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───capítulo XXIV.

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Gabrielle.

En cuanto asimilé el asunto sobre irme del país, también empecé a asimilar el hecho de que me hacía falta ver a cierto hombre; y que quizá no volvería a verle. La vida me estaba castigando con algo que había prometido no volver a hacer.

Lo cual me negaba a aceptar.

Todo se remonta a cuando mi madre murió: yo estaba a punto de comprometerme con mi primer novio. Lo había conocido cuando me encontraba en la normal de señoritas; era uno de los monaguillos de la capilla.

Su nombre ya no importa, al fin de cuentas hace parte de un pasado.

Todo iba supremamente bien, era una persona muy amorosa conmigo. Siempre estuvo ahí... hasta que mamá murió y la historia cambió. Su verdadero ser había salido a la luz, a tal punto que ya le temía. Logré alejarme de él gracias a mi madrina, y gracias a que su padre decidió que fuese parte de la marina.

Desde ese año, me prometí a mi misma no enfocarme en un hombre. Sino en mí misma. No negaba que el enamorarse hace parte de la vida, pero no era mi prioridad.

Hasta que este hijo de... su madre, apareció.

—¿En serio estás llorando por él?

Mi madrina llevaba una hora aguantando mis lágrimas después de contarme algo que le había pedido. Muy estúpida, lo sé.

Me limpié las lágrimas con el dorso de mi mano derecha.

—No entiendo porqué lo hago, madrina.— sollocé aún más fuerte. Esta vez cubrí mi rostro con las manos— Es un hijo de pu-

—Ya, ya, ya.— me interrumpió Antoniette, dándome unos golpesitos en la espalda— Nunca creí verte en este estado, de nuevo. Y menos por él.

—¡Yo menos! ¡Simplemente quiero volverlo a ver!

—Pero te pidió que te fueras.

—¡Malnacido!— chilló de la rabia, a este punto de mi vida, soy una burla para los de mi especie. Yo con mis amigas promoviendo que debemos ser mujeres independientes, capaces de todo, que de un hombre no se depende... aquí estoy llorando por el hecho de que Erik fue un grosero, un idiota, y todos los peores calificativos del mundo.

Dejé escapar uno que otro sollozo.

—Tú madre estaría riéndose de ti en este momento.

Levanté la mirada, después de sorber mi nariz.

—Porque te diría que pueden perfectamente hablarlo, solo que ambos son un par de orgullosos.— dijo— Admito que Erik a veces es un idiota...

—¿A veces?

—Todo el tiempo, pues.— se corrigió, en ese instante se me escapó una risa— Pero quizá no tan idiota como con lo que te conté.

No más de imaginar a Erik con mi hermana coqueteando, y cosas así, me enerva la sangre. Entender el porqué se me hace difícil, o mejor dicho, aceptar que estoy celosa.

Volví a llorar desconsoladamente.

—Espera, espera... no me digas que te enamoraste.

Escondí mi rostro en la almohada, mientras asentía con la cabeza ligeramente. No quiero imaginarla la expresión de mi madrina en este instante.

—No diré nada... absolutamente nada... mis labios están sellados.

—Me veo patética, Toni. Demasiado.

—Enamorarse está bien, ¿por qué Erik, hija? Hay más hombres aquí.

—Dos cosas... la primera...— me preparé para dar mi discurso, dejando de lado lo asquerosa que me veía— es el único hombre que conozco, que no ve como un asco los libros, ni la música. Siempre te comenta sus lecturas, autores, y tramas... y segundo... no tengo ni puta idea de qué le vi.

—De acuerdo.

Miré un punto fijo de la habitación, y me hundí en mis pensamientos.

Pensándolo bien, hay más motivos, pero no los he sabido decifrar muy bien.

Sí, claro. Como la vez que no pudiste dormir porque recordabas a cada instante la manera en que él posó sus manos sobre tu cintura mientras cantaban esa canción.

Gritó mi conciencia.

Me mordí los labios fuertemente para reprimir un chillido.

O cuando lo llevaste en el caballo.

—¡Odio mis pensamientos!

Madame Giry me miró raro.

—¿Disculpa?

Negué con mi cabeza, apoyé mi mentón sobre la almohada.

—Me voy a volver loca.— musité.

—Lo que sí te puedo asegurar, es que Erik es muy decidido con lo que hace... así que sí te dijo lo que te dijo, lo puede cumplir. Muy pocas ocasiones cambia de opinión.

Recosté mi cabeza sobre el regazo de mi madrina. En este momento extraño demasiado a mi madre, quizá ella tuviera la respuesta para este sentimiento y me daría un buen consejo.

—¿Será que lo olvide cuando me vaya a Italia?

—Lastimosamente no podemos interferir en la memoria del corazón, mi niña.— me dijo, aún me acariciaba el cabello con suavidad— Pueda que sí, como pueda que no.

Mi ida a Italia...

Los cambios son buenos, pero este me aterra.

Desde que supe la idea de mi hermana y mi cuñado, les pedí el favor de que me ayudarán a conseguir unas clases de dicho idioma. Tenia cierto conocimiento pero no el suficiente para defenderme todo un año allá.

Afortunadamente consiguieron una persona de confianza con la cual hemos venido trabajando en ello. Lo importante es llegar al país con el conocimiento fresco.

Me daba tristeza tener que irme.

Aquí en París tenía todo: mi hogar, mis amigas, mi carrera, mi madrina... y al idiota ese.

Y la depresión duró unos meses más.

Habían días en que me despertaba odiándolo tanto, al punto de sentirme super genial. Pero tenía días donde sentía me daba el impulso de bajar, pero me negaba en hacerlo. Poco a poco aprendí a acostumbrarme a ello. Ambos tomamos la decisión de marcharnos de la vida del otro; sea para bien o para mal, debíamos aceptar la realidad.

A la madrugada fingía escuchar la melodía que acostumbraba a escuchar, esa canción llena de un sin fin de sentimientos. La música por la que supe de su existencia. No hubo una ocasión en la que no llorara al recordar.

Mis amigas sospechaban de la situación, sin embargo, no decidí mencionarles nada, porque como las conocía empezarían a odiarlo más de lo que yo lo hago. Y ni hablar de Christine, creo que se alegraría bastante al saber que ya no cruzamos palabra Erik y yo. 

Una nueva temporada de ballet vendría, pero no sería una obra en específico sino como un tipo de representación frente a una melodía. Algo así le entendí a mi hermana el día que nos dio el anuncio. 

Como siempre, mi madrina se encargaba del cuerpo de ballet femenino. No obstante, estaba más exigente que nunca. Mi cuerpo lo sentía a desfallecer. Estaba totalmente agotada, sentía que en algún momento me caería.

Cuando anunciaron el descanso, fue lo mejor que pude oír.

Me miré al espejo, noté algo raro en el reflejo... 

Esto no... no puede ser.

Había pensado mientras escuchaba las carcajadas de mis amigas ocasionadas por un chiste de Alexandra. Fingí quedarme a ensayar, pero realmente necesitaba descargar las malditas emociones que me estaban carcomiendo. Sabía que alguien tras mi reflejo me escucharía.

Entonces grité.

Grité cuanto lo odiaba.

Grité por todo lo que me hacía sentir.

Grité por los recuerdos que habíamos cosechado siendo unos simples conocidos.

Las lágrimas empapaban mis mejillas.

La manera en que decía mi nombre, la manera en la que me miraba, la manera en la que me hacía sentir todo este remolino de emoción... lo odiaba.

Fue entonces cuando las cosas pasaron demasiado rápido y aún no proceso como terminé besándole.

¿Les confieso algo?

De todos los besos que llegue a dar, este ha sido el mejor. Erik besa demasiado bien. Sus labios eran suaves, delicados, y tenían un ligero sabor a vino. Encajaba de manera perfecta con los míos. La verdad no me arrepentía de haberlo hecho.

Justo cuando planeaba seguir conversando con él, se escucharon los pasos por el pasillo. Ligeramente nos despedimos, con un ademán. Erik prometió buscarme para una próxima ocasión, yo simplemente me quedé parada frente al espejo mientras sonreía como una estúpida.











💀🖤🎭















—¿Erik?

Entré a la mansión del lago.

Las semanas habían sido un tanto largas, llenas de ensayos y funciones. Quería despejarme un poco, así que opté por bajar y venir a verle. Hacía un par de días que había terminado de confeccionar algo que sabría que podría encantarle, de lo contrario capaz me serviría usarlo en alguna ocasión.

—¿Erik?

Llamé de nuevo.

El living se encontraba solitario, como siempre. El olor a canela inundó mis fosas nasales, dándole un exquisito placer a mi sentido del olfato. Sabía que se trataba de él.

—¿Gabbie?

—Hola, ¿interrumpí algo?

Erik negó.

Había algo extraño en él.

Sus ojos no irradiaban el mismo brillo de siempre, era como si estuviera nostálgico por algo. 

Le extendí la caja que había llevado.

—La terminé hace unos días, no sé si te guste.— dije, Erik me ofreció una sonrisa ladina. Vi como se sentó con calma en uno de los sillones, y se dispuso a destapar el obsequio. Sus ojos empezaron a brillar al ver lo que le había traído.

Una capa.

La que él habitualmente usaba ya se notaba un tanto gastaba; me parecía que él tenía un porte sumamente elegante como para andar con una capa como esa.

—Quiero que cambies la que siempre usas, esta te va a quedar mejor.— hablé, él seguía admirando el obsequio. Empecé a sospechar cosas, porque es extraño de todas las actitudes que él tiene... esta en particular es diferente.

—No te hubieras molestado.

Rodé los ojos.

—Anda y pruébatela.— exigí. Sin protestar, Erik se la colocó— Te luce espectacular.— añadí, al posarme a su lado frente al espejo, le regalé una sonrisa percatándome después que sus ojos estaban algo hinchados... como si estuviese llorando.

 —Gracias...— murmuró, recosté mi cabeza sobre su brazo— No estoy acostumbrado a recibir regalos en mi cumpleaños.

Mis ojos se abrieron de tal forma que pudieron haberse salido de mis cuencas.

—¡¿Qué!?

Erik me miró.

—Estoy cumpliendo años... aunque no es una fecha muy relevante para mí. Aprecio tu regalo, mon trésor, pero te agradecería si pudieras dejarme solo el día de hoy.

Dios mío, hubiese sabido antes que su cumpleaños era hoy... hubiera planeado algo más especial. Al oír esa petición, no pude obstinarme a no cumplirla. Así como yo no puedo pasar mi cumpleaños sin no recordar lo que le pasó a mi madre, quizá él tenga algo mucho peor que recordar.

—Está bien...— suspiré— Cuando quieras ya sabes donde me puedes encontrar.

—Gabrielle.

—¿Sí?

Erik caminó hacia mí, se relamió los labios y meditó lo que a continuación me diría.

 —¿Te puedo pedir algo?

Asentí.

—¿Me puedes dar dos besos?

Desfallecí mentalmente.

Era como ver a un niño implorando el cariño de una madre, o un niño pidiendo su juguete favorito para dormir.

—Uno para ahora... y otro por si se gasta.

Tomé con cuidado su rostro en mis manos, di un casto beso en cada una de sus mejillas, y luego medité bien si le daría un tercero. Finalmente lo hice. Uní mis labios con los suyos en un beso suave y tierno; aquel tacto me gustaba, eran un nuevo beso después del primero que nos dimos aquel día en el cuarto de espejos.

Sus manos se aferraron a mis caderas, atrayéndome así hacia él para profundizar más el beso. No me disgustaba, de ninguna manera, al contrario. Cuando sentí la falta de aire en mis pulmones, me separé de sus labios y le miré a los ojos, la ligera capa blanca de la máscara no podía ocultar ese rastro de emoción que él sentía.

—Y uno para llevar.

Ahora él me dio un beso en la frente, eso me hizo sonreír.

—¿Seguro que quieres estar solo?— pregunté, una vez más. Erik asintió, no me quedaba de otra que respetar su decisión— Promete que me buscarás luego, adiós.

Me era imposible olvidad la sensación de sus labios junto a los míos. 

Italia me pedía a gritos que no me volviera adicta a sus besos, mientras que París me pedía que lo hiciera.





































n/a: capítulo un tanto más cortito que de costumbre, pero ya es sinónimo que vamos llegando al final de esta primera parte del libro. A continuación empezarán a presenciar una fase final llena de muchas emociones, y una mascarada inigualable <3.

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