Capítulo 11:
El día estaba nublado, a los conductores de autos se les hacía difícil distinguir los caminos. En la parte trasera de una pequeña casa de la ciudad de Londres, en el verde jardín, dos niños jugaban felices sobre el pasto, con tierra y algunos juguetes de madera.
—¡Te dije que el auto es mío! — exclamó la pequeña pelirroja, al mismo tiempo que le quitaba el auto a su hermano.
—Por favor, no grites. Me lastimas los oídos.
—No seas llorón. — le respondió la chica.
Siguieron jugando, los dos pelirrojos reían mientras hablaban de cosas que solo ellos entendían.
—¡Niños, es hora de almorzar! — exclamó una mujer pelinegra desde el interior de la casa.
—El que llegue último lavará los platos esta vez. — dijo la chica, mientras se ponía de pie para comenzar a correr. Su hermano le siguió el juego y corrió tras ella.
Para la mala suerte del muchacho, su hermana era más grande de estatura, por lo que las zancadas que daba eran más grandes. El pelirrojo llegó de último, su hermana le acarició el cabello con cariño y luego, burlonamente habló.
» Lo siento feo, hoy te toca.
—No es justo, es la quinta vez que lo haré.
La chica comenzó a reír.
Una mujer que dormía abrió sus ojos, resaltando el color de los mismos en la oscuridad. La mujer encendió la luz del lugar tras sentir que alguien la miraba desde la puerta.
—Soy yo, no hay de qué preocuparse.
—Te creía dormido, ¿Qué haces acá y cómo entraste?
—Vine a decirte que ya es hora de irnos. Entre más temprano, mejor. Además, olvidas que soy, noto bastante sentimentalismo en tú mirada.
—Cállate… no es nada. — contestó Erin, mientras aquel sueño daba vueltas por su cabeza.
—Te espero, pero solo tienes una hora para preparar todo. — dijo el hombre de cabello largo, para luego dar media vuelta e irse.
En Nueva York, Ruth había obligado a James a buscar refugio en el MACUSA. La pelirroja habló con el jefe de aurores, quien los invitó a pasar a la oficina del presidente.
—¿Conoces los rasgos de quien te atacó? — preguntó el jefe.
—Ya dí mi declaración a la policía muggle.
—Sí, pero no a nosotros. Ya conoces nuestro equipo táctico ante situaciones muggles, Sawyer. Deberías cooperar.
Los hombres dejaron de hablar cuando el presidente entró a su oficina.
—Vine corriendo en cuanto me avisaron. ¿Qué te pasó, James?
—Una bala atravesó mi hombro, alguien me atacó.
—Señor, creo que James no está seguro ahí afuera, pido permiso para que tenga protección acá dentro.
—Ruth, no. Ya te dije que volveré a Londres esta noche, estaré bien. — dijo el pelirrojo, mientras se levantaba del asiento.
—No seas terco, Sawyer. Si vas a Londres podrían rastrearte, conociendo el tipo de hombre que eres sé que no quieres exponer a tu familia.
James se detuvo, sabía que Voight tenía razón.
—Bueno, según la política del departamento, sólo podemos darte protección si colaboras para nosotros, señor James.
—Él lo hará, señor. — contestó Ruth, de una forma amable.
El hombre pelirrojo sólo miraba hacia el frente y asintió levemente con su cabeza.
—Lo haré, pero no quiero misiones aburridas.
El presidente comenzó a reír, luego habló.
—Los instalaremos en una habitación segura, pero mientras la buscan, vamos a asignarles una misión.
Al otro lado de la ciudad, detrás de un callejón abandonado se escuchó un fuerte estruendo. Erin Sawyer había arribado a la gran manzana. Salió del callejón caminando muy tranquilamente, mientras congelaba parte de la pared con su mano derecha. La mujer se detuvo en medio de la calle y habló.
—¿Recuerdas dónde era?
—Sí, no es tan difícil recordarlo. — dijo aquel hombre de cabello largo a las espaldas de la peliblanca.
—No juegues conmigo, Cayde.
—¿Ahora me pones nombre? — preguntó el hombre.
—Yo no te puse ese nombre… prepara tus cosas, llamaré su atención, ya sabes que hacer.
Cayde se acomodó el grande bolso que llevaba cargando en su hombro derecho y comenzó a alejarse de su compañera.
Tras conocer su nueva habitación, James y Ruth se preparaban para su nueva misión. El pelirrojo se había puesto aquel traje azul que tanto apreciaba, pues fue un regalo de su tía antes de morir.
—Te sienta bien el azul, pero si vas a llevar ese escudo multicolor entonces te luciría mejor el traje táctico que te dio Voight.
—¿Revisaste mi maleta? — preguntó James al mismo tiempo que ajustaba sus guantes color café.
Ruth sólo hizo una mueca de afirmación.
» Cuanta falta de respeto señorita Strigoi, a tu padre no le gustaría esa actitud.
Ambos comenzaron a reír.
—Voy a adelantarme, te espero abajo Cap.
La muchacha salió de la habitación, dejando a James solo en ella. El chico se sentó sobre la cama, suspiró un poco y luego se levantó. Sacó un pergamino de su maleta y un poco de tinta y comenzó a escribir una carta para su esposa. Tras hacerlo, tomó aquel regalo de Isaac y lo colgó en su espalda, para luego salir de la habitación.
El hombre de ojos verdes caminaba tranquilamente hasta un gran ascensor, el cual tenía vidrios transparentes y blindados por dentro, dejando a la vista la gran ciudad Neoyorquina. James cruzó la puerta del ascensor para entrar en él, presionó el botón hacia el piso que se dirigía, cuando la puerta se cerró se concentró en la ciudad, mirando cada edificio y calle a través del vidrio. El ascensor se detuvo, varios hombres entraron y se acomodaron, James se giró para más comodidad, dirigiendo su mirada al frente y con las manos cruzadas.
—Escuché que ahora trabajas con nosotros. — le dijo un hombre a James, el cual solo asintió. —¿De donde vienes?
—Brooklyn. — mintió el pelirrojo.
—Eres local, yo vengo desde Washington. — dijo nuevamente.
James solo asintió y le dedicó una falsa sonrisa. El ascensor se volvió a detener, recibiendo a otro grupo de hombres que se subieron al mismo. La puerta se cerró y comenzó a descender. El hombre de ojos verdes miró disimuladamente a cada tipo que estaba en el ascensor, unos sudaban, otros tenían la mano en su cinturón, listos para tomar su varita. Uno de los hombres le devolvió la mirada a James, el ambiente estaba frío y el pelirrojo notó una peculiaridad en los ojos del hombre.
—Blancos… ya he visto esos ojos antes. — pensó.
James se paró recto, tronó sus dedos y estiró sus brazos, luego soltó unas palabras.
» Si alguien prefiere bajarse, que sea ahora.
Tras un largo silencio y miradas cruzadas, un hombre detuvo el ascensor al mismo tiempo que otro sacaba su varita y trató de atacar a James. Para la fortuna del pelirrojo, el encantamiento salió desviado. Dos hombres tomaron a James de los brazos, empujándolo contra una de las paredes. James ponía resistencia, pero le era difícil soltarse del agarre, uno de los hombres tomó su muñeca y comenzó a congelarla para inmovilizarla. Los hombres tomaban a James con más fuerza al ver su resistencia, pero no les bastó, pues el pelirrojo se soltó del agarre de uno, lo tomó de la camisa y lo tiró contra la puerta del ascensor. Con su mano libre se deshizo del otro y comenzó a pelear. Golpes y patadas iban y venían, de la mano de varias encantamientos. James le rompió la varita a varios de sus contrincantes, dejó por el suelo a la mayoría con nuevas maniobras que recién aprendía, solo quedaba uno en pie.
—Debo decirte, hermanito, que esto no es personal. — dijo el hombre, pero con voz femenina. Comenzaron a pelear, el hombre parecía conocer todos los movimientos del pelirrojo, pues los esquivaba con facilidad. Tras varios golpes recibidos, James solo tenía una opción. Esquivó un golpe de su contrincante, sus ojos cambiaron a color naranja y con un fuerte puñetazo en la cara de su rival lo dejó inconsciente en el suelo. Había terminado de pelear, respiraba entrecortadamente. Su escudo se encontraba en el suelo, con velocidad lo levantó con su pie y lo tomó.
—Lo sentí muy personal. — dijo el hombre para luego romper el trozo de hielo que tenía en su muñeca.
Decidido a salir del ascensor, el pelirrojo abrió la puerta del mismo, encontrándose de frente nada más y nada menos que con su hermana, quien estaba lista para atacarlo.
—Debí haberlo hecho yo misma desde el inicio, que bola de inútiles. — dijo la peliblanca para después soltar ráfagas de hielo de sus manos. James se protegió con el escudo, rápidamente cerró la puerta del ascensor y pensó.
—Sólo hay una forma de salir…
Caminó hasta la puerta, cerró sus ojos, respiró un poco y los abrió. Acomodó su escudo en su mano derecha y se giró, corrió hasta el vidrio trasero y saltó, rompiendolo en mil pedazos. James caía al vacío preparado para impactar contra el suelo, se cubrió con el escudo y cayó. El fuerte sonido del objeto contra el concreto y los vidrios cayendo alertó a las personas que pasaban por el lugar.
—¡Dios mío! — exclamó una mujer.
—Soy un imbécil… — susurró James, con dificultad para respirar. Rápidamente se puso de pie y corrió hacia el edificio para buscar a Ruth.
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