Capitulo 15
La calma precede al desastre. Inesperado. Repentino. Caótico. Como el agua que se traga la roca que rompe el espejismo mágico de sus aguas; como el silencioso espacio entre el sonido de un cañón y la caída de un cuerpo. La Calma precede al desastre; en mi caso, ambos colisionaron a la vez.
Saco mi nariz del agua de mi bañera y mi respiración marcando ondas en la antes imperturbable superficie es la única señal de que el entumecimiento de cada partícula de mi cuerpo no significa que estoy muerto, aunque desearía estarlo. Digo, un cadáver no se sentiría de la forma en que me siento.
Mi apartamento estaba sumergido en un silencio sepulcral volviéndome consciente de las pequeñas cosas; tal y como la claridad que se entreveía por las persianas cerradas, la nota sobre la cama que Orpheo dejó está mañana antes de marcharse o la fotografía de Euridice que permanecía en el buró como un recordatorio mudo de lo que había perdido.
Sir bigotes maúlla en mi dirección desde el marco de la puerta donde había dejado mi ropa tirada y me apoyo contra el borde de la bañera para extenderle mi frío brazo. Mi peluda mascota mira con recelo las gotas de agua escurriendo de mis dedos y permanece en su lugar.
Suelto un suspiro y le miro fijamente.
— Tú eres el único que no puede dejarme —murmuro en su dirección—, porque yo tampoco te dejaría, ¿entiendes?
Él maúlla en mi dirección y sonrío con amargura.
— Me gustaría que funcionara de esa forma pero, a pesar de que yo nunca la dejaría a ella, ella sí lo hizo.
Aquellos ojos amarillentos mi miran por un momento más y luego se marchan dejando mi brazo aún tendido en su dirección. Cierro los ojos y el recuerdo de la llamada que le había hecho esta mañana a Euridice desde el teléfono de la señora Calvera y su cortante y agria respuesta llena mis pensamientos. Me lo confirmó, ya no quería volver a verme.
Un sofocante cansancio se posa sobre mis hombros y de repente ya no tuve la fuerza para abrir los ojos, me dejé arrullar por el frío manto de agua y me propuse a encontrar en su humedad un remedio que mermara tan solo un poco del dolor en mi pecho. Ahí me quedé y me hubiese quedado por indeterminado tiempo, pero un dolor en mi mano me exaltó.
Saco mi casi sumergido rostro del agua con violencia y tomo un par de bocanadas de aire antes de contraer mi extremidad para analizar el daño.
— ¡Sir bigotes! —me quejo ante el inquieto gato que se había atrevido a morderme y no paraba de maullar en mi dirección— ¿Qué crees que haces?
Un par de golpes desde la puerta me ponen alerta y me pongo en pie con rapidez para atender la puerta mientras enrollo una toalla en mi cintura. Mis piernas se sentían débiles pero me las arreglé para llegar.
— Io...—canturrea una voz envejecida y aguda desde el otro lado, llevándose con ella la pequeña espina de esperanza que mi corazón albergaba de que fuera alguien más— uno de tus amigos vino a verte, ¿estás ahí?
Me detengo un poco antes de girar el pomo y tomo dos largas respiraciones para lucir tranquilo ante cualquiera de ellos. Me lleno de valor y abro la puerta con una sonrisa solo para ver a la señora Calvera luciendo bajita al lado de un alto francés que vestía una camisa blanca formal y sostenía en su brazo un saco azul.
Orpheo me sonríe y yo volteo hacia la señora Calvera con mis comisuras congeladas.
— Le vi buscando tu llave de repuesto y creí que era un ladrón —explica aquella mujer—, luego se giró y lo comprobé —finaliza, riendo melosa y aferrándose a su brazo.
El peli celeste sujeta su pequeña mano arrugada y la lleva a sus labios en un beso que sonroja a la señora Calvera.
— Y yo he comprobado que es una dama. Muchas gracias por ayudarme a contactar a Io.
Les veo a ambos con desagrado y estaba a punto de cerrar la puerta hasta que muy ágilmente aquel hombre se adentra pasando a mi lado sin darme la oportunidad. Cierro de mala gana pero antes de que me voltee, un beso se planta en mi mejilla.
— Hueles rico —pronuncia mientras yo tallo mi mejilla con fervor.
— ¿Podrías no volver a hacer eso? Me acabo de bañar ¿No ves?
Deja su saco sobre mi silla y desabrocha los gemelos de sus puños al tomar asiento sin despegar su escurridiza mirada por mi cuerpo.
— Lo veo perfectamente.
Tomo un suspiro y ni siquiera hago el más mínimo esfuerzo por cubrirme, simplemente me doy la vuelta y apoyo mis manos en uno de mis muebles con cansancio.
— ¿Qué quieres, orpheo? Ahora mismo desearía dormir un poco así que, si no te molesta, vuelve después.
Escucho el sonido de la silla al haberse levantado su ocupante y luego unos pasos acortan nuestra distancia.
— ¿Te encuentras bien? ¿Estás enfermo? —su mano trata de alcanzar mi mejilla pero le aparto suavemente.
— Te digo que solo tengo sueño.
Paso a su lado y me dirijo hacia mi cama para luego meterme en ella y cerrar mis ojos con la esperanza de que al ver que me dispongo a dormir, él decida marcharse. Sin embargo, no tardo en sentir una mano que baja con delicadeza la manta que había subido hasta mi rostro. Me niego a abrir los ojos.
— ¿Es por lo de Euridice?
Permanezco en silencio por un momento pero finalmente niego.
Escucho que suspira y luego siento sus dedos peinar mi cabello mojado hacia atrás con delicadeza. Su tacto era acogedor, dulce; él me acariciaba de la manera en que yo lo hacía con aquel gato negro, de la manera en que enterraba mis dedos en el pasto o igual que hacía con el lacio cabello de aquella rubia. Conocía es caricia, pero jamás la había recibido.
— No te pongas mal porque terminó —pronuncia.
Bufo.
— ¿Sino que debería agradecer porque sucedió? Esa es una rima espantosa.
— En realidad, iba a decirte que celebráramos.
Giro mi rostro molesto hacia él y suelta una risa cuando le golpeo con la almohada.
— ¡Acabo de terminar mi relación de tres años, orpheo! —suelto por encima de su risa.
— Es por ello que debemos celebrar, no fueron cuatro.
Le miro con indignación.
— ¿Podrías tener más consideración? ¡Estoy siendo miserable aquí!
Aparta la almohada y se deja caer sobre mí, apoyando su cabeza sobre mi abdomen.
— Io, entiendo que estés triste, lo entiendo y sé que no debo meterme con tus sentimientos —le miro con los ojos en rendijas esperando el remate—. Pero, me niego a dejarte solo aquí.
Ruedo los ojos e intento apartarle.
— Y ¿qué vas a hacer? ¿Darme terapia de electroshock hasta que me sienta mejor?
Niega, pegado a mi torso, libre de cualquier burla, y me mira desde ahí.
— No puedo evitar que te sientas miserable, pero sí que lo hagas solo. Vamos a ser miserables juntos —pronuncia—. Tú por ella y yo por ti.
Mis ojos se vuelven incapaces de alejarse de los suyos, aquellos que me miraron fijamente por largo rato y en los que me perdí como si el azul de su iris guardara el secreto de la vida eterna, y lo parecía pues en ellos se consumió el tiempo hasta que el entumecimiento de mi cuerpo desapareció.
La atmósfera era cómoda, tanto que no pude evitar preguntarme cuándo me había acostumbrado tanto a su presencia. Los ojos de orpheo se cubrieron de una leve capa de somnolencia y justo cuando amenazaban con cerrarse mi estómago gruñó.
Sus labios fueron salpicados de un toque de diversión y aparté la mirada para evitar la vergüenza.
— ¿Tienes hambre?
— No.
— Yo invito.
— Sí.
Aparté las mantas de golpe y me puse de pie de un salto para llegar hasta mi guardarropa, ignorando la risa que venía desde la cama.
Me inclino para buscar alguna prenda cómoda y entonces escucho un silbido a mis espaldas.
— Hermosos lunares.
En ese momento caí en cuenta de que solo estaba cubierto una parte desde mi cintura. Tomo otra toalla de la encimera y me envuelvo en ella rápidamente para luego lanzarle una mirada venenosa.
— ¿Tu madre no te enseñó a no ver el cuerpo de los demás?
— A mí madre le apasiona el arte y me enseñó a disfrutar minuciosamente del mismo. Solo pongo en práctica los hábitos adquiridos.
Aparto mi mirada con orgullo y continúo rebuscando entre mi ropa, intentando ocultar el calor en la punta de mis orejas. ¿Su madre le habrá enseñado también a ser tan desvergonzado?
Batallando con la ropa ante la notable indisposición de orpheo por abandonar la habitación mientras me cambio, logro ponerme ropa interior y un jean negro ignorando la mirada curiosa que seguía cada movimiento con el fin de captar un descuido.
— ¿Por qué te cubres tanto? —inquiere mientras muerdo la toalla para que no caiga— Ambos somos hombres ¿Hay algo de malo con que te vea?
Le lanzo una mirada que expresaba mi desacuerdo con sus palabras y noto como ladea su rostro pegando su mirada en un punto específico. Frunzo el ceño y bajo mis ojos solo para ver que había una abertura en la pieza que le dejaba ver con facilidad.
— ¡Ya no puedo más! —exclamo, arrojándole la toalla en la cara— ¡No te quites esa cosa de la cabeza si quieres seguir con vida!
Vuelvo a mi tarea de buscar algo que ponerme y me encuentro en pocos segundos con un dilema. Me llevo la mano al mentón y luego volteo hacia la cabeza cubierta de orpheo.
— ¿A dónde iremos a comer?
Le veo encogerse de hombros.
— A un centro comercial.
Tomé mi decisión con orgullo.
***
— ¿Qué clase de centro comercial es este?
Orpheo se coloca un par de gafas de sol mientras yo veo perplejo la arquitectura de aquel lugar.
Cuando yo pienso en un centro comercial automáticamente imagino un edificio lleno de pequeños puestos, ni por cerca logré visualizar esta extensión de terreno con una cúpula de cristal por techo. Adentro, todo se había distribuido como las cuadras de una ciudad (aunque no a tal magnitud, claro) donde cada negocio se había instalado en edificaciones de los cuales salían personas que definitivamente no eran de mi mismo estatus social.
Volteé hacia orpheo de reojo y él me regala una sonrisa alentadora mientras coloca su mano en mi hombro y me conduce hasta lo que parecía ser un elegante restaurante de al menos tres pisos. Volteo nuevamente hacia él para comprobar que nos dirigíamos a ese lugar.
— Es uno de los mejores restaurantes que conozco —comenta—. No es tan grande como el original en Paris pero los chefs son personalmente entrenados por el chef principal así que no dudo que la comida será estupenda.
Asentí sin saber qué más añadir a sus palabras, después de todo, yo soy el tipo de persona que compra con cupones en restaurantes de comida rápida o simplemente come comida callejera.
Al estar en la entrada, la puerta se nos es abierta e orpheo se hace a un lado dejándome pasar primero, pero no pude dar muchos pasos hasta que un hombre alto con una sonrisa falsa de oreja a oreja se interpone en mi camino. Frunzo el ceño intentando pasar a su lado pero vuelve a cortarme el trayecto.
— ¿Qué pasa? ¿Se paga antes de entrar? —suelto, irritado por el hambre.
— Disculpe Señor, tenemos código de etiqueta.
Mi ceja solo llegó a alzarse con incredulidad antes de que orpheo me moviera a un lado, sacándose las gafas.
— ¿Desde cuándo hay código de etiqueta? —pregunta con calma.
— Siempre lo hemos tenido.
— ¿Es así? Por favor, déjame hablar con el gerente.
La sonrisa de aquel hombre parecía permanente y yo solo quería retroceder el tiempo para poder elegir la camisa sin diseño alguno en lugar de la que vestía actualmente, una con el trasero de un gato sobre la leyenda "tu opinión".
— La gerente no puede atenderlo en este momento. Sin embargo, el restaurante se reserva el derecho de admisión por lo que-
— ¿Dónde está tu gerente? —preguntó orpheo a otro empleado, cortando al que teníamos enfrente.
— Señor, mi colega tiene razón, nosotros solo-
— ¿Qué sucede aquí? —pregunta una elegante mujer llegando hacia nosotros, haciendo aumentar la sonrisa de los dos trabajadores al seguramente sentirse apoyados.
Los ojos malhumorados de la mujer me miran de arriba a abajo y podría jurar que se preparaba para confirmar lo que se nos había dicho hasta que orpheo se coloca frente a mí, ante lo que ella muestra su ceño levemente fruncido.
— Mi nombre es Orpheo Gauthier y no estaba al tanto de su código de etiqueta.
El ceño de la gerente se relajó de golpe, como si su mente hubiese hecho corto circuito. Sus ojos barren de pies a cabeza a orpheo y luego sonríe abruptamente.
— ¡Joven Gauthier, qué sorpresa! —exclama con tal emoción que provocó que diera dos pasos hacia atrás con miedo de que fuera contagioso— ¿Qué código de etiqueta? —bufa— ¡Las puertas del Sognare siempre están abiertas para usted! Déjeme llevarle a una mesa.
Orpheo se gira y me toma del brazo, ahora llevándome al frente.
— No me atrevería, justo ahora me encuentro al servicio del joven Scyllia, es él quien decide.
La gerente rápidamente volteo hacia mí con la misma sonrisa.
— ¡Oh, el joven Scyllia! ¿Qué mesa prefiere? ¡Estamos a su servicio! —suelta, golpeando discretamente con su pie a los dos estupefactos trabajadores a su lado que de inmediato estuvieron de acuerdo.
Miré a orpheo y a esas nerviosas personas, una después de la otra, y entonces sonreí.
— Quiero la mejor de sus mesas. Necesito una buena vista, que no de tanto el sol pero tampoco quiero un exceso de sombra, algo cálido pero sutil; que sea redonda, no me gustan los cuadrados; manteles blanco pero no un blanco algodón, quiero blanco nube. Ah, y necesito que haya privacidad —saco las gafas de sol que orpheo había colgado en su camisa y me las coloco—, no me gustaría que alguien me reconociera y arruinara mi comida.
— A-Ahora mismo lo llevo a su mesa, joven scyllia. Síganme —indica confundida.
En todo mi disparatado discurso la sonrisa de orpheo fue en aumento, para cuando la gerente nos invitó a tomar asiento, él parecía al borde de la carcajada así que de un secreto golpe en el costado le invité a callar, por lo que tuvo que apretar los labios con más trabajo.
Increíblemente, nos dieron una mesa como la que pedí y tras una lluvia de disculpas finales de parte de la gerente, por fin pudimos tomar asiento y leer nuestra carta; bueno, orpheo la leyó porque se encontraba en francés y al ver que estaba a punto de pedir caracoles, se encargó de elegir por mí; es así como apareció frente a mí un sabroso Tomahawk.
— Dios, podría morir ahora mismo y no tendría queja alguna de mi vida —solté antes de darle otra mordida a mi carne, la cual sostenía directamente del hueso.
Orpheo me llevaba mirando sobre el borde de su copa de vino de la misma forma desde que empecé a comer. No le tomé importancia y alcé mi mano cuyos dedos brillaban con la mantequilla de mi carne y de inmediato se acerca un mesero.
— Tráeme una coca —pido.
— Solo tenemos sodas italianas, caballero —informa con amabilidad.
Arrugo mi entrecejo.
— ¿En Italia no toman coca?
— Con una de esas está bien —interviene orpheo.
Le quito importancia y continúo comiendo hasta que ya no queda casi nada en mi hueso, en ese momento le señalo con él.
— Ahora que lo pienso, es muy curioso que la gerente te haya conocido y yo no hasta que Euridice nos presentó.
El francés limpia sus labios con la servilleta y niega.
— No me conoce a mí, conoce mi apellido.
— Olvidaba que es un restaurante francés —pronuncio, tomando el vaso de soda que el mesero me trae—. Espero no manchar tu imagen.
Deja de lado un trozo de salmón que estaba a punto de probar y me mira inquisitivo.
— ¿A qué te refieres?
Bajo el hueso de mi Tomahawk y limpio mis dedos con la mirada en ellos.
— Si estas personas te conocen, el que te hayan visto junto a alguien como yo no creo que sea positivo.
— ¿Estás preocupado por lo que los demás puedan decir?
Ruedo los ojos.
— Si fuera alguien al que le importe lo que digan los demás ¿usaría esta camisa? —pregunto, señalándola— Simplemente no quiero que te sientas incómodo por cómo soy.
Baja la copa a la que le ha dado un trago y su entrecejo se frunce.
— ¿Cuándo te he demostrado que me incomodas? —pregunta.
— Me miras mucho mientras como —señalo—, esa es señal de que no te gusta algo, es como si vieras un animal salvaje.
Hago una mueca y trato de ordenar de mala gana el desorden de mi lado de la mesa, consciente de que era mi culpa. Estaba colocando los desperdigados cubiertos en el orden que vagamente recordaba hasta que una mano detiene la mía.
Subo la mirada e orpheo se inclina sobre la mesa sin perder el contacto visual conmigo.
— Si alguna vez hay algo por lo que tengas dudas, sólo dímelo —aparto mi mano de inmediato y asiento mientras la escondo bajo la mesa. Mi acompañante retoma su posición—. Te veía porque estaba pensando que si un poco de comida te hace feliz, no tendría problema en comprarte el restaurante completo.
Sin poder evitarlo, suelto una risa sarcástica y me apoyo en el respaldo de la silla con mis brazos cruzados.
— No te alcanzaría.
Una sonrisa de superioridad surca sus labios.
— ¿Quieres comprobarlo?
Estaba a punto de soltar un comentario burlón hasta que recordé que, en realidad, no conocía mucho acerca del trabajo de la familia de Euridice. A ella no le gustaba hablar mucho sobre la ocupación de sus padres así que yo tampoco solía insistir sobre el tema; jamás tuve la osadía de googlearlo, esperaba que ella me lo comentara por voluntad propia. Después de tres años, el asunto seguía siendo relativamente desconocido para mí.
El recuerdo de mi relación con Euridice me devolvió de golpe a la realidad, de repente el sabor de la comida en mi boca me supo soso y desabrido. Dejé para después lo que estaba destinado a nunca pasar, cualquier plan que haya tenido para ambos se había pulverizado. Qué optimista fui.
— Io, te juro que estoy a punto de comprarte el restaurante.
Sonrío levemente sin mirarle y remuevo mi puré sin muchos ánimos.
— Solo estaba pensando en lo poco que sé de quién era mi compañera de vida —pronuncio—. Ni siquiera sabía que tenía un hermano hasta que Pandora te mencionó, incluso creía que eras menor que ella.
Se me escapa una risa ante lo absurdo que se me hacía ahora la manera en que habíamos manejado nuestra relación y de repente orpheo se pone en pie, tendiéndome una mano. Le miro dudoso pero me obliga a ponerme en pie y seguirle.
Salimos por una puerta corrediza que daba hacia un balcón del restaurante y de inmediato se abre ante mis ojos la vista de todo el centro comercial y los edificios que ahora estaban cubiertos por un sedoso manto de un cálido naranja producto de la decadencia del día. Orpheo apoya una mano en mi cintura para moverme hacia un lado y señala hacia un lugar donde a lo lejos se alcanzaba a ver un claro entre las construcciones.
— ¿Ves eso? —inquiere y asiento confundido— Ese es el motivo por el que vinimos aquí. Mi padre quiere adquirir esas tierras junto a las otras que puedes ver al lado, cerca de esas zonas verdes.
Mi confusión crece y ladeo mi rostro para mirar el suyo, quedando a centímetros de distancia.
— ¿Con qué motivo?
— Nos dedicamos a la construcción. Por lo general, manejamos los asuntos desde Francia pero ese preciso lugar nos trajo hasta acá.
Volteo nuevamente hacia ese lugar y mi nariz se arruga.
— ¿Viniste hasta aquí por un pedazo de tierra feo?
Suelta una risa.
— Donde tú ves un trozo de tierra feo yo veo una inversión con el valor de millones de dólares —informa, uniendo sus manos alrededor de mi torso—. Eso es igual a muchos restaurantes a tu nombre.
Niego, divertido, y ante la brisa y la melancolía del atardecer me pierdo por interminables segundos hasta que vuelvo a oír la voz a mi lado.
— Odio la zanahoria —suelta, tomándome por sorpresa. Me preparo para pedir una explicación pero me lo impide—. Mi segundo nombre es Etienne; tengo una leve miopía, uso gafas para leer; si me pones a elegir entre un título universitario y un flan, me quedo con el flan; sé hablar cuatro idiomas pero el tuyo fue el que más me rompió las pelotas.
Suelto una carcajada tras su última confesión y él me imita.
— ¿Por qué me dices esto? —inquiero entre risas.
Se encoje de hombros y apoya su barbilla en mi hombro.
— No lo sé, repentinamente tuve el deseo de que me conocieras, Io scyllia.
Le miro a los ojos perdiendo cualquier estado de diversión y suspiro con un sentimiento un poco complicado pero no extraño, lo reconocía pues ese mismo sentimiento se había vuelto recurrente cuando de él se trataba, era una especie de opresión en el pecho e impotencia que hacía que todo lo demás pasara a segundo plano.
— orpheo, ¿por qué tengo que ser yo? —pregunto, haciendo que ladee un poco su rostro— Quiero decir, estoy seguro de que cualquier chica o chico estaría encantado contigo y se sentiría la persona más afortunada del mundo. Solo soy un tipo promedio con más problemas que el álgebra y, en cambio, tú eres...
— Alguien que se sentiría afortunado de estar a tu lado —termina él por mí—. Io, no voy a forzarte a tomar decisiones que aún no estás listo para tomar, pero tampoco quiero que me descalifiques de golpe.
Niego.
— Tener algo con el hermano de mi ex no es algo moralmente correcto.
Sus ojos se ruedan.
— ¿Desde cuándo hemos hecho las cosas con base en la moral? —le miro mal y se ríe.
— Ten un poco de respeto, no vas y te aprovechas de la tarta que tu hermana acaba de dejar.
Alza dos de sus dedos frente a mí.
— Primero; tú no eres ninguna adquisición, eres un ser humano libre de hacer lo que mejor le parezca —aclara, bajando unos de sus dedos—; y segundo, no serías una tarta, serías un flan.
Dicho esto, se inclina sobre mi rostro y lame una de mis mejillas desatando abruptamente mi risa y una secuencia de forcejeos.
— ¡Ya basta! —exijo muerto de la risa, luego le señalo a uno de los guardias del centro comercial— ¡Te van a sacar por inmoral y depravado!
— No me pueden sacar de este lugar, es técnicamente mío.
— Este restaurante aún no es tuyo —respondo sin detener mis esfuerzos de apartarle.
— Hablo de todo el centro comercial.
Me detengo en seco, acción que aprovecha para plantarme un ruidoso beso en la mejilla. Me volteo hacia él buscando respuestas y parece comprender.
— Te dije que nos dedicamos a la construcción —mi vista vuelve a recorrer la extensión y sofisticada arquitecta del lugar mientras orpheo me atrae hacia él para colocar su mentón sobre mi coronilla—, ¿Aún quieres el restaurante?
La sensación de ser una diminuta hormiga fracasada y pobre duró todo el camino hasta el auto, no hace falta mencionar que la exorbitante cuenta que fue pagada con indiferencia no ayudó en lo absoluto.
La noche nos tragó en nuestro trayecto hasta mi apartamento y las luces de las farolas se despertaron a nuestro lado llenando la cuidad de un nostálgico amarillo que me arrastró a la reflexión. De un momento a otro, ya no ví los negocios tras la ventana sino los recuerdos estancados de tres años; no obstante, esta vez no golpearon con la misma intensidad que antes. Como un espectador noté los quiebres en cada escena, las lagunas en nuestro argumento y todos estos fallos se volvieron más evidente luego de la llegada de mi antagonista, quien en algún punto tomó protagonismo en mi tragedia. ¿De verdad había sido un desliz o fue solo un síntoma de la enfermedad por la que mi relación atravesaba? Amaba a Euridice, no tenía ninguna duda de ello y sabía que nuestra ruptura me afectaba, pero quizá, solo quizá, era algo inevitable.
El auto se aparca en el estacionamiento y vuelvo a la realidad en un instante. Me saco el cinturón de seguridad y salgo del auto siendo golpeado por el frío nocturno. Cierro la puerta y camino en dirección a la entrada hasta que noto la ausencia de un par de pasos tras de mí.
Mi andar disminuyó pero solo di media vuelta luego de un corto análisis, regresando al auto e inclinándome en la ventana para ver a un pensativo orpheo con sus manos tamborileando contra el volante.
— ¿No piensas escoltar al joven scyllia a su apartamento o tienes que volver al trabajo como esta mañana?
Me mira con una sutil sonrisa ladeada.
— El joven scyllia debe ser consciente de que si me deja entrar, no podrá sacarme nunca.
Mis ojos se entrecierran y luego de fingir pensarlo con seriedad, muevo mi cabeza en dirección al edificio. Orpheo me sostiene la mirada por un momento y luego sube las ventanas del Audi para salir de él, cerrarle y seguirme en mi perezosa caminata.
— Estoy controlándome para no sacarte una foto y guardarla de recordatorio como el primer día que me invitaste a dormir en tu apartamento —suelta, resguardando sus manos en los bolsillos de su pantalón.
— Tómala luego como recordatorio del día en que dormiste con Sir bigotes en el sofá.
Me voltea a ver rápidamente y suelto una carcajada.
La calma precede al desastre y, en mi caso, ambas colisionaron entre sí. Inesperado. Repentino. Caótico. El resultado fue Orpheo Gauthier.
Completamente alucinante.
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