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21

Mis ojos unidos a los suyos a millas de distancia contenidas en un par de pasos se quedaron prendidos en él por segundos que me supieron eternos. Orpheo quiso pronunciar algo en un momento determinado pero cualquier intento se vió frustrado por el repentino desconcierto que marcó sus facciones, seguro al notar que mis comisuras se levantaron y mi copa se unió a la altura de la de los demás en el aire.

— Salud —pronuncié. 

Me llevé el borde de vidrio a los labios y el líquido apenas había besado mi boca para cuando aquel francés con una expresión lejos de ser amena me la retiró con un agarre sobre el mío.

— Déjame explicarte primero.

Una de mis cejas se alzó.

— ¿Explicarme que te vas a Europa? Hay algo llamado humildad, orpheo Gau...

Ni siquiera pude terminar de decir lo que quería para cuando Ian tomó de mi brazo con firmeza y empezó a llevarme hacia afuera, pero no le di gran importancia, ocupé el trayecto para acabar de un solo trago el champagne y alcancé a lanzarle la copa al mesero quien la atrapó con agilidad el aire antes de salir. 

No podía detenerme, la bestia que tiraba de mí no tenía planeado hacerlo y así fue como lo último que ví del salón fue a una rabiosa chica luchando contra tres hombres que intentaban bajarla del escenario. Seguramente se había metido en algunos problemas hoy. 

Las puertas del elevador se cierran con nosotros adentro pero el ambiente ahora distaba mucho de la última vez que estuvimos en él.

— No tienes que actuar como si te arrepintieras por no decírmelo —le digo tranquilamente al chico ante mí que parecía buscar las palabras correctas para hablarme—, no soy tu esposa, tranquilo.

Su mirada se mostró un poco dolida.

— Esposo —corrigió— y no me hace falta el título para sentir que eres lo suficientemente especial para mí como para merecer saber si me voy del país —declara, tomando el valor para avanzar hacia mí con un poco de vacilación—. Chèrie...

Su mano se adelanta con la intención de tomar mi cintura pero las puertas que se abrieron en ese preciso momento fueron mi boleto de escape el cual tomé sin rechistar, saliendo de inmediato.

— Io —llama su voz desde atrás mientras yo avanzo—, Io, ¿puedes siquiera parar un momento para que podamos hablar?

Me giré con una sonrisa, nuevamente sin comprender.

— ¿Por qué sigues con esto? —suelto, intentando entender por qué sus cejas seguían tan juntas hasta este momento— Amigo, con que me envíes algo desde allá me basta, Sir bigotes sigue queriendo un trajecito.

— No soy tu amigo —corrigió con firmeza y solo giré los ojos—. Estoy intentado hablar contigo, ¿esto te da igual?

Espera por una respuesta pero al ver que no tenía la intención de dársela se adelanta un paso más con su ceño aún más fruncido que antes y un aire de consternación en sus facciones.

— ¿De verdad te da igual?

Le miré por un momento y al final acabé por soltar un suspiro, dando unos pasos para poder apoyar mis manos sobre su hombros.

— orpheo, no estoy molesto, me siento feliz por ti —aclaro, viéndole a los ojos para demostrar mi sinceridad—. No tienes que explicarme todo, es tu decisión y yo estoy bien con eso. No hagamos que esto se vea como algo tan grande.

Le di un par de palmaditas sin borrar mi sonrisa, invitándole a él a responderme con el mismo gesto y que solo hizo hasta luego de un momento en donde su mirada se llenó de algo indescifrable.

— Entiendo. Entonces regreso a París la próxima semana.

Asentí como si comprendiera lo que había dicho y justo estaba a punto de felicitarle nuevamente para cuando el timbre del ascensor avisó que alguien más bajaba, algo que no tomó demasiado de mi atención antes de reconocer su silueta.

— ¡Qué suerte, creí que ya no iba a alcanzarlos! —soltó Eurídice con animosidad, pero luego parece detenerse un poco— ¿Sucede algo?

Hasta que oí su interrogante me di cuenta de que mis manos seguían sobre los hombros de aquel chico y continuábamos mirándonos, cada uno con una sonrisa pintada en los labios, como si fuera una competición sobre quién lo hacía mejor.

Retiré mis manos aparentando naturalidad y por fin rompimos el contacto visual.

— Todo está bien —responde el peli celeste resguardando sus manos en sus bolsillos—, ya nos íbamos.

Eurídice, quien descubrí al verla que venía con aquel desperdicio orgánico llamado Argol, sonrió ampliamente como si nada al no detectar algo inusual y de inmediato su rostro volvió a iluminarse como en un principio.

— ¡Venía a buscarlos! Justo ahora vamos a un after a unas cuadras de aquí, tenía pensado que podríamos ir todos —ofrece.

—Tengo que llevar a Io a su casa —se excusó sin demora la persona a mi lado.

Eurídice hace un pequeño puchero, inflando sus mejillas y sujetando el brazo de su hermano mayor con cierta ternura.

— Oh, vamos... será divertido —intenta convencer—, habrán bebidas, juegos y todo lo que puedas imaginar.

A mí esas palabras ya me hubieran ablandado, soy una persona muy sencilla, pero aquel francés no pareció movido por ello e incluso se dejó ver en más negativa luego de cada palabra que abandonaba la rosada boca de su hermana. Esto, por algún motivo, me hizo querer molestarle un poco.

— Yo sí quiero ir —declaré, ganándome la mirada de los tres en un instante.

Los ojos del mayor de los hermanos volvieron a mirarme con ese sentimiento cautivo desde ese rostro aparentemente tranquilo que arqueó una de sus oscuras y elegantes cejas.

— Ah, ¿quieres ir? —aunque fue un pregunta, el tono de voz y la mirada que me lanzó lo hicieron parecer como si fuera una advertencia.

Una advertencia ante la que no me inmuté, solo me encogí de hombros inocentemente. 

— Sí, quiero ir —repetí.

Nuestras miradas volvieron a conectarse y esta vez me encargué de mostrarme firme ante el desafío. Podía notar su indisposición por ir, quizá tenía sus motivos pero mi afán de sacarle un poco de quicio era tal que llevarle la contraria fue mi mejor arma, aún así no pensé que acabaría cediendo al final junto con una sonrisa.

— En ese caso, ¿qué esperamos? Vamos.

Muy bien, no esperaba este desenlace.

Luego de los vitores de Eurídice y el resoplido de su nuevo novio, solo nos tomó un par de minutos el encontrarnos como dos hombres condenados por sus actos en un mismo auto inmerso en un infernal silencio y una tensión tejida por el mismísimo Lucifer. Esta situación era la definición perfecta de dispararse en el pie, hasta un ciego vería que ni el conductor ni yo queríamos ir a esa fiesta.

Miré de soslayo el perfil serio del chico a mi lado y la sensación de que estaba sumido en sus pensamientos me hizo desistir de hablar con él. ¿Qué podía decir de todas formas? No podía entender qué le molestaba, la decisión de irse había sido suya y seguro la tomó en el tiempo que desapareció, ¿qué esperaba de mí?

Guardé silencio, ese mismo que había empezado a odiar pero que también agradecía ya que estaba seguro que odiaría más el oír algo producto del impulso. Para mayor suerte, el camino no fue tan largo, aunque en el momento en que entré en el apartamento en que se llevaba a cabo el after hubiese deseado que fuera eterno.

— ¡Orpheo! —chilló una voz masculina perteneciente a aquel chico que me hizo a un lado de un empujón para poder lanzarse a los brazos del francés— ¡No creí que fueras a venir! ¡Tuve que sobornar a Eurídice!

Miré con un ligero desagrado que no pude ocultar a misthy, el ex de orpheo, quien se le pegó como un moco mientras el chico se veía un poco incómodo. Tenía ganas de sacárselo de encima, sobre todo cuando contra su pecho giró su rostro hacia mí y sus ojos me lanzaron un guiño incitador, pero cuando mi nariz ya se había arrugado y buscaba el mejor agarre de donde apartarlo, Eurídice hizo nuevamente su aparición.

— ¡Io, no te quedes aquí, entra! —exclama, enrollando su brazo con el mío y haciéndome adentrarme al terrorífico ambiente lleno de ruido, luces de neón y niños ricos bebiendo Jack y fumando con vaper— Tenemos comida, alcohol del bueno y chicas lindas, ¿quieres que te presente alguna? —lo último me lo susurra con malicia.

Dejé de seguir con la mirada a mi acompañante para poder poner mi atención en su hermana. No podía comprender a Eurídice ni a su lógica sobre el amor, una tan incompatible con la mía.

— No, gracias, he estado considerando el volverme sacerdote —respondí, intentando adaptarme al ruido.

— No bromees, tú y yo tenemos una boda pendiente —suelta, empujándome con su hombro e ignorando mi gesto de desacuerdo.

El ver a Argol casi ejecutándome con su mirada desde lejos solo me hizo pensar dos cosas: la primera, que tenía un grave problema inseguridad; la segunda, ¿le limpié el arenero a Sir Bigotes?

— ¿Dónde está tu hermano? —pregunté, ignorando colosalmente sus anteriores palabras.

Me giré a buscar a mi indiferente compañero pero no pude dar con él por ningún lado de aquel departamento al borde del colapso, había desaparecido en cuestión de segundos. Inmediatamente me preocupé, no quería quedarme con Eurídice y su infantil novio, ella no parecía tener consciencia del espacio personal y él carecía de autocontrol, repitiéndome por lo bajo en cualquier oportunidad que practicaba boxeo.

— Seguro debe estar arriba con misthy, deben estar jugando.

— ¿A qué? —espeté de golpe, sobresaltado un poco a Eurídice, quien se llevó una mano al pecho. 

— Jugando a la botella o qué se yo, es una fiesta. 

Me tranquilicé un poco y recordé que, en efecto, estaba en una fiesta.

— Lo dudo, no le gustan los juegos de fiesta —solté sin pensarlo, fue la mirada de curiosa de la chica la que me hizo darme cuenta de que hablada de él como si lo conociera demasiado—, b-bueno, parece ese tipo de persona.

Eurídice soltó una risa, tirando de mí hacia unas escaleras que parecían dar a un segundo piso. ¿Qué tan grande es ese lugar?

— Cómo se nota que aún no conoces a mi hermano —se burla sin intención de soltarme, ignorando por completo tanto mi incomodidad como a su pareja que nos seguía poseído por mil demonios—. No exagero al decir que desaparecía semanas enteras por estar de fiesta.

No le hubiera dado mucha importancia a su comentario, después de todo, el pasado Halloween orpheo me había dejado muy en claro su rechazo hacia las fiestas, pero recordé que ese día también me hizo saber su negativa hacia los juegos que en ellas se hacían, algo que no parecía molestarle ahora mientras formaba parte del círculo de personas que jugaban entre risas.

— Iré por algo de licor, ya vuelvo —avisó Eurídice, soltándome al fin.

Mis ojos se entrecerraron hacia el francés.

— Te veo molesto —soltó la voz burlona de Argol a mi lado—, algo muy raro teniendo en cuenta que de seguro es la primera vez que ves un lugar tan lujoso en tu vida.

Y ahí está de nuevo. 

El tipo me desagrada pero no miento al decir que simpatice con él al notar que solo habló en voz alta cuando Eurídice no estaba. Pude haberme tomado mi tiempo para darle un par de concejos pero en este momento mi prioridad es intentar perforar el cuello europeo del que se abraza Loraine de manera muy confiada, como si tuviera el derecho de hacerlo.

— ¿En tu barrio asaltan y esas cosas? —sigue preguntando, pero yo ya no tenía humor para él.

Le volteé a ver sin ni una sola pizca de gracia.

— También matan.

En su momento, la expresión de rechazo en el rostro de Argol me pareció de lo más divertida, pude haberme quedado un buen rato para apreciarla y ojalá lo hubiera hecho porque en este preciso instante no estaba tan seguro de haber tomado una buena decisión. 

La manecilla del reloj ya caía en picada delatando la madrugada, el licor barato había diluido cualquier rastro de champagne y todos los que estábamos sentados en el círculo nos veíamos fijamente para poder atrapar a la primera persona que se llevara la bebida a la boca. Por un momento pareció que nadie iba hacerlo pero al final fue un desconocido el valiente que logró desatar una oleada de risas y palmadas con su acto.

—  ¡¿Cómo es posible que aguantaras una semana sin bañarte?! —preguntó con admiración una chica.

— Y yo que creí que sería Io quien bebería —soltó Argol al lado de Eurídice, quien le dio un ligero codazo.

— Déjale en paz ya.

Por mi parte, solo rodé los ojos. Llevaba ya toda la noche metiéndose conmigo, algo a lo que yo había dejado de darle importancia pero no el extranjero frente a mí. Orpheo, aunque se había cuidado de siquiera posar sus ojos en mí desde que tomé asiento, no se limitaba al momento de mirar con amenaza a su cuñado cada que mi nombre se ponía en su boca; quizá le miraba con el mismo sentimiento con que yo miraba a la chica que apoyaba de forma dulce su cabeza en el hombro del mayor de los Gauthier.

— Es tu turno —avisé bruscamente a misthy al ver que le susurraba algo al oído al francés.

El me miró con desagrado al verse interrumpido pero su expresión se acomodó de inmediato al carraspear y levantar su vaso, luciendo una sonrisa tímida mientras mira brevemente al chico a su lado.

— Yo nunca he considerado sexy a nadie en este círculo.

Entre las risas incriminadoras y los empujones de parte de los demás, miré la superficie del contenido de mi vaso analíticamente hasta que al final bebí de él. No podía negarlo, decidí jugar con sinceridad. 

Sin embargo, el vodka aún quemaba en mi garganta para cuando subí los ojos al frente y me topé por fin con ese iris verde por encima del borde de su propio vaso, haciendo que algo dentro de mí se contraiga de forma mística. El mensaje que nuestra casualidad escondía era que era inevitable el no encontrarnos entre cientos de miradas por demasiado tiempo. Él lo sabía y yo también, las cosas ya no eran tan simples entre nosotros.

Estaba en medio de una conexión interesante cuando fui interrumpido por la sensación de una mano deslizándose por mi hombro, giré y di con los ojos llenos de travesura de Eurídice, cuya presencia había olvidado por completo a pesar de estar sentada a mi lado.

— Voy a creer que eso fue en mi honor —pronunció por lo bajo, chocando su vaso con el mío.

Parpadeé un par de veces y luego sonreí mientras revierte la inclinación de su cuerpo para volver a su sitio; sin embargo, cuando yo quise volver a la persona frente a mí, le encontré con el rostro girado hacia su ex novio quien de forma descarada tenía una mano sobre su rodilla. 

Cómo oído este maldito juego. 

Llevaban toda la noche de la misma forma y mi humor solo empeoraba cada vez más. Ian estaba molesto, eso estaba claro, pero dejarse tocar tan naturalmente era llegar a límites muy reprobables, ¡es jugar sucio! 

El tipo al que miraba con los ojos casi en rendijas reconoce que es su turno y me pareció ver que su vista cayó en la mano delicada que por alguna razón seguía en mi hombro antes de extender una sonrisa y mirar a su hermana. 

— Yo nunca me he besado con al menos dos personas de los presentes. 

Cuando la última letra salió de entre sus gráciles labios recordé las muchas veces que me había deleitado en ellos y el cuerpo se me puso rígido. Eurídice bebió, coqueta, al igual que muchos más pero yo no estaba dispuesto a hacerlo, ¡era obvio que no conocía a nadie más que a su hermano en este lugar! 

Estaba en plena apreciación del techo para cuando una voz me hizo dar un respingo. 

— Salud, Io —suelta la voz de orpheo desde el frente antes de beber sin prejuicios el shot de vodka. 

Miré su manzana de Adán bajando con el trago mientras imaginaba que la golpeaba con odio repetidas veces. Ahora mismo me había vuelto el centro de atención y al haberme delatado todos empezaron a gritar. 

— ¡Bebe! ¡Bebe! ¡Bebe! 

Le miré con ira e hice lo que tenía que hacer sintiendo mi rostro arder, tal vez por el alcohol o por la vergüenza que me daba el haber sido expuesto ante tanta gente, él se limitó a lanzarme un guiño. 

Vi el ceño fruncido de Eurídice de reojo y cuando noté que sus labios se abrieron me adelanté a su pregunta sin apartar la mirada de ese traidor. 

— Fue la vez del auto —mentí entre dientes—, a tu hermano le gusta jugar bromas que no puede tolerar. 

La rubia soltó una carcajada al recordar aquel suceso pero yo no tenía su humor. Llené nuevamente mi vaso y con la mirada más ponzoñoza atacando su atractivo rostro victorioso le declaré la guerra. 

— Yo nunca le he ofrecido mis cuentas en páginas porno a mi cuñado —solté por encima de las demás voces, con veneno, dándome igual que aún no fuera mi turno 

Una sonrisa jugueteó en los labios de francés antes de beber. Mi plan era avergonzarlo, dañar su imagen, pero tanto las personas en el círculo como la pegatina que tenía a un lado solo parecieron emocionadas al preguntar sobre la anécdota. 

Mi pulso decayó al recordarla 

— Es una historia muy graciosa, ¿no, io? —inquiere, con una falsa actitud pensativa— Recuerdo que estábamos viendo una película y...

Inevitablemente tosí como paciente terminal para evitar que siguiera hablando, algo que prendió sus ojos con triunfo.

Me equivoqué hace un rato, esta es la definición perfecta de darte un tiro en el pie. 

El peliceleste vió claramente la manera en que mi mano temblaba de la rabia y saboreó mi derrota con superioridad. Cuando ví su intención de continuar hablando casi me lancé a su yugular pero oí algo diferente. 

— Creo que seguiré yo —avisó de manera despreocupada, rellenado tranquilamente su vaso—. Yo nunca le he sido infiel a mi pareja. 

Ahora sí que la sangre abandonó mi rostro.

Ese fue un golpe muy bajo, vil sanguijuela del río Sena. 

Mis dientes se apretaron pero él no parecía dispuesto ni siquiera parpadear. Su mirada me decía que lo esperaba, ni siquiera nos percatamos de los demás, este enfrentamiento era solo entre ambos y tuve que ceder. Di un trago rápido y cuando los ojos de Eurídice se abrían con sorpresa hacia mí, golpeé el vaso contra el suelo. 

— Pues yo nunca, nunca he desaparecido durante un mes e ignorado a alguien a propósito como un niño —solté, conteniendo la ira en mi voz pero enfatizando cada palabra con resentimiento 

Esto ya no era un juego, tanto él como la jodida mano de misthy bajando un poco por su pierna me tenían con la presión alta y las intenciones asesinas por los cielos. No comprendía su enojo, hizo planes para irse del país, ¿qué espera que haga? ¿que le detenga?

Como era de esperarse, bebió y con ese trago se fueron todas sus sonrisas y esa actitud relajada y tranquila que tenía. Los demás empezaban a notar que algo no andaba bien pero no nos importo en lo más mínimo. 

— Yo nunca he hablado de ser un niño cuando mi única arma en una discusión es hacer una pataleta e intentar morder a la personas. 

Bebí con rabia y devolví el golpe. 

— ¡Pues yo nunca he tonteado con alguien para después lanzarme a los brazos de mi ex novio! 

Bebió con seriedad, incluso cuando Argol trató de decir algo le soltó con desprecio una palabra en francés que le hizo callar de golpe. 

— Al menos yo nunca he sido alguien inseguro que no sabe lo que quiere y pretende que le esperen fielmente hasta que pueda decidirse —contratacó.

Ahí si que mi paciencia tocó sus límites y me olvidé de mi vaso por completo para poder señalarle.

— ¡Pero yo nunca me he victimizado mientras aún mantengo mensajes amorosos con mi novio mientras le pongo los cuernos con alguien más! 

Se oyó un "Ooh" que delató la sorpresa de todos, pero yo aún no había tenido suficiente así que miré a misthy cuya mano había bajado aún más.

— ¡Saca esa mano de ahí! ¡¿A caso tus padres no te llevaban a la iglesia?! 

Cuando por puro reflejo el chico dejó de tocarle me di cuenta de que todos nos veían alternativamente; a mí, que seguramente tenía el rostro rojo de la ira y a orpheo, cuyo semblante severo cambió radicalmente a pura confusión. 

— ¿De qué hablas? —dijo, pero antes que pudiera responderle fui interrumpido. 

— ¡Yo nunca he matado a nadie! —interrumpió orgulloso Argol con un tono de voz lleno de burla.

Su intervención me hizo querer lanzarle el vaso a la cabeza, no pudo aguantar ni cinco minutos sin meterse conmigo y descubrí que no era el único mirándole de mala forma ya que todos en el círculo quedaron desprovistos de cualquier sonrisa, incluso Eurídice, quien rápidamente mostró una expresión complicada mientras le quitaba la botella de alcohol a su novio. 

— Argol ha bebido demasiado, me disculpo —soltó con una pequeña risilla—, mejor sigamos con el juego, ¿ahora sigo yo? 

Le di una última mirada a orpheo pero al verlo observando de manera fría al novio de su hermana me di por vencido y me llevé una mano al puente de la nariz, presintiendo la jaqueca. 

Había bebido demasiado y el resultado fue un completo show. Ahora mismo habían muchas cosas en mi mente y no sabía cómo afrontarlas; él tenía razón, ni siquiera podía decir con certeza qué es lo que quería y lo único cierto es que odio tener tan poco tiempo para buscar una respuesta, se va en una semana y ni siquiera sé si volverá. ¿Con Eurídice fue mucho más sencillo? Ya no puedo recordarlo claramente.

Mi garganta repentinamente se sintió seca y tuve que dar un trago a mi bebida en un intento por desenredar mis pensamientos. Sin embargo, cuando subí mis ojos al dueño de mi desorden, este me miraba ahora de una forma tan recriminatoria que incluso apartó la mano de misthy que le invitaba a beber de su propio vaso para no dejar de intimidarme ni un segundo. Miré hacia los lados buscando qué pudo molestarlo y el empujón cómplice de Eurídice no se hizo esperar. 

— Así que quieres volver con tu ex, eh, guapo. 

Ahí supe que me había enviado al infierno solo.

— N-No, yo solo...

Quise corregirme y explicar que no había oído lo que habían dicho pero por algún motivo mis ojos se movieron de ella a su actual novio y cuando ví la vena de su frente marcarse me puse de pie de manera casi involuntaria gracias a mi instinto de supervivencia. 

— Y-yo solo voy por más alcohol —concluí con rapidez. 

Y así io huyó por su vida.

— ¿Sabes dónde está la cocina? —pregunté a uno de los asistentes.

De mala gana me señaló hacia un lugar en particular y me apresuré a entrar por una puerta tras la que me encontré con la cocina enterrada bajo botellas de alcohol y vasos desechables. Apoyé mis manos en uno de los muebles y por fin pude respirar con paz por un momento. 

— Por Dios —murmuré con los ojos cerrados—, debo organizarme, esto se me está saliendo de las manos. 

La puerta a mis espaldas se abrió y me incorporé para mirar a la persona que había entrado pero me encontré a mí mismo un poco decepcionado al ver pasar a Eurídice con un poco de timidez. 

— Te veías pálido, vine a buscarte —informó, cerrando detrás de sí. 

Me obligué a darle una sonrisa mientras negaba. 

— Está todo bien, solo me aburrí del vodka. 

Aparenté interesarme por las botellas sobre la mesa a la vez que el cuerpo de la rubia se adentraba hasta apoyarse en el mueble frente a mí. 

— ¿Tú e orpheo están bien? —inquiere de repente, tomándome por sorpresa— Parecía que estaban discutiendo. 

Solté una risa nerviosa y negué nuevamente. 

— Tu hermano es una persona difícil de tratar, siempre lo has sabido —comenté. 

Eurídice soltó una expresión que dió a entender que lo sabía muy bien. 

— La verdad es que me sorprende mucho que ustedes dos convivan, orpheo es muy selectivo con sus amistades y tú eres bastante opuesto a sus preferencias. 

Cuando oí eso no pude evitar fruncir un poco el ceño y mirarla, dejando de lado mi admiración por una botella de whisky que planeaba robarme.

— Si ya lo sabías, ¿entonces por qué insistias en que nos lleváramos bien al inicio? —cuestioné. 

La chica al frente pareció un poco confundida al inicio pero rápidamente retomó su tranquilidad y me golpeó suavemente con su zapato. 

— Porque quería hacer las cosas diferentes contigo, nunca se llevó bien con ninguno de mis novios y quería que fueras el primero —declara, con sus comisuras un poco alzadas—; pero ahora sé que es imposible, su carácter es como el de mi madre: si las personas no son relevantes en sus planes, las desechan. 

Miré fijamente a los negros ojos de esa chica durante todo su discurso pero cuando culminó, no pude entender a quién se refería con la última parte, si a ella o su hermano.

Eurídice había estado buscando una excusa para terminarme, lo comprendí tiempo despues de que lo hiciera y, curiosamente, había sido justo después de que misthy viniera al país junto a Argol, su primo. El porqué le prefirió sobre mí era indiscutible, ese tipo es el hijo de una buena familia y está estrechamente relacionado con los negocios de su padre. Solo hacia falta unir esos cabos para saber que ahora que ella podría llegar a heredar la empresa familiar significaba una gran ventaja tenerle de pareja, el mismo orpheo intentó aplicar la estrategia en su momento al salir con misthy. 

¿Hasta qué punto llegarían solo por heredar estos hermanos? No quería averiguarlo y agradecí por primera vez mi pobreza, incluso solté un suspiro al pensar en lo terrorífico que era vivir en el mundo de los negocios.

— También quería disculparme por lo de Argol —soltó de repente Eurídice, sacándome de mis pensamientos—, ha estado metiéndose contigo todo el día. 

Chasqueé la lengua, restándole importancia. 

— Solo está celoso, no diré que es normal pero tampoco que no es de esperarse.

— Tú nunca fuiste así —menciona, acomodando su cabello mientras parece enfrascada en algún recuerdo—, nunca me hiciste una escena de celos o te negaste a que saliera con mis amigos. 

Repasé en cámara rápida nuestros tres años de relación y al final no pude evitar sentirme melancólico. 

— No, la verdad es que yo también me moría de celos —admití sin intención de seguirlo ocultando, con la paz de saber que ya no podía afectarme—, de tus amigos, de tus mensajes con tus exs; me sentía muy asustado cada vez que partías a Francia y no respondías mis llamadas cuando ibas a fiestas. La verdad es que siempre tuve miedo de que me cambiaras por alguien más. 

Eurídice sacudió un poco su rostro debido a la consternación. 

— ¿Por qué nunca me lo dijiste? 

Me encogí de hombros. 

— No quería molestarte. 

La rubia se llevó una mano a la frente junto a un suspiro, murmuró algo por lo bajo y luego me miró. 

— io, si no demuestras lo que sientes, ¿cómo esperas que lo sepa alguien más? 

Estaba a punto de responder a ello pero detuve mis palabras al analizar un poco más las suyas. Tenía un poco de razón. Tal vez la comunicación fue una de las carencias en nuestra relación y por eso acabamos de esta forma, pero ahora mismo estaba repitiendo los mismos patrones. 

Estoy celoso y estoy molesto porque se va del país. En el salón durante ese improvisado brindis mis ojos buscaron un indicio de burla en los suyos, aunque fuera pequeño, pero no encontré nada a favor de mi corazón que pareció haberse exprimido en la copa. Le esperé durante un mes y hoy se va en una semana, ¿es eso justo? Traté de ser comprensivo y ahora estamos en este punto, ¿quiere que sea sincero? Pues va a tener que escucharme. 

— Eurídice —dije, tomándola de los hombros—, acabas de decir algo muy cierto e intentaré recordarlo. Gracias. 

Me di la vuelta, dispuesto a irme pero el llamado de mi nombre me hizo detenerme solo para verla luciendo una radiante sonrisa. 

— ¡Ves! Era eso lo que necesitábamos, io —pronuncia con la mirada conmovida—, era lo que nos hacía falta. 

La observé en silencio, lo pensé, y no estuve de acuerdo. 

— No, la verdad fallaron muchas otras cosas pero me gustó hablar contigo —concluí, alzando ambos pulgares— Debo irme. 

Volví a intentar llegar a la puerta pero esta vez tomó de mi mano para detenerme. 

— io, no me estás entendiendo —explica, aferrada a mí—. Creo que ya estoy lista, no necesito más tiempo para saber que quiero una vida a tu lado, estoy dispuesta a olvidar cualquier cosa y no pediré ninguna explicación.

Solté un sonido complicado mientras logré escabullirme de su agarre y luego estiré mis comisuras para ella. 

— Eurídice, yo ya no estoy tan seguro a decir verdad —me sinceré, manteniéndome firme a pesar de ver su rostro desencajarse poco a poco por la impresión—. No me malinterpretes, te aprecio mucho pero debemos admitir que como pareja somos un desastre. 

Negó, como si no se lo creyera. 

— Ya no quieres pelear por nosotros...

Miré al techo en un intento por mantener la calma y solo luego de unos segundos pude volver a verle a la cara, admitiendo que este era el momento justo para cerrar el capítulo de una vez. 

— No tienes idea de todo lo que di por nosotros, pero ya no puedo darte nada más de eso que quieres y de lo que tanto carezco, soy solo una fracción del hombre de tus sueños y me estaba dividiendo a mí mismo para poder entrar por completo en ese molde que tanto te gustaba. No nos merecemos esto.

Eurídice empezó a sacudir la cabeza como si se negara a escuchar lo que le estaba diciendo. 

— io, cada quien elije sus propias batallas y yo elijo pelear por nuestra relación; me niego a creer que ya no me ames. 

"Que ya no me ames", degusté esas palabras y no pude evitar sentirme un poco agraviado ante ellas. Estaba dando un paso a ciegas pero tenía la certeza de jamás haber dado uno con tanta seguridad. 

— Lo siento mucho, Eurídice —pronuncié al final—, pero pasé cada día peleando por lo nuestro, creyendo que sería suficiente, asumiendo cada batalla sin darme cuenta que en realidad estábamos sometidos a una guerra —la miré como nunca antes la había visto, con los retazos de nuestro cariño consumiéndose con cada respiro que antes llevaba su nombre—. Fue una guerra en la que el amor solo sirvió para saber cuándo dejar de pelearla. Amémonos lo suficiente como para liberarnos del campo de batalla y volvamos a donde pertenecemos, cada uno por su lado. 

Sus ojos se llenaron de cristalinas lágrimas que eventualmente bajaron sobre el rubor de sus mejillas, pero esta vez, diferente a otras, mis manos no las detuvieron de llegar a su barbilla y solo las ví caer, empapando con ellas la nostalgia de la primera vez que la miré hace tres años y pensé que era el amor de mi vida. 

— Io... —llamó en un hilo de voz. 

Mis labios se apretaron pero con un profundo respiro asimilé mi futuro sin ella. 

— Ya he perdido suficiente. No voy a volver a hacerme daño por ti, Eurídice. Estaremos mejor separados. 

Giré con mi mano la perilla a mis espaldas con la intención de salir pero, justo cuando planeaba voltear, se estamparon en mis mejillas dos fuertes manos y ni siquiera tuve tiempo suficiente para procesar lo que ocurría para cuando ya tenía su boca sobre la mía en un beso inesperado.

Mis ojos se abrieron con exageración e intenté reaccionar pero la brusquedad de su empuje había sido tal que me eché para atrás, abriendo la puerta y chocando con la persona que estaba esperando tras de ella. El cielo se me vino encima al ver ese rostro.

Alejé a Eurídice como si fuera una brasa al descubrir que su novio ahora me veía con los ojos inyectados en sangre y me invitaba a clamar mis plegarias.

Puse las manos al frente. 

— ¡D-Deja que te explique! 

Las palabras solo alcanzaron a salir disparadas de mi boca para cuando su puño golpeó de lleno en el centro de mi rostro, dejándome oír un tétrico crujido antes de sentir mi respiración borboteando junto al caliente líquido que obstruían mis fosas nasales. 

— ¡ARGOL! —chilló Eurídice, pero su voz me resultó distante contra el silbido en mis oídos. 

Me llevé las manos a la nariz y no tarde sentir escurrir entre mis dedos la sangre hasta caer al suelo.  

Mierda, sí es boxeador. 

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