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08

La quietud del ático era engañosa, un barniz de paz sobre una superficie cargada de tensión. El sol de la mañana entraba a raudales por la ventana, iluminando motas de polvo danzantes y revelando la modestia del espacio que Amy y Jimin ahora compartían. Era un marcado contraste con la opulencia que Amy había conocido toda su vida, pero hasta hacía poco, este espacio simple se había sentido como un santuario, un lugar donde podía ser ella misma, lejos de las expectativas sofocantes de su familia.

Pero después de la discusión de la noche anterior, el ático se había transformado en un campo de batalla silencioso, cada objeto, cada sombra, un recordatorio de las diferencias que parecían crecer entre ella y Jimin. La manta tejida que Sun-hee les había regalado, arrugada al pie de la cama, parecía un símbolo de su comodidad rota. Los libros de música de Jimin, apilados cuidadosamente en una esquina, ahora parecían una acusación de su propio privilegio, de la libertad que tenía para perseguir sus pasiones mientras él luchaba por llegar a fin de mes.

Amy se removió en la cama, incapaz de conciliar el sueño. La imagen de Jimin, con el rostro sombrío y los ojos llenos de una mezcla de orgullo herido y preocupación, la perseguía. Sabía que había sido dura con él, que había atacado su orgullo masculino al cuestionar su capacidad para proveer. Pero también sentía una punzada de resentimiento, una sensación de que él no entendía su necesidad de independencia, su deseo de contribuir a la relación de una manera que fuera más allá de simplemente ser "la novia de".

Se levantó de la cama y caminó hacia la ventana. El pueblo se extendía ante ella, una colcha de tejados de colores y campos verdes. A lo lejos, las montañas se alzaban majestuosas, sus picos envueltos en una neblina azulada. Era una vista hermosa, pero hoy no le traía consuelo. Se sentía atrapada, dividida entre su amor por Jimin y su necesidad de ser ella misma.

Sintió el impulso de salir corriendo, de escapar de la tensión del ático, de la incertidumbre de su futuro. Pero sabía que huir no era la respuesta. Necesitaba enfrentar sus miedos, hablar con Jimin, encontrar una manera de construir una relación que fuera justa y equitativa para ambos.

Mientras se vestía, notó que Jimin se había ido. La cama estaba hecha, su guitarra ya no estaba en la esquina, y una nota doblada descansaba sobre la mesa de noche. La tomó con manos temblorosas y la abrió.

"Necesito tiempo para pensar", decía la nota, escrita con la letra torpe de Jimin. "Estaré de vuelta más tarde".

El corazón de Amy se hundió. No era la nota airada que había temido, pero su brevedad, su falta de emoción, era aún más inquietante. ¿Adónde había ido Jimin? ¿Qué estaba pensando? ¿Estaba cuestionando su relación?

Salió del ático y caminó sin rumbo fijo por las calles del pueblo. El sol brillaba intensamente, pero Amy no sentía su calor. El mundo parecía gris y desolado, un reflejo de su propio estado de ánimo.

Llegó a la plaza del pueblo, donde un grupo de niños jugaba alegremente alrededor de una fuente. Observó sus risas y sus juegos despreocupados, sintiendo una punzada de envidia. ¿Cuándo había sido la última vez que se había sentido tan libre y feliz?

Se sentó en un banco y cerró los ojos, tratando de acallar el torbellino de pensamientos que giraban en su cabeza. Necesitaba encontrar la calma, la claridad, la fuerza para enfrentar lo que fuera que le deparara el futuro.

De repente, sintió una mano en su hombro. Abrió los ojos y vio al Sr. Kim, el dueño de la tienda de música, de pie frente a ella.

-Amy, ¿estás bien? -preguntó el Sr. Kim, con una expresión de preocupación en su rostro.

Amy se encogió de hombros, incapaz de responder.

-Ven -dijo el Sr. Kim, tomándola suavemente del brazo-. Vamos a tomar un té.

La llevó a una pequeña cafetería cercana, donde pidieron dos tazas de té caliente. Amy se sentó en silencio, observando al Sr. Kim mientras vertía el té y lo endulzaba con miel. Su presencia tranquila y amable le transmitía una sensación de paz.

-¿Quieres contarme qué te pasa? -preguntó el Sr. Kim, después de un rato.

Amy dudó por un momento, luego comenzó a hablar. Le contó sobre la discusión con Jimin, sobre sus miedos y sus inseguridades, sobre su lucha por encontrar su lugar en el mundo.

El Sr. Kim escuchó con paciencia, sin interrumpir, asintiendo de vez en cuando para mostrar que entendía. Cuando Amy terminó de hablar, permaneció en silencio durante un largo rato, con la mirada fija en su taza de té.

-El amor es como una melodía, Amy -dijo el Sr. Kim, finalmente-. A veces tiene notas altas y otras bajas. A veces es armonioso y otras veces es disonante. Pero lo importante es seguir tocando, seguir escuchando, seguir buscando la armonía.

Le contó sobre su matrimonio, sobre los años felices que habían compartido, pero también sobre las dificultades que habían enfrentado. Habló sobre la muerte de su esposa, sobre el dolor que había sentido, pero también sobre la gratitud que sentía por haber tenido la oportunidad de amarla.

-El amor no es siempre fácil, Amy -dijo el Sr. Kim-. Requiere trabajo, sacrificio, compromiso. Pero también es lo más hermoso y valioso que tenemos en la vida. No lo des por sentado.

Las palabras del Sr. Kim resonaron en el corazón de Amy. Se dio cuenta de que había estado tan preocupada por sus propios problemas que había olvidado apreciar lo que tenía. Había estado tan enfocada en sus diferencias con Jimin que había olvidado el amor que los unía.

-Gracias, Sr. Kim -dijo Amy, con los ojos llenos de lágrimas-. Necesitaba escuchar eso.

-No tienes que agradecerme nada -respondió el Sr. Kim, con una sonrisa amable-. Solo quiero que seas feliz.

Amy se levantó y abrazó al Sr. Kim con fuerza. Sintió una oleada de gratitud por su amabilidad y su sabiduría.

Salió de la cafetería con una nueva perspectiva. Sabía que no podía controlar lo que Jimin estaba pensando o sintiendo, pero podía controlar su propia actitud. Podía elegir amar, perdonar, apoyar.

Decidió regresar al ático y esperar a Jimin. Quería estar allí cuando regresara, lista para hablar, para escuchar, para encontrar una solución.

Al llegar al ático, lo encontró vacío. Pero esta vez, no se sintió asustada. Sintió una sensación de calma, de confianza, de esperanza.

Se sentó en la ventana y observó el pueblo. Los colores parecían más brillantes, los sonidos más alegres. El sol brillaba con más intensidad, calentando su rostro y su corazón.

De repente, vio a Jimin caminando por la calle. Su rostro estaba serio, pero cuando la vio en la ventana, una sonrisa tímida se dibujó en sus labios.

Amy sintió que su corazón daba un vuelco. Corrió escaleras abajo y salió a la calle para encontrarse con él.

Cuando Jimin llegó a su lado, lo abrazó con fuerza.

-Lo siento -dijo Amy, con la voz entrecortada-. Lo siento por ser tan dura contigo.

-Yo también lo siento -respondió Jimin-. Necesitaba tiempo para pensar.

Se tomaron de la mano y caminaron juntos hacia el ático. No dijeron nada, pero su silencio estaba lleno de amor y comprensión.

Al llegar al ático, se sentaron juntos en la cama y comenzaron a hablar. Hablaron sobre sus miedos, sus sueños, sus necesidades. Hablaron sobre sus diferencias, pero también sobre las cosas que los unían.

Poco a poco, la tensión entre ellos comenzó a disiparse. Se dieron cuenta de que estaban dispuestos a comprometerse, a ceder, a apoyarse mutuamente.

Jimin le contó sobre su trabajo en la granja. Dijo que le gustaba trabajar con la tierra, que se sentía conectado con la naturaleza. Pero también reconoció que no era su pasión, que su verdadera vocación era la música.

Amy le contó sobre sus clases de guitarra. Dijo que le encantaba enseñar, que se sentía útil y valorada. Pero también reconoció que necesitaba encontrar una manera de contribuir económicamente a la relación.

Juntos, encontraron una solución. Decidieron que Amy seguiría dando clases de guitarra, pero también buscaría un trabajo a tiempo parcial que le permitiera ganar más dinero. Jimin, por su parte, seguiría trabajando en la granja, pero también dedicaría tiempo a su música, escribiendo canciones y tocando en pequeños bares.

Se abrazaron con fuerza, sintiendo que su amor era más fuerte que nunca. Habían superado una tormenta, pero habían salido fortalecidos.

A partir de ese día, su relación se volvió más sólida y profunda. Aprendieron a comunicarse mejor, a respetarse mutuamente, a apoyarse en los momentos difíciles.

Amy encontró un trabajo a tiempo parcial en una biblioteca local, donde ayudaba a los niños con sus tareas y les enseñaba inglés. Jimin comenzó a tocar su música en un pequeño bar del pueblo, donde rápidamente se ganó el cariño del público.

La vida en el pueblo no era fácil, pero Amy y Jimin estaban felices. Habían encontrado su lugar en el mundo, un lugar donde podían ser ellos mismos, amar y ser amados.

Y así, Amy y Jimin continuaron su viaje juntos, enfrentando los desafíos que se presentaban en su camino, aprendiendo y creciendo juntos, amándose cada día más. Su amor era como una melodía, a veces dulce, a veces amarga, pero siempre hermosa.

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