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───capítulo XXII.





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Gabrielle.

¿Arrepentirme por haberle confiado a Meg algo que yo literalmente me había robado, y que se lo hubiese dado a mi hermana y por consiguiente Christine se lo diera a Erik?

Sí.

Maldita sea, no debí hacer eso. No sé qué carajos estaba pensando.

Justamente me encontraba en mi camerino, Erik estaba frente a mí: su mirada fría y calculadora, en sus manos traía la partitura de aquella ópera. No hizo falta un saludo, para reconocer que estaba sumamente enojado.

—Te lo repito de nuevo, Gabrielle: ¿Qué hacía mi ópera aquí?

—Yo...

Las palabras no salían.

Erik me miraba con seriedad, me juzgaba con esos hermosos ojos azules... ¿maldita sea, dije 'hermosos'?

Me mordí el labio inferior al esquivar su mirada de la mía. Me sentía avergonzada en este momento, la confianza que quizá estaba cultivando yo misma la tiré al caño.

Erik chasqueó con sus labios, dejó caer la partitura en la mesita de centro. Ante aquel ruido me estremecí.

—Me siento decepcionado.— dijo.

Bajé mi mirada.

—Yo...

—No hace falta que emitas una maldita palabra, Gabrielle.— interrumpió, su voz sonó más grave de lo normal— Creí que podía confiar en ti, pero nuevamente me he dado cuenta que debo darle más importancia a mi intuición... sabías muy bien que detesto a las personas curiosas, en especial a las mujeres que lo son.

Sentí una emoción sumamente rara. Mi mirada se levantó de golpe, pude observar que en ese instante Erik me estaba dando la espalda.

—Esta obra hace parte de un pasado infernal, un pasado que no merece ser recordado.

—¿A caso es por mi hermana?— aquella pregunta salió de manera inconsciente. La sangre empezó a hervir dentro de mí, sentía que no podía controlar dicha emoción desconocida... me era imposible entender de dónde venía lo que sentía. Erik se inmutó en responder, a lo cual me permití decir— Ya veo...

Un espeso silencio inundó la habitación.

No debí haberme llevado esa partitura sin permiso, es algo privado de él; hay una larga historia detrás de esta obra, una que no quiero descubrir... lo que quiero en este momento es que él se atreva a mirarme a los ojos.

—Lo mejor será que no vuelva a pisar la casa del lago, ya se lo había advertido hace tiempo, mademoiselle.

Su frialdad estaba empezando a filtrarse en lo más profundo de mi corazón, ¿a caso me estaba sintiendo herida? 

Suspiré pesadamente, hice con mis labios una sonrisa llena de ironía. 

—Deja de ser cobarde, Erik.— espeté, entre dientes— Cuando me hables, mírame.

El hombre de la máscara emitió una carcajada en un tono bajo, para después voltear sobre sus pies y finalmente darme la cara. Sus ojos conectaron con los míos, la chispa de enojo cambió por otra muy diferente; mientras que mi mirada tenía una corta chispa de enojo y decepción.

—Tengo los ovarios en el puesto para admitir que fui capaz de subir esto aquí. Tengo las putas agallas de decírtelo en la cara. ¿Qué creías? ¿Que te iba a tener lástima por un maldito romance fallido con mi hermana y que simplemente dejaría que te convirtieras en el fantasma en el que tanto anhelas? ¡Por Dios, Erik!— grité por último, la irá me iba a consumir por completo. Su rostro se mantenía inexpresivo— ¿En serio te vas a centrar tanto en el pasado?

Respiré profundo.

—No me estoy centrando en el pasado, Gabrielle... algunos pecados no deben salir a la luz nuevamente, deben quedarse en el confesionario por toda una eternidad.

—Aquellos son pecados sin confesar, porque cada dicho es absuelto.— le respondí, con seriedad. Mi mirada seguía fija en él— Le pido una seria disculpa, monsieur, por el inconveniente. Téngalo por seguro que no volverá a verme, le pido que se retire de mi camerino.

Pedir lo último me formó un profundo dolor en el pecho, se suponía que me debía ser indiferente, pero veo que no. Veo que me está doliendo pedirle que se vaya, y diciéndole que no volveré a verle.

El orgullo nos carcome, tanto así, que Erik se marcha, no sin antes tirar su fantástica obra a la chimenea de la habitación para luego salir por la puerta del espejo. No hice nada para detener las llamas, ni mucho menos para detenerlo a él.

Quizá mi curiosidad había ido más allá, a la final ambos habíamos salido con vida, ¿o eso es lo que creo?















💀🖤🎭











Empecé a realizar infinidades de cosas para olvidar aquel incidente con esa persona. No quería empezar a sobrepensar y llegar a la conclusión de que tuve la culpa de lo ocurrido; porque sé que eso no es así.

Una de las cosas que empezó a ocupar mi mente fue el hecho de cuidar a mis sobrinos. Me mantenía distraída, y me fascinaba pasar tiempo con ellos. Además de mis amigas, claro. 

Christine hoy me había pedido que les acompañara a la misa de medio día, nada más y nada menos que en Notre Dame. La majestuosa catedral de la que una vez mi madre me habló admirada por su hermosa construcción. 

Tanto Christine como yo, llevábamos una mantilla de color negro que cubría gran parte del cabello. Era una costumbre que teníamos, y que en mi caso, me la fomentó mi madre. portábamos una vestimenta adecuada para la ocasión; mi cuñado iba de manera formal. 

Los mellizos iban cada uno en su carriola correspondiente.

El estilo gótico de aquella catedral me había dejado perpleja tal y como la primera vez que vine aquí. En cada parte de su estructura, se encuentra plasmada una parte de la devoción mariana del pueblo parisino en el siglo doce; en donde no importaba la belleza arquitectónica frente al ojo humano, sino que importaba ante el ojo del Eterno. 

Nos permitimos entrar por el pórtico central, y según recuerdo lo que me explicó mi madre: se trataba del tímpano del juicio final. En donde Cristo como juez preside el tímpano en la franja superior, flanqueado por dos ángeles a cada lado, y al lado de estos, San Juan —el discípulo amado, se encuentra a la derecha— y la Virgen María —su madre, se encuentra a su izquierda—. En la franja del medio se puede ver a los elegidos que llevan una corona. Al lado contrario, los condenados. En el centro de la franja, el arcángel San Miguel porta la balanza de la justicia, mientras el mismísimo Satanás intenta inclinarla a su favor.

Eso si hablamos de la parte superior.

En la parte inferior, y lo que daría el inicio de las entradas: representa la resurrección de los muertos en el final de los tiempos. Cada personaje se encuentra ataviado con los atributos de su ocupación u oficio. En el parteluz los fieles podíamos admirar a Cristo bendiciendo. En las jambas de los lados, los apóstoles completan el grupo. Debajo de cada uno de ellos, se representan los signos zodiacales.

Nunca comprendí a qué se debía la presencia del zodiaco en esta parte; sin embargo, lo que mis ojos observaban, me hicieron dar un profundo escalofrío. Fue en ese momento que realicé la genuflexión, aparte de santiguarme. Me sentía tan pequeña ante tanta belleza; mis ojos presenciaban lo que fue la creación de un nuevo milenio para París: donde el hombre había querido ir a las estrellas, y en donde quería escribir su historia sobre el cristal o sobre la piedra.

La última vez que pisé Notre Dame, fue a los diez años. Justo en mi primera comunión. Después asistíamos con mi madre a una pequeña capilla cerca de mi casa, dado que la catedral queda un poco retirada de donde vivo.

Ahora entenderán que venir de nuevo aquí ha despertado un sentimiento de nostalgia.

Al adentrarnos, pude notar la cantidad de personas realizando las plegarias anticipes a la eucaristía, de igual forma, gente rezando el santo rosario.

En ese momento mi mano derecha se posó en el rosario que llevaba.

Raoul nos indicó una de las bancas desocupadas para que pudiéramos sentarnos. Afortunadamente los mellizos dormían plácidamente.

Me dispuse a orar, mientras se daba el inicio a la misa tridentina. Empecé a pensar porqué debía agradecer, y porqué debía pedir. Porqué debía pedir perdón. 

Agradezco porque me permitiste de alguna u otra forma acercarme a mi hermana... aunque ha llegado a ser un total fracaso.

Miré disimuladamente a la castaña, una sonrisa ladina se formó en mi rostro.

Te agradezco por mis sobrinos, y por mi cuñado... también por mis nuevas experiencias en la ópera.

Poco a poco un nudo en la garganta se formó, las lágrimas amenazaron con empezar a salir.

Te pido por él...

La discusión volvió a pasar por mi mente como si estuviese pasando en ese instante; empecé a sentir un dolor muy fuerte en el pecho, ese dolor de la frustración por haber dejado que el orgullo me ganara. Pero también el dolor por las palabras que escuché por parte de él.

En ese momento me di cuenta que el confesionario estaba vacío, así que aproveché.

—¿A dónde vas?— me preguntó Raoul, con mi mirada le señalé a donde iba— Listo, no te preocupes.

Respiré profundo.

Al llegar al pequeño cubículo, me arrodillé y escuché una voz dulce que me dijo:

In nomine patris et filii et spiritus sancti, amen.— me santigüé al escuchar estas palabras— ¿Qué te trae hoy por aquí, hija de Dios?

Y las lágrimas se desbordaron.

Empecé a llorar de una manera tan desconsolada, que quizá hasta el sacerdote que me confesaría sentía lastima en ese momento.

—Deja que el señor te sane por medio de esas lágrimas... el llanto es la mejor cura para un corazón malherido, y cuando más Dios escucha las súplicas.— le escuché decir— Recuerda cuanto lloró la madre de San Agustín por la conversión de él.

Sorbí mi nariz, mientras asentía.

—Más de treinta años lloró Santa Mónica...— murmuré, junto a un sollozo—En mi angustia yo clamé al señor, dice el salmista.

—Exacto.— escuché— Tu corazón está acumulando demasiada tristeza, hija... ¿qué te aqueja?

Respiré profundo.

—¿Cómo puede uno seguirse aferrando al orgullo y al pasado, padre? ¿Cómo puede uno permitir esa nube?— cuestioné, las lágrimas seguían descendiendo por mis mejillas— ¿Cómo uno puede dejar de mirar la vida con ojos hermosos, y mirarla con un odio inmenso? ¿Cómo podemos dejar que la idea continua de la muerte nos nuble la vista? ¿Realmente Dios ha de perdonar nuestro pasado, nuestros errores? ¿O simplemente seguiremos siendo esa oveja descarriada sin salvación?

Escuché un suspiro.

—A través de los años nos han impuesto un Dios lleno de egoísmo, un Dios castigador.— hizo una breve pausa— ¿Alguna vez ha visto al Cristo Pantocrátor?

Asentí, aun teniendo la idea de que quizá este hombre no me vea.

—La mirada de este Cristo es imponente, juzgador... pero la realidad es otra, ¿comprendes?

Asentí.

—La misericordia de Dios es infinita, para él nada es fatalidad, o como bien dirían los griegos: anarkia.— su voz me llenó de una paz inexplicable,  mi corazón empezó a entrar en una calma que hace mucho no poseía— ¿O por qué cree que el pastor dejó a las noventa y nueve ovejas en el desierto, y salió corriendo por la número cien?

—Porque habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.— hablé, un poco más calmada. Aquella parábola siempre había sido mi favorita— ¿Es necesario pasar por estas pruebas, padre?

—Siempre hija, siempre.

—¿Cree usted que se puede volver a amar después de haber sido herido?

—El amor siempre estará, nos cuesta tomarlo de la manera correcta... porque siempre confundimos el amor con obsesión, o con fanatismo. Idealizamos tanto, que a la final los devastados somos nosotros mismos.

Era totalmente cierto.

Al enamorarnos, no somos capaces de comprender si verdaderamente estamos dispuestos a amar o simplemente estábamos bajo un sentimiento de idealización, que no nos fijamos por completo de la realidad.

Quizá era lo que había ocurrido con Erik.

Desconocía su pasado, pero en las cosas que había podido saber... fue un niño criado sin amor. Por ende, buscó ese sentimiento en la primera rosa que encontró, sin embargo, esa rosa lo hirió  con sus espinas.

Después de recibir mi penitencia, salí del confesionario con una gran paz. Entonces me di cuenta lo mucho que había durado en confesión: había perdido las primeras lecturas y la homilía, ya nos encontrábamos en el momento de la comunión. La misa terminó, por ende recibí la tan esperada pregunta de parte de mi hermana:

—¿Te sientes bien?

Limpié una vez más el rastro de lágrimas que quedaron en mis mejillas, asentí.

—Sí, estoy bien.— respondí, por un momento me detuve para mirar hacia atrás. Admiré por un momento la sala de los reyes, fue cuando vi escrita sobre una piedra la palabra "ANARKIA". Una sonrisa ladina se formó en mi rostro— Anarkía...

—¿Qué?

—Fatalidad.— dije— Lo que para nosotros puede llegar a ser fatalidad, para Dios solo es una cosa muy mínima.







💀🖤🎭











La tarde transcurrió normal.

Raoul me pidió que les acompañara para el almuerzo y quizá la hora del té que mi hermana tenía acostumbrada en una tarde de domingo.

No tenía ánimo de que fuese lunes, serlo significaba volver a la ópera. Estar en la ópera era predecir esa música en la noche, y una constancia vigilancia tras el espejo. Yo no quería eso.

De no ser por la existencia de mis amigas, estaría deseando no volver por un tiempo.

Escuché un chasquido frente a mí.

—Gabbie, debemos comentarte algo.

Sacudí mi cabeza, por consiguiente asentí ante lo que había mencionado mi cuñado.

—¿Sí?

Mi hermana y Raoul intercambiaron miradas.

—Hace poco en una de las reuniones que tuvimos, nos percatamos de que es necesario volver por un tiempo a Italia.— Raoul empezó a hablar, atentamente escuché cada parte de la conversación que estábamos teniendo— Hay unos temas que deben ser negociados de manera correcta.

—¿Y eso en qué me compromete a mí?

Había la necesidad de hacer esa pregunta por mi parte, porque la verdad no entiendo para qué me están comentando un asunto que solo les compete a ellos dos.

—Estuve pensando...— fue momento para que Christine hablara— como tal nosotras no tenemos una relación de hermanas en sí, sería bueno que poco a poco empezáramos a construirla, es por eso que quiero que vengas con nosotros. Sumado a que podré confiarte los mellizos cuando tengamos cenas importantes. Además, sé que sabes hablar italiano muy bien, entonces sería una buena oportunidad para conocer un nuevo ambiente.

Estaba tratando de procesar toda esta información suministrada en menos de un maldito minuto. Y para el colmo, no sabía que responder.

—En Italia hay muchas escuelas de arte, y si quieres podrías ejercer tu profesión como enfermera.— añadió Raoul, había una pizca de emoción en su voz— Será un año, lo que estaremos allí. Nos devolveremos a París, claro está.

Italia.

Irme de París.

¿Quiere decir que debo dejar por todo un año mi vida completa?

—No lo sé...— musité, insegura. Por mi cabeza empezaron a pasar muchas cosas, en especial todo lo que comprometía salir de mi país por irme a un nuevo destino. 

—Vas a estar bien, Gabrielle.— habló Christine, decidida— Un año se pasa rápido, nos iríamos iniciando enero.

Abrí los ojos completamente.

Enero es el mes que más me golpea con olas de tristeza y melancolía, ni por el hecho de cumplir años, mi corazón siente calor en esas fechas. 

Suspiré.

Mamá decía que los cambios eran buenos, porque nos permitían evolucionar como personas y verle otra cara a la vida. Nuestro paso por este mundo está sujeto a infinidades de cambios, a una metamorfosis continua. Fue entonces cuando recordé lo que había pasado en el confesionario, cuando el padre afirmó que al ser creación de DIos, debemos pasar por cada prueba que el Eterno nos coloca en la vida.

Si esto era una prueba, debía aceptarla.

—Está bien, pero tengo mis condiciones.— me digné en hablar después de un par de minutos. Tanto Christine como Raoul me prestaron atención— Uno, si quieres que tengamos una buena relación como hermanas quiero que sepas de una vez que no toleraré ningún comentario ofensivo que te haya dicho Madame Valerius sobre mi madre; dos, por ningún motivo me dirás Daaé; tres, debes aceptar el hecho de que conocí a alguien que hace parte de tu pasado, lo cual no fue apropósito porque desconozco lo que haya pasado; cuatro, debemos tenernos respeto... aunque nuestra relación sea nula, debemos comprender que tenemos la misma sangre y si la vida nos hizo familia fue por algo.

Recuperé mi respiración después de dar un corto discurso. 

—Ah, y cuando ambas creamos conveniente anunciar nuestro parentesco en la ópera, lo haremos.— añadí, por último. Las personas que sabían de esto, realmente las podía contar con los dedos de mis manos.

—Las cosas serán un poco difíciles, pero, lo haré.

—¿Entonces? ¿Te animas a conocer un nuevo país, petite princesse?— me preguntó Raoul— Sé que amarás Italia.

—Acepto, los cambios son buenos en esta vida.— respondí, un tanto insegura de mi decisión.

En ese momento pensaba en todo y nada a la vez.














N/A: Puse demasiadas referencias, el que entendió, entendió.








the music of the night.


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