía en mi vieja mesa los ingredientes que le indicaba la receta que seguía en su móvil con mucha diligencia, frunciendo el ceño de vez en cuando al leer la etiqueta de los productos y deteniéndose por largo tiempo a corroborar mientras sostenía un cuchillo en una mano y un tomate en otra.
Si hubiese tenido la fuerza, hubiese sonreído al ver al hijo mayor de una familia millonaria que seguro nunca en su vida tuvo que hacer algo tan banal como cocinar por su cuenta, enfrentarse a esta dura prueba en la casa de un universitario sin dinero, donde la única olla ni siquiera tenía asa.
Mis ojos se cerraron sin poder evitarlo.
¿Por qué tuvimos que empezar tan mal? Si tan solo nos hubiéramos llevado bien desde el principio, él tendría un amigo y yo un familiar más; saldríamos a comer, jugaríamos videojuegos, compartiríamos nuestras culturas y podría perderlo en mi despedida de soltero como en Hangover. Entonces...¿Por qué?
El aroma de la comida recién hecha provoca que mi hambriento estómago se retuerza obligando a mis ojos a abrirse solo para encontrar a un joven francés colocando en la ahora limpia mesa al lado de mi cama un cuenco de humeante sopa.
- Justo a tiempo -pronuncia mientras me incorporo, tomando un poco de líquido con la sopa y enfriándolo antes de intentar alimentarme.
- No soy un niño, lo haré yo mismo -reniego, recogiendo el cuenco por mi cuenta-. Sopa de letras, qué original -me burlo-. ¿Podré escribir "idiota"?
- Yo te escribiría "hermoso" -responde.
Me encojo de hombros, disimulando que me había gustado el sabor de su comida.
- Es porque soy hermoso, no te culpo.
Orpheo se ríe, pero me deja comer con tranquilidad mientras permanece sentado al borde del colchón hasta que termino todo. Se lo tiendo y al ver que quedan unas pocas letras al fondo se dedica a ordenarlas antes de pasármelo nuevamente.
- ¿Puedes leerlo?
Le miro con superioridad.
- Fui el primero de mi clase en aprenderme el abecedario -presumo, luego bajo la mirada a la palabra y mi boca se cierra al ver que era francés.
Carraspee con incomodidad y tomé una actitud analítica. No iba a demostrar mi error.
- ¿E-embarázame?
Las finas cejas de orpheo se alzan y una sonrisa pícara se deja ver en su rostro. Le miré fastidiado, con el rostro más caliente de lo normal.
- Intenta nuevamente -invita, sin perder la diversión, separando las letras con la cuchara para indicarme que eran dos palabras.
Con el fin de recuperar mi orgullo vuelvo a intentarlo nuevamente, ahora con más dedicación.
- E-embrasse...-tartamudeo, dubitativo- ¿E-embrasse moi? -aún estaba dudoso de mi correcta pronunciación para cuando vi a Orpheo a centímetros de mi rostro. Mis ojos se abrieron con sorpresa y detuve con mi mano abierta su recorrido- ¡Seguro era una de tus frases estúpidas! ¡Apártate, te llenaré de virus!
Usé mi arma mortal con él, la misma que había usado con Isaac la vez pasada, así que me froté en su hombro fervientemente para repelerlo. Quién iba a saber que este extraño ser lo tomaría como una muestra de cariño y me abrazaría por la cintura, haciéndome caer a la cama.
- Amas que te hable en francés.
- Ni siquiera conozco la inmensidad de mi idioma -gruño, tratando de empujarlo- ¡No entiendo nada del tuyo, rata migratoria!
Suelta una risa y empieza a escabullir su rostro al lado de mi oreja, haciendo que su respiración y movimientos me provoquen cosquillas. Entre risas y tics nerviosos en mi cuello le golpeo para sacarlo de ahí, pero él solo se acomodaba mejor.
- ¡Ya suéltame! -pido, con una mezcla extraña de risas y sonidos lastimeros- ¡Me rindo! Tú, bestia ¿No ves que estoy enfermo? ¡Quítate de encima, no pesas dos libras!
- Oh, Io, eres tan suave -ronronea, pegado a mi oreja- ¿Por qué no te quedas conmigo? Olvidemos a Euridice, no la necesitamos, es adoptada.
Le doy un buen codazo en el abdomen que para por fin con sus acciones y le miro con desaprobación mientras me acomodo la pijama dignamente.
- ¿Qué te pasa? ¿Estás en celo? -pregunto, a lo que recibo solo una sonrisa inocente. Ruedo los ojos- Olvídame, soy el novio de tu hermana, quien no es adoptada, y tenemos una muy buena relación.
- ¿Una muy buena relación con quién?
- ¡Entre nosotros!
Orpheo se incorpora y toma las desordenadas mantas para cubrirme con seriedad.
- Tu fiebre está empeorando, por favor, reposa.
Estaba dispuesto a responder a su comentario hasta que nuestro rostro se ilumina en una fracción de segundo antes de escucharse el estridente sonido de un relámpago producto de la torrencial tormenta. La mirada de ambos se encuentra y luego se mueve hasta la ventana que con las persianas corridas hacia los lados dejaba ver el palido paisaje que nos hizo guardar silencio.
Sir bigotes llega corriendo a la cama, aterrado por la lluvia, y me dedico a acariciar suavemente su pelaje negro azabache para tranquilizarlo. Subo mi mirada nuevamente a la segunda persona en la habitación y le encuentro aún mirando a través del vidrio salpicado con una expresión tan compleja que evitó que mi boca soltará cualquier comentario estúpido.
Le miré con curiosidad por un momento más, pero, como si se sintiera observado, apartó la mirada hacia la cocina, lugar al que se dirigió.
Estando en un ambiente tan sepulcral y cómodo, mi cansancio solo empeoraba y al tener ahora el estómago lleno, mi cuerpo no creía que necesitara seguir más tiempo consiente. Con el relajante ronroneo de Sir bigotes en mi regazo, mis ojos habían estado batallando por un tiempo indefinido para no cerrarse, pero justo cuando estaba a punto de darme por vencido, escuché un leve tintineo a mi lado.
- Lo lamento, no quise despertarte -se disculpa, llevando consigo los platos que había utilizado-. Descansa, saldré a comprar algo que puedas cenar.
Lleva su mano a mi frente para comprobar mi temperatura y mis párpados se entrecierran inconscientemente ante el frío tacto de su piel. Hace una pequeña mueca de preocupación y yo solo le miro con los ojos somnolientos, tratando de entender con qué motivo se quedaría a cuidarme; yo no cuidaría de mí en su situación, nunca he sido bueno con él.
Orpheo se incorpora dispuesto a cumplir con lo que había dicho, pero, quizá por mi deplorable situación y el molesto palpitar de mi cerebro, levanté poco a poco mis mantas, invitándole a entrar a mi lado.
Su cuerpo pareció paralizarse por unos segundos al ver lo que había hecho, luego me miró a los ojos como si esperara una confirmación de mi boca.
Suspiré.
- Hace frío afuera y llueve, no salgas -mientras murmuraba un rastro de vergüenza me hizo desviar la mirada, pero note de soslayo que no se movía. Tragué con dificultad, masticando las palabras- Quédate aquí...conmigo.
Orpheo todavía tardó un par de segundos más antes de dejar de nuevo los utensilios en la mesa y sacarse los zapatos para entrar a mi lado en la cama. Me acomodo rápidamente para evitar cualquier contacto con él, pero no esperó ni un poco en sujetar mi cintura y abrazarme por la espalda.
Mi rostro era el mismo que Sir bigotes hacía cuando le daba croquetas de las baratas. Esta situación era la representación exacta de "da la mano y te toman la pata".
- Estoy enfermo -le recuerdo.
- Hay cosas peores que un resfriado -responde en un susurro.
La tarde siguió desangrándose sobre la ciudad en forma de frías gotas de lluvia que se deslizaban por la ventana de mi habitación sumida en un interminable silencio. Llevaba ya tres días lloviendo de la misma manera en mi pequeño hogar, sin embargo, esta vez, por alguna razón, se sintió más cálido, menos melancólico.
El panorama frente a mí era el mismo, pero ya no quería verlo. Pensé en nuestro abrazo como un método curativo así que me giré suavemente entre los brazos de aquel chico y enterré mi rostro en su pecho, pegándome a los casi imperceptibles latidos de su corazón y el tenue aroma de su perfume. Me permití únicamente por hoy sentirme menos solo en los brazos de alguien más.
Mi fiebre acabó con el día.
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