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Capítulo 11

— ¡Io!

El empujón que le di a Orpheo fue tan fuerte que casi golpeó su cabeza contra el cristal de la puesta tras de si. Mi corazón estaba a punto de salir de mi pecho y cuando Euridice abrió la puerta de atrás la miré agitado. Ella tenía el móvil en su mano y parecía haber traído la mirada en la pantalla, pero, ante el escándalo dentro del auto, no pudo evitar mirarnos curiosa.

La situación era tan evidente, las ventanas eran polarizadas pero mi seguro sonrojo y agitación era algo que tenía, literalmente,  enfrente.

— ¿Qué estaban haciendo? —preguntó, bajando el móvil.

— Besándonos —respondió con tranquilidad, Orpheo.

Le miré con sorpresa y traición mientras el ceño de mi novia se fruncía.

— ¿Ustedes...?

— ¡No! —grité, y una ceja de Orpheo se alzó. En ese momento supe que él no tendría problema alguno confesando todo, y me aterró. La voz me temblaba, se me hacía casi imposible articular y pensar en algo lo suficientemente creíble— Bueno, s-sí —las cejas de mi novia se alzaron, me apresuré a remediarlo— ¡Pero nada romántico, fue en agradecimiento y...!

— ¿Agradecimiento de qué? —pregunta, sin apartar sus negros ojos escudriñantes de los míos.

Decirle que había obtenido dinero de una manera absurda de parte de su adorado hermano era acabar con el último gramo de dignidad que tenía, pero era inevitable.

Introduje la mano en mi bolsillo para mostrarle el motivo de aquella extraña muestra de agradecimiento, pero Orpheo puso su mano en mi hombro, deteniéndome.

— Le dije a Io que necesitaba un maestro de español, y que quería que él me enseñara —explica, colocando un signo de interrogación en mi rostro, luego me da dos palmaditas amistosas mientras sonríe— ¿Quién iba a decir que era tan efusivo? Me agarró a besos.

En la mirada que me lanzó no ví nada de buena voluntad, era una mirada tan peligrosa que me advertía que el haberme seguido el juego iba a salirme caro.

Miré a Euridice para asegurarme de que su reacción fuera buena, pero ella ya se había inclinado a abrazar con ojos tristes a Orpheo.

— Orpheo ¿Necesitabas un maestro de español? ¡Debiste decírmelo! Te habría conseguido uno de las mejores academias —lloriquea, aferrándose a su hombro—. Mi pobre hermanito.

Con un toque de incomodidad camuflada en una sonrisa, se quita suavemente a Euridice de encima.

— No es necesario, Io es casi un profesional —señala—. Además, tú querías que nos lleváramos bien y esta es nuestra oportunidad.

La rubia asiente llena de ilusión hacia Orpheo, pero luego me mira a mí con el ceño fruncido.

— Deja de besar a las personas solo porque estás feliz, Io. Es de mala educación —riñe—. Sé que lo haces con tus amigos, pero ellos son personas extrañas, no lo hagas con Orpheo.

El peliceleste estaba a punto de encender el auto, pero, al escuchar esto, quitó su atención del volante y se volvió hacia Euridice.

— Así que lo hace con sus amigos —pronuncia con repentino interés. 

— Todo el tiempo —enfatiza—. Y no solo con sus amigos, una vez le llenó de besos la cara a nuestro cocinero porque le dio helado para llevar.

— ¡Euridice! —me quejé— Estaba borracho, me disculpé después.

— Con sus amigos no me sorprende —continua, ignorándome—, tú ya has visto de lo que son capaces; incluso, uno de ellos tiene una foto haciendo cucharita con él. Te lo enseñaré. 

Dicho esto, toma su móvil para, seguramente, buscar las pruebas de que lo que decía no era una exageración.

Ya está, adiós arrepentimiento, estaba nuevamente de mal humor. 

— Cucharita...—repitió Orpheo, lanzándome una mirada, la cual devolví con fastidio.

— Sí, cucharita, extranjero. Diminutivo de cuchara, se escribe con ce de casa, el lugar a donde desearía que me llevarán de una m...

— ¡Io! —grita nuevamente Euridice, justo como hace rato, haciendo que me sobresalte.

De un momento a otro, la pantalla de su móvil casi se pega en mi cara. Me alejo un poco para ver mejor y noto que se trataba de una fotografía de mis tres amigos junto a mí en el campo de juego, mientras hacíamos las pruebas.

— ¡Justo venía a decirte eso! —chilla Euridice— ¡Yo salgo en esa foto, diles que la quiten ahora mismo!

Con el ceño fruncido analizo el detenidamente la fotografía y veo que, efectivamente, mi novia aparecía en el fondo.

— Seguro no se dieron cuenta de que estabas ahí, le diré a Sorrento que la quite.

Sale de la foto y me muestra la leyenda.

— ¡¿Entonces por qué diablos dice: el mejor cuarteto y una Salamandra?!

                                ***

El fin de semana más asqueroso de mi vida acabó de manera pacífica en mi hogar, y la semana que le precedió, a parte de la carga de trabajo y estudio a la que me ví sometido, también marchó con tranquilidad. Euridice seguía molesta, pero al menos fue por lo del festival, no por lo de su hermano.

Mi prometedor sábado había empezado. Me levanté de mañana, tomé una ducha fría, como un ganador, acicalé a mi gordo Sir bigotes, y estaba a punto de pedir una pizza cuando un mensaje obstruyó mi pantalla.

Número desconocido:

Bonjour, Chérie. Mis clases de español empiezan hoy ¿Quieres que me ponga uniforme para ti? Te estoy esperando.

Habiendo leído eso, solté una maldición tan fuerte que mis vecinos golpearon la pared.

— ¡Tenemos niños en casa! —gritó la vecina.

— ¡No lo hubiera adivinado con base en los gritos nocturnos! —respondí, en el mismo tono.

Tecleo una respuesta tratando de no romper el móvil debido al enojo.

Hoy es mi día libre... engendro bilingüe —murmuro—, es día de muertos... invita a alguna de tus...

Mi respuesta queda inconclusa al recibir un nuevo mensaje de su parte, uno donde especificaba el precio por lecciones.

Borro mi anterior mensaje.

Sí... patrón —tecleo.

                                   ***

— Está es una [a] Orpheo —señalo, tratando de ocultar mi mal humor.

— Ah —suelta.

— No, es una [a], solo una.

Ladea su cabeza, la que había apoyado en su codo sobre la mesa de la sala en la que nos encontrábamos ahora mismo.

— Ah —repite.

Rechino los dientes y presiono más mi lápiz en la primer vocal de la palabra "analogía", la  que el deficiente francés pronunciaba como una e.

— Es una [a] —mascullo, con la ira marcando mi tono— ¡Es solo una [a]! ¡Literalmente, Francia tiene dos de ellas!

Sus ojos me miran con inocencia y sonríe.

— Ahh.

— Pronuncia —ordeno.

— Enelogie.

Golpeo mi palma contra el libro.

— Esto es el colmo. ¿Cómo d...? —rectifico de inmediato— ¿Cómo puedes confundir una vocal abierta con una media anterior?

Se encoje de hombros, recostándose en su silla.

— Creo que mis puntos de articulación están mal —admite— ¿Por qué no los repasamos?

Suspiro y abro mi mochila para sacar otro lápiz.

— Intenta poniendo un lápiz en tu boca, eso te hará identificarlos mejor.

— ¿Por qué mejor no me los señalas tú con tu lengua en mi boca?

De inmediato anoté un círculo en la parte superior de mi libreta.

— Y te has ganado otro más —aviso, para luego pasar la página del libro—. Y también evidencio que sabes construir oraciones interrogativas. Pasemos a los verbos. ¿Puedes conjugar uno en pretérito perfecto, primera persona, singular, modo indicativo?

— He comido —responde.

— Ahora en futuro.

— Comeré.

— Úsalos en una oración.

— Te he comido y te comeré —responde, mirándome fijamente.

Doy un par de palmadas.

— ¡Ya sabes hacer eufemismos! —felicito. Despegó de la parte trasera de mi libreta una estrellita y se la pego en el lado izquierdo de su camisa— Estás progresando muy rápido Orpheo, sin embargo, te has ganado otro círculo negro del deshonor —pronuncio, haciendo una cara de tristeza.

Suelta una risa y yo tomo un largo respiro antes de continuar. Ahora mismo era el maestro Io, y existía algo llamado ética profesional, dónde me enseñaron que no importa el coeficiente intelectual de tu alumno, no puedes golpearle la cabeza contra la mesa o insultar a sus padres.

Es por ello que había diseñado otro método: dibujar círculos. Cada vez que dijera algo estúpido, dibujaría un círculo en mi libreta con el valor de un dólar cada uno, algo que se sumaría a mi pago. Soy un genio, lo sé.

— Vamos a continuar con las conjugaciones, ¿Qué tan bien se te da el tiempo indefinido?

— Orpheo —llama Euridice, bajando las escaleras— ¿Ya estás por terminar? La fiesta es en una hora.

Euridice llega hacia donde nos encontramos, ignorándome por completo, algo que realmente no me sorprendió.

— Aún tenemos que repasar verbos —responde, utilizando el lápiz que le había pasado antes para garabatear algo en su hoja en blanco—, Le professeur Io es muy diligente.

— No se habla francés en mi mesa —regañé, sin levantar la vista de mis apuntes.

— Pues le professeur Io no está invitado a la fiesta —soltó Euridice, retirándose de la sala.

— Le professeur Io se desangra de la tristeza al no ser invitado —pronuncio con sarcasmo, fingiendo limpiar una lagrimilla.

Suelto una risa al ver que solo volteó a lanzarme una mirada matadora.

— Que hables en francés me pone caliente —soltó de repente, Orpheo.

— ¡Y así de fácil te has ganado otro círculo! —celebro.

                               ***

La música era muy alta para cuando abrí mis ojos. Mi mejilla estaba presionada contra mis libros en la mesa y mis somnolientos ojos solo tras mucho esfuerzo lograron enviar las imágenes del comedor de los Gauthier a mi cerebro. Me incorporé con suavidad, suprimiendo un bostezo, y vi al otro extremo de la mesa a Euridice frente a una gran cantidad de botellas de alcohol sirviendo shots. 

— Hasta que al fin despiertas.

La miro de arriba a abajo y noto que trae un traje completo, algo que me dolió, ya que cuando lo compró dijo que serían trajes en parejas y ahora ni siquiera había sido invitado a su fiesta.

— Pudiste haberme despertado antes, así no tendría que interrumpir tu celebración —reprocho, guardando mis libros en la mochila.

— No era mi obligación, tú fuiste quien se quedó dormido a media lección de Orpheo.

Rodé los ojos y me puse la mochila al hombro.

— Adiós, Euridice.

Camino hacia la puerta y antes de que la abra escucho que me llama.

— Io, ¿Sabes que eventualmente tendremos que hablar las cosas, verdad?

Frunzo el ceño y me giro hacia ella.

— ¿Por qué suena como si el del problema fuera yo? —inquiero, señalándome.

Deja de lado su bandeja llena de recipientes y también me encara.

— Porque el del problema sí fuiste tú —suelta, llena de convencimiento.

Niego con una sonrisa de incredulidad.

— No, la culpa es solo tuya, Euridice.

— De acuerdo, de ambos.

Abro la boca para protestar pero se acerca con rapidez y cubre mis labios con su mano.

— Ya no vamos a discutir, Io. Fue una tontería. Ahora estás ayudando a Orpheo y te ves más tranquilo —pronuncia, antes de dar un beso sobre la palma que cubría mi boca y regresar a la mesa—. Ya que estás aquí, puedes quedarte a la fiesta, es de las que te gustan: con comida y alcohol.

Y así era como Euridice solucionaba un problema causado por ella en nuestra relación. 

Sonríe, llenando más vasos, pero yo ya estaba buscando una excusa para irme. No era que no estuviera feliz de que las cosas se hayan solucionado de una manera muy extraña, pero demostraría mi felicidad mañana, por hoy solo quería dormir.

— Sabes que no soy fanático de las fiestas con temática de Halloween... además, en mi país...

— ¡Oh! —exclama, recordando repentinamente algo— Ahora que lo pienso, Orpheo no ha regresado y dijo que solo iría por su disfraz y una soga ¿Puedes decirle que si tiene más adornos, los traiga?

Suspiré e hice una mueca.

— ¿Me dejaras ir luego de eso?

Me mira confusa mientras carga la bandeja hacia la puerta.

— Yo nunca te he obligado a quedarte en ningún lugar, Io.

Suelto una carcajada sarcástica y me suelta un golpe con el pie cuando pasa a mi lado, aumentando mi risa.

— Está en la planta de arriba —indica—. Esta bruja te dejará en paz luego de que vayas por él.

Dicho esto, se vuelve a unir a la fiesta, repartiendo shots a un buen grupo de eufóricas personas que bailaban bañados en las multicolores luces que colgaban del techo lleno de adornos acordes a la fecha.

Esquivando a todas esas personas, logré subir por la escaleras tratando a toda costa de ignorar a las parejas que se besaban sin pudor contra los pasamanos. Cuando logré subir al pasillo y lo ví desierto, supe que debí preguntar a qué "está arriba" se refería Euridice con exactitud.

Me moví por todo el lugar tanteando pomos, abriendo las puertas que se me permitía e ignorando las que no, hasta que llegué a la última, la cual. Al abrirla, me dio la imagen de un chico tirado en su cama con una almohada cubriendo su rostro.

Me asomé un poco más por la puerta y toque dos veces.

— Orpheo ¿Ya moriste?

No recibí ninguna respuesta.

— ¿Puedo buscar en tu armario algún traje negro antes de irme? No tengo y no quiero desentonar en tu funeral.

Una risa suena desde la almohada antes de que aquel chico se la quite, dejándome ver que aún traía el cabello mojado por la segura ducha que acaba de tomar, lo que también explicaba el hecho de que ahora vistiera un pantalón holgado de franela y una camiseta blanca sencilla.

— Ven, no le des tan buenas noticias a mi familia, aún no es navidad —suelta, palmeando un lado de la cama mientras me mira—. Siéntate conmigo un rato.

— En realidad solo venía a llevarte a la fiesta y ver si encontraste los adornos que le dijiste a Euridice.

Levanta su rostro para verme con una sonrisa y las cejas fruncidas.

— ¿Euridice de verdad no entendió lo de la soga? —solté una risa y él me acompañó— Deberías darle clases de español a ella, aborda temas de comprensión, por favor.

— Lo haré cuando tú aprendas a conjugar. Ahora baja, te está esperando.

— No voy a bajar —anuncia, tomando la almohada y volviéndola a poner en su rostro.

Me encojo de hombros.

— Tu problema. Su problema. Nada que ver conmigo. Adiós.

Me doy la vuelta pero escucho que me llama desde bajo la almohada. Ruedo los ojos. ¿Que nadie me dejará ir a dormir a casa?

— Quédate, Io.

— No.

— Te conseguiré comida y puedes dormir en mi cama.

Miré la cama con ojos dudosos pero de inmediato sacudí la idea. Por esta vez, quería tener un fin de semana sin gritos, sin peleas, sin insultos y sin adrenalina.

— Prefiero comer recalentado en casa. Adiós.

Me di la vuelta.

— Te dormiste durante media hora antes de que acabara nuestra clase —pronuncio, haciendo que me detenga—. Te lo descontaré si no te quedas.

Mis dientes rechinaron de la molestia pero me vi obligado a entrar a la habitación. Cerré la puerta tras de mí y arrojé la mochila a la cama antes de subir yo en ella y tomar asiento de mala gana.

— Ya quítate eso —dije, apartando la almohada de su rostro—. Deberías bajar a la fiesta, todos parecían estarse divirtiendo.

— ¿Divirtiendo con qué? —pregunta, acostado en la misma posición con sus ojos cerrados.

— Con comida, música, juegos...

— Suena a pura diversión —se burla.

— Los juegos no están mal —comento, empezando a analizar su habitación—, hay unos muy buenos.

Me pude dar cuenta de que si bien la habitación de Orpheo era muy amplia, como del tamaño de todo mi apartamento, las cosas que había en la habitaban eran muy pocas. Las paredes estaban pintadas en un aburrido color gris pálido que junto a las persianas blancas le daban un aire deprimente. Y qué decir de los muebles, solamente había una repisa vacía, un escritorio con una Mac encima y folios apilados a un lado; una silla; una alta librera sin libros; una mesa de noche con una lámpara; y un armario. A parte de eso, solo habían como cinco cajas aún selladas en la esquina.

— ¿Te gustan los juegos de las fiestas? —pregunta, robando mi atención de los detalles en aquel lugar.

— Algunos están bien.

— ¿Cómo cuáles?

Me encojo de hombros, aún sabiendo que no podía ver esta acción.

— Me gustan los de verdad o reto. Siempre cuando nunca me toque a mí, por supuesto.

Noto que pone una sonrisa y, dándome por vencido con su habitación, me enfoco ahora  en su rostro. Si no pudiera reconocer muy bien el olor a marihuana, apostaría que había fumado algo de ese tipo pues lucía tan relajado e indiferente, justo como una persona que estaba a punto de ir a dormir.

Sus labios se mueven al pronunciar algo pero yo estaba muy ocupado inclinándome sobre él para analizarle cuidadosamente, aprovechando su guardia baja. Se notaba que él y yo, a pesar de haber nacido bajo el mismo sexo, éramos totalmente opuestos. Sus cejas celestes delgadas tenían un perfecto definido natural y contrastaban con lo pálido de su piel limpia de impurezas, salpicada de vez en cuando con pequeños lunares, como uno bajo su ojo izquierdo, ocultándose en la sombra que proyectaban sus pestañas largas y crespas. Su nariz era afilada pero no de una manera brusca, sino muy elegante, al igual que el arco de sus labios sutilmente delineados.

Nada en su rostro estaba mal, y se me hacía secretamente injusto, porque solo resaltaba lo que en mí no estaba bien.

Estaba tan absorto sobre él que cuando quise hacer otro repaso para encontrar algún defecto, me topé con un par de ojos azules mirándome en silencio.

— Si Euridice nos volviera a ver ¿Qué mentira le dirías ahora?

De un salto puse una considerable distancia entre ambos sin bajar de la cama, y cuando Orpheo se incorporó, hice mi mejor intento por ocultar la vergüenza.

— No fue ninguna mentira —aclaré—, sí te besé en agradecimiento, solamente que fue por el dinero —se acomoda frente a mí soltando una risa ante mis palabras, pero decido cambiar rápidamente el tema— ¿Qué fue lo que preguntaste?

— Solo dije que qué elegirías si estuviésemos jugando verdad o reto —repite, a lo que hago una cara de disgusto.

— Nadie dijo que quería jugar contigo.

Alza sus cejas.

— Entonces me veré en la tarea de continuar con la conversación sobre qué hacías con tu rostro tan cerca del mío hace un rato.

— Verdad —mascullé, haciéndole sonreír victorioso.

— ¿Cuál es la cosa a la que más le tienes miedo? —pregunta.

— Las ratas —escucho su risa y le miro mal—. ¿Qué?

— Pensé que sería algo más profundo —admite.

— Las ratas son feas ¿Sí? Además, transmiten enfermedades y tienen pulgas.

— Tu gato tiene pulgas.

Le señalo con advertencia.

— Sir bigotes es un gato hogareño, sin pulgas.

Orpheo coloca una expresión de sorpresa.

— Sir bigotes, eh. Un buen nombre para la mascota de un miembro de la realeza.

Chasqueo la lengua e intento golpearle con mi pie pero me lo apresa.

— ¡Ya deja de jugar! Es tu turno de responder —me quejo, pero se niega a soltar mi pie a pesar de mis intentos, así que me doy por vencido— ¿Por qué te gusta tanto molestarme?

— Tus enojos son muy naturales —responde—, y también puedo ver la ira contenerse en tus mejillas, se me hace muy tierno.

Suelto una exclamación de fastidio.

— Consíguete una novia, Orpheo —justo cuando dije eso, me surgió una duda—. ¿Cuántas novias has tenido?

Sonríe y mueve mi pie de un lado a otro.

— Esas son dos preguntas, dulzura. Es mi turno. ¿Cuál ha sido tu relación más larga?

— Con Euridice —respondo, sin dudarlo—. Tuve un par de romances antes, pero nunca pasamos del mes.

— ¿Tu culpa o la de ellas? —inquiere.

— Mía —confieso entre dientes—. Dijeron que soy muy desastroso para las relaciones; que a veces rio mucho o no rio en lo absoluto, que hablo demasiado o que soy muy serio, que soy muy cariñoso y a veces soy frio —hago una mueca recordando todos aquellos reproches, y hasta entonces caigo en que han sido dos preguntas—. ¡Oye! ¡Eso fue trampa!

Trato de golpearlo con mi otro pie pero lo apresa rápidamente como al otro, sujetándolos ambos bajo sus brazos, a sus costados, y dejándome tendido en la cama en una posición más que lamentable.

— Entonces ¿Te consideras una persona elocuente o no?

— No tengo idea —murmuro, mirando el techo blanco—. Nunca nadie se puso de acuerdo.

— ¿Y tus padres? —inquiere.

— Creo que ellos tienen parte de la culpa —confieso—. Cuando estaba con ellos no sabía cómo debía sentirme, cada cosa parecia errónea.

Orpheo se quedó en silencio, haciendo que dirigiera mis ojos para verle, encontrándole observándome en silencio. Era tan extraño para nosotros quedarnos sin palabras, pero no se sentía incómodo, y eso era lo que me hacía sentir ansioso.

— ¿Por qué dejaste Francia, Orpheo?

Por primera vez en una pregunta, el chico frente a mí pareció haber sido tomado por sorpresa y no contestó de inmediato, sino meditó por varios segundos antes de que pareciera tener una respuesta.

— Debido al consejo de alguien más.

— ¿El consejo de quién? —proseguí, y cuando vi su intención de señalar que era solamente una pregunta, le paré— Yo respondí a tres. ¿De quién?

— Un hombre.

— ¿Qué hombre? —presioné.

— Mi psicólogo.

Le miré fijamente, pero en la mirada que me sostenía no había rastro de broma alguna.

— ¿Debido a qué? —me aventuré a indagar.

Ahora sí que sus antiguos ojos inmutables se vieron provistos de aquella chispa juguetona que mostraba a diario.

— Sabes conjugar pero no contar, Io. Ya tuviste tus tres respuestas —señaló, antes de tirar de mis piernas a cada lado de su torso y trepar sobre mí— ¿Me vas a dar un beso si te cuento?

Intenta besarme al tener ventaja sobre mí pero me remuevo sin parar para evitarlo.

— ¡Esto es acoso laboral, se supone que es mi tiempo de clase! —exclamo, tratando de alejar su rostro con mis manos— ¡Ya déjame ir!

Logro, con fuerza sacada de quién sabe dónde, sacármelo de encima y tirarlo hacia un lado de la cama, así que me incorporo con rapidez y le coloco en el rostro la almohada que antes tenía, dejándolo por fin inmovilizado bajo ella mientras huyo hacia el otro extremo de la cama, donde le veo con molestia.

En ese justo momento se escucha desde la planta baja como algo se estrella contra el suelo, rompiéndose en miles de pedazos. En mi mente se repasaron todos aquellos jarrones y figuras de vidrio y porcelana que adornaban la estancia en que tenía lugar la fiesta, y me dio un escalofrío.

— Las fiestas son aterradoras —comento, recordando las experiencias donde yo era el anfitrión y luego debía limpiar—. Aunque aún no logro entender por qué a las personas les gusta festejar Halloween. ¿Tú tienes una experiencia bonita en esta fecha?

La almohada se movió levemente de un lado a otro como evidencia del negar del rostro bajo su esponjoso e hipoalergénico cuerpo.

Asentí, estando de acuerdo.

— Si me invitan a una fiesta, no falto, pero no me gusta festejarlo como tal, no tiene sentido mas que pedir dulces, embriagarce, dañar propiedad agena y esas cosas, en cambio.... en México, el día de hoy... las cosas son muy diferentes... Jamás lo he vivido como tal, pero eso no significa que no tenga una idea de lo hermoso que es...—comento, viendo que en la espesa oscuridad tras la ventana de la habitación se dejaban ver las luces de la cuidad más encendidas que antes—. Cuando era niño, mis padres me dijeron que iríamos juntos a ver el Festival de día de muertos, que año con año se festeja en mi país si obtenía excelentes notas en la escuela.
Yo añoraba tanto ver los altares, las catrinas, el concurso y desfile de alebrijes, las danzas y todo ello... Me esforcé mucho ya que no los veía a menudo por el trabajo, pero cuando la fecha llegó, ellos no regresaron. Mamá volvió un día después y se disculpó; papá regresó al mes y creo que hasta hoy en día no lo recuerda.

Suelto una risa para aligerar la atmósfera y miro de soslayo como Orpheo se quita la almohada y me mira, así que empiezo a ordenar las cosas de mi mochila que se habían desparramado debido al forcejeo anterior.

— En retrospectiva, me parece algo beneficioso, obtuve muy buenas notas ese año —explico—. Pero cuando eres un niño te jode un poco.

Ante la mirada de Orpheo que me empezaba a incomodar, me estiro y le doy un golpe en el hombro para romper la tensión, pero él se sienta de inmediato al borde la cama y empieza a ponerse los zapatos.

— ¿A dónde vas? —pregunto, viéndole con el ceño fruncido.

— A dónde vamos —corrige.

Se levanta y camina hacia mí para tomarme de la mano y conducirme hacia la puerta. 

Manteniendo su agarre firme en mí, baja por las escaleras evadiendo a todas las personas, incluso a aquellas que le hablaron esperando tener una conversación. Yo estaba consternado, tanto que me limité a dejarme arrastrar hasta que salimos al patio.

— ¿Puedes decirme a dónde vamos? Me preocupa mi integridad.

— Este lugar tiene seguridad propia —recuerda, abriendo la puerta principal para empezar a bajar por la amplia calle adoquinada hacia las casa más abajo.

— Sé que tiene seguidad, me manosean por completo cada vez que vengo —suelto, con obviedad—. Es de ti de quien temo. ¿Estás consciente de que vas en pijama?

La noche era fría, acompañada de ráfagas nocturnas que me ponían los pelos de punta. A una buena distancia se podía escuchar ya el ruido de más personas, donde los gritos, la música y risas de los niños era lo que más sobresalía, ese tipo de sonido que me devolvió a aquel día, hace 15 años, donde esperé en el sofá de la sala hasta quedarme dormido.

Las farolas empezaron a aparecer a los costados del camino y solo bajo una pude ver el rostro de Orpheo que se giró para mirarme con una sonrisa.

— "No llores por mi partida, porque cada lágrima que derramas inunda mi camino e interrumpe mi andar..... Recuerda que todavía te extraña mi corazón, y que si te oigo llorar, lo primero que haré será voltear hacia tras..."

-¿Que?...

Respondí con la voz quebrada al reconocer aquella estrofa. Mientras aún continuabamos caminando sin rumbo fijo. Orpheo sólo sonrió y continuó jalandome hacia la calle sin despegar su vista de mi.

-Las crónicas de Mictlan, Mas vale que las memorizes, no queremos que parezcas un idiota que no sabe nada cuando las escuches en vivo ¿verdad? Que esperas, date prisa, hoy te llevaré al Festival de día de muertos, professeur Io.

No pude más, ni siquiera pude evitarlo, simplemente abracé a Orpheo y rompí en llanto...

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