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capitulo 1


Mi mañana empieza de la peor manera posible, con unos redondos ojos color cielo viéndome haraganear a plenas diez y pico de la mañana sin la más mínima intención de poner un pie fuera de la cama; me mira como si regañara el fondo de mi alma directamente, como si el hecho de que es un gato y yo su dueño fuera insignificante.

Gruño con molestia y, tomándolo desde bajo de sus patas delanteras, lo echo a un lado.

- Apartate, ya no pesas una libra como en tus dorados tiempos. Estás obeso.

Dicho esto un par de dientes se ciñen directo en mi pantorrilla, haciendo que me gire molesto solo para ver como baja de la cama de un salto y emprende su magistral huida hasta la ventana como todo un Tom Cruise de misión imposible.

Apretó mis labios manteniendo dentro el sin fin de maldiciones que pude arrojar sobre él, pero recordé que tenía asuntos más importantes.

Eurídice es mi novia por ya tres años, hemos tenido una relación estable, con sus normales altos y bajos pero una buena vida al fin. Nos conocimos en la preparatoria y congeniamos bastante bien, lo único que podría considerarse como un obstáculo es que su familia es francesa y, por ende, pasa mucho tiempo fuera del país.

Me coloco rápidamente mi mejor atuendo para ir al aeropuerto, hoy volvía de Francia y había prometido ir por ella, por lo que salgo de la casa con tal apuro que casi choco en mi trayectoria con la vecina, la señora Calvera, una pequeña viejecilla regordeta que vivía junto a sus gatos en el cuarto frente a mi puerta.

Aquella pequeña viejecita sostenía en su mano su gata más joven, Panqueca, que parecía verme con el mismo recelo que su dueña.

-Buenos días, señora Calvera -

Saludo, tratando de escabullirme lo más rápido posible.

- Eo, tenemos que hablar.

- Io -

corrijo.

- Eo - repite, suspiro y chequeo la hora en mi reloj de muñeca -Hay algo de lo que tenemos que hablar urgentemente - estaba a punto de cortarla amablemente hasta que alza su gata frente a mis ojos para mostrarme su enorme barriga abultada, la que veo con los ojos abiertos a exageración- tu gato es el padre de los hijos de Panqueca.

Una risa se me escapa sin querer de los labios.

- ¿Cómo sabe usted que mi gato es el padre? Sir bigotes es tan virgen como yo, señora Calvera; debería preguntarle al vecino de abajo. Nos vemos, tengo prisa.

Bajo las escaleras con rapidez, pero ya al estar abajo escucho la voz de la señora llamarme desde arriba.

- Eo ¿Sabes qué les pasa a los gatos que no se hacen cargo de sus crías?

-¿No les rascan la pancita en la noche? -suelto, con cierta burla.

Se ríe mientras acaricia a su gata.

- Decía mi prima lejana que acarreaba mala suerte a sus dueños -toma la pata de su mascota y se despide moviendola de un lado a otro-. Buena suerte con tu novia, Io.

Me detengo solo un momento con una nueva sensación extraña recorriendo mi espalda. Sacudo la cabeza para despejar mis malos pensamientos y continúo mi recorrido, parando un taxi para llegar al aeropuerto.

***

Me abro paso entre la multitud con mucha dificultad, repartiendo empujones aquí y allá como un loco hasta llegar a las escaleras por donde tendría que bajar mi novia. Me acomodo la ropa y el cabello rápidamente y me pongo en puntillas para ver mejor el momento en que baje.

A lo lejos logro divisar una hermosa cabellera rubia y planto una sonrisa en los labios al verla bajar con sus maletas en un brazo y un abrigo en el otro. Estaba preciosa.

Luciendo ese semblante serio y su postura elegante, Eurídice deslumbraba todo a su paso sin duda alguna.

Levanto mi mano para que pueda notarme pero a pesar de ello parecía no haberme visto aún, hasta que me alcé lo mejor que pude y sacudí mi mano con violencia logrando captar su atención junto con la de su compañero, un tipo con aspecto despreocupado que caminaba a su lado con su mochila al hombro y sus maletas en mano, luciendo más interesado en su móvil que en su alrededor.

- ¡Cariño! -exclama Eurídice, rodeándome en un abrazo mientras yo no dejaba de ver de arriba a abajo con cierto desprecio a aquella persona que por fin deja la pantalla y me lanza una mirada que me dió mala espina- ¡Te he extrañado tanto, como no tienes idea!

La estrecho entre mis brazos y le lanzo a su acompañante una final mirada de advertencia mientras hundo mi nariz en el cabello de mi chica. A él se le escapa una risa, ahora aparentemente interesado en nosotros.

- Oh, Io, olvidé presentarte -suelta emocionada- El es Io, mi novio; Io, él es mi hermano, Orpheo.

Se me escapa una leve sonrisa de incredulidad al escuchar sus palabras ¿Hermano? ¡Pero si son como el blanco y el negro! ¿Dónde están sus pecas, su cabello rubio y su baja estatura que caracterizan tanto a Eurídice? ¡Este tipo es de cabello celeste y alto como un poste de luz! ¡Lo único que comparten es que ambos respiran oxígeno!

- ¿Tu lechero comparte rasgos con tu hermano, por casualidad? -inquiero.

- Salut ¿Eo? -pronuncia aquel tipo con aquella nueva sonrisa que había adoptado.

- Io -corrijo.

- Io -llama Eurídice, colgándose de mi hombro-, espero que ustedes puedan llevarse muy bien ¿de acuerdo?

Fuerzo una sonrisa y asiento.

- ¿Aquí se come? -pregunta, sacando su móvil en búsqueda de un restaurante.

Eurídice chasquea los dedos en señal de una idea.

- ¿Por qué no nos llevas a un buen restaurante, cariño? Elije uno que resuma la belleza de este país para Orpheo.

Aquel chico deja su búsqueda y pega su mirada en mí al igual que su hermana, mientras en mi cabeza solo se repasaban los pequeños locales de chatarra, comida grasosa y el puestecito de la señora María, quién vendía empanadas a dos por dólar.

Sonrío con nerviosismo.

- ¡Por supuesto! ¿Por qué no avanzamos? El tiempo apremia.

Se acomodan sus cosas y me siguen mientras mantienen una charla en francés a la que ni siquiera le presté atención, necesitaba encontrar un buen restaurante y no quedar como tonto, el problema aquí era que yo no como en restaurantes caros ¡Soy universitario becado, corazón, mi entrada, platillo fuerte y postre es un vaso de ramen instantáneo!

Paro un taxi y con discimulo le pido que nos lleve al mejor restaurante antes de girarme y sonreír mientras abro la puerta para mi novia.

- Eres tan atento -suelta ella, entrando.

- Eres tan atento -repite su hermano con cierta burla.

Le veo con molestia y cierro la puerta detrás de él, entrando yo al lado del conductor.

En nuestro recorrido, mientras los hermanos en los asiento traseros seguían su charla, mis manos sudaban con nerviosismo al notar que los edificios a nuestro lado se volvían cada vez más ostentosos, haciendo que mirara al chófer de vez en cuando con el fin de que entendiera que solo soy un joven con treinta dólares en el bolsillo.

- Llegamos -anuncia, haciendo culminar la conversación de aquellos dos-. Son diecinueve dólares.

Tenía treinta dólares.

Eurídice sale del taxi con los ojos emocionados ante aquel restaurante que podría jurar solo había visto en la televisión.

Le tiendo el billete al conductor de mala gana.

- Le dije que nos trajera a un restaurante, ¡no específicamente a donde come la reina Isabel! -mascullo, entrando en pánico.

- Dijiste "el mejor" -responde altanero-. Aquí está tu dólar.

Le veo mal.

Tomo mi miserable capital y fuerzo una sonrisa mientras entramos. Todo dentro de aquel lugar era maravilloso, algo casi de ensueño con una recepción de categoría donde se nos ubicó en las mesas perfectas para ver desde arriba toda la cuidad. Era algo majestuoso, pero sinceramente prefería verlo desde una revista.

- ¿Te encuentras bien? -inquiere Eurídice, un poco preocupada ante la segura palidez de mi rostro.

Me obligo a mantener la sonrisa mientras asiento, tratando de no darle más motivos a aquella otra mirada de ojos azules para divertirse en silencio de mis desgracias.

- ¿Qué pediremos? -pregunta animada la rubia, abriendo el menú- Nada de comida francesa, Orpheo, hoy somos turistas.

Aquel chico arquea una de sus delgadas cejas al abrir el menú y de inmediato me pongo alerta. Abro el mío y sin evitarlo me llevo la mano a la frente, acción que discimulo con una inexistente comezón.

- Y-yo pediré pan con ajo y a-agua -suelto, tratando de parecer sereno-, tiene un muy buen aspecto.

Una sonrisa amplia y llena de diversión se marcó en aquellos, hasta el momento, inmutables labios de aquel tipo que ni siquiera me miró, pero poco me importó está acción, no tenía tiempo para odiarle, este era el momento de odiarme a mí mismo por ser pobre.

- Esas son las entradas, Io -informa mi novia, como si hubiese sido una confusión mía-, y el agua es cortesía de la casa ¿Quieres un vaso?

Llama al mesero quién con mucho profesionalismo sirve el cristalino líquido que no tardé en beber con rapidez para que volviera a llenarlo al menos tres veces y así armar mi excusa de oro.

- Uff, estoy repleto. Creo que ya no tengo hambre -miento.

Eurídice me da un juguetón golpe con el menú y llama a la persona que tomará nuestra orden.

- Yo pediré por tí -avisa.

El hermano de mi novia da una última mirada al menú y lo cierra, tendiéndoselo a la mesera.

- Sin entrada. Atún en emulsión de vino tinto, y helado de vainilla y menta como postre.

Por primera ,y segura última vez, amé a este tipo, mentalmente agradecí al cielo de que su pedido haya figurado como lo más barato del menú.

- ¿Alguna bebida, caballero?

- Agua.

Ahí está, ya lo odio de nuevo.

Eurídice devuelve nuestros menús y se prepara emocionada para pedir.

-Ambas entradas serán una degustación de quesos y jamón ibérico. Para el caballero: Avestruz marinada y trigo mote al mascarpone; para mí: lomo de ciervo con spatzle de verduras. Para el postre: una ópera de chocolate con helado de frutos de bosque y Sopa de late Harvest. -me quería morir- ¡Ah! Y un vino de su mejor cosecha.

Aquella mujer anota la enorme lista en su libreta luciendo muy satisfecha al recordar que el veinte por ciento del consumo se cobraba como propina.

Mi vista se hundió trágicamente en el vaso medio vacío que sostenía en mis manos.

- ¿Te gustó lo que pedí? -inquiere, entusiasmada.

- De maravilla, preciosa -respondo, sin apartar la mirada del vaso.

Nuestro pedido llegó luciendo espectacular, motivando a Eurídice a sacar muchas fotos de él, ignorando por completo que ese plato que sostenía lo que fotografiaba sería el que luego tendría que lavar para que no nos arrestaran.

- Vamos a probar esta maravilla -suelta emocionada.

Comí como loco, sabía que la leche estaba derramada por lo que incluso llegue a plantearme el darle un mordisco a las flores del centro de mesa; acabé con el pan y la mantequilla de cesta e incluso escondí un tenedor en mi bolsillo.

- iré al baño, regreso pronto -se disculpa Eurídice, retirándose.

Aprovecho su ausencia para guardar sus pequeñas sobras en una bolsa con el fin de convertirlas en la cena para mi gato al volver.

- ¿Quieres también las mías? -se burla Orpheo, señalando su plato.

- Por supuesto que las quiero -suelto, metiendolas en la bolsa.

Suelta una risa y le da un sorbo a su vaso de agua.

- ¿Cómo se conocieron?

Guardo mi bolsa en mi mochila y bebo de un trago toda mi copa de vino, para volver a llenarla al ras.

- En la preparatoria -respondo- la agregué a facebook.

- Es curioso que se haya interesado en tí. Supongo que le gusta ese tipo de chicos.

Frunzo el ceño y vuelvo a llenar mi copa.

- ¿Y qué tipo es ese?

Da un sorbo, viéndome sobre el borde de su vaso con cierta mirada llena de algo parecido a la indiferencia y superioridad.

- Pobres.

Ahí fue donde pude ver una cierta similitud entre ambos asomarse discretamente, pero de un nivel más alto, más denso y puro; sin embargo, la grieta fue ágilmente cubierta con una sonrisa.

- ¿Quién dice que soy pobre? -defiendo lo indefendible- Tengo mucho dinero.

- Oh, entonces la cuenta no será un problema ¿Verdad?

Este tipo tenía una habilidad innata para hacerme odiarlo a niveles abismales cada vez que abría la boca.

- Por supuesto que no -mascullo, viéndole fijamente-, incluso pediré un trozo de pan para que te lo lleves a casa.

Suelta una risa ante mi respuesta, como si no se lo hubiese esperado, y alza su mano, llamando a la mesera para la cuenta.

Esto es ahora cuestión de orgullo, en mi mente ebria hice un rápido cálculo de lo que poseía de mi beca en la tarjeta, dispuesto a quedarme sin estudios hasta el siguiente año con el fin de pagar.

Aquella mujer llegó abriendo su libreta, mostrando ahí los números totalmente exorbitantes al final del ticket e inevitablemente me servi otra copa, notando que ni siquiera mi beca iba a cubrirlo.

Cambio de plan, Io, ahora vamos a desmayamos por un coma etílico.

Orpheo suelta una risa mientras saca de su billetera una tarjeta negra y la coloca sobre la cuenta.

- Y por favor, traiga un trozo de pan para llevar -indica, mirándome fijamente.

Me deslizo suavemente en mi silla con mi copa de vino en la mano para cuando Eurídice llega sonriente.

- Deja de beber, sabes que no eres bueno con el alcohol -regaña juguetonamente, ignorante a la bochornosa situación que había vivido.

- Voy a comerme la botella -respondo, antes de dar otro trago.

El tiempo vuela hasta que la mesera se acerca con la tarjeta y empiezo a hiperventilar. Traía consigo la mayor de mis humillaciones.

Dejé la copa de lado y me senté derecho, rogando para que Eurídice se distrajera con algo en el paisaje para que no se enterara que había sido su hermano quién había pagado.

- Mira qué mariposa más bonita -suelto, señalando afuera.

Eurídice frunce el ceño.

- Estamos a más de veinte metros sobre el suelo, Io.

- Las mariposas vuelan -respondo.

- Aquí está su tarjeta -informa aquella mujer, viendo, obviamente, a Orpheo.

- No sabía que ya habías pagado -suelta Eurídice, viéndome embelesada.

Aquella mujer esboza una sonrisa de confusión y Orpheo me señala con un breve movimento de su cabeza la cuenta.

- Tu tarjeta.

Me quedé en blanco un momento, completamente anonadado, antes de tomar con torpeza aquel trozo de plástico negro sin siquiera saber qué hacer con él.

- Y aquí está su pan -me ofrece la bolsa antes de marcharse.

- ¿Para qué quieres pan? -pregunta Eurídice.

- A esta hora no hay pan en la tienda -respondo, aún afectado.

Salimos del restaurante cuando ya los coches manejaban con sus luces prendidas y necesité ayuda de ambos hermanos para caminar sin tropezar y romper la botella -sola- de vino que me negué a dejar atrás.

- ¿No podías dejar eso? -reprocha Eurídice, un poco fastidiada.

- Shhh -siseo- La llenare de refresco en polvo al llegar a casa.

Eurídice pide un taxi y nos metemos incomodamente los tres, pidiendo como destino primeramente mi casa. Me removía entre ambos, tratando de buscar un lugar para dormir hasta encontrar uno cómodo.

- No vayas a vomitar sobre mí -pronuncia Orpheo, delatandose como mi cómodo apoyo.

Suelto una risa y finjo tener arcadas hasta que Eurídice me golpea con molestia y le lanzó una mirada de resentimiento.

El trayecto, gracias a mi embriaguez, fue mucho más corto de lo que pensé, pero lamentablemente a pesar de que habíamos llegado no podía bajar, mis piernas estaban inútiles como fideos.

Mi novia se lleva una mano a la frente y yo vuelvo a acomodarme, dispuesto a quedarme en el auto, ignorando por completo aquella mano que en algún momento del camino me había sostenido de la cintura.

- Por dios, Io -se queja- ¡Eres un niño! ¿Nunca habías bebido vino? ¡¿Hacía falta acabar con toda la botella?!

- Tú la pediste -respondo- Ve a dejarme a la habitación o tendrás que llevarme a tu casa -luego de lo último le lanzó un guiño y vuelve a darme otro golpe-. Auch.

- Lo llevaré yo -se ofrece Orpheo.

- Me llevará él -suelto, mostrándole la lengua a mi novia, quién me muestra su dedo medio.

Abre la puerta y haciendo más fuerte su agarre en mi cintura me saca del auto a como pudo, cargando mi mochila con una mano y sujetándome con la otra.

- ¡La llave de repuesto está bajo el tapete! -grita Eurídice.

La volteo a ver con molestia.

- ¡¿Quieres que los asesinos te oigan, mujer?!

Subimos las escaleras metálicas del edificio promedio entre mis tambaleos y la fuerza de Orpheo tratando de evitar mi caída.

- Es la última puerta -indico, señalandola con la mano en que llevo la botella.

- ¿No podías vivir más arriba? -pregunta con sarcasmo.

- El cielo dice que en un mes estará lista mi habitación angelical -suelto.

Orpheo me voltea a ver con una sonrisa y niega, continuando nuestro camino hasta mi puerta.

- Quédate aquí -indica, buscando la llave bajo el tapete y abriendo la puerta- Entra.

Le veo desde arriba con cierta incomodidad, el chico me desagradaba, pero había pagado la cuenta sin echarme de cabeza.

- Oye -empiezo, carraspeando para no denigrarme demasiado- por lo de hoy, grac--

Levanta su mano y niega.

- No lo digas. No soy de los que acepta un gracias, no le he hecho de tan buena fe después de todo.

Frunzo el ceño, sujetándome del marco de la puerta e ignorando que mi gato había salido a recibirme.

- ¿Entonces con qué intención? Voy a pagarte, pero no hoy.

Se para frente a mí, haciendo notable su altura un poco superior ante la cercanía. Sonríe y se inclina un poco.

- Yo creo que sí voy a cobrarlo hoy.

Sujeta mi chaqueta con su mano y cerré los ojos fuertemente, solo para abrirlos al notar que había unas labios pegados a los míos, inundando mi olfato de una fragancia a perfume caro y el alcohol de mi vino. Su mano sujeta mi mandíbula y me pega contra el marco, adentrando su lengua a mi boca sin previo aviso, obligándome a cerrar los ojos nuevamente.

Su otra mano estaba fuertemente abrazada a mi cintura evitando que mis manos puedieran lograr alejarlo a pesar de mis intentos, hasta que oí un quejido de su parte y por fin me soltó, haciéndome caer de trasero dentro de mi apartamento.

- Tu gato tiene complejo de perro -señala, inclinándose para tomar con precaución al molesto Sir bigotes que aún tenía sus colmillos clavados en su pantorrilla, luego me lo lanza.

Ni siquiera podía quejarme, nunca había sentido tantas ganas de estrangular a una persona en mi vida, lamentablemente no podía ponerme en pie.

- Eurídice dijo que eras un príncipe al describirte -empieza, viéndome desde arriba con una burlona ternura- pero, ahí sentado con las mejillas rojas como una doncella al perder su primer beso, creo que eso no te encaja.

Orpheo aprovecha mi inutilidad para esbozar una amplia sonrisa y hacer un reverencia, inclinándose elegantemente.

- Au revoir, ma princesse Io.

Dicho eso se marcha con las manos en su abrigo, dejándome ahí tirado con un hambriento gato encima.

En ese justo y preciso momento tuve una epifanía: este hombre y yo íbamos a morir en situaciones enlazadas; él por asfixia, yo en la cárcel por asesinato.

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