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capítulo 7


— ¿Qué le obsequias a alguien a quien odias? —pregunto, con la mirada sumergida en el burbujeante aceite que fríe las salchichas.

— Un condón agujereado —responde Kanon.

— Un suéter amarillo chillante —responde Sorrento, haciendo que el Griego a su lado se gire hacia él con el ceño fruncido.

— Me diste eso para mí cumpleaños.

Sorrento voltea a verme y lo señala.

— Ves, y ni siquiera se dará cuenta.

Y así empieza una pelea entre ambos, de esas que ya me tenían entrenado para quitar mi atención de ellos por al menos media hora, así que continué friendo en silencio mientras mi cabeza era un caos tratando de pensar en un regalo acorde a la situación. Para el aniversario con Euridice me debía preparar durante un año, ¡¿cómo diablos podré pensar en algo de un día para otro?!

— Maldito sea —mascullo— ¿No pudo nacer en otro día?

Desde ayer por la noche no había dejado de pensar en el cumpleaños de Orpheo. Cuando lo supe, logré entender lo extraño de su comportamiento durante todo ese día, pero no logré entender el de Euridice ¿Por qué estaba tan molesta?

Suelto un suspiro y me dedico a sacar orden tras orden en la jornada hasta que llega la hora de cerrar. Nos cambiamos nuestra ropa en los vestidores y salimos del restaurante cuando el sol ya se ha ocultado tras la montaña, dejando para la vista nada más que la silueta de los altos edificios contrastando con el naranja somnoliento del ocaso.

— ¿Quieren ir por algo de cenar? —propone Sorrento— Hoy ha sido un día agotador, tengo hambre.

— ¿Qué me vas a dar? ¿Otro suéter amarillo? —suelta con resentimiento, Kanon.

Sorrento suelta una carcajada y se lanza sobre él intentando abrazarle, pero el peli azul escapa tomándome como escudo.

— ¿Por qué no se casan ya? —me burlo.

— ¡Porque tu amigo es un niño! —exclama Sorrento, estirando la mano sobre mí para poder tirarle de la mejilla— Con sus novias es todo un Playboy, pero míralo ahora, haciendo pucheros de aquí para allá.

Volteo hacia Kanon y suelto una carcajada al ver que mira al molesto peli lila con las mejillas hinchadas y los labios fruncidos. Me quito del medio y empiezan a perseguirse por todo el estacionamiento entre exclamaciones y risas. También había aprendido a no interferir en sus peleas, ambos son unos masoquistas y mientras uno de ellos sabe Karate, el otro hace pesas; yo solo respiro. IO es inteligente, IO no se mete.

Mi móvil vibra en mi bolsillo y lo saco para poder leer el nuevo mensaje de Euridice.

Euridice:

¿Ya acabó tu turno?

Volteo hacia aquellos dos idiotas que ahora forcejean entre los arbustos del jardín viendo con un poco de burla como Kanon intenta besar a Sorrento a modo de juego y este hace todo lo posible por mantenerlo alejado y asiento para mí mismo.

:

Estoy libre ¿Necesitas algo?

Su mensaje llega tras pocos segundos.

Euridice:

Ven a casa, hay una pequeña fiesta por el cumpleaños de Orpheo.

Mis dedos se quedaron congelados sobre el teclado mientras me debato en si debería dar una excusa y no ir, o si debería aceptar. Sin embargo, el otro mensaje me llegó con rapidez.

Euridice:

Hemos contratado un chef profesional para la comida y hay bastante, puedes llenar tus tuper para la semana.

:

Estoy yendo.

— ¡Me tengo que ir! —grito hacia aquellos animales salvajes que ruedan en el césped— ¡Nos vemos mañana en la universidad!

Sujeto con fuerza mi mochila y me echo a correr hasta la estación de autobuses, aumentado mis expectativas con cada paso. 

Una fiesta en la casa de los Gautier, eso debe ser algo completamente insano y desenfrenado, lleno de alcohol y comida ¡Amo esas fiestas!

Antes de subir al segundo autobús que me lleva hasta aquella casa, hago una rápida visita a un licorería y compro una de aquellas bebidas embotelladas en plástico que prometían hacerte hablar latín luego del primer trago y que costaba menos de la mitad de una botella promedio, no podía haber pensado en un mejor regalo.

Continué con mi recorrido, volví a dejar un pulmón en la subida por la colina, pero logré llegar completo hasta la casa en la que entré sin mucho problema ya que el mayordomo -sí, mayordomo- de la familia ya había visto mi cara merodeando por ahí algunas veces.

— Bienvenido, joven Io —saluda— ¿Le ayudo con su chaqueta?

La formalidad me dejó un poco consternado, pero supuse que aún no iniciaba la fiesta ya que del interior de la casa solo escapaba el suave sonido de un instrumental y algunas voces. Me saco la chaqueta con una sonrisa y se la doy junto con mi mochila, asegurándome de sacar solamente mi botella de licor. Me mira en silencio, como si quisiera decir algo, pero finalmente se aparta para dejarme entrar.

— ¿Euridice quería que viniera a decorar? —me pregunto, pero al escuchar su voz viniendo de la sala, me lleno de ánimo.

Abro la puesta con una sonrisa y alzó mi botella en alto.

— ¡Alguien se va a embriagar hoy! ¿Quién quiere...un.

Mi voz decae al igual que mi mano al ver frente a mí a un grupo de personas que me veían llenas de confusión. Todos vestían con ropas elegantes y no lucían para nada como jóvenes alocados mientras que la música estaba a cargo de un hombre ya con canas que había estado tocando el piano de cola de la estancia hasta que mi grito lo había interrumpido, ahora también tenía su atención.

Habiendo captado algo inusual, escondo la botella tras mi espalda y trato de pararme lo más recto posible para mejorar mi postura.

— I-Io —llama Euridice con una sonrisa complicada, acercándose a mí al mismo tiempo en que dejaba su copa de champagne en la bandeja de uno de los meseros— ¿P-Por qué no me dijiste que ya venías?

— ¿Es un invitado tuyo, Camile? —ante la mención del primer nombre de mi novia con un marcado acento francés en él, no pude evitar buscar a la persona propietario de esa voz hasta dar con una elegante y alta dama.

En medio de la habitación bien iluminada se encontraba la esbelta figura de aquella mujer enfundada en un vestido negro con pedrería que brillaba como diamantina bajo las luces del salón, tenía su cabello recogido en un moño y en su rostro firme y claro se dejaba ver una expresión calculadora que solo su par de ojos Azules podrían ser capaz de transmitir con una mirada.

— Sí, yo le pedí que viniera —respondió Euridice, con un tono mucho más bajo que el que solía usar normalmente.

Los ojos de aquella mujer me analizaron con tanto detenimiento que hasta olvidé cómo se respiraba, tuve en ese momento unas ganas enormes de echarme a correr hasta la estación, pero entonces vi que a su lado se encontraba mi dolor de cabeza. Yo estaba en plena crisis, él solo cubría con dos dedos sus labios para disimular la sonrisa de diversión que tenía plasmada.

— Llevaré a Io arriba —habla mi novia, tomando mi muñeca—, volveremos en un minuto.

Euridice me sujetaba con una fuerza que podría haberme arrastrado sin problema, pero no lo hizo debido a que mi intención también era escapar cuanto antes de ese lugar impregnado con el aroma de perfumes caros y estabilidad económica, así que coopere.

Euridice me llevó a su habitación y sin mediar palabras me dejó ahí por el tiempo suficiente para que creyera que no iba a regresar, pero finalmente lo hizo, trayendo consigo una camisa blanca de botones.

— Póntela —indica.

— En mi defensa —empiezo, quitándome mi camiseta de Bob esponja—, nunca dijiste que iba a ser una reunión formal.

Euridice me mira con molestia y me da un golpe en el brazo con su palma.

— No creí que fueras a entrar gritando con una botella de alcohol en la mano y una camisa infantil —gruñe.

La miró con los ojos entrecerrados.

— ¿Qué puedes esperar de alguien a quien tuviste que sobornar con poder llevar comida en un tuper para que viniera?

Euridice se gira, dispuesta a no seguir hablando conmigo, y yo me coloco la camisa lo más rápido que puedo, teniendo que enrollar las mangas para que no pareciera un ex convicto que compró una camisa de segunda mano una talla más grande para sacarse la foto de su currículo.

— Ya está —aviso— ¿Quieres que me ponga algo más para no ponerte en vergüenza con tu familia?

— Como si eso lo evitara la ropa —murmuró.

Mis ojos se abrieron con sorpresa y señalé su espalda mientras salía de la habitación.

— ¡Te oí, Camile Euridice Gautier! ¡Ni creas que está vez lo dejaré pasar con una pizza y papas!

Bajamos nuevamente a la planta dónde se celebra la aburrida fiesta de cumpleaños de Orpheo y grande es mi sorpresa al ver a este junto a su madre parados al pie de las escaleras, un poco alejados de los demás que conversaban amenamente sobre cualquier cosa que haga feliz a estos especímenes.

Al ver a madre e hijo uno al lado del otro me di cuenta que tenían más similitudes entre ellos que con Euridice. Ambos poseían un porte elegante, una figura llamativa y dominante de la que desprendía un aire de superioridad que hacía palidecer la presencia de cualquiera en la misma habitación. Pero lo que más me intrigaba y asustaba a la vez, es que compartían aquella mirada ponzoñosa y fría diseñada especialmente para escudriñar a cualquiera ante sus ojos aunque sus labios se encontraran estirados en la más cálida y brillante sonrisa. De verdad espeluznante.

Me quedé parado a media escalera como mero reflejo, estaba preparado para regresar a la habitación y fingir estreñimiento hasta que el mayordomo se acerca a la señora de la casa llevando su abrigo. Aquella mujer besa ambas mejillas de su hijo y camina hacia la puerta que mantenían abierta para ella.

Estaba a punto de cantar victoria hasta que, como si pudiera oler mi miedo, gira su cabeza en un elegante movimiento hasta donde me encontraba parado y me regala una última sonrisa que por poco y más logra que baje rodando las escaleras y forme un ovillo en el suelo.

¡Satanás tiene familia!

— ¡Io! —masculla Euridice, al ver que seguía perplejo— Apresúrate, es una fiesta.

— ¿Una fiesta? —me burlo, caminando a su lado— Esto es un funeral, y de los feos, de esos donde no te dan comida.

— El banquete está por allá, puedes ir a...¿Por qué diablos sigues cargando esa botella?

— Porque esta botella me ha costado la comida de mañana, la revenderé en la universidad.

— ¿Cómo piensas vender alcohol en la universidad? —suelta, consternada.

— Universidad pública, linda.

Le lanzo un guiño.

El ceño de Euridice se frunce pero yo me adelanto a ella y camino con total confianza hacia la mesa de la comida, un lugar que para mi sorpresa no estaba abarrotado. Estando enfrente, empiezo a tomar sin reservas comida de todos lados, ignorando por completo la mirada de mi novia que  observaba con cierto placer como mi ceño se fruncía al notar algo peculiar.

— ¿Por qué esta cosa sabe tan rara?

Los ojos negros de aquella rubia se vuelven medias lunas ante la aparición de su enorme sonrisa de satisfacción.

— Es comida vegana.

Mire la mini hamburguesa en mi mano con ojos de traición. Me sentía usado, burlado.

— Euridice —llama una voz femenina perteneciente a una de las chicas de un trío que se acercó a mi novia, quien de inmediato me quitó la comida de las manos con un golpe y me atrajo a su lado.

— ¡Saori! ¡Pandora! ¡Ker! —exclama, colocando esa sonrisa suya más falsa que las uñas que se había colocado hace tres días— Es un gusto que hayan venido ¿Ya probaron el champagne?

Me preparé mentalmente para desconectarme, ya nada me interesaba en este lugar.

— Tan bueno como el cumpleañero, una decepción no encontrarlo en la bandeja —responde una de ellas, haciendo que la vea con los ojos más abiertos de lo normal, pero mi novia y sus amigas solo ríen.

Serán choques de cultura o algo por el estilo, pero estoy seguro que eso es algo que solo Kanon habría podido soltar con la misma expresión tranquila y fuera de bromas.

Busqué a Orpheo con la mirada y lo encontré en un círculo de personas con las que hablaba como si le estuvieran cobrando por palabra. Tenía un semblante serio como nunca le había visto antes, interesado más que nada en la copa que sostenía en su mano y respondiendo de vez en cuando en monosílabos.

Su rostro se alza para mirar a la persona frente a él y de repente nuestras miradas se cruzan. Lucía tan educado y perfecto ahí de pie con su ropa formal entre toda esa gente a la que secretamente parecía odiar, que no pude evitar bromear al lanzarle un discreto guiño.

Él me miró y poco a poco sus comisuras se fueron estirando. Ante tan extraño suceso, sus acompañantes se dieron la vuelta para ver qué lo había provocado, haciendo que subiera mi rostro hasta el techo de golpe y fingiera estar viendo la Capilla Sixtina.

— ¿A qué se dedica tu novio, Euridice? —la pregunta venía de aquellas chicas que se habían dedicado a estudiarme entre sus pláticas.

Euridice toma una copa y empieza a beber de manera tan lenta que me aseguró que no pensaba responder. Suspiré.

— Trabajo en un restaurante —informé.

Las cejas delgadas de la chica se alzaron aparentando falsa sorpresa.

— ¿Eres chef?

— Por supuesto.

— ¿De qué tipo de cocina?

— Cocina de alta temperatura —improviso.

— ¿Con qué productos?

Dudé un poco, pero me aclaré la garganta, decidido.

— Res delicadamente procesada en especias de al menos tres años de secado con acompañamientos como emulsión de aceites vírgenes, huevos frescos y una variedad de ingredientes minuciosamente seleccionada por nosotros mismos —di un trago con el ceño fruncido para rematar con elegancia.

Incluso Euridice dejó de beber. Lo que ignoraban estas personas es que había hecho uso de la palabrería de Isaac, mi mejor amigo, para resumir que en realidad cocinaba Salchichas con mayonesa y las adornaba con nuestras visitas a la despensa que debíamos hacer nosotros mismos para asegurarnos de tener lo más barato.

Viendo perdida su oportunidad de sacar algo interesante para cuchichear después, otra de ellas se apresura a señalar mi camisa.

— ¿De qué marca es? —inquiere de golpe, sin preparar el terreno.

Ahí si tuve que mirar a Euridice, pero ella se apresuró a beber su segunda copa ignorando la pesadez de mi mirada sobre ella.

Carraspee, repasando los nombres de marcas famosas que hicieran camisas pero mi repertorio estaba casi vacío, la mayoría de ropa de segunda mano que adquiría venía sin etiqueta, y la que compraba nueva eran marcas piratas con letras diferentes.

Vamos, tú puedes, solo di cualquier cosa. 

— KF...King.

Eres un ser superior, Io. Wow.

Todos me miraron en silencio, pero antes de que fingiera asfixia por mini hamburguesa, note la presencia de otra persona a mi lado.

Orpheo sonrío y apoyó una mano en mi hombro, apareciendo en el momento justo para distraer a los perplejos tipos que se negaban a creer lo que había soltado.

— Qué buen gusto, KFKing—pronuncia, haciendo un trabajo colosal para evitar soltar una carcajada—. Yo mandé mis medidas la semana pasada a...—nos miramos asintiendo, esperando que alguno de los dos termine la frase.

— El Vaticano —suelto, ambos sonreímos, Orpheo aún más. 

— Hasta Roma.

— No, el Vaticano —corrijo.

— Roma —reafirma. Le miró mal.

— Orpheo —suelta aquella peli morada del comentario audaz, dejando su rostro de mal humor y cólicos para poner una deslumbrante sonrisa—. Estaba a punto de ir a buscarte si no aparecías por acá, qué bueno que viniste a saludar a una amiga.

— Sí, qué bueno —se apresura a responder Euridice, tomando nuevamente mi brazo—, Io está ya muy cansado y mañana debe ir a estudiar.

Frunzo el ceño. Esta mujer es igual de mala que yo en las excusas, pero quería marcharme así que asentí y me preparaba a soltar un falso bostezo hasta que Orpheo apretó su agarre en mi hombro y me impidió moverme. Ambos, tanto la rubia como yo le volteamos a ver y él simplemente alzó su mano para llamar a alguien más.

No pude entender quién era esa persona, pues al parecer solo hablaba francés y en ningún momento escuché "Pagris" o "wiwi" así que me di por vencido para poner en práctica lo que ví en la tele, solo noté que mi novia parecía muy empeñada en dejar una buena impresión por lo que no dudó en lanzarme una mirada de "vete a otro lado".

— No voy a olvidar esta traición —mascullé, pasando a su lado.

— Tú también te quieres ir —suelta entre dientes.

— No sin comer —repongo.

Me marcho de mala gana importándome un comino la mirada curiosa de todas esas personas que me veían maldecir por lo bajo como un niño que no recoge dulces en su piñata. ¡Corrí hasta este lugar para comer y embriagarme, no para socializar con otra clase!

Me escondo tras uno de los pilares de la casa y saco la botella de alcohol de mi bolsillo para darle un trago.

— Como todo un ebrio —suelta una voz con burla a mi lado, provocando que me atragante un poco con la bebida.

Volteo hacia aquel divertido Orpheo con mala cara y guardo mi botella.

— Venía a beber y comer ¿Qué hay con esta reunión de emprendedores veganos?

Aquel peli celeste se encoge de hombros, apoyándose a mi lado.

— Es mi fiesta de cumpleaños.

— Ya veo, tus padres te han hecho mucho daño.

Suelta una risa.

— ¿Las tuyas son mejores?

Le señalo con la misma mano que sostengo mi botella.

— No, pero eso no impide que me queje de la de los demás. ¿Quieres un trago?

Le ofrezco de mi bebida y la toma, pero luego de acercar su nariz a la boquilla y olfatear, me la devuelve intacta. Bufo.

— ¿Qué? —suelto— ¿No huele a vino tinto cosechado por Jesucristo? Te mereces esta fiesta tan fea, tú y tus estirados invitados...Hazte a un lado.

Le empujo al notar que poco a poco empezaba a pegarse a mí más de lo que podía tolerar, pero solo sonríe al darse cuenta que mi mano le tocaba de manera un tanto descarada, así que la recuperé de inmediato, dándole la victoria.

— Contrario a lo que crees, no me llevo cualquier cosa a la boca —pronuncia, la frase iba tan cargada de doble sentido que tal parecía estar queriendo desenterrar en mí recuerdos abominables, por lo que no pude evitar dar un trago al apartar la mirada— ¿En qué estás pensando? Veo un poco de sonrojo en tu...

Volteo con la violencia de un huracán dispuesto a estrangularle pero mis manos se quedan congeladas en plena acción a centímetros de su cuello al escuchar el llamado de mi nombre.

— ¿Io? —llama Euridice. Me asomó con cautela por el pilar y la veo buscando por encima de los invitados a mi persona— ¿Io?

Su mirada casi llega a hacer contacto conmigo así que vuelvo a mi sitio con agilidad. Orpheo se inclina para ver por el otro lado y arruga su nariz.

— Te va a presentar a madam zhé —avisa, le veo exigiendo más información y continúa— es una modista de Lyon, Euridice ha querido modelar sus creaciones en la semana de la moda en París desde que aún tenía cola.

Frunzo el ceño.

— ¿Tenía cola?

Orpheo me mira en silencio por un momento, luego se da por vencido.

— Deja que te vea y tendrás dos horas, con suerte, de plática sobre tus hábitos alimenticios y los aparente infinitos tipos de puntadas.

Suelto un par de quejidos de mal humor y llevo con fuerza mi cabeza hacia el pilar, pero Orpheo pone su palma entre ambos al leer mis intenciones suicidas. Me señala hacia uno de los pasillos.

— Sígueme.

Sujeta mi muñeca y, luego de cerciorarse de que su hermana estuviera sumida en su conversación, hace que nos movamos con rapidez y silencio hacia aquel lugar al que me dejé arrastrar sin mediar palabras, después de todo era su casa, yo ni siquiera podía recordar cómo llegar a la habitación de Euridice en este laberinto. 

Al final del pasillo había una puerta de madera tallada con una infinidad de dibujos ornamentales que al abrirla, para mí sorpresa, daba hacia al jardín. Un golpe de aire frío con olor a eucalipto me dio en el rostro y casi me postro a besar el césped.

Veo la reja a una distancia corta y sonrío al caminar hacia ella, hasta que noto que alguien me sigue.

— Ni lo sueñes —suelto, sabiendo quien era.

— Es lo justo, yo te saqué de la casa, ahora vas a tener que llevarme contigo.

— ¡No! —exclamo, girándome— ¿No es esta tu fiesta? Ve y diviértete hasta que partan tu pastel de lechuga y tofu. Ve, ve.

Niega, sin perder la diversión en su rostro.

— Ya me he comido mi pastel, tú me lo obsequiaste ¿Recuerdas? Ahora, si no quieres llevarme contigo voy a arrastrarte de nuevo adentro y te presentaré a nuestra tía, tiene dos hijos en la política y le encanta hablar de ellos y preguntar a los demás por sus ocupaciones.

Chasqueo la lengua con desagrado y piso con fuerza el suelo. Luego le miro.

— No voy a dejar que me arrastres.

Habiendo dicho esto, Orpheo se acerca más a mí y me mira desde arriba, haciendo notable mi desventaja tanto en altura como musculatura.

Arquea una ceja y yo suspiro. Debo empezar a entrenar cuanto antes.

Unos minutos después, ya nos encontrábamos los dos en el mostrador de una tienda de conveniencia viendo como nuestras hamburguesas giraban una y otra vez dentro del microondas del establecimiento mientras la dependienta estaba bastante ocupada contándole las pestañas al francés a mi lado. Estaba tan distraída que metí un chicle a mi bolsillo sin que se diera cuenta, pero ante el codazo de Orpheo en mi brazo lo devolví de mala gana.

— Ahora que lo pienso —empiezo, apoyándome en la vitrina para verlo—, ¿Por qué la comida vegana? Tú comes carne ¿No?

— Yo sí, pero la mayoría de los invitados no, así que se diseñó un menú adecuado.

Bufo.

— ¿Cumples años tú o ellos? Al diablo, yo hubiese pedido un costillar entero con su respectiva parrillada y la hubiera colocado al centro del salón para que los demás me viesen comer.

Suelta una risa pero se encoge de hombros.

— Es más fácil para mí comer un plato vegano que para un vegano comer carne.

Ruedo los ojos y luego presiono mi dedo contra su brazo una y otra vez.

— Es. Tu. Fiesta. Al. Diablo. Todos. —enumero— Con mis amigos se hace durante todo el día todo lo que el cumpleañero quiera. Una vez, pedí que hiciéramos maratón de Bob esponja todo el día así que no fuimos a la universidad. Baian tenía una exposición muy importante, Isaac tenía que entregar un proyecto, Sorrento tenía examen final y Kanon partido; nadie se quejó. A mí igual me ha tocado hacer estupideces.

— Son situaciones diferentes —alcanza a pronunciar justo antes de que su móvil suene en su bolsillo— Dame un minuto.

Se marcha iniciando una conversación en francés con quién sabe quién y la dependienta y yo nos quedamos solos.

— Ya decía que era extranjero —suelta, viendo embobada por donde se marcha—. En esta cuidad solo hay vagos enanos y escuálidos.

Le veo con los ojos entrecerrados hasta que parece notar lo que ha dicho ante uno de sus clientes frecuentes. Sonríe en disculpa y le señalo algo tras de ella para que lo agregue a nuestra compra.

Orpheo regresa en el justo momento en que el microondas avisa que ha acabado con su misión, la chica se apresura a empacarlas para pasármelas junto a una bolsa de papel con aquello que había pedido. 

Orpheo mira la bolsa café con una sonrisa maliciosa y una ceja alzada.

— ¿Cómo sabes que son de mi talla? —pregunta.

Le asesto un buen golpe el hombro y suelta una risada ante el notable sonrojo de la dependienta. Saco de mi bolsillo mi billetera y pongo en el mostrador su tarjeta negra.

— Iba a pagar yo, pero no te lo mereces.

Orpheo mira divertido como su tarjeta es deslizada en la caja y luego me es regresada. 

Sin mirarle y aparentando indiferencia se la paso.

— Ya no quiero deberte nada, tómala antes de que pague la cuota anual de mi apartamento y le compre un traje a Sir bigotes.

La toma y con despreocupación la guarda en su billetera, donde veo de reojo como la coloca entre otras más. Le miro perplejo.

— Aquí tiene su orden.

Tomo las bolsas y me encamino a la puerta mientras Orpheo señala unas mesas dentro del lugar.

— ¿No nos sentaremos ahí?

— No, cobran por comer adentro —informo, saliendo.

— No despilfarres tanto tu dinero —suelta con sarcasmo, haciendo que le muestre mi dedo medio.

Caminamos una cuadra y llegamos hasta un parque casi vacío que me gustaba frecuentar, eran ya cerca de las nueve de la noche y estábamos en temporada de lluvias por lo que las calles lucían poco transitadas. Localizo mi acera favorita y me siento ahí, palmeando mi lado para que Orpheo tome asiento. Aquel extranjero dudó un poco pero ante mi insistencia obedeció.

— ¿Está permitido comer aquí? —inquiere.

— ¿Es la primera vez que te sientas a comer en una acera, su majestad? —me burlo— Este lugar queda cerca de mi apartamento así que vengo a comer aquí casi a diario, incluso tiene mi nombre —informo, inclinándome entre mis piernas para señalar que mi nombre estaba escrito en el cemento, ambas cejas de Orpheo se alzaron. 

— ¿Desde cuándo vives aquí? —pregunta.

— Desde que me fui de casa. Me quedé un par de días con Sorrento pero es un fanático de la limpieza y le gustaba que limpiáramos cada día; luego viví un día con mi otro amigo, Isaac, pero él limpiaba una vez al año; después intente vivir a lado de Baian, una situación de la que prefiero no hablar y finalmente viví con Kanon, pero él me obligaba a hacer ejercicio, así que me mudé a vivir solo —narré, abriendo mi refresco que debido a la agitación se desparramó en mis manos. 

Maldije por lo bajo y me limpié en el borde de mi camisa.

Orpheo miró con una sonrisa como manchaba la prenda.

— Es casi un pecado lo que le estás haciendo a esa camisa Charvet —suelta.

Niego, mezclando mi alcohol con la otra bebida.

— Es una camisa KFKing —me burlo—. Nah, seguro es del ex de Euridice, la usaré de servilleta si es necesario. 

Suelta una risa.

— Es una Charvet confeccionada a la medida en París. Kennedy, Émile Zola y Ernest Hemingway vistieron esa marca —informa—. Tal y como el dueño de la que llevas. ¿Ya viste su puño?

Frunzo el ceño y desdoblo la manga buscando el puño hasta que doy con él, notando dos letras bordadas. "O.G." , las iniciales de Orpheo. Mi boca forma un perfecto círculo

— ¿Es tu camisa?

Orpheo asiente, tratando de ocultar la diversión en su rostro al ver cómo el mío palidecía. Hago una mueca de disculpas y tomo una servilleta para empezar a limpiarla.

— En mi defensa, no sabía que era tuya, Euridice solo me la dio —defiendo al ver que los colorantes de la bebida se habían impregnado bastante bien— Bueno, si se arruina siempre puedes comprar otra con tu colección de tarjetas ¿Por qué tienes tantas?

Abre la botella de agua que él escogió y le da un trago antes de hablar.

— Mis padres encuentran placer en obsequiármelas.

Bufo.

— Problemas de la clase alta —suelto, bebiendo mi jugo artificial de naranja—. Dile a tus padres que su yerno todavía se agacha para recoger centavos en la calle.

Orpheo sonríe un poco antes de volver a beber de su agua y yo le miro en silencio. No quise hacer ninguna broma al respecto, pero era bastante evidente que su relación con su familia estaba lejos de ser estrecha. Sus ojos se mueven de repente hacia mí, encontrándome mirándole, por lo que aparto la mirada rápidamente.

— ¿Qué sucede?

Meneo mi palma, restándole importancia.

— Solo noté que te ríes mucho ahora, pero en tu fiesta parecía que estabas jugando a "sonríe y muere".

Niega, mirando a lo lejos un grupo de perros callejeros que saltaban jugando por unos arbustos.

— Hay personas que solo quieren que las escuches, no importa si te diviertes o te aburres mientras lo haces, solo quieren la mayor atención posible —explica—. Esa habitación estaba llena de esas personas, yo solo les daba lo que querían.

Quería volver a decir "al diablo", pero en ese momento recordé que tanto él como yo estábamos en líneas diferentes de la vida. Yo no tenía ya a nadie a quien enorgullecer así que vivía mi vida a mi antojo, haciendo lo que quisiera cuando y donde quisiera; en cambio, sus padres manejaban empresas millonarias y no era un misterio quién tendría que administrarlas en el futuro. Él no puede decir "al diablo", yo lo sabía bien, así que callé.

Estaba tan absorto en lo difícil y limitada que debía ser su vida para cuando noté la ausencia de una de las bolsas a mi lado. Volteo con rapidez para localizarla y veo como un perro corre veloz con mi hamburguesa en la boca. 

Me llevo la mano al pecho, horrorizado.

— ¡HEY! —grito, poniéndome en pie— ¡VEN AQUÍ, DEVUÉLVELA!

Estaba a punto de darle caza para recuperar lo perdido hasta que Orpheo me detiene, muerto de la risa.

— ¡Déjalo ir, ya la mordió! ¿Vas a pelear con un perro por una hamburguesa, Io?

Miro tanto al perro como a Orpheo y se lo señalo.

— P-Pero tenía doble queso.

Orpheo parecía al borde de un ataque al corazón por reírse tanto, pero no me dejó ir tras el ladrón. Entre su risa volví a sentarme con los brazos cruzados, enfurruñado, mientras veía a aquel perro comerse mi comida junto a sus compañeros, incluso tuvo el descaro de hacerlo frente a nosotros.

— Ten, puedes comer la mía —ofrece, limpiando las lágrimas de sus ojos.

Suspiro y niego, buscando la bolsa más pequeña.

— No, esa es tuya. Sácala —tomo la bolsa mientras Orpheo con un poco de duda obedece y la desenvuelve.

Saco del envoltorio aquel paquete de velitas que compré y clavo una al centro de aquel pan salpicado de ajonjolí. Él voltea a verme de inmediato pero yo me dedico a tantear mis bolsillos hasta dar con mi encendedor, el que utilizo para encender la mecha.

Tomo un poco de aire, tratando de recordar aquella frase que había memorizado esta tarde de camino a su casa.

— J-Joyeux anniversaire...? —suelto con un muy mal francés, aún dudoso de haberlo hecho bien.

Orpheo no dijo nada así que estaba a punto de verificar en el traductor hasta que noto por fin la expresión de la persona frente a mí. 

A la luz amarillenta de la vela el iluminado rostro de aquel chico oscilaba entre diversas emociones, sus ojos que no se apartaban de mí ni por un segundo brillaban con la calidez que el fuego proyectaba, llenos de cierta incredulidad al principio, pero pronto su expresión se suavizó y su par orbes azules se fueron entrecerrando ante la aparición de una sonrisa, no una como las otras, esta vez fue una sonrisa sincera. 

Froté mis palmas en mi pantalón para evadir el nerviosismo y me sacudí un poco ante una leve ráfaga de aire frío.

— Pide un deseo antes de que se apague —apresuro.

Orpheo todavía me miró unos segundos más antes de bajar sus pestañas. Se quedó un momento en silencio y luego sopló la vela, cuyo rastro de humo barrió el viento húmedo. Di un par de palmadas, sonriente.

— ¡A comer pastel de carne nada vegano!

Me incliné hasta la hamburguesa que seguía en las manos del cumpleañero y le propine una buena mordida sin esperar a que este lo hiciera antes. Apenas alzaba mi rostro lleno de satisfacción para cuando una mano detrás de mi cuello me pegó a unos suaves labios que sin duda me besaron de manera repentina. Mi cabeza estaba aturdida por la colosal cantidad de sensaciones que me golpearon, intenté separarme de él pero su mano no desistió ni un solo centímetro, su dueño se movía sobre mí con destreza, probándome como si se hubiera privado de esto por demasiado tiempo y ya no pudiera más, deslizándo la punta de su lengua entre mis labios herméticamente sellados, pidiendo entrada.

— Ábrelos —susurra al separarse un poco, moviendo su mano hasta mi barbilla.

Le veo con cierta vergüenza.

— Tengho amborghesa —murmuro, con las mejillas llenas.

Orpheo se detiene un poco y luego sonríe ampliamente, provocándome a mi también una risa ante la situación. Todo era tan desastroso, pero poco le importó pues no tardó en volver a inclinarse sobre mí para besarme, ignorando mi indisposición. 

Entre risas noto que nos inclinamos demasiado, así que me sujeto de su cuello para evitar caer acostado en el pavimento. El peli celeste estaba decidido a esperar lo que fuera para que tragara de una vez, apurando entre picos el momento oportuno para acabar aquello que difícilmente podría negarle; sin embargo, de un momento a otro, como quien rocía a un par de gatos revolcándose, el cielo se abre dando lugar a una fuerte y repentina tormenta que cayó sobre nosotros de golpe.

— ¡Dejé la ropa afuera! —exclamo, parándome de un brinco— ¡Corre, Orpheo, corre!

Tomo la mano del apurado chico que recogía la basura del lugar a toda prisa y juntos corremos bajo la lluvia buscando mi edificio entre tropezones de mi parte que bien me habrían costado una estrepitosa caída de no ser porque mi acompañante se encargaba de alzarme cada que sucedía.

Riendo y propinando mordidas a aquella hamburguesa llegamos hasta el edificio en el que residía, bajamos la velocidad y con la respiración agitada nos resguardamos de la lluvia bajo el techo que estaba ante las puertas. La tormenta ya estaba disminuyendo pero ambos estábamos mojados de pies a cabeza.

— ¿Dónde la metí? —murmuro, tratando de despejar mi nublada cabeza para dar con la llave.

— ¿Me vas a invitar a pasar? —pregunta, abrazándome por la espalda y apoyando su barbilla en mi hombro para poder verme— Necesito secarme, me puedo resfriar.

Me rio. No estaba seguro si reía por la imagen mental de él resfriado o por la idea de dejarlo pasar. 

— ¿Qué te da tanta gracia? —pregunta, enterando su nariz en mi cuello. Me retuerzo para sacarlo de ahí y tras paso y paso me pega contra la pared— Estamos en una situación sería, joven Io, quiero mi regalo.

— Ya te lo di —me quejo—. Me lo comí yo pero te lo regalé a ti.

Su mano se mete bajo mi camisa y se inclina un poco a mi oído. Le siento negar.

— Yo quiero algo un poco más grande —susurra, subiendo por mi cintura— y más tibio.

Sus besos empiezan a plasmarse en la sensitiva piel de mi cuello y trato de hacer el mejor esfuerzo por no soltar las llaves de mi mano.

— ¿Una Whopper triple carne? —suelto.

Orpheo se detiene de golpe ante mi comentario y de repente oigo el silbido de alguien

— ¿Qué te he dicho sobre la prostitución? —suelta una voz animada y divertida acercándose a nosotros, aquel hombre prende la luz de su linterna e ilumina mi cara llena de sorpresa al ser descubierto con las manos en la espalda de mi cuñado. Krishna, el guardia, nos mira a mí y a Orpheo en silencio por unos segundos, luego apaga la luz nuevamente y se da la vuelta— Oh, creo que me estoy quedando ciego. En cinco segundos voltearé de nuevo y me daré cuenta que no había nada —suelta—. Uno...

Empujo a Orpheo con tanta fuerza que incluso él se vió sorprendído, pero no me quedé a verificar, abrí la puerta con rapidez. Poco pensé en el bienestar del francés en mi huida, estaba ocupado en no estampar el rostro en las escaleras cuando oír el número cuatro.  

Entré a mi habitación con el pecho acelerado por la carrera, la adrenalina había disipado la confusión del alcohol y los recuerdos venían uno tras otro para atacarme. 

— ¿Por qué mierda yo...? —empiezo, deslizándome contra la puerta, pero no estaba preparado para un ataque de arrepentimiento así que dejé eso de lado y me arrojé con todo y ropa a la cama, ignorando por completo que estaba empapado de pies a cabeza.

¿Por qué Krishna? ¡Le hice chistes a ese hombre por meses cuando se dejó el bigote, me hará pedazos toda la vida! 

Me quejo contra la almohada y Sir bigotes sube a mi espalda, dándome la tranquilidad necesaria para poder cerrar mis ojos. La tormenta arreció y traté de la mejor manera de no pensar en aquel chico que seguro se encaminaba a casa en soledad. 

Mi mascota maulla, mirando la ropa mojada en el tendedero y yo chasqueo la lengua. 

— Arruiné la camisa de Kennedy hoy, no me levantaré por ropa de segunda mano —murmuro—. ¡Achú!

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