
05
El viaje de regreso a casa fue un tormento para Amy. Cada semáforo en rojo, cada curva en el camino, parecía alargar la agonía de la espera. Jimin la acompañó en silencio, con la mano entrelazada con la suya, ofreciendo un apoyo silencioso pero invaluable. Sabía que no había palabras que pudieran aliviar su ansiedad, pero quería que sintiera su presencia, su amor incondicional.
Al llegar a la imponente mansión familiar, Amy sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La fachada iluminada, que normalmente le transmitía una sensación de seguridad y pertenencia, ahora le parecía amenazante, como si la estuviera esperando una jaula dorada.
Jimin se detuvo frente a la entrada, respetando la necesidad de Amy de enfrentar esta prueba sola. Le apretó la mano por última vez y le regaló una sonrisa alentadora.
—Estaré aquí para ti, pase lo que pase —le susurró al oído—. No lo olvides.
Amy asintió, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos. Se despidió de Jimin con un beso rápido y salió del coche, decidida a enfrentar su destino.
Al entrar en la casa, Amy fue recibida por un silencio sepulcral. La opulencia del vestíbulo, con sus alfombras persas y sus lámparas de cristal, le pareció sofocante. Sus padres la esperaban en el salón, sentados en sus habituales sillones de cuero, con los rostros serios e imperturbables.
—Amy, siéntate —ordenó su madre, con un tono de voz que no admitía réplica.
Amy obedeció, sintiéndose como una niña pequeña a punto de ser reprendida. Se sentó en el borde del sofá, con las manos entrelazadas en el regazo, evitando el contacto visual.
—Queremos saber todo sobre este... Jimin —comenzó su padre, con un tono de voz más calmado, pero igualmente intimidante—. ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Qué es lo que quiere de ti?
Amy respiró hondo y comenzó a relatar la historia de su encuentro con Jimin, desde el centro comercial hasta las clases de guitarra. Les habló de su trabajo duro, de su amor por la música, de su bondad y su honestidad.
Sus padres escucharon en silencio, sin interrumpir, pero sus rostros permanecieron inexpresivos. Amy podía sentir su desaprobación creciendo con cada palabra que pronunciaba.
Cuando terminó su relato, el silencio volvió a inundar la habitación. Su madre fue la primera en romperlo.
—Amy, cariño, creo que te has dejado llevar por una fantasía —dijo, con un tono condescendiente—. Este chico no es para ti. No pertenece a tu mundo.
—Pero mamá, yo lo amo —protestó Amy, sintiendo que la frustración comenzaba a apoderarse de ella.
—El amor no lo es todo, Amy —respondió su madre, con un tono frío y distante—. Tienes que pensar en tu futuro. ¿Qué clase de vida vas a tener con un chico que trabaja en una tienda de conveniencia?
—Una vida feliz —respondió Amy, con determinación—. Una vida llena de amor y respeto, que es mucho más de lo que ustedes tienen.
Sus palabras golpearon a sus padres como un jarro de agua fría. El silencio volvió a inundar la habitación, pero esta vez era un silencio cargado de tensión y resentimiento.
—No te permitiremos que sigas con esto, Amy —dijo su padre, con un tono de voz firme e inflexible—. Te prohibimos volver a ver a este chico.
—No pueden hacerme esto —protestó Amy, sintiendo que las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos—. No pueden controlar mi vida.
—Mientras vivas bajo nuestro techo, sí podemos —respondió su madre, con un tono de voz que no admitía réplica—. Y si sigues desobedeciéndonos, te desheredaremos.
Las palabras de su madre fueron como un puñetazo en el estómago para Amy. No podía creer que fueran capaces de llegar tan lejos.
—No me importa su dinero —dijo, con la voz temblorosa—. Prefiero ser pobre y feliz con Jimin que rica y miserable con ustedes.
Dicho esto, Amy se levantó del sofá y salió corriendo de la casa, dejando a sus padres con la palabra en la boca. Sabía que había cruzado un límite, que había desafiado su autoridad de una manera que no perdonarían fácilmente. Pero no le importaba. Estaba dispuesta a renunciar a todo por Jimin, por su amor.
Mientras conducía sin rumbo fijo por las calles de Seúl, Amy sintió que su mundo se desmoronaba a su alrededor. Su familia, su seguridad económica, su futuro... todo estaba en juego. Pero a pesar del miedo y la incertidumbre, sentía una extraña sensación de libertad. Por primera vez en su vida, estaba tomando sus propias decisiones, siguiendo su propio corazón.
De repente, su teléfono comenzó a sonar. Miró la pantalla y vio el nombre de Jimin. Sonrió y contestó la llamada, sintiendo que su corazón se llenaba de esperanza.
—¿Jimin? —dijo, con la voz temblorosa.
—Amy, ¿estás bien? —preguntó Jimin, con un tono de preocupación—. Te he estado llamando toda la noche. ¿Qué ha pasado?
Amy respiró hondo y le contó a Jimin todo lo que había sucedido en la casa. Le habló de la desaprobación de sus padres, de su prohibición de volver a verlo, de su amenaza de desheredarla.
Jimin escuchó en silencio, sin interrumpir. Cuando Amy terminó su relato, guardó silencio por un momento.
—Lo siento mucho, Amy —dijo finalmente, con un tono de tristeza—. No quería que esto pasara.
—No es tu culpa, Jimin —respondió Amy—. Yo sabía que esto podía pasar. Pero no me importa. Estoy dispuesta a renunciar a todo por ti.
—No quiero que renuncies a nada, Amy —dijo Jimin—. No quiero que sacrifiques tu futuro por mí.
—Mi futuro está contigo, Jimin —respondió Amy, con determinación—. No importa lo que digan mis padres. Yo te amo, y eso es lo único que importa.
Jimin sonrió, sintiendo que su corazón se llenaba de amor y admiración por Amy. Sabía que su relación no sería fácil, que tendrían que enfrentar muchos obstáculos. Pero estaba dispuesto a luchar por ella, a superar cualquier desafío.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Jimin.
Amy respiró hondo y miró hacia el cielo estrellado.
—Vamos a luchar por nuestro amor, Jimin —respondió, con una sonrisa—. Vamos a demostrarles a todos que están equivocados.
A partir de ese momento, Amy y Jimin se unieron aún más. Sabían que tenían que apoyarse mutuamente, que tenían que ser fuertes y valientes para superar la tormenta que se avecinaba. Su amor se convirtió en su refugio, en su fuerza, en su razón para seguir adelante.
Pero la lucha apenas había comenzado. La desaprobación de los padres de Amy, la presión social, las dificultades económicas... todo conspiraba para separarlos. Y a medida que avanzaban, las primeras grietas comenzaron a aparecer en su relación, amenazando con destruir el amor que habían jurado proteger.
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