capitulo 16
— Sale una extra Pinky —informo, con el desgano evidente producto de una jornada agotadora.
Miro el reloj colgado en la pared y empiezo a experimentar síntomas de vértigo al notar que falta todavía una hora para que mi turno termine. Mis ojos se ruedan y me apoyo dramáticamente contra la puerta del frigorífico mientras me llevo una mano a la cabeza para deshacerme de la gorra de mi uniforme.
Curiosamente, en ese momento hacia su entrada al restaurante Sorrento, a quien escuché saludar a las cajeras antes de entrar a la cocina.
Sus pasos se detuvieron, seguramente ante el shock que le provocó el verme tirado en el suelo con una mancha de ketchup en mi pecho.
— ¡Oh, Dios mío! —exclamó Tethys, la cajera, al asomarse— ¡Llamaré a una ambulancia!
— No hay por qué preocuparse —pronuncia Sorrento.
Espere alerta cualquier movimiento brusco a mi lado pero solo había silencio, un silencio tan curioso que estuve a punto de abrir mi ojo para dar un vistazo hasta que un olor peculiar llegó a mis fosas nasales.
— ¡Mi pago! —exclamé, poniéndome en pie de golpe y arrebatándole los billetes a mi amigo de la mano.
El olor a mi pago funcionaba mejor que cualquier medicina, y no porque tuviese un serio problema de avaricia sino porque con él venía a mí un mes más de estabilidad, de comida, de casa; esos billetes se habían convertido para mí en un símbolo de esperanza.
Los cuento con diligencia ante la mirada de reproche de mi amigo y luego lo guardo en el bolsillo de mi jeans, poniéndome nuevamente en pie.
— Este mes me sobran veinte dólares, le compraré a Sir bigotes catnip —suelto con orgullo.
— ¿Y a tu salamandra? —suelta Sorrento con un tono curioso en su voz— ¿Tan bien te fue con sus padres que no tienes que recurrir a ningún obsequio de disculpas?
Decir que no sentí una punzada en el pecho al oír aquella mención sería mentir; sin embargo, hice mi mejor esfuerzo por tratar de aparentar indiferencia mientras ponía un par de salchichas más en la freidora.
— Sí —respondí de manera despreocupada.
Sorrento guardo silencio unos minutos, luego empezó a acercarse lentamente, como si empezara a sospechar algo. Tragué grueso.
— Te veo tranquilo, supongo que fue un éxito.
Asentí.
Dio un paso más cerca.
— ¿Sus padres eran agradables?
Volví a asentir.
Otro paso más.
— ¿Qué comieron?
— Arroz —murmuré pudiendo sentir una gota de sudor rodar por mi frente
— ¿Con qué?
— Con... pollo.
Ya podía sentir la respiración de Sorrento en el cuello, poniéndome tan nervioso que sabía a ciencia cierta que estaba a punto de clavar sus garras en mi mentira.
— ¿Cómo te fue con los Gauthier, Io? —masculló, viéndome fijamente como si una palabra incorrecta de mi parte provocaría un ataque directo a mi yugular.
— Y-yo...
— Bebé, la cajera no me quiso dar un globo de Pinky —se queja Kanon entrando de golpe a la cocina, haciendo que respire de alivio mientras Sorrento cierra los ojos, conteniendo la ira.
— ¡Son ya veinte globos en la semana! —grita Tethys, asomando su cabeza por la ventanilla.
Kanon parece darse cuenta de la situación que acaba de interrumpir y alza un dedo para callar a Tethys mientras se acerca a nosotros.
— ¿Se estaban besando? —una sonrisa aparece en su atractivo rostro— Inviten.
Sorrento rueda los ojos y se aleja de mí con cierta renuencia.
— Estaba dándole su pago.
De inmediato le señalo con mi tenedor para girar las salchichas.
— ¿Por qué le das explicaciones? ¿Están revolcándose? — ahora es mi turno de sonreír con malicia— Inviten.
Un golpe en tobillo hace que suelte una risa por lo bajo y continúe con mi trabajo, agradecido en el fondo de no tener que dar explicaciones de temas que aún no deseaba tocar.
Eurídice me dolía, dolía bastante, pero no quería decírselo a nadie. Si ellos insisten deberé hacérselos saber y no estoy listo para fingir que todo está bien, mucho menos para oír sus "te lo dije" y palabras de felicitación. Apreciaba mucho a mis amigos, pero hasta yo sabía que este no era un tema del que pudiese hablar esperando su comprensión.
— Io —el llamado de mi nombre me saca de mis pensamientos y veo a Sorrento y Kanon mirándome fijamente—, te llevo hablando desde hace un rato, ¿en qué estás pensando?
Sacudo la cabeza con una sonrisa y saco una a una aquellas rosaditas salchichas.
— Solo estaba pensando en que ustedes dos harían una pésima pareja —me burlo, pero la mirada en sus ojos solo se volvió más inquisitiva, obligándome a voltear hacia otro lado— ¿Y Isaac?
Sorrento le lanzó una mirada a Kanon pero luego se apoyó en la pared con una sonrisa.
— No me lo creerás pero salió con una chica —kanon lucía perplejo ante la noticia a la vez que una de mis cejas se alzó con sorpresa mientras sacaba otro paquete de salchichas.
— ¿Herda? —me burlo.
— Dice que se llama sendai —corrige Sorrento.
Kanon soltó una carcajada mientras yo negaba con decepción para seguir sumergiendo embutidos en aceite ante el desconcierto del ruloso pelilila.
— sendai tiene novio —informo—, casi le rompe la cara a Kanon en la preparatoria porque intentó algo con ella, y solo sale con Isaac porque ni siquiera lo considera un peligro.
— ¡No me golpeó! —corrige Kanon parando de reír de golpe.
Ruedo los ojos.
— Tuvimos que fingir que éramos pareja para que no te diera en la cara, imbécil —recuerdo.
— ¿Cómo diablos yo no me entero de estas cosas?
— Tú sí entrabas a clase —decimos al unísono.
— Pero esa no fue la única vez que a Kanon casi le sacan los órganos —añado, feliz de poder presumir de mi habilidad de recolección de información—, ¿te acuerdas de aquella chica que practicaba karate contigo?
Los ojos verdes de Kanon casi se salen de sus cuencas al tratar de lanzarse sobre mí, acto que un hábil Sorrento detuvo abriendo sus brazos con euforia al estar cerca de una buena anécdota.
— ¡Ni se te ocurra, Urraca! —amenazó.
— ¡Empieza a escupirlo! —exige Sorrento, deteniendo a aquella bestia.
Solté una carcajada maquiavélica.
— ¡Súbeme cincuenta dólares de sueldo! —negocie.
— ¡Veinte!
— ¡Cuarenta, no menos! —regatee.
Sorrento rechino los dientes, ya enrojecido por el esfuerzo.
— ¡Ocho décimas de un medio de lo que me pediste!
Cerré la boca para utilizar toda mi capacidad cerebral en descifrar lo que dijo. Al final, mi cerebro captó ocho décimas y sonreí.
— ¡Hecho!
Kanon, desesperado al ver su humillante secreto casi al descubierto, señalo hacia la ventana por la que salían las órdenes y mostró sorpresa.
— ¡Tu salamandra vino a verte!
Las palabras a penas llegaron a mis oídos cuando, experimentado algo parecido al pánico, quise esquivar la barrera de Sorrento para verlo con mis propios ojos sin poner demasiada atención a dónde puse mis manos hasta que los ojos de Sorrento se abrieron con sorpresa y de un salto me hizo retroceder.
— ¡Mira dónde pones las manos, imbécil! —grito, provocando que encoja mis manos a la altura de mi pecho mientras le veo con temor alejar los cuchillos— ¡¿Eres un niño?! ¡¿Debo instalar seguridad para bebés en el restaurante?!
Negué, viéndole en silencio.
La molesta madre Sorrento se giró con violencia y le dio un sonoro golpe en la cabeza a un divertido Kanon que se burlaba de mí situación.
— ¡¿De qué te ríes, payaso?! ¡Se pudo cortar un dedo por tu estúpida broma! —grita, mientras yo asiento lastimoso mostrándole mi dedo índice— ¡Como si a su salamandra le importara tanto venir a verle!
Mi ojos entrecerrados cayeron con reproche sobre Sorrento.
— Tienes razón, no vendría —admite el peliazul, cruzándose de brazos—. Vino su hermano.
En menos de un segundo ya estaba trepando nuevamente la encimera para lograr ver por la ventanilla, asomando mi rostro justo para hacer contacto con los ojos de orpheo frente al mostrador, contacto que solo duró una fracción de segundo antes que Sorrento maldijera una vez más, tirando de mi oreja para bajarme.
— ¡¿Tengo que hablarte en...—sorrento ni siquiera terminó la frase, mi mano ya había callado su boca.
Arrastré con el mayor sigilo a mis amigos hacia al borde de la ventanilla, tomando un ángulo donde solo se visualiza a una sonrojada Tethys que de un momento a otro había dejado de lado aquella faceta de malhumorada cajera para volverse señorita sonrisas. La miré fijamente con la intención de indicarle que no estaba, pero por más carga negativa que quise imprimir en mi mirada, estaba absorta en el hombre frente a ella.
— ¿Por qué no me recomiendas algo? —pidió él, con un tono de voz que me hizo rodar los ojos de desagrado— Soy nuevo aquí.
Tethys parecía tan encantada como yo al recibir mi pago.
— Aquí vas a encontrar la mejor comida rápida de la cuidad, no puedes irte sin probar nuestra Pinky Especialidad, ¡Tenemos una gran variedad de salchichas en nuestras cocinas!
Ante lo último, una risa abandonó los labios de Kanon pero fue rápidamente reprendido por el pelilila bajo él, que a su vez estaba sobre mí. Estaba seguro de que ninguno de los dos sabía lo que estábamos haciendo pero eran de aquellos que primero oían y luego preguntaban.
— Y, ¿qué tan bueno es el chef?
— ¡El mejor haciendo salchichas! —exclamó con orgullo— ¡Es "el calienta salchichas"!
Ese fue el fin. Mi rostro se mantuvo sereno mientras mis dos amigos rompían en carcajadas a mis espaldas, ignorando el repentino espasmo en el ojo que empecé a experimentar.
— Me voy —mascullé, recogiendo mis cosas del casillero y saliendo de la cocina sin siquiera molestarme en cambiar mi uniforme.
— Io, tienes una orden —avisa Tethys.
— Qué pena. Ya terminó mi turno —solté, negándome a ver tanto al divertido chico en el mostrador como a los dos idiotas saliendo de la cocina entre risas.
— Tengo pensado gastar más de cincuenta dólares.
El semblante del hasta entonces jocoso Sorrento cambio por completo a una sonrisa de negocios al escuchar la cifra.
— Io, faltan quince minutos para que termine tu turno.
Mire a Sorrento con sorpresa y ojos de traición, pero solo se hizo a un lado y me señalo la puerta de la cocina con una sonrisa.
— Atiende a nuestro querido cliente, Io.
***
— No puedo creer que hayas ido a arruinar mi día al lugar en donde ya lo arruino yo a diario —me quejo antes de darle otra gran mordida a mi Pinky especialidad— ¿No tuvishte clashes? —pronuncio mientras mastico.
— Salí hace unos minutos.
Orpheo me pasa una servilleta sin despegar la mirada de la servilleta la cual tomo de manera descuidada llenando sus pulcras manos con mostaza en el proceso. Hace una mueca al ver la mancha y ruedo los ojos, inclinándome a limpiarle con mi boca.
Sus ojos se desvían hacia mí durante una fracción de tiempo y luego lleva sus dedos a la comisura de mi boca, manchándolos con más mostaza para luego suspenderlos frente a mi rostro, esperando la misma acción que hice con su mano.
— Ni en tus sueños más húmedos —suelto, empujándola de un manotazo.
Suelta una risa y se los lleva a su propios labios.
— Fue pura coincidencia el habernos encontrado ahí, solo quería ir por mi comida favorita.
— ¿Qué comida favorita? Eres nuevo aquí, no me vengas con tonterías.
— Mi comida favorita, la que está sentada en mi auto devorando su comida favorita —aclara.
Inmediatamente aparto la mirada, negándome a que viera cualquier rastro de nerviosismo en mi rostro, simplemente me dediqué a seguir masticando. Los minutos pasaron y el congestionamiento vehicular de la cuidad no tardó en hacer de las suyas, era la noche de un día viernes y llegar a casa por la avenida principal parecía un reto. La comida se estaba acabando tan rápido como mi paciencia.
— ¿Conoces algún atajo? —inquiere, chequeando su reloj de muñeca.
Dejo mi comida sobre el salpicadero y estiro mi cuello de un lado a otro para ubicar exactamente la calle en la que nos encontrábamos. Localizo una entrada a unos cuantos metros y la señalo.
— Dobla a la izquierda —indico—, hay un camino por ahí.
Orpheo asiente y realiza la maniobra, saliendo de la fila de autos para adentramos a un camino que debido a la cantidad de árboles a sus costados pasaba fácilmente desapercibido. Estaba compuesto por solamente dos carriles y las farolas eran casi inexistentes, lo único que provocaba iluminación eran las bombillas fuera de la casa de los locales.
— ¿Estás seguro que es por aquí? —inquiere.
— Sí, Sorrento siempre menciona esta calle.
Orpheo murmura algo por lo bajo pero continúa conduciendo con la vista pegada en aquel concurrido camino que solo parecía provocar cada vez más desconfianza a medida que se recorría. Miré de reojo a orpheo, quien se mantenía en silencio, y carraspee un poco al desviar la mirada para tomar una actitud de indiferencia.
— ¿Qué tal la familia? —pregunté.
Me gané una corta mirada, pero su rostro no se inmutó.
— ¿De verdad quieres saber cómo está Eurídice?
De inmediato la sangre me subió al rostro, le miré con indignación y mi boca se abrió para excusarme hasta que me volvió a mirar, esta vez transmitiendo en sus ojos una mezcla de cansancio e impotencia que me hizo titubear.
— ¿Quieres que te diga la verdad o que te mienta, Io? —vuelve a preguntar— porque puedo decirte que la ha pasado muy mal, que se fuerza a si misma para no buscarte y que llora todo el tiempo, negándose a salir de casa; o puedo decirte que ni siquiera te ha mencionado, que sigue siendo la misma de siempre o, al menos, eso es lo que he notado en las pocas horas que pasa en casa y no de fiesta con sus amigos. ¿Cuál de las dos quieres oír?
Mi vista se aleja para esconderse en mis manos sujetando mi salchicha a medio comer envuelta en el manchado envoltorio, avergonzado. Si mis amigos eran de aquellos que primero escuchaban y luego preguntaban, yo era de los que hablaban sin siquiera conectar la boca con el cerebro.
El auto se detiene de repente y escucho a orpheo suspirar, apretando el volante entre sus manos para luego dejarlas caer a su lado, apoyando su cabeza en mi hombro y tomándome por sorpresa.
Su cercanía siempre lograba ponerme nervioso pero esta vez el acto me recordó a la imagen de un soldado que deja caer sus armas ante su contrincante.
— Lo lamento —le escuché pronunciar luego de un momento de silencio, dicho con un tono que me costó asimilar como el del audaz y coqueto francés—. Hay muchas cosas en mi mente ahora mismo, no debí usarte de catalizador.
Solté una risa, negando mientras me propuse acomodar los envoltorios en mi regazo.
— Fue solo una respuesta, no es para tanto.
— Fue una respuesta hiriente.
Me encogí de hombros.
— No es como si supieras lo que puede o no herir a otros. Los sentimientos son un misterio. No importa.
Orpheo movió su rostro para mirarme con seriedad.
— Me importa —declara—, me importa porque se trata de ti. Tú me importas.
Nos miramos en silencio durante segundos que me parecieron tomar forma de pequeñas eternidades encerradas entre la oscuridad del auto, floreciendo entre ambos, imperceptiblemente compartidos como la tácita necesidad de acortar nuestra distancia y devorar a mordiscos la poca racionalidad que nos iba quedando, de besarnos aquel sentimiento que palpitaba en nuestro pecho.
Las pestañas del chico frente a mí bajaron al igual que las mías al notar la intención de su rostro de buscarme. Nuestro aliento se entrelazó en un cálido suspiro antes de acariciar su mejilla con la mía y pegarse a ella, dejándome escuchar la irregularidad de su respiración ardiendo en mi oreja.
No dijimos nada pero lo sentimos todo. Lo supimos.
Remoje mis labios resecos debido a la temperatura de mis suspiros y escuché su voz a mi lado.
— ¿Podemos ir a tu apartamento?
Su pregunta fue formulada con un acento ligeramente más marcado y un tono de voz más bajo de lo usual, como si estuviese cargada de un significado tan íntimo que debía ser escuchado solamente por mí. Inevitablemente el calor en mi cuerpo se disparó. Cualquiera sabría las implicaciones en esa propuesta y yo no era la excepción.
— Sí —murmuré luego de un momento.
En ese preciso momento note cómo el cuerpo de orpheo se despojó de una tensión que no sabía que llevaba y con un suspiro por lo bajo se inclinó a depositar un beso en mi hombro como si fuese un sello que reafirmaba el coloso autocontrol que se había obligado a mantener. Se separó de mí y volvió a su lugar en el asiento, mostrando ahora una sonrisa que denotaba un toque de la ternura infantil de un complacido niño en la aparición de su par de hoyuelos.
Me acomodé y voltee hacia el otro lado con dignidad. ¿En serio, Io? ¿Fue tan fácil?
— No te estaciones por tanto tiempo acá —regañé—, estamos en medio de la nada, incorpórate a la carrera rápido.
— Como ordene su alteza —responde, lleno de sonrisas, luego parece recordar algo—. Por cierto, tengo algo para ti.
Estoy seguro que mi oreja dio un brinco ante su última oración. Me voltee de inmediato.
— Dámelo. ¿Es comida? Dámelo ya.
El francés suelta una carcajada.
— Tienes medio menú del restaurante en las piernas, ¿aún piensas en comida?
— ¿Y? —reniego— Como todos los días, te lo recuerdo; tres veces, para ser preciso.
Niega, sin hacer desaparecer su sonrisa.
— Adivina.
Hago una mueca, pensando en una buena respuesta mientras mis ojos se perdían entre los arbustos iluminados por las farolas del auto. Entonces se me ocurrió algo.
— ¿Es un árbol para gatos? —no oí ninguna negativa así que le miré emocionado— ¡Es un árbol para..! —cerré la boca— ¿Qué pasó ahora?
El rostro serio de orpheo me hizo saber que algo no iba bien.
— No arranca —informa.
— ¿Lo habrás puesto a hibernar? —niega— Reinícialo, siempre funciona.
Ahora sí me volteó a ver. Solo me encogí de hombros.
— Llamaré al seguro —soltó, sacando su móvil pero lo impedí.
— Somos dos hombres adultos en un auto. Déjame, yo lo arreglo.
Guardé los restos de comida que serían mi subsistencia por al menos dos días y salí del auto lleno de confianza seguido por orpheo. Abro el capó y me apoyo en mis brazos para analizar con detenimiento cada una de las partes del auto, ayudado por la luz del móvil de su dueño.
Orpheo miró el largo proceso en silencio hasta que su ceño se frunció ante una sonora exhalación de mi parte.
— Lo que me temía —pronuncio.
— ¿Qué temías?
— No entender nada.
El peliceleste me miró con el rostro lleno de incredulidad, pero no pudo evitar que sus comisuras empezaran a temblar poco a poco hasta formarle una sonrisa.
Solté una risa y le empujé con mi hombro.
— Ya, ya. Préstame tu móvil, sé de alguien que sí es un experto en autos, lo prometo.
Media hora después habíamos tres hombres adultos de pie mirando con ojo crítico a un determinado Sorrento revisar cada parte del auto.
— ¿El experto del que hablaste es tu amigo? —inquiere orpheo a mi lado, inclinándose un poco hacia mi.
— Solo conozco cerca de cinco personas, ¿qué esperabas?
— ¿Me puedes decir qué diablos hacías en esta calle? —suelta Sorrento, incorporándose para limpiar el sudor en su frente.
— Tú mencionabas mucho esta calle como un atajo, así que lo tomamos.
Los rosados ojos de Sorrento me acuchillaron.
— Sí, lo mencionaba cada vez que hablo de lugares que no se debe transitar —regaña. Mi boca formó un círculo perfecto mientras sus ojos se rodaban— Ven acá, ayuda a sostener la luz.
Reniego un poco por lo bajo pero decido ir, de todas formas, era eso o permanecer en medio de las miradas matadoras que se lanzaban los dos tipos a mi lado. Estaba claro que no se llevaban bien después de aquel enfrentamiento en el festival, ambos estaban compuestos por una buena parte de egocentrismo y eso los volvía incompatibles.
Me dediqué en silencio a observar todo lo que hacía Sorrento hasta que este me lanzó dos miradas seguidas, algo que indicaba que no estaba tranquilo. Le miro y arqueo una ceja.
— ¿Qué?
— ¿Qué hacías en el auto de este tipo? —inquiere, aparentando indiferencia.
Me río sin entender.
— ¿Qué hay de malo? Es mi cuñado. Quiso darme un aventón.
Sorrento niega, mostrando el rastro de una mueca mientras voltea hacia atrás, tranquilo de descubrir que ahora estábamos solos.
— Io, ese tipo no me da buena espina —empieza con un poco de dificultad—yo he tenido cuñados antes y la manera en que te trata es... extraña.
Sabía a lo que se refería, pero fingí inocencia.
— ¿A qué te refieres? —solté.
— ¡A todo! —masculla, mirando hacia los lados para estar listo por si aparecía de un momento a otro— En los juegos del festival era todo un tipo encantador, sonriéndote y mirándote; cuando te fuiste nos miró como si fuésemos perros.
Chasquee la lengua, restándole importancia.
— Solo estaba teniendo un mal día.
Sorrento tiró la toalla que tenía en su mano.
— ¿Le estás defendiendo?
— Solo estoy negando lo que estás diciendo porque eso me implica —aclaro—. El chico es nuevo, fui seguramente su primer amigo en este país.
Los ojos de mi amigo me decían que no se daba por vencido en sus descabelladas suposiciones, pero terminó cediendo para continuar con la reparación.
— No lo sé, quizá sea por la sangre que corre por sus venas pero no me da tranquilidad. Después todo, es el hermano mayor de otra salamandra —parece pensar en algo— ¿Eso lo vuelve una salamandra a él también?
Ruedo los ojos y le empujo.
— Ya deja el tema y termina con el auto, Sir bigotes debe tener hambre.
El ruloso asiente y vuelve a su tarea.
— Yo te pude haber llevado a casa —avisa—, de todas formas íbamos a pasar la noche ahí, Kanon compró alcohol y cerveza, mañana no tenemos que ir a la universidad así que hizo una de esas mezclas extrañas para emborracharnos.
Un escalofrío me recorrió la espalda por dos razones diferentes; la primera de ellas implicaba a cierto francés y yo siendo sorprendidos de la nada, la segunda era un terrible recuerdo de la última noche que probé esa mezcla.
— No, no, no —niego con seriedad—, la última vez que probé esa cosa recuerdo amanecer en tu casa con Isaac dormido encima mío y babeándome el rostro. ¡Ni siquiera fuiste con nosotros! ¡¿Cómo rayos llegamos a tu casa?! Oh, y ni hablemos de la resaca.
Sorrento murmura algo por lo bajo y me ahuyenta con su mano.
— No me lo digas a mí, fue idea suya. Incluso llamó a Isaac para que nos esperara en tu apartamento.
Mis ojos se abrieron con exageración ante la noticia. Si Isaac tomaba el lugar de persona más peligrosa en propiedad privada, nadie sería merecedor del primer lugar. ¡El tipo estaba demente! ¿Por qué diablos no se me consultan estas cosas?
Di media vuelta para enfrentar a mi peliazul amigo pero no le encontré en el lugar que debería estar, se había ido al igual que el alto extranjero que parecía estarme escoltando todo el tiempo.
— ¿A dónde se fueron? —pregunté.
Sin saber a qué me refería, Sorrento se incorpora y también parece consiente de que aquellos dos habían desaparecido. En ese justo momento se escuchó el golpe del cristal a una corta distancia. Mi amigo y yo nos miramos fijamente.
Dejo la lámpara de lado y empiezo a caminar a grandes zancadas hacia el sonido que pareció venir desde detrás del auto en que habían aparecido Kanon y Sorrento, encontrándolos ahí en un lamentable estado.
— ¿Qué diablos hacen? —suelto, pisando con mi zapato una botella de cerveza que rodaba por la calle, seguramente la causante de aquel ruido.
Ambos estaban sentados a un lado de la calle, tras el auto, mirándose con los ojos llenos de desafío y al menos una docena de cervezas tanto vacías como llenas entre ellos.
— Estamos resolviendo nuestros problemas como hombres —suelta Kanon con la voz irregular, sin dejar de ver a su oponente—, no interfieran.
— Como chimpancés, querrás decir —interviene un malhumorado Sorrento— ¿Por qué mejor no hicieron una competición para ver quién rompe más paredes con el puño?
— Esto es entre ambos —responde el peliazul—, a menos que nuestro europeo amigo haya acostumbrado su fino paladar solo al champagne y no tolere un poco de cerveza artesanal.
— ¡Esa mierda ni siquiera es cerveza artesanal! —grito, intentando quitarle de los labios la botella a un determinado orpheo que la bebió de una sola vez luego de las palabras de su retador— ¡¿Podrías dejar de beber?! ¡¿Acaso tengo cara de chófer?! ¡Conduce tu auto!
Alzó su mano frente a mí para colocar un dedo sobre mis labios, invitándome a callar. Puso la botella vacía a su lado y de inmediato Kanon tomo otra, reconociendo su turno.
Aparté la mano de un manotazo y miré a la única persona racional a parte de mí en este lugar.
— ¡Sorrento! —me quejé, señalando a Kanon.
El pelililapresionó la base de su nariz con cansancio durante unos segundos, luego se lanzó sobre el peliazul para empezar a forcejear por apoderarse de la botella.
— ¡Ya suelta eso! —grita— ¿Quieres que te noquee? ¿Eso quieres? ¡Porque mi mano pica por golpearte la yugular! ¡DEJA DE MORDERME!
Sin perder tiempo presenciando aquella pelea de animales salvajes, rodee el torso de orpheo con la intención de levantarle pero lo único que logré fue escuchar el crujido de mi columna vertebral ante el peso de aquel hombre que, a pesar de tener un cuerpo tonificado con hombros anchos y una cintura fuerte y delgada, pesaba como una tonelada de rocas.
Sus ojos me buscaron entre las hebras de mi cabello despeinado y obtuvo una mirada de reproche.
— On se trouve un lit? (¿Podemos buscar una cama)—soltó, pasando un brazo por mis hombros.
— Sí, sí, lo que quieras. Levántate —ordené.
Con una sonrisa de satisfacción se puso en pie haciéndome notar lo absurdo de mi intención de apoyarlo en mi cuerpo para llevarle, mas bien parecía que era él quien me llevaba colgado a mí. Aún así, depositó un poco de su peso en mi cuerpo y se dejó guiar hasta su auto donde abrí la puerta de los asientos traseros dejándolo caer ahí. Sin embargo, una de sus manos fue más rápida que yo y tiró de mí con fuerza, haciéndome caer sobre él.
Soltó una risa por lo bajo y su brazo rodeó mi cintura antes de que pudiera ponerme en pie.
— Ya no puedo esperar a llegar a tu apartamento —susurra—, quiero desvestirte aquí.
Mis manos se hunden a sus costados, metiéndose bajo su chaqueta que resguardaba la calidez de su cuerpo. Sus ojos brillaban con un poco de travesura y su mano libre no tarda en acunar mi rostro.
— Mis amigos están ahí afuera —advierto—, no hagas nada que pueda malinterpretarse.
— No estoy haciendo nada que se pueda malinterpretar, cualquiera podrá ver claramente que me muero de ganas de que me montes.
Mis ojos le miraron con sorpresa e indignación, tanto por su palabras como por la manera en que se acomodó entre mis piernas, como si de verdad estuviese preparándose para mí.
— No solo tu boca es indecente —suelto— tus acciones también lo son. Seguro es culpa de tus padres por no bautizarte. Suéltame.
Su mirada prendida en mi boca mientras hablaba me indicó que no había prestado ni la más mínima atención y su dedo pulgar acariciando lentamente mis labios me lo confirmó.
Me estaba poniendo cada vez más nervioso, mi mente se dividía en dos; estando atenta de que aquellos dos luchadores no se acercaran de un momento a otro y, por otra parte, centrada en la firmeza del cuerpo en el que estaba apoyado con las rodillas separadas y el trasero en su regazo. Además, el que suavemente empezará a introducir su dedo por entre mis labios no ayudó.
— Tienes la boca más hermosa que haya visto alguna vez —murmura, deslizando la yema de su dedo desde una comisura a la otra—, me parece increíble pensar que he estado dentro de ella.
No sabía los antecedentes de este hombre pero me hubiera gustado saberlos para entender cómo con un par de palabras podía lograr en mí emociones tan caóticas.
Mirando fijamente ese par de ojos azules nublados por el alcohol, separé mis labios e introduje en ellos su dedo, abrazándolo hasta la base y apretándome a su alrededor sin perderme ni un solo momento de su expresión que pasó de estupefacción a lujuria a medida que le sacaba centímetro a centímetro sin dejar de succionar hasta que mi lengua se enrolló de manera juguetona en la punta antes de dejar libre su mano
El agarre en mi cintura se suavizó en el momento en que su mano bajó hacia mi muslo así que aproveché la oportunidad para apoyar mis manos a cada lado de su rostro e inclinarme a besarle hasta que noté que a pesar de nuestro íntimo contacto él no respondía.
Mi ceño se frunció de repente y despegué nuestras bocas para mirarle confundido, notando que sus párpados habían bajado y su respiración se volvió más lenta.
— orpheo —llamé, filtrando un poco de malhumor en mi tono—, orpheo, ¡ORPHEO!—la zarandee un poco pero no obtuve respuesta alguna.
Me quedé en silencio viéndole ahí, sentado en su pelvis, y tuve la sensación de ser tan patético. Quería golpear a la persona que tenía debajo, golpearla tanto que no volviera a dormir por mucho tiempo y dejarle por semanas; pero era solamente un sueño ya que, en este preciso momento, el que había sido abandonado había sido yo.
— Esto debe ser una broma —murmuro.
Me despeino el cabello con frustración y empezaba a bajar de aquel cuerpo inerte hasta que debajo de una de las manos que había apoyado sobre su chaqueta algo vibró.
Me detuve por un segundo y luego de pensarlo un poco me atreví a meter mi mano en el bolsillo interior para extraer un móvil. Mi desconcierto fue grande ya que su móvil aún estaba en mi jeans desde que me lo tendió para llamar a Sorrento; entonces, ¿qué hacía con otro?
Con el doble de curiosidad que antes le prendí y no me sorprendió el encontrarme con el espacio para introducir una contraseña. Miré el rostro dormido de orpheo y empecé a aprobar con posibles respuestas durante varios minutos.
— Papas fritas tampoco es —murmuro para mí mismo con una notable irritación, mis opciones se habían agotado— Al diablo —escupo con malhumor— ¿Qué contraseña podría haber puesto? ¿Su edad? ¿Su cumpleaños?
Marco con molestia la fecha de su cumpleaños sin esperar una victoria pero la pantalla abriéndome la imagen del menú me dejó congelado por un momento, luego una sensación de malicia me invadió cuando moví mi dedo rápidamente a sus chats.
— Qué tanto ocultas —murmuro ansioso—, ¿por qué molestarse en tener otro móvil?
Mi rostro tenía una amplia sonrisa de satisfacción plasmada; sin embargo, a pesar de tener unas cuantas conversaciones en su mayoría de números sin registrar, había una de ellas que sí tenía nombre e, incluso, estaba fijada.
Mi sonrisa se volvía rígida a medida que mi ceño se frunció sin comprender. Le lancé otra mirada al inconsciente orpheo e ingresé a los mensajes de la conversación.
En ese momento sentí la sangre helarse en mis venas y mi rostro perder cualquier emoción que no fuera desconcierto e incredulidad.
Mi amor:
No has olvidado que nos veremos esta noche, ¿verdad?
Estaré esperando por ti en la puerta de mi casa. Te amo.
Y lo que fue peor, su respuesta:
Voy para allá. También te amo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro