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20

Una de las cosa que más odiaba cuando era niño eran las constantes reuniones de trabajo a las que mi padre me hacía ir. Si mi memoria no me falla, los lugares en que generalmente se desarrollaban eran muy ostentosos y, según mis progenitores, eso ameritaba el conjunto de ropa más estorboso que pudiera imaginar. 

Los años pasan, ahora soy un adulto, pero uno que odia la idea de tener que cambiar su pijama para salir de casa, ¿qué sucede cuándo debo vestir de etiqueta? Ah, sí: pierdo el control.

Solté una maldición en cualquier idioma que haya sonado similar a mi chillido de bestia y tiré con odio de la manga del pantalón por la que había pretendido meter mi pie con el zapato ya puesto. Me había medido aquellos mocasines en primer lugar, así que no ví el por qué debía quitarmelos de nuevo antes de ponerme las otras prendas, cosa que me apareció buena idea antes de atorarme

— ¡Sal...! —gruñí.

Tiro de la tela con una fuerza descomunal hasta que salió de manera abrupta, haciéndome resbalar en el baño y golpear mi cabeza contra la puerta. 

Otra marea de maldiciones brotó como agua de mi vulgar boca.

— Io —llamó una voz golpeando con sus nudillos desde el otro lado de la puerta—, ¿necesitas ayuda?

Miré con molestia hacia la silueta de orpheo que me imaginé y chasqueé la lengua mientras me quitaba el zapato y volvía a intentar ponerme el pantalón. No quería hablar con él, la humillación de que me subiera cargado a su jet frente a todo su personal no era algo que olvidaría tan fácil. 

Me puse en pie a regañadientes y me acomodé la prenda de color negro notando de inmediato que estaba un poco pegada a mi cuerpo, demasiado para mi gusto. 

— ¡Orpheo! —llamé con mal humor, poniéndome de costado para comprobar mis sospechas— ¡Orpheo! ¿por qué demonios este pantalon está tan ajustado? —espeto, viéndome de espaldas.

— Oh, yo lo elegí de esa forma —le escucho decir.

Mi ceño ya fruncido se marcó aún más. 

— ¡¿No había otra talla, ser semi desarrollado?! 

Una risa juguetona se deja oír del otro lado.

— Ese es el estilo que debes llevar.

Mis movimientos se relentizaron ante la duda. 

— ¿Según quién? —pregunté, empezando a evaluar con detenimiento mi camisa color beige de botones en contraste con el negro del pantalón. 

— Segun la parte de mí que ansía apreciar la octava maravilla del mundo que sostienes sobre tus hermosas piernas, por supuesto. 

Cuando las palabras se agotaron, lo que tenía frente al espejo no era mi usual reflejo, era una animal sediento de sangre de francés imbécil. Y acababa de sellar su destino al molestar mi extresada y sin comer existencia.

Abrí la puerta con la ira desparramándose de mis ojos asesinos y le señalé con un dedo tembloroso que estaba dispuesto a perforárle la tráquea en menos de un segundo.

— ¡TÚ, VIL RENACUAJO DE-! 

— ¿Tienes hambre? —inquiere, y su sonrisa incrementa ante mi abrupto silencio. De pronto parece recordar algo—. Oh, lo siento, ¿Renacuajo de...?

Deja su copa de lado y me concentro en el apetitoso platillo cuyo corte de carne parecía brillar entre mantequilla aromatizada. Mi lengua relamió un poco mis temblorosos labios antes de mostrarle una sonrisa agradable y caminar con cierta timidez hacia el asiento frente a la comida. 

— De mi corazón —completé—. ¿Me pediste aderezo ranch? 

Asiente y lo empuja hacia mi lado, mostrándose completamente a gusto con mi respuesta. 

No pude hacer nada más que encogerme de hombros.

— Espero que disfrutes la vista de mi trasero tanto como la van a disfrutar todos los demás gracias a tu pantalón —solté con inocencia, dando mi primer mordida.

Mi premio fue ver cómo sus ojos destellaron como si hubiesen sido atravesados por un rayo luego de mi comentario.

*** 

— Por milésima vez, orpheo —empecé, acomodándome las gafas en la recepción del hotel—, no usaré un abrigo que opaque mi magnificencia. 

Las manos de orpheo que pretendían ponerme el abrigo cayeron y su chofer se apresuró a tomarlo con una sonrisa complicada. La temporada de los complejos había pasado, luego de una buena comida solo había ego en mi sistema producto de la idea de que no conocía a nadie en este lugar y que, por el simple hecho de vestir como rico, podía fingir serlo. 

— Disculpe señor, ¿tiene invitación? —interrumpe la recepcionista que incluso había salido de su puesto de trabajo.

Bueno, casi fingir serlo. 

La miré de arriba a abajo y dezlicé las gafas por el puente de mi nariz previo a colgarlas en mi camisa.

— ¿Disculpa? 

Antes de que aquella señorita volviera a exigirme invitación, orpheo se adelantó y me tomó del brazo, saludando con una sonrisa amable. 

— Viene conmigo. Lamento las molestias. 

Mientras ella respondía a su saludo y se excusaba por sus exigencias al seguramente reconocerle, yo ya había salido del agarre del francés y caminaba hacia el elevador, el cual, para mi deleite, poseía puertas de espejo en las cuales ví mi majestuoso reflejo lucir como el hijo de un magnate millonario. O tal vez como el amante de uno. 

Orpheo se apresuró a alcanzarme y logró entrar conmigo antes de que las puertas se cerraran, lanzándome una mirada significativa. Marca el piso número nueve y lentamente empezamos a ascender. 

— Pareces muy preparado mentalmente —suelta, al verme apoyar con las manos en mis bolsillos. 

Suspiro y sacudo mi cabello con elegancia. 

— Qué puedo decir, decidiste contratar a un profesional —respondo—. Aunque seguramente solo pensaste en mí porque soy guapo, tengo cabello sedoso, un par de ojos exóticos, un...

Empecé a enumerar una a una mis virtudes, olvidando que estaba en un lugar cerrado junto a una víbora traicionera que muerde en la más mínima oportunidad. Muy mal por mi descuido.

Estaba tan absorto en mi lista que no me percaté que sigilosamente la serpiente francesa había empezado a avanzar, cosa que no noté sino hasta que le tuve enfrente y que no pude esquivar el ataque debido a su brazo que se extendió a un lado de mi rostro, contra la pared del ascensor, para impedir mi escape.

Le miré fijamente y noté en sus ojos una emoción que me dió un muy mal presentimiento. 

—...t-tambien soy torpe, engordo con facilidad, no me sé las tablas...

Mi plan de exponer mis virtudes había cambiado, ahora tenía que hacerle desistir de hacer lo que parecía querer hacer.

Ian sonrió y acercó su rostro aún más al mío mientras su mano se colocaba sobre mi espalda baja, provocándome escalofríos.

— Tienes razón —murmura, pegando su nariz a la mía con delicadeza—, contraté a un profesional en el arte de ponerme caliente, y te has desempeñado de manera significativa.

Dicho esto, su rostro se ladea sutilmente y avanza junto a la mano en mi espalda que se desliza poco a poco hacia mi trasero. No pude hacer más que cerrar mis ojos y aceptar la mordida hasta que un timbre anunció que la puerta del elevador se estaba abriendo, logrando que de un respingo y le empuje hacia un lado.

El plan se renueva automáticamente mientras no sea cancelado
Ignoré el gruñido de frustración del hombre a mis espaldas y retomé mi compostura mientras las puertas se abrían por completo. Sin embargo, mi anterior optimismo cayó al suelo cuando el encargado de la entrada nos invitó a pasar. 

La elegancia en el lugar era proporcional a la iluminación del mismo que caía sobre aquellas personas que charlaban con la melodía suave de un instrumental de fondo. Habían algunas mesas distribuidas a los lados pero nadie se notaba interesado en tomar asiento, la conversación parecía ser el fuerte de todos. Tan absortas en sus pláticas estaban que solo fueron conscientes de nuestra presencia hasta que alguien pareció vislumbrar al chico a mi lado y se le plantó una sonrisa de oreja a oreja. 

— ¡Joven Gauthier! —exclama entre risas el hombre de aspecto bonachón y bigote inspirado en Dalí— ¡Qué gusto que haya aceptado la invitación! 

Para ese momento yo ya había tomado un lugar a la espalda de mi acompañante, preparándome para pasar desapercibido. Quién iba a decir que nuestros pensamientos no iban en sincronía y luego de hacerse a un lado se posicionó un paso detrás de mí, ignorando la mano que aún seguía tendida en su dirección.

— Señor Roth, le presento a Io Connor —suelta, poniendo una mano en mi espalda para pasarme al frente.

El señor y yo nos miramos sin entender, pero este se vio obligado a cambiar la dirección de su mano y extenderla hacia mí. 

— Es un gusto —arrastró las palabras.

Habiendo logrado su cometido, el insatisfecho francés me presentó de la misma forma a todo aquel que se apresurara a querer estrechar su mano; me mantuvo siempre un paso frente a él, sin apartar su mano de mí. 

La mirada de quienes veían lo ocurrido lo decía todo, y no tardaron en florecer las especulaciones sobre mi posición en sociedad debido a tal favoritismo demostrado de parte del hijo de una familia tan importante.

Curiosamente, solo bastaron algunas presentaciones más para que quienes ahora se acercaban me saludaran con cordialidad. Orpheo, con su mano aún en mi espalda, me brinda una caricia tranquilizadora y la anterior tensión de mi cuerpo se relaja un poco, lo suficiente como para no tener un colapso nervioso para cuando el francés al fin decidido entablar una conversación con un grupo de invitados y la atención de una de las participaciones se dirigió a mí. 

— Cuénteme, joven Connor —empieza, sumergiendo su bonita nariz agüileña en la copa de vino tinto aquella delgada y alta dama antes mirarme—, ¿a qué se dedica?, ¿estudia?

En ese justo momento, el hombre que charlaba con orpheo desvió su mirada hacia mi persona, al igual que los dos caballeros que formaban parte de la conversación. Un sin fin de opciones se me ocurrieron pero cada una tenía un nivel alto de probabilidades de mandarlo todo al diablo.

Carraspeé un par de veces antes de iniciar una tos, dándole a orpheo la oportunidad de responder por mí y que no parecía entender. 

— ¿Deseas un trago? —preguntó con inocencia, llamado al camarero. 

Me ofrece una copa de champagne y aproveché el gesto para mirarle de manera significativa, indicándole con movimientos de mi ceja que si paraba de fingir mi tos y él no había hablado, le iba a sacar los ojos con un pincho. 

El pelinegro sonrió al comprender, así que bebí con tranquilidad.

— Io estudia literatura. 

No fue una sorpresa para mí que mi boca escupiera la bebida de manera involuntaria. 

La mujer al frente solo cerró los ojos al ser rociada por una mezcla de saliva y champagne, y permaneció así mientras los hombres a su lado se apresuraron a atenderla. 

Estaba consternado, afirmando que mi peor enemigo era yo mismo hasta que, demostrando una compostura colosal, alejó a sus asistentes tan pronto como se le pegaron.

— Jamás supe de nadie que estudiara eso —masculló, intentando sonreír. 

Orpheo saca un pañuelo de su bolsillo y cuando creí que iba a tendérselo, lo usó para limpiar mi propia barbilla, manteniéndose tranquilo.

— No me sorprende que no conozca a ninguno —responde, sin distraerse en su tarea—, son muy pocas las personas que nacen con el don de poder expresarse a través del arte, y menos quienes tienen la valentía de querer dedicarse a ello.

Una risa escapó de los labios del hombre que platicaba antes con él.

— También son muy pocas las personas que deciden optar por carreras más exigentes —pronuncia con un aire de petulancia que me hizo querer escupirle otro trago de mi bebida—, por ejemplo, las relacionadas a la administración, ingeniería o arquitectura, ¿no cree? 

Rodé los ojos internamente. Recuerda tu pago, Io, la primera escupida seguro te valdrá un descuento de cinco dólares, no podemos permitir ese despilfarro. 

Orpheo guarda su pañuelo y deja escapar un imperceptible suspiro de cansancio antes de mirarle. 

— Henry, esta habitación está repleta de administradores, ingenieros y arquitectos, ¿y todavía quieres uno más? —pronuncia, con un toque ligeramente burlón—. En cambio, yo puedo presumir de tener a mi lado al único artista, y eso debe decirte suficiente. 

El rostro de aquel tipo no pudo evitar cubrir su desagrado, pero justo cuando parecía haber pensando en una respuesta, mi compañero había llegado al límite de su tolerancia. 

— Bueno, fue un placer poder saludarla, señora Cullen —se dirigió a la mujer había estado presenciando el intercambio de palabras con una pequeña sonrisa—, iremos a degustar el banquete. 

Podría jurar que mi oreja se crispó al escuchar la última parte. Cualquier otra palabra que pudo salir de su boca al despedirse fue como un viento pasajero. 
Luego de haber intercambiado unas últimas palabras con la señora Cullen, quien empezaba a inquietarme con su mirada, orpheo cumplió su palabra de llevarme al banquete. Ni siquiera me detuve a mirarle, lo ataqué sin compasión y fue hasta que ví a mi acompañante de soslayo que me detuve.

Dejé de lado la idea de mordisquear el hueso de mi alita y retomé la poca civilización que tenía.

— Deja de mirarme así —exigí, limpiando mis dedos con una servilleta—, debiste haberlo pensado antes de traerme. 

Suelta una risa y toma un par de palillos para recoger la alita que había dejado y la alza a la altura de mi boca. 

— No podría pensar en querer a alguien más a mi lado ahora mismo. 

Frunzo mis labios y le doy una mordida a la alita con cierto resentimiento para luego apartar la mirada, fingiendo no haber visto que luego se la llevó a su propia boca. ¿Este tipo no tenía sentido de la vergüenza? 

— Pero esto no funcionará si no somos un buen equipo —respondo, eligiendo más aperitivos—, ¿qué fue eso de allá atrás?, ¿no habían opciones menos controversiales de carreras? 

— Sí, ¿no habían otras? 

La mirada de orpheo se desvió sobre mi hombro para ver a la persona que había hablado, pero yo, a pesar de estar de espaldas, la reconocí en cuestión de segundos. Cuando giré, deseé por primera vez en la noche desaparecer. 

— ¿Qué? —añade Eurídice, llevándose algo a la boca con tranquilidad— Cuando íbamos a fiestas haciamos un plan con antelación para evitar momentos como el de allá atrás. 

Su mira se posa en la mía y me regala una sonrisa en la que no me detuve mucho antes de notar que también estaba siendo estudiado por el chico de cuyo brazo se sostenía, un  rubio alto de rasgos extranjeros. La rubia parece darse cuenta de esto y deja su copa de lado para señalarme con su palma. 

— Argol, él es Io; Io, él es Argol —nos presenta. 

No hacía falta tener un par de ojos sanos para notar la satisfacción y superioridad que se le plantó en la cara a aquel tipo al verme desde arriba, expresión que mantuvo en el recorrido de la mano que se tendió ante mí, adornada de sortijas ostentosas. 

Sentí un nudo en la garganta y justo cuando iba a corresponder al saludo, una mano fue más veloz y abrazó mi muñeca haciéndome bajarla. 

— ¿Qué haces aquí? —preguntó a su hermana el francés que no parecía tener planes de soltarme.

Eurídice alzo una ceja antes de llevarse una mano al pecho. 

— ¿Por qué no estaría aquí? También recibí una invitación. 

La expresión en el rostro del mayor de los hermanos fue inmutable. 

— Me refiero a aquí, ante nosotros.

Cualquier cosa que Eurídice parecía querer decir simplemente no salía de su boca, incluso pude notar como sus orejas empezaban a ponerse rojas, una señal de que estaba molesta.

— Qué gusto saber que su relación sigue siendo igual de buena —se burló Argol. 

Grande fue mi alegría a notar que tanto orpheo como yo le miramos de la misma manera, como un costal con arena de gato que habla. 

La rubia le responde por fin con una frase en francés cargada de un tono reprobatorio y ahí me di cuenta que había sido sacado por la fuerza de la conversación. 

— No debo darte explicaciones de con quién me relaciono —respondió en español el peliceleste—, nunca lo he hecho y no creo que vaya a empezar hoy. 

Y cuando creía que la cosa solo se podía poner más tensa, Eurídice soltó un puchero seguido de una risa y se inclinó para palmear de manera afectuosa el pecho de su hermano. 

— No te pongas así —canturrea—, ¡Me encanta que ustedes dos se lleven bien! Solo pregunté porque sé que Io odia este tipo de eventos. 

— No me la estoy pasando tan mal —respondí orgulloso por primera vez, alcanzado de la mesa mi bocadillo que había dejado olvidado.

Eurídice bufó. 

— Hablaste muy pronto, corazón. Ya te la empezarás a pasar mal luego de conocer a las personas que vienen. 

Dicho eso, los cuatro volteamos hacia un grupo de al menos seis individuos que venían a saludar, pude haberle restado importancia pero el cambio en el rostro de orpheo me hizo saber que no debía. Él me los presentó a todos como venía haciendo, cosa de la que Argol no pudo  presumir, y aunque no pude retener sus nombres en totalidad sí hubo algo que llamó mi atención.

A juzgar por el semblante cortés y agradable de orpheo, en conjunto con la notable intención de caer bien de Eurídice e incluído el hecho de que hubiese identificado dos apellidos: Vancout y Donell supe que la mujer y el hombre de aspecto maduro que encabezaban el grupo eran nada más y nada menos que uno de los fundares de Lycorp. 

Me aplaudí mentalmente al llegar a esa conclusión y decidí que merecía doble postre. 

La larga y tendía charla en inglés que le siguió sobre un nuevo proyecto no hizo nada más que darme la razón y dársela a Eurídice, ya estaba aburrido.

En un momento determinado, viendo que mi presencia no era tan relevante pero tampoco tan insignificante como la de Argol, decidí ir por mi premio. 

— Estaré ahí atrás —avisé bajito a orpheo, alzándome un poco para que solo él pudiera oírme.

Me mira y asiente, dándome un leve apretón de mano. 

— No te vayas muy lejos. 

Estuve de acuerdo y me retiré para prestar total atención a la mesa del banquete, clavando mis ojos en el último pudin de chocolate. Estiré mi mano para tomarlo pero, justo frente a mis ojos, otra mano más rápida se apropió de él. No tuve reparos en mirar con molestia al acompañante de mi ex, Argol. 

Me mira con sopresa y señala el pudin. 

— Oh, lo siento, ¿era tuyo? —asentí mientras ponía una sonrisa rígida— Ten, te lo devuelvo, no quiero que pienses que mi nuevo pasatiempo es apoderarme de lo que te pertenece. 

Le miré por un momento, pensando para mis adentros que me había equivocado, orpi no era el ser más desvergonzado que había conocido. 

— Puedes quedartelo —solté, eligiendo una gelatina—, con la notable inmadurez que percibo de ti, no quiero que vayas corriendo a llorarle a tu mamá.

Mi victoria fue el lograr que no pudiera hacer más que reír entre dientes. 

Suelta un suspiro dramático y se acomoda de forma un poco exagerada sus anillos.

— Tú y yo deberíamos llevarnos bien, Io. Sin rencores. 

Levanté mis cejas y continué con lo que estaba haciendo sin prestarle atención, cosa que no parecía agradarle a alguien con tantas ganas de demostrar superioridad como él. 

— Sé que estás molesto, alguien como Eurídice no se supera con facilidad —inicia, acercándose con la excusa de tomar algún postre más, lo que le dió la oportunidad de bajar la voz—. Pero ambos sabemos que por más que orpheo te vista con esa ropa cara, sigues siendo un simple estudiante con malas notas, un departamento en la ruina y una familia avergonzada de ti. 

Había estado a punto de darle la razón, hasta que la mención de mi familia me quitó cualquier rastro de diversión del sistema. Le miré con seriedad.

Al ver que había logrado descomponer mi rostro se lleva un par de dedos a los labios fingiendo haber dicho algo que no debía. 

— Lo siento, hermano. No se lo tomes en cuenta, en las pláticas de cama se suelen decir muchas cosas. 

Mi comisura se levantó justo cuando me llevé a la boca mi bebida que acabé de un solo sorbo. Le miré fijamente y dejé la copa en la mesa. 

— Lo sé —pronuncié con tranquilidad—. A mí me dijo que tu pene parece haber dejado de crecer a los diez años. 

Cuando el color empezó a teñir de rojo su rostro, tomé mi gelatina y me marché, luego opté por salir del salón por uno de los ventanales que daban a los balcones. 

La brisa fría me despeinó el cabello y hasta que mis manos se aferraron al frío glaciar de la baranda no pude respirar con tranquilidad, como si con cada inhalación limpiara mis confusas emociones y las exhalara para que la noche las borrara.

Luego de un rato levanté la mirada hacia las luces de la cuidad. 

— ¿Qué harías si te pido que nos vayamos ya? —murmuré.

— Usted no se puede marchar de aquí hasta que devuelva todos los cubiertos que se ha robado —sentenció una voz. 

Mi cuerpo se tensó de inmediato y me apresuré a darme la vuelta hasta dar con la persona que hacia su mejor esfuerzo por reprimir la risa. 

— ¡¿Baian?! 

El canadiense soltó una risa estruendosa ante mi estupefacción y se inclinó hacia mí, palmeando mi hombro como si sacudiera una alfombra polvorienta.

— ¡¿Qué haces aquí?! —solté, sacándomelo de encima como si fuera una pulga.

Se limpia una lágrima y niega sin poder dejar de reír. 

— ¡Te dije que los padres de herda y mayura están inaugurando su restaurante! —responde con obviedad, pasando un brazo sobre mis hombros— ¡Es aquí, este es su primer servicio! ¿Qué no ves? La cocina está detrás de esas puertas, las mesas están por allá y... Aguarda, ¿qué haces tú aquí? 

Le miro mal y me saco su brazo de encima, aún sin creer lo desafortunado que era. 

— Fui invitado, por supuesto. 

Su ojos se entrecierran en mi dirección, como si viera a través de mis mentiras. 

— Ajá, ni siquiera te invitan a las fiestas de tus propios vecinos, ¿quién iba a invitarte a esta fiesta de categoría? ¿Sabes quiénes son estas personas?

La indicación me hizo darle un bocado con rabia a mi gelatina de fresa antes de señalarle.

— ¡En mi defensa, tú me vendiste esa bandeja de brownies! —reproché, haciendo que el recuerdo le hiciera doblarse de la risa, algo que evité imitar con todas mis fuerzas— y además, ¿por qué no podría entrar a una fiesta como esta? Lo sorprendente es que te hayan dejado entrar a tí. 

Le lancé una mirada de arriba a abajo y finalicé bufando, fingiendo que mi tembloroso postre era una copa la cual mecí en mi mano. La risa de Baian acabó siendo una retadora, contrastando con su ceja cortada alzándose y sus manos acomodando su traje.

— Para tu información, mi pueblerino amigo —empieza, ganándose desde ya una daga desde mis ojos—, a mí incluso han llegado a ofrecerme sumas de dinero por asistir a estos eventos. 

Mis comisuras dibujan una sonrisa maliciosa.

— Sí, para hacer de payaso.

Cuando vi sus ojos clavarse en mí solo tuve tiempo de resguardar mi gelatina antes de correr hacia el extremo del balcón, pero quién sabía que iba a ser fácilmente interceptado por este salvaje. Baian rodeó mi cuello con su brazo y despeinó mi cabello exigiendo respeto mientras no paraba de burlarme e intentar patear sus tenis favoritos. Internamente estaba agradecido de poder encontrar a alguien tan simple como yo en este lugar. 

— ¡Ya, dime la verdad! —exige, liberándome un poco— Esta es una reunión exclusiva para personas de no sé qué cosa, pero me tomó mucho tiempo convencer a herda de traerme, ¿y tú solo apareces aquí comiendo gelatina? 

Me sacudo el cabello intentando ponerlo en su lugar, pero una imagen curiosa hizo que detuviera mi acción y fijara bien mis ojos en las personas de adentro.

Hace un segundo me pareció ver a orpheo mirando hacia acá, pero ahora estaba tranquilamente conversando como hace un rato, ¿me lo había imaginado? 

La cara de Baian aparece en mi campo de visión y suelto un suspiro fastidiado. 

— Vine con alguien —me limito a responder. 

— ¿Con quién? —inquiere, sonriendo pero demostrando incredulidad— ¿Con los meseros? 

Mis ojos se tornaron rendijas, luego desvíe la mirada, fijándome en la elegante altura de una persona en particular que charlaba tranquilamente demostrando un aire de intelectualidad indescriptible.

— Vine con mi pareja, por supuesto. 

Cuando me oí a mi mismo, me apresuré a apaciguarme al ser consiente de no haber específicado qué tipo de pareja, pero Baian, por supuesto, no sabía esto. 

Sus ojos mostraron sorpresa. 

— ¿Que no te había dejado tu novia? 

Le miré de inmediato. 

— ¿Tú cómo diablos sabes eso?

Se encoje de hombros. 

— Pasaste una semana citando a Schopenhauer y Bukowsky en tus estados de WhatsApp —abrí mi boca para protestar—, y te oí recitando "Volverán las oscuras golondrinas" de Bécquer en el baño. 

— E-Eso no...

—...mientras llorabas —agrega. 

Rodé los ojos, pero rápidamente retomé mi serenidad. 

— Ya te dije que vine con mi pareja, actual—aseguré, manteniendo la mirada al frente. 

— Ah, ¿sí? ¿Y cómo es? —reta, cruzando sus brazos.

— Es una persona atractiva —respondí, pero mi amigo parecía requerir más información a través de sus ojos inquisidores—, es inteligencia, también educada —me detuve un momento—, a veces es educada, pero es divertida y viene de una muy buena familia. 

Estaba tan ocupado eligiendo las palabras correctas mientras miraba al objeto de mi descripción que no me había percatado que el rostro de Baian casi se había pegado al mío, mejilla a mejilla, pero cuando a penas lo noté este se inclinó hacia atrás en una ruidosa carcajada. 

— ¡¿Estabas viendo a Eurídice Gauthier?! —soltó. 

Le miré confundido por un momento hasta que entendí que al estar ambos hermanos juntos, la lógica de este ser humano había tomado el camino fácil. Aunque claro, la discreción que mantuve de mi relación y la identidad de mi pareja hacían que Baian estuviera burlándose ahora mismo sin saber que en realidad era mi ex. 

— No la estaba viendo a ella —aclaré con malhumor. 

— ¿Y a quién veías? —suelta sin mermar su risa de foca moribunda, luego parece tener una revelación— ¡¿A orpheo?!

Su risa se vuelve más ruidosa y avancé hacia la puerta dispuesto a no escucharle más hasta que tiró de mí y volvió a pasar su brazo sobre mi hombro. 

— ¡Ya está, ya está! —se tranquiliza, palmeando mi brazo— Con Eurídice no te juzgo; chica guapa, de buena familia, muy lista, dicen que es un poco gourmet pero está bien; con su hermano, te entiendo; tipo guapo, futuro presidente de una empresa multimillonaria...y ¿ya viste ese perfil? —pregunta de repente, y asiento un tanto orgulloso— Sí, alguien así puede tener a quien desee.

Entonces le paré.

— No a quien desee.

Baian voltea a verme.

— A quien desee —reafirma. 

— No a quien desee —sostengo, luego le miro curioso—. ¿Tú saldrías con él, acaso? 

No le tomó ni un segundo asentir con obviedad.

— Si me lo pidiera, no solo saldría con él, también puede hacerme lo que quiera —afirma de golpe para mi sorpresa, luego empieza a pegarse de manera melosa—. Oh, señor Gauthier, ¿en qué puedo servirle hoy? ¿quiere un café o quiere que le coma...?

No pudo terminar ya que me había lanzado en su ataque para cerrar su estúpida boca. 

— No te me pegues, gusano de alcantarilla —mascullo, forcejeando con él. 

— Págueme un departamento en Malibú, señor Gauthier —suelta, sujetando mis brazos, atrayéndome a él y soltando ruidosos besos mientras intenta alcanzar mi mejilla. 

— ¡Ya quisieras! —gruño entre dientes— ¡Págalo tú! 

Mis dedos estaban a punto de meterse en su nariz para alejarle pero eso ni siquiera fue necesario ya que el sonido brusco de las puertas del ventanal abriéndose nos dejó paralizados a ambos. Sabía que no había visto mal.

La sombra producida por la altura intimidante de orpheo se proyectó sobre nosotros y, aunque era difícil distinguir la expresión de su rostro, el tono de su voz no dejó nada a la imaginación. 

— ¿Se puede saber cuántas veces más pretendes poner tus asquerosas manos sobre él? 

La frialdad en su voz me puso la piel de gallina y Baian no fue la excepción. Como si de repente quemara, se alejó de inmediato de mi cuerpo y procedió a limpiarse las manos en el saco, cosa que aproveché para acomodar mi ropa intentando no actuar como una esposa descubierta con su amante por su marido.

No diría nada a favor de Baian, se lo advertí. 

— S-Señor Gauthier —saluda Baian con nerviosismo—, n-nosotros solo estábamos...

— Largo de aquí —el canadiense me miró sin saber qué hacer— AHORA —exigió con brusquedad al ver que el tonto Baian planeaba volver a tomarme del brazo para llevarme consigo. No tuvo más opción que huir solo. 

Vi su cuerpo desaparecer entre las personas por pura distracción, evitando voltear hacia el cuerpo a mi lado que parecía exudar un aura maligna. Orpheo entró del todo al balcón y al notar que había llamado la atención de algunas personas no se demoró en correr de un tirón las cortinas. 

— Es un amigo de la carrera —informo, sin atreverme a levantar demasiado la voz. 

— ¿Te llevas así con todos los amigos de tu carrera? —cuestiona, metiendo las manos en sus bolsillos.

— Me llevo así con todos mis amigos —corregí, siendo consiente de mi fatídico error hasta que me oí a mí mismo. Miré de soslayo a orpheo y su semblante me confirmó mi mala elección de palabras. Suspiré—. ¿Por qué estás aquí? Deberías estar ahí adentro. 

— Te pedí que no fueras lejos —recordó. 

Hice una mueca.

— Sí, pero no mencionaste que podría aparecer por aquí Eurídice —señalé, intentando desviar la atención de la escena anterior. 

Le escuché bufar y luego avanza hasta llegar al barandal en donde apoya sus brazos, dejando sus ojos perderse en el paisaje. 

— Quizá eso te hubiese hecho venir sin necesidad de que te lo pidiera tanto. 

Sus palabras me hicieron mirarlo de manera repentina, pero tan pronto como lo hice desistí. ¿Podría ser eso cierto? Lo de Eurídice aún estaba fresco, al menos para mí, pero esta era la primera vez en que me cuestionaba de forma tan directa sobre mis sentimientos actuales por ella. 

Orpheo suspiró ante mi silencio y por fin despegué mis pies del lugar donde estaba para caminar hacia su lado, imitando su postura con la única excepción de que tomé mi postre a medias y le di otro bocado. 

Por el rabillo de mi ojo observé cómo el peli celeste me miró. 

— Ojalá lo que te estuvieses metiendo en la boca fuera algo más grande —soltó de la nada.

Y eso fue todo. Al oírle me atacó una ruidosa tos producto de un poco de mi comida en la garganta. Orpheo se incorpora de inmediato y palmea mi espalda sin borrar la sonrisa de sus labios; era una que no demostraba que estaba feliz, pero al menos avisaba que ya no iría tras Baian y le cortaría las manos. 

Cuando por fin pude recuperar el aliento, le lanzo una mirada de incredulidad y sorpresa. 

— ¿Cómo te atreves a usar mis frases sin citar? —regaño, reprimiendo la risa— Voy a demandarte por derechos de autor. 

Sin poder evitarlo más, me uno a su risa y le empujo de manera juguetona con mi hombro, el cual decidió quedarse pegado al suyo en lugar de retirarse, encontrando un poco de calidez a través de nuestra ropa. 

Era increíble como con un par de palabras el ambiente se había aligerado hasta este punto, no dejando más que dos personas lado a lado contemplado lo que tenían a sus pies durante varios minutos.

Las luces, tan diminutas a lo lejos, parecían centellar bajo la inmensidad nocturna como pedacitos de espejos, como estrellas durmiendo en nuestro espacio terrenal, arrastrando recuerdos a mi memoria.

Me sentía tan cómodo que cuando mi boca se abrió, lo hizo de forma casi involuntaria.

— Cuando era pequeño, tenía la costumbre de esperar a mamá hasta que volviera a casa de su trabajo en el hospital —relaté, llenándome de un toque nostálgico—. Volvía cerca del amanecer y yo me quedaba en la terraza de la casa, desde ahí podía ver un manto de luces similar a este sobre toda la extensión ante mis ojos, y solía creer que era porque al amanecer las estrellas bajaban a dormir entre el ramaje de los árboles. 

Recordé hasta la más mínima sensación de aquellos tiempos, tan lejanos pero aún tan vívidos. Entonces aparté la mirada del paisaje y volví a comer de mi gelatina.

— Luego mi padre me dijo que eran las luces de las autopistas, negocios y casas, y nunca más me dejó subir a la terraza. Fin —concluí. 

Aunque había tratado de restarle importancia y acabar con un toque divertido, el chico que había escuchado cada una de mis palabras en silencio no tuvo ninguna palabra burlona para mí, solo un par de ojos que no dejaron de mirarme y una suave mano que buscó la mía y se enredó con ella. 

— Entre creerle a tu padre y creerte a ti, yo te creo a ti —declaró. 

Una sensación tibia me llenó, tan agradable y confortante que ni siquiera pensé demasiado antes de suspirar y apoyar mi cabeza sobre su hombro. Esta vez no tenía objeciones ni excusas, me permití buscarle una solución al nudo en mi pecho desde ese lugar entre su corazón y su cuello. 

— Entonces, ese es el lugar donde duermen las estrellas —solté suavecito.

— Y donde dormiremos —complementó—. Espero que llegue el día en que podamos dormir a diario en la misma estrella.

Sonreí al escucharle y froté mi rostro contra su camisa. El tiempo pasó por quién sabe cuántos minutos, quizá horas, pero me di cuenta de que no tenía ni la más mínima intención de alejarme, ya sea por el alcohol que ingeri o el fragante olor que despendia mi compañero. 

Entre esas divagaciones mentales, el recuerdo de las pocas veces que me había sentido tan confortado me llevó inevitablemente a Eurídice, y tras pensarlo en silencio un rato, decidí romper nuestra actual posición.

Orpheo me miró de inmediato pero no le permití objetar. 

— Hubiese venido —hablé repentinamente, causándole confusión al francés, entonces le miré con seriedad—. Aunque me hubieras confirmado que ella vendría, yo igual hubiese venido porque no estoy aquí por Eurídice, sino por ti.

Tuve que tomarme un segundo antes de continuar.

— No voy a regresar con ella, nuestra relación se terminó. 

Al haber dicho aquello que permanecía atascado en mi pecho, al fin pude tomar una refrescante bocanada de aire. Por su parte, el rostro de orpheo, que bien podía parecer congelado por la sorpresa, luego de un momento dibujó una amplia sonrisa, cosa que me puso alerta. 

— Ma princesse...

— ¡Eso no significa que saldré contigo! —aclaro, negandome a tomar la mano que se acercó a mí— Eso solo significa que ahora soy un alma libre, como Willy la orca —comparo, alzando mi mentón.

Suelta una risa e intenta atraparme nuevamente, pero le evado con agilidad, amenazando con golpear sus atrevidas manos que buscaban apresar mi cintura.

— ¡Para! —advierto— ¡Detente o me iré ahora mismo! 

Las palabras parecen tener un efecto en él y alza su muñeca para comprobar la hora en su reloj.

— Tienes razón, hora de irnos. 

Cuando orpheo se dió la vuelta para entrar nuevamente al salón, todas las personas que parecían haber estado viéndonos desde un estrecho espacio en la cortina voltearon rápidamente su rostro. Cruzo con cierta vergüenza el umbral mientras él me sostiene la puerta y finjo ignorancia al caminar hacia el elevador.

— Apresúrate —mascullo, intentado no hacer contrato visual con nadie.

Sin embargo, cuando estábamos ya a pasos de las puertas e incluso un miembro del personal se había apresurado a llamar el elevador, el sonido de un par de dedos tocando un micrófono me hizo voltear al pequeño escenario en que tocaba la orquesta.

— orpheo Gauthier —llamó una voz femenina, deteniendo los pasos del susodicho— Estaba buscándote, no quería que te fueras sin dedicarte un humilde brindis. 

No pude evitar soltar una risa por nuestra frustrada huida, aún asi me detuve y giré hacia el francés. 

— Van a brindar porque te vas —me burlé. 

Pero al girarme y ver su rostro para nada divertido me hizo saber que algo no iba bien. 

La chica de porte distinguido vestida con un largo vestido de cristales alzó la copa sin apartar la mirada de su objetivo, a quien no parecía hacerle mucha gracia el gesto pero que, ante la mirada de todos en el salón, se vió obligado a sonreír levemente. La tensión era casi palpable. 

Un camarero se apresuró a llevarnos un par de copas con propósitos del momento y usé ese breve espacio de tiempo para rebanarme los sesos intentando descubrir en dónde había visto esa chica antes, hasta que recordé el día de la competencia de países en la universidad de Eurídice. 

— Quiero brindar por tu indudable contribución a este nuevo proyecto junto con el apoyo de tu familia —empieza, recibiendo la aprobación de los presentes.

La mirada entre ambos se volvió todavía más tensa, parecía haber advertencia en ella pero Angela solo sonrió aún más.

— Y también desearte suerte en tu regreso a París la próxima semana —concluyó con un toque victorioso al extender su copa en la dirección de la persona a mi lado.

Y ahí, entre las copas alzadas y la algarabía de las personas, la tranquilidad de mi ser, la calidez de nuestras manos juntas y la sensación de apoyarme en él, todo se virtió en el dorado líquido; solo me quedó incertidumbre y confusión al momento de buscar sus ojos, él solo pudo ofrecerme algo similar al arrepentimiento. 

— ¡Salud! 

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