───capítulo XXVI.
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Gabrielle.
Diciembre inició.
Y así como dio el paso de iniciar, así mismo iba corriendo de manera fugaz. Cuando menos lo pensé, estábamos casi a mitades del mes. El tiempo tenía demasiado afán, el año quería finalizar rápidamente.
Después de lo sucedido con Erik en mi casa, mientras me encontraba en una breve soledad, escuché la puerta principal cerrarse. Me di cuenta que él se había marchado, no sin antes dejarme escrito en un papel lo mucho que sentía el haberme hecho sentir incómoda.
No me sentía incómoda... me sentía mal, porque sabía que quizá habría la posibilidad de no volver a París. O eso era lo que mi subconsciente me hacía pensar. Me dolía pensar en que si le entregaba mi corazón desde ya, al irme a Italia, las cosas pudieran cambiar para ambos... no quiero salir herida, no de nuevo.
Las cosas de la administración estaban saliendo bien, en otras noticias. Mi hermana y Raoul estaban dejando la mayoría de asuntos solucionados, para poder partir tranquilamente a Italia el próximo mes, y así poder designar una persona adecuada con respecto al manejo del edificio. No era de negar que debía intercambiar palabras con Erik, ya era muy común verlo en el despacho de los gerentes conversando sobre asuntos competentes a ellos.
No era capaz de hablarle, no después de haberle dejado confundido en el living de mi casa.
En fin.
Algunas personas habían decidido pasar las fiestas fuera de la ópera, junto a sus familiares. Otros habían decidido esperar a la fiesta de año nuevo para que sus familias pudieran presenciar aquel baile.
En caso de mis amigas, se irían a pasar navidad en sus hogares pero regresarían para la famosa mascarada.
—Gabrielle, prométenos que vas a celebrar navidad— esa fue Dianne, ante lo cual asentí—. No la pases sola de nuevo, ¿de acuerdo?
—Yo creo que este año la pasará con su hermana, es de esperarse.
—Solo espero, Hermione, que esa... señora, no le amargue el rato a Gabbie— la pelinegra se contuvo a expresarse con un pésimo vocabulario, sinceramente Christine no le caía para nada bien a mi amiga—, ¿Y el f de la o? ¿Ya te invitó a pasar navidad con él?
Alexandra le dio un codazo a Dianne, al escucharle aquellas interrogaciones con un tono demasiado pícaro. Arqueé una ceja.
—Solo digo, solo digo— dijo en defensa—. Hablando en serio, hace mucho no hablas de él. Capaz hasta ya ni virgen eres.
—¡Dianne!— exclamamos Alex, Hermione, y yo al mismo tiempo.
—Mi tía te escuchara decir esas palabras, y te corre de la casa— fue turno de que mi mejor amiga hablara—. Esas cosas no se preguntan de esa manera, Didi.
La pelinegra rodó los ojos.
En ese momento ellas se encontraban alistando parte de su equipaje, mientras que yo solamente les estaba haciendo compañía. Haciendo nada, por supuesto.
Hermione dejó de lado lo que se encontraba haciendo, y se acercó hacia mí. Al sentarse a mi lado me preguntó:
—Te noto algo desanimada, ¿todo bien?
Asentí.
—Solo que... no sé...— me permití responder— me siento confundida hasta cierto punto con el tema de cierto sujeto, como si...
—Te estuvieras enamorando... ya veo— completó. Mi amiga me regaló una sonrisa, mientras me acariciaba el cabello—. Es normal, belle. Si pueden hablarlo antes de que te vayas, sería bueno; debes expresar lo que sientes, y de igual forma descubrir si él desea lo mismo... Ahora, ¿por qué no hacemos algo divertido para que la señorita Daaé tenga el ánimo arriba?
Alex me rodeó con sus brazos, haciendo que me sobresaltara por el susto.
—Como por ejemplo: cantar aquella historia inglesa de piratas que nos contaste una vez.
—¿Aún la recuerdan?
—¿Olvidar cómo unos piratas se alían con un hada para que les permita cruzar diferentes mundos? ¡Obvio no, Gabrielle!
Dianne fue la primera en empezar a cantar, lo hacía de una manera tan graciosa. Con la cinta de su cabello fingió tener un parche sobre su ojo, y su garfio era el gancho que tenía uno de sus trajes de ballet. Se le unió Alexandra, fingió desenvainar su espada mientras cantaba que quería conocer la famosa Capilla Sixtina y cruzar el hermoso cielo azul.
Hermione saltó encima de la cama, fingiendo tener un telescopio que le permitía ver el lejano horizonte. Empecé a reírme, ellas estaban haciendo lo posible porque no pensara en que para dentro de unas semanas no volvería a verlas.
El cuento siguió.
Y llegaba la parte de la declaración hacia el hada que llevaba la capitanía. Mi parte favorita.
—Oh, how high we will be...— me levanté de la cama, y di pasitos hacia la ventana— 'Cause the blue fairy dust surely packs a mighty wallop.
En ese momento Alex me lanzó una de las almohadas, reí.
—Soon, it will set us free. From the chains of gravity— me subí de nuevo en la cama, lancé la almohada para algún lado de la habitación— Then we'll hoist up the sail. And we'll set course for the sun. 'Cause when you've got wings... No wicked deed cannot be done...
—And we owe it all to our great and glorious Captain— cantamos las cuatro a coro, mientras tratábamos de no reírnos.
—Ahora que lo mencionan, ¿qué hacemos siguiendo las órdenes de un hada?— se escuchó la voz de Dianne, había tratado de imitar un acento británico bastante grave. Hermione fue la primera en lanzar el golpe con la almohada, ocasionando así una hermosa pelea de almohadas.
En ellas encontraba la calma, ¿qué va a pasar cuando ya no las vea?
💀🖤🎭
Llegó la noche buena.
Raoul me pidió que me viniera a la mansión de Chagny por estos días, para que no estuviera sola. Dado a que mi madrina se había ido con Meg y Dominique a pasar las fiestas a las afueras de París. Me habrían dicho que regresaban para despedirse de mí.
Hoy era la cena familiar.
Habrían familiares por parte de mi cuñado, y en caso de mi hermana, yo sería la única familiar.
Me emocionaba en cierto aspecto que me incluyeran en esto, no sé porqué, pero se siente bien.
De acuerdo a las indicaciones de mi hermana, hice mi vestido para la fiesta. Y realmente me veía muy bonita.
—Gabbie, necesito que... wow.
Sonreí a través del espejo.
Era Christine.
—Te ves bellísima— exclamó, al acercarse a mí—. El azul te luce bastante, y resalta tus ojos. Definitivamente heredaste los ojos de papá.
—¿Papá tenía los ojos azules?
Christine asintió, ahora se encontraba apoyando su mentón sobre mi hombro mientras tenía mis brazos bajo sus manos.
—Tú madre igual, según recuerdo.
—Eran un azul bonito. Sumergida siempre transmitía alegría, hasta el último momento— hablé, una sonrisa nostálgica se formó en mis labios. Esta sería la séptima navidad sin ella, y aunque ya no doliera tanto como la primera, sentía ese vacío—... ¿Por qué no te has vestido?
—Cuando tengas hijos me entenderás.
—Sí es que los tengo— dije—. No me niego a la posibilidad, tú me entiendes.
Me miré una vez más en el espejo.
Definitivamente ese vestido me lucía perfectamente. El corset se ceñía ante mi figura, resaltándola un poco más. Y el encaje con las perlas, lo hacía único. Había cambiado mi cadena cuyo dije era un crucifijo, por un hermoso collar de perlas. Un juego de aretes a juego; un maquillaje muy suave, pero resaltando mis labios con un rojo suave.
—Tenemos parecido, ¿no ves?— dijo Christine, era la primera vez que le escuchaba hablarme en ese tono tan suave—. Recuerdo que nos tenían un apodo curioso a las dos, aunque siempre hubo la gran diferencia por nuestro color de ojos.
—Me hubiera gustado que las cosas hubieran sido distintas, Chris— dije, junto a una sonrisa ladina—. Mi madre siempre me decía cuanto anhelaba vernos juntas en algún momento... lo que daría porque ella en este momento nos viera.
—¿Tu madre... me quiso?
Volteé a ver a mi hermana, mientras asentía con la cabeza.
—Siempre lo hizo.
—Dios la tenga en su gloria.
—Amén— me persigné—. ¿Necesitas ayuda con lo que te vas a vestir?
La castaña negó con la cabeza.
—No, ya lo tengo listo, solo que me lo pondré ya avanzada la noche.
—Está bien.
—Dejaré que termines de arreglarte, te veo ahora.
Después de que Christine se marchara, volví al tocador. Había entrado en un breve conflicto con mi cabello, no sabía si lo llevaría suelto o recogido totalmente; debía tener en cuenta que era una cena navideña, probablemente no habría baile o algo parecido. Debía ser algo formal, dado a que estaría rodeada de mucha gente importante.
Tomé mi cepillo y empecé a pasarlo con cuidado por todo mi cabello. Estaba muchísimo más largo que la última vez.
Acomodé unos cuantos mechones de mi cabello en una coleta media; a medida que los iba enrollando, colocaba pequeños ganchos para que mi pelo no se soltara. Cuando ya logré enrollar por completo, coloqué una peineta, cuya decoración era con pequeñas rosas blancas. Acomodé mis ondas sobre mis hombros, y algunos mechones los dejé caer sobre mi frente.
Lo mucho que me gustaría que mamá me viera en este momento.
Me levanté y caminé hacia el pequeño armario. De allí saqué unas cuantas cajitas.
Como era mi costumbre, les tenía preparados unos regalos para poner bajo el hermoso árbol de navidad que habíamos vestido hace unas semanas, junto con el nacimiento.
Aunque no tuviera una relación estable con mi hermana, le preparé algo que sabía que sería de su agrado. A mis sobrinos les regalaré unas mudas de ropa para estrenarlas en Italia. Y no recuerdo que le regalaré a Raoul.
Había una sexta caja.
Avec amour, pour l'homme masqué.
La descripción había sido escrita con una fina letra cursiva.
Mi corazón se arrugaba al pensar en que él estuviera solo.
La navidad era una fecha para pasar en familia, para expresar nuestro amor hacia nuestros seres queridos. Pero en Erik se veía todo lo contrario.
¿Quién te habrá hecho tanto daño?
Debía mirar cómo podría ir hoy a la ópera, sin que se dieran cuenta en casa.
Acomodé las cajitas es una pila, a excepción de la de Erik, y salí de mi habitación provisional. En la primera planta se podía notar desde lejos el ajetreo por tener todo listo antes de las diez. Con cuidado me dirigí al salón principal para poder dejar los regalos bajo el árbol.
En cuanto estaba con cuidado agachada bajo el árbol colocando los regalos, me sobresalté al escuchar la voz de Raoul.
—Me asustaste.
—Una disculpa, petite princesse— extendiéndome su mano, me ayudó a colocarme de pie nuevamente—. Luces muy bella en esta noche.
Hice una corta reverencia.
—Merci, vicomte— dije, junto a una sonrisa—. Usted no se queda atrás, por supuesto.
—Christine ya se encuentra terminando de arreglar, no demoran en llegar mis parientes, entonces si quieres puedes irte acomodando en la mesa— indicó—. Ya quiero presentarte a la familia, sé que les caerás bien.
Lo dudo un montón.
Una señorita con pensamientos revolucionarios, con una familia un tanto tradicional... no es una buena idea. Pero daré mi buena impresión.
Asentí.
Tal y como lo dijo mi cuñado, poco a poco la familia Chagny empezó a llegar. Las miradas recaían sobre mí, y era un tanto obvio porque sabían que era una desconocida en absoluto. No olvidaba mis modales, y a pesar de no conocer a ninguno, les saludaba y preguntaba qué tal iba su noche.
—Madeimoselle, disculpe.
—Oh, bonne nuit, madame— saludé a la mujer que me había hablado. Traía un porte elegante, transmitía algo muy diferente a los demás familiares. Sin embargo, había algo en ella que se me hacía familiar.
—No le había visto por aquí, ¿puedo preguntarle acerca de su persona?
Justo a una sonrisa, asentí.
—Me llamo Gabrielle, madame. Gabrielle Daaé.
La mujer me regaló una sonrisa muy tierna.
—Así que debes ser hermana de Christine.
—Sí, la hermana menor— respondí.
—Eres encantadora, ¿te lo han dicho?— afirmó, simplemente compartí con ella otra sonrisa— Se ve que eres bastante menor que ella. Oh, vayamos yendo a la mesa, querida.
Mientras íbamos hacia la mesa, fuimos conversando un poco. La pregunta que más resaltaba era porqué Christine nunca me había mencionado, ante lo cual prefería evadir ese asunto. Por lo que pude descifrar, esta señora era pariente quizá lejano de mi cuñado. Era una señora bastante agradable.
—¿A qué te dedicas, Gabbie? ¿Puedo decirte así?
—Claro que sí— respondí, muy cordial— Actualmente soy una de las sopranos de la ópera de Garnier, también hago parte del cuerpo de ballet. Además de ello, se podría decir que he ejercido siendo enfermera.
—Se ve que te gusta estudiar, descubrir nuevas cosas. Algo no muy común entre las señoritas de siglos anteriores— expresó la señora—. Eso está muy bien. Por cierto, me llamo Béatrice.
Justo cuando iba a hablar, escuché la voz de mi hermana en el salón. Se encontraba junto a mi cuñado. Ella estaba cargando a Carles, mientras que él cargaba a Rosalie.
Mi hermana se veía preciosa.
Definitivamente el rosado iba con ella.
—Feliz noche buena para todos— exclamó ella, con una voz muy suave—. Junto con mi esposo, agradecemos su presencia en esta hermosa noche. Esperando que Dios les bendiga en este día. Les preparamos una deliciosa cena, espero y la disfruten.
Después de ducha introducción, cada uno se fue acomodando en la mesa. De igual forma, la servidumbre empezó a traer los platos de la cena.
El pavo olía delicioso, al igual que el resto de la comida. Agradezco a Dianne por el hecho de recordarme el tema de los cubiertos a usar para estas cenas. Así que pude comer tranquila, cuidando a cada instante no manchar mi vestido.
A mi lado derecho estaba Béatrice, y a mi lado izquierdo se encontraba un hombre al que claramente se le notaba que era un tanto mayor que Raoul.
Llegué a intercambiar palabras con ciertos familiares en la mesa, me sorprendía mi nivel a la hora de sonar intelectual. En ningún momento me apenó compartir mis conocimientos sobre algunos temas puestos sobre la mesa. Pude notar la cara de felicidad de Christine al ver que en ningún momento me veía excluida.
—Familia, su atención— Raoul habría chocado una cuchara de postre contra la copa de vino. Todos en la mesa captamos su mensaje—. Como pueden ver, tenemos una invitada muy especial esta noche, quien ya es parte fundamental de nuestra familia. Les quiero presentar a mi cuñada Gabrielle Daaé.
Mis mejillas se tornaron un poco color carmesí, algo muy involuntario.
Pasé con cuidado la servilleta sobre mis labios, para poder agradecer dicha presentación, pero antes de que eso sucediera, mi hermana habló.
—Bueno, es momento de hacer la oración previa de la noche buena— anunció, con un gran entusiasmo, algo que no veía mucho en ella. De inmediato tomó la mano de mi cuñado, y así en consecutivo—. Amado Dios...
Cerré mis ojos.
Empecé a pensar en aquellas cosas por las que me sentía agradecida, por aquellas cosas que quizá habían sido un regalo de navidad. Cosas que han hecho que como mujer siguiera creciendo. Un agradecimiento profundo sentía en mi corazón, por todo.
Pero también me entró la nostalgia, y la pregunta: ¿qué hace una persona solitaria en noche buena?
Una lágrima rodó por mi mejilla.
Cuando escuché a mi hermana terminar aquella bella plegaria, limpié rápido aquel rastro de la lágrima y di mi mejor sonrisa.
Sentí un ligero golpesito sobre mi mano derecha.
—Sentir nostalgia en navidad, está bien.
Era Béatrice.
—Algo que siempre le digo a mis hijos, en especial al pequeño Raoul, es que es importante que no opaquen lo que sienten... y menos en una fecha como esta, cuando todos los recuerdos salen a flote.
Ahora comprendía porque los ojos color miel se me hacían familiares.
El parecido ahora era más que evidente.
—Gracias... de verdad.
En ese momento, se escucharon las campanadas que anunciaban las doce.
Ya era navidad.
Béatrice fue la primera en regalarme un cálido abrazo, lo correspondí con todo el amor. A pesar de que recién la conocía, me mostró una parte noble y gentil de esta prestigiosa familia. Simplemente una bella persona.
Después de ello, me quedé sola en medio de la sala.
Veía como todos se deseaban feliz navidad, eran familia... lo que llegué a desear en algún momento.
Cuando llegaban las doce, y tenía ocho años. Mamá me daba un gran abrazo y me recordaba que yo era su mejor regalo de navidad; después me daba el regalo que me tenía preparado, me miraba con felicidad mientras yo descubría que era. Cuando tenía dieciséis, finalmente pude darle su primer regalo de navidad; esa noche lloré tanto porque justamente ella se había empezado a enfermar y quería que empezara a tener cosas de parte mía, a pesar que me dijera que con solo mi sonrisa le bastaba.
Nuestra última navidad... aquel vestido, aquel anillo. Ese abrazo, esa oración, ese 'te amo'; eran las cosas que quería que nunca se acabaran. Siempre fuimos ella y yo.
—Feliz navidad, petite princesse.
Raoul logró sacarme de mis pensamientos al hablarme.
—Feliz navidad, querido cuñado.
Recibí un abrazo y un beso en la frente por parte de él.
—Has sido un gran regalo para nosotros, Gabbie. En especial para los mellizos.
Rosie, quien estaba en los brazos de su padre, empezó a pedirme que la cargara. La tomé en mis brazos, le di un delicado beso en la mejilla; ella de inmediato acunó su cabecita en mi cuello.
—Feliz navidad, mi pequeña Rosalie.
—Gabrielle, god Jul— Christine hizo una pequeña reverencia con la cabeza. Había entendido que me hablaba en su idioma natal— Este pequeño príncipe cerró los ojos hace un rato, subiré a dejarlo en su cuna.
No entendía todavía porque en el fondo de mi corazón sentía un ligero dolor por ver que aunque hiciéramos lo posible por llevarnos bien, siempre habían trabas.
—Todo es un proceso, Gabrielle— escuché decir a Raoul— Ambas deben pasar por ello para finalmente ser las verdaderas hermanas que son.
Suspiré.
—Debo hacer una cosa urgente, no me tardo.
Afortunadamente mi sobrina no lloró cuando se la regresé a su padre, estaba empezando a quedarse dormida. Subí rápido a mi habitación, tomé mi capa y el regalo que tenía guardado. Sin que muchos se percataran de mi salida repentina, logré tomar uno de los caballos del establo y emprendí mi viaje hacia la ópera.
Los copos de nieve danzaban junto a la ligera brisa de invierno, al igual que algunos mechones de mi cabello. Mi cuerpo se estremecían ante el frío, pero mi objetivo era lo que me mantenía la mente ocupada fuera de pensar en el frío que quizá me haría enfermar en unos cuantos días.
A pesar de la ligera oscuridad, logré llegar a la ópera.
Sonaré dramática, pero me retiré los tacones para luego empezar a subir las escaleras principales con rapidez.
💀🖤🎭
Erik.
Cuando era niño, el olor de pan de navidad inundaba toda la casa. Todavía recordaba la emoción de la señorita Perrault decorando la casa para la fecha tan esperada; el padre Manzart oficiando la misa en la planta principal mientras yo era quien cantaba.
Aquellos recuerdos eran fugaces y no volverían.
A veces eran amargos, a veces no tanto.
Empecé a escuchar las campanadas de las iglesias.
Maldije en mi interior por tener el sentido del oído tan agudo, se suponía que ya debería estar durmiendo. A pesar de que mi casa es subterránea, hay ciertas ventilaciones que comunican a distintas calles de la París.
Suspiré de nuevo.
No me quedaba de otra que levantarme y ocupar mi mente en otra cosa para poderla mantener en la tan esperada paz. Después de colocarme la levantadora, me dirigí a mi escritorio, aún habían solicitudes por responder; llegaba a sorprenderme el interés de personas externas por la ópera.
Lo cual era muy bueno.
Estaba totalmente concentrado leyendo una solicitud en donde pedía que se reanudaran ciertas óperas que se hicieron en la época en la que estaba Poligny y Debienne. óperas de mi autoría, como por ejemplo: Annibal; que me asusté al escuchar que algo se había caído en algún lado.
Me levanté con rapidez para revisar.
—¿¡Por qué carajos siempre me pasa algo cuando vengo!?
—¿Gabrielle?
Eran pasadas de las doce, ¿ella qué hacía por fuera a estas horas y sola?
Justo cuando ya iba a salir, ya nos encontrábamos frente a frente.
Se veía tan hermosa con ese vestido azul.
Su respiración estaba totalmente acelerada, conociendo como es ella había corrido por toda la ópera para poder baja hasta aquí. Y sus piel descalzos lo confirman. Su cabello estaba algo desordenado, quizá por el viento.
—Perdón por llegar así— dijo, en medio de la fatiga. Me extendió una cajita mediana— Pero debía traerte esto. Feliz navidad, Erik.
Tomé la caja en mis manos.
—¿Sabes que son más de las doce, verdad?
—Sé cuidarme sola, y lo sabes— refutó, con un tono firme— ¡Ábrelo!
Hice un movimiento con mi cabeza para indicarle que entrara por completo a la casa. Ella no lo dudó en un instante, cuando menos lo pensé ella estaba sentada en posición de flor de loto sobre el sofá.
—Te van a regañar por salir a estas horas.
—Ya soy mayor, no soy una niña.
Avec amour, pour l'homme masqué.
Decía la corta descripción que tenía el regalo, eso me hizo sonreír.
Con cuidado desaté el lazo rojo.
—¿Cómo supiste que quería este libro?
—Ese es el problema de que me dejes sola en tu librero, porque ya me memoricé cuales libros tienes y cuales no— me respondió con voz pícara—. Y Cumbres Borrascosas es un gran libro.
Me senté para poder examinar mucho mejor mi regalo.
La pasta del libro era dura, no correría el riesgo de que se me arrugara en cuanto la guardar. El relieve de las letras era un tanto curioso, al igual que el título y la trama en general.
—No sé que decir...
—Está bien un gracias.
Negué con la cabeza.
—No, esa palabra es muy corta, señorita— hablé al mirarla— Esto es algo especial, por ende... no sé ni como sentirme.
—Está bien, Erik. Lo entiendo— expresó, sus manos acomodaron unos cuantos mechones desordenados—. Además, te debía una disculpa por lo de la otra vez... espero y la aceptes.
Coloqué el libro sobre la mesa de centro, como estábamos un tanto cerca pude tomarla de la mano.
—No hay nada que aceptar. Entiendo lo que sientes, y entiendo tu miedo... porque yo también lo tengo— confesé, los ojos de ella brillaban a pesar de que era de noche, lo cual los hacía ver encantadores—. Lo que siento por ti es real, Gabrielle... pero me da miedo que cuando te vayas todo cambie.
—¿Me vas a esperar?
—Solo si tú me lo permites.
Uní mis labios a los de ella en un suave beso.
Ella apoyó su mano sobre la mejilla donde tengo la máscara, mientras que mis manos se posaron en su cintura. Al finalizar el beso, ella apoyó su frente contra la mía.
—Feliz navidad, enmascarado.
—Feliz navidad, caprichosa.
n/a:
Querido niño Dios: Te pido como regalo un novio que haya sido escrito por una mujer, muchas gracias. Preferiblemente extranjero.
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