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Capítulo 3

La tierra no era el mejor lugar para vivir, a Azrael solo le bastaron unas horas para determinarlo.
Estaba sucio, las calles apestaban, el aire era poco respirable y ni hablar xd la gente.

«Padre, sí estás viéndome, ayudame», se dijo internamente, sabiendo que esté jamás le tomaría importancia.
Había llegado a una conclusión rápida. La tierra no era como la describían.

El ángel de la muerte caminaba sin rumbo fijo, iba inmerso en sus pensamientos que terminó chocando con un hombre musculoso frente a él, quién lo empujó en respuesta, haciéndolo caer.

—¡¿Por qué no te fijas por dónde caminas?!

—¿Es necesario escupir cuando gritas? —estaba asqueado—, Ugh, ¿Tú madre no te enseño modales?

Todos los presentes lo miraron sorprendidos, el hombre de complexión fornida tomo al azabache del cuello de la camisa, apretó el puño con fuerza y le dió un golpe. Azrael solo soltó un quejido de dolor antes de regresar la vista a su contrario con una gran sonrisa.

—¿Es todo lo que tienes? —sobó su mejilla, notando después que la sangre dorada que poseía salía de su naríz—, oh carajo, harás que ensucie mi traje.

—¿Qué carajos..? —lo soltó al ver el peculiar color de la sangre que emanaba.

—Ugh, ¡Mira nada más! —señalo su camisa blanca, con pequeñas gotas doradas sobre está.

—¿Qué sucede aquí? —la voz de Alastor los hizo girar—, ¿Robert? —habló, refiriéndose al hombre que había golpeado a Azrael.

—Al —saludo sin apartar la vista del ángel.

—¿Qué me miras?

El hombre gruñó de nuevo, estaba notablemente colérico por la actitud de aquel pelinegro que jamás había visto, o al menos no que lo recordara.

—Caballeros, ¿No les parece de mal gusto pelearse en plena vía transeúnte?
Asustan a las señoritas.

—Robert golpeó al joven sin razón alguna —defendió una joven de piel lechosa y ojos azules cuál cielo.

—Robert, mi estimado amigo, ¿Lo que dice está bella dama es cierto? —su sonrisa le generó una sensación de incomodidad al enjuiciado.

—No habría pasado sí mirara por dónde camina.

—Bueno, querido amigo, he de darte la razón —se giró para mirar al ángel—, tiene los pies demasiado torpes.

—¡Oye!

—Pero, no nos da el derecho de golpearlo como si fuese un simple costal lleno de harina, por mucho que tus deseos sea herirlo hasta desfigurar su rostro.

Azrael se cruzó de brazos, con aires de grandeza, y no porque Alastor lo defendiera o porque todos se maravillaban del color de su sangre, más bien, porque tenía el control de las muertes a su merced, y aunque era ilegal reclamar almas antes de tiempo, el día de hoy tomaría su acto de rebeldía permitido una vez cada mil años.

—No es necesario que me defiendas —el ángel miró al tal Robert con burla—, se cuidarme la espalda de tipos más grandes y fuertes que esté ser humano tan deplorable.

—¿Cómo me has llamado?

—¿Es que acaso no asistió a la escuela?, tengo entendido que, por ser varón, tuvo derecho a una.
¿Es que acaso nunca presto atención?

Finalmente, Robert apartó a Alastor y se fue directo a Azrael, quién esquivo su golpe y le propicio un golpe en la espalda con su codo, haciéndolo caer de inmediato.

El azabache soltó una ligera carcajada, una que provocó el sonrojo de las damas presentes, quienes creyeron escuchar a un ángel reír y Alastor solo ensanchó su risa al ver a su no tan querido colega en el suelo.

—Caballero, ha sido un encuentro del más maravilloso —le dedico una sonrisa—, nos veremos más tarde, cómo a las... —observo el cielo—, ¿Alguien tiene la hora?

—Son alrededor de las ocho de la mañana —las manos de Alastor estaban tras su espalda.

—Bueno, nos vemos como a las cinco —acarició el cabello del hombre que apenas parecía recuperarse de la oleada de dolor—, sí tiene esposa o hijos, le aconsejo despedirse muy bien de ellos —susurro, haciendo que Robert alzará la vista con cierto miedo.

—¿Quién eres..?

—El único ser que te acompañará en tus últimos y miserables momentos —se enderezó, poniendo las manos tras su espalda—, hasta luego, señoritas.

Ni siquiera se despidió de Alastor y por la mirada del joven moreno, supo que había llamado su atención de cierta manera, lo que en cierta parte lo hacia sentir medianamente eufórico o ansioso.

Camino unas cuantas calles más.
Nueva Orleans era la corona de la ciudad creciente, donde los carros paseaban por las polvorientas avenidas, los obreros tomaban el tranvía directo a sus respectivos trabajos —aunque a esas horas de la mañana, estaba mas vacío de lo que supuso se acostumbraba—, las damas caminaban luciendo espléndidamente hermosas, con vestidos entallados y de colores que resaltaban, como el rosa, el amarillo o el azul cielo.
Había gente en los restaurantes, donde la clase baja se detenía a desayunar antes de volver a sus respectivas actividades. En algunos se podía apreciar la clara diferencia entre la clase alta y los obreros.

Azrael sonrió, pensando que no importaba cuánto se esforzara la gente para ganar cantidades exorbitantes de dinero. No importaba el dinero, la posición social, las telas de ceda más finas, ni siquiera la cantidad de propiedades o bienes materiales a tú disposición, al final del día, la gente solo moría y se llevaban consigo los recuerdos y la ropa con la que dejaban el plano terrenal.

Doblo una esquina, sin un rumbo fijo aún, quedando frente a una peculiar tienda de magia vudú.

—Vaya, vaya —una sonrisa se formó en sus labios—, pero sí es la magia humana que tanto asusta a Sera y mi querido hermano.

Una ligera risa de escapó de sus labios.

—¿Qué tiene de especial este tipo de lugares? —su mirada se desvío hasta el final de un callejón, donde un drogadicto había llegado al límite en pocos minutos, sufriendo lo que se conocía como sobredosis, y en cuestión de segundos, su vida se esfumó—, y ya van cinco mil seiscientos noventa y dos hasta las ocho de la mañana —se quedó pensando—, y otro más.

—¿Le puedo ayudar, joven?

Una mujer de ascendencia negra, con el cabello medianamente platinado por las canas salió del establecimiento para mirarlo con cierta curiosidad.

—¿Disculpe?

—Qué sí le puedo ayudar, bello ángel.

Azrael ladeó la cabeza confundido, ¿Le dijo ángel por qué sabía que lo era, o era una linda manera de decirle si le parecía atractivo?
Un escalofrío de incomodidad lo recorrió ante cualquier respuesta.

—¿Entonces? —insistió la mujer—, ¿Me dirá qué hace uno de los angeles de Dios en la tierra?

—Ah... Creo que se equivocó de sujeto o al menos, me confunde con alguien más.

—No querido, madame Odie nunca se equivoca.

—Mes excuses, mademoiselle, mais je ne suis pas la personne que vous recherchez.

—Cher Azrael, ange de la mort, penses-tu pouvoir me tromper ?

—Je l'espérais... —suspiro derrotado.

—Entrons chérie, ça pourrait te donner le mauvais œil.

Azrael no tuvo más remedio que seguir a la mujer dentro del establecimiento, mientras, del otro lado de la acera, Alastor observaba con cierta gracia.
Solo esperaba que Madame Odie no quisiera comerse a quien sería su próxima presa.

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