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14. The Coffee Shop

Enero 4, 1977. 9:49 p.m.

El segundo día del nuevo año había llegado la invitación a la boda.

Los Merodeadores estaban sentados alrededor de la chimenea de la sala de la mansión Potter, conversando mientras tomaban chocolate caliente recién hecho por Euphemia Potter cuando la lechuza se posó en la ventana. James se había puesto de pie sin dudarlo y había dejado pasar al ave, que se sacudió nieve de las plumas blancas cuando se detuvo sobre la mesa de café. Con delicadeza, Peter había desatado el pergamino con cuidado y lo había desenrollado mientras Sirius y Remus le dieron un par de premios a la lechuza como agradecimiento mientras ésta seguía absorbiendo algo del calor de la chimenea y los observaba fijamente con enorme ojos amarillos.

«Estimados Señores Lupin, Pettigrew, Black y Potter» —leyó Peter.

—Es curioso. ¿No es ese el mismo orden en el que están nuestros nombres en el Mapa? —preguntó Sirius.

—Debe ser una coincidencia —dijo James. Remus asintió. Pero después de lo que había hablado en diciembre tanto con Phoenix como con Harper, se sentía como que estaba intentando convencerse de algo que no creía.

«Están cordialmente invitados a celebrar con nosotros las nupcias de Lorelai Halloran con Thomas Amori, al igual que a los eventos relacionados. Estos incluyen la cena de celebración del compromiso, las despedidas de soltero respectivas y la fiesta posterior al rito ceremonial de los anillos. Se reservaron cuatro espacios. Por favor confirmar su asistencia a más tardar el seis de febrero del presente año. Atentamente, Phoenix Halloran, dama de honor.»

—No tenía idea de que la mamá de Phoenix se fuera a casar —dijo Peter, sorprendido, antes de dar un sorbo a su taza de chocolate caliente.

—A mí me lo mencionó la primera vez en una carta hace como una semana, pero no creo que sea tan reciente —dijo Sirius, frunciendo levemente el ceño.

—¿Te has estado mandando cartas con Nix? —preguntó James, sentándose en su puesto de nuevo y alzando las cejas.

—No sé porqué te burlas si tú has estado mandando cartas todos los días. ¿Con quién hablas tanto? —cuestionó Sirius. James se mordió la lengua y, antes de que terminara de decidirse si contestar o no, Peter habló de nuevo.

—¡Oh! ¡Hay una nota! —Desenrolló lo que quedaba del pergamino para leer una nota escrita a mano con la caligrafía que Remus sabía que le pertenecía a Harper.

«Post-Data: Una disculpa que la invitación aparezca de un día para otro, pero Phoenix se ha estado volviendo loca con la organización y me pidió que las enviara. Están cordialmente invitados y nos alegraría mucho si nos pudieran acompañar. Aunque ya no lleven su clase, Lorelai les tiene mucho aprecio como estudiantes. (Además de que podrían evitar que Nix se agarre a golpes con las primas de Thomas. Larga historia.)»

—No puedo imaginarme a Nix golpeando a alguien —mencionó James—. Quiero decir, ¿hechizarlos? Sí. A Sirius y a mí casi nos hechizó el año pasado. ¿Pero golpes? ¿Al estilo Muggle?

—Nix no está muy contenta con el matrimonio —dijo Sirius—, no se lleva demasiado bien con la familia.

—¿La de Lorelai o la de Thomas?

Sirius se lo pensó un momento.

—Es complicado, pero con ninguna de las dos.

—Oh, gracias a Dios, pensé que iban a decir que eran la misma —dijo Peter, llevándose una mano al pecho y soltando una risa nerviosa. Sirius lo miró, ofendido. Antes de que discutieran, Peter terminó de leer la nota—. «Oh, no tienen que confirmar su asistencia a todos los eventos de una sola vez. Solo la familia de Lorelai y la de Thomas... tienen sus excentricidades, ya saben cómo es. De todos modos, esperamos sus cartas. Saludos a Fleamont y Euphemia. -H.»

Ahora, ese momento volvía a ser el tema de conversación mientras salían del cine y se dirigían hacia una cafetería abierta las veinticuatro horas que habían visto más temprano. Los cuatro llevaban bien puestos los abrigos, los guantes, las bufandas y los gorros. Remus solo podía agradecer que no estaba nevando o lloviendo, porque solo eso habría faltado para que se congelaran antes de llegar a su destino.

Entraron a la cafetería. Estaba suavemente iluminada por lámparas, las paredes y los muebles eran de colores tierra y había un mostrador con algunos postres disponibles. Tomaron asiento en una de las butacas junto a la pared, hecha de suave tela en tonos marrones y con una mesa de roble en medio, similar a las de Las tres escobas.

Los atendió un joven de cabello rubio y ojos marrones que les sonrió ampliamente al llegar. Lucía apenas unos años mayor que ellos. Hicieron su pedido de dos chocolates calientes, un café y un té del día, tres porciones de Fruit Crumble y una porción de pie de manzana. El muchacho se retiró, dejando a los cuatro chicos prácticamente solos en la cafetería mientras que él iba a la parte de atrás a preparar lo que le habían pedido con ayuda de otra persona. No le alcanzaban a ver, pero escuchaban sus voces indistinguibles desde la cocina.

Peter tenía la espalda hacia la calle, a su lado estaban James y Remus, mientras que Sirius estaba frente a él, con una vista clara y de frente de la calle. Estuvieron unos minutos todavía hablando sobre el tema de la boda de la profesora Halloran, empezando por si confirmaban su asistencia o si esto implicaría comprar un traje formal nuevo. El joven rubio que los había atendido antes y la chica que le había ayudado, también de cabello rubio con mechas rosas en las puntas de este, trajeron su orden.

Sin embargo, llegó un momento en el que James notó que Sirius tenía rato de haberse quedado callado con el ceño fruncido y la mirada fija en algo afuera, por lo que codeó a Remus. Compartieron una mirada antes de volver en la misma dirección que Sirius.

Del otro lado de la calle se encontraba un restaurante. Juzgando por su decoración y la vestimenta de los presentes, parecía ser extremadamente lujoso. Y tomando en cuenta que algunos de sus comensales tenían la piel azul, escamas o alas, era fácil asumir que, aunque ellos lo podían ver, pasaría desapercibido para los Muggles.

Mas lo que llamó la atención de Remus fue reconocer a una chica de cabello naranja que se encontraba sentada junto a Regulus Black y opuesta a Walburga y Orion Black.

—¿De verdad estoy viendo lo que creo que estoy viendo? —dijo Sirius. Sonaba ofendido. Quizás no era el más cercano a Harper al igual que Peter, pero eso no significaba que no le dolía ver que estaba sentada en la misma mesa que dos de las personas que más daño le habían hecho a lo largo de su vida como si no fuera nada.

Remus frunció el ceño mientras tomó un sorbo de su taza de café.

—Aquí tienes unos binoculares —dijo Peter, sacando algo de su bolsillo. Al estar de espaldas a la calle, era el más obvio si se giraba, así que se lo tendió a Sirius.

—No entiendo nada. ¿De dónde los sacaste? —preguntó James, tomando un pedazo de su pie.

—Fueron un regalo de cumpleaños. A mi mamá le gusta observar aves.

—Creo que eso sigue sin explicar porqué los llevabas en el bolsillo.

Sirius levantó los binoculares para observar la escena antes de tendérselos a Remus. El castaño los tomó y enfocó la mesa donde estaban los otros tres miembros de la familia Black y Harper. La expresión de seriedad de todos los presentes le daba mala espina, especialmente cuando un paquete fue puesto sobre la mesa por Orion.

—¿Qué es el paquete? —preguntó James. Remus le tendió los binoculares de Peter, mientras que él y Sirius se acomodaron para poner atención a la escena—. Esperen. No es un paquete, es una caja.

Efectivamente, era una caja metálica similar a las que se usaban en los comercios para el dinero en efectivo. Harper sacó una llave de su bolso y abrió la caja metálica. De esta, sacó un objeto en una funda. Con cuidado, Harper sacó de su funda una daga metálica que reflejó la luz de las velas que iluminaban su mesa. La examinó con atención antes de asentir y volverla a guardar. Regulus solo le dio una mirada de lado.

Mientras que James narraba lo que sucedía para Peter, Sirius y Remus compartieron una mirada confundida. Pero no importaba cuánto lo intentara, no se le ocurría una sola razón normal por la que los Black le entregarían a Harper una daga. Si empezaba a enumerar todas las posibles razones no normales, podría haber estado ahí muchísimo tiempo.

Lo siguiente que vieron fue cómo Harper sacó algo más de su bolso, una pequeña caja de terciopelo ligeramente alargada hacia los lados. Walburga la tomó y la examinó, pero el cuerpo de su marido bloqueó la vista de todos, como pudo deducir Remus por el suspiro frustrado que soltó James. Walburga cerró la caja de nuevo y, poco después, los tres Black se retiraron luego de pagar la cuenta.

Harper se puso de pie, tomó su abrigo y se lo puso para luego salir del restaurante. Miró a ambos lados antes de cruzar la calle y entró a la cafetería. La campanilla que Remus no había notado antes definitivamente la notó ahora, pero la pelirroja no los volvió a ver, sino que caminó directo hacia el mostrador. Ambos jóvenes rubios se acercaron para examinar la caja y la llave que la chica les tendía.

—Mi parte del trato está cumplida, Tristan.

—No tan rápido, Baker. —El chico rubio alzó una ceja, examinándola—. Ábrela.

Harper soltó un suspiro frustrado, pero abrió la caja metálica con la llave. Sacó la funda y, a una velocidad que prometía ser bastante insegura, sacó la daga. Estando algo más cerca, era posible notar que estaba completamente hecha de plata. En su empuñadura se encontraban pequeñas piedras preciosas de color rojo y verde pálido, y había un mensaje grabado.

La chica rubia la tomó suavemente de las manos de la pelirroja y la examinó cuidadosamente.

«Con esta daga se sella la promesa. Malditos serán aquellos que no la cumplan.» —Ella sonrió y volvió a ver al chico—. Es la real. ¿Cómo llegó a estar en posesión de los Black?

—Deberías hacerle esa pregunta a nuestra querida hermana Lorelai —dijo el rubio que había sido identificado por Harper como Tristan—. Considera tu parte del trato cumplido, Harper. Podrás acudir a Roselyn y a mí. —Se señaló a sí mismo y a la rubia junto a él.

Harper asintió. Se giró y comenzó a caminar para irse, pero se detuvo a la mitad y se giró para ver a Tristan y le dio una mala mirada.

—Quizás quieras ofrecerle la misma cortesía a Phoenix. Ella también se lo merece. —Sin decir más, se giró sobre sus talones y salió de la cafetería.

Roselyn y Tristan habían regresado a la parte de atrás de la cafetería, por lo que los Merodeadores rápidamente se pusieron de pie para seguir a la pelirroja. ¿Se estaban revelando como chismosos? Tal vez, pero eran las únicas personas en la cafetería. Si hubiese sido muy secreto, alguno de los tres habría dicho que tuvieran la conversación en otra parte. Además, todavía tenían alguno de energía acumulada luego de haber salido de ver «Rocky», así que tampoco es que lo hubiesen pensado mucho.

—¡Harper!

Ella los volvió a ver cuando se acercaron, intentando mantener una expresión neutra. Parpadeó dos veces y Remus juró ver sus ojos cambiar de color de nuevo a rojo antes de que volvieran a ser verdes.

—No se acerquen —pidió, estirando una mano para detenerlos—. Deberían volver a casa de James. No es seguro estar aquí.

—Tenemos algunas preguntas. ¿Qué fue eso? ¿Te encuentras bien...? —empezó Sirius, pero Harper lo detuvo.

—Ahora no, ¿de acuerdo? No es el lugar ni el momento.

Antes de que pudieran preguntar algo más, una nube de humo negro hizo presencia alrededor de ellos y se materializó frente a Harper una mujer con una sonrisa desquiciada en sus labios y el cabello rizado. La reconocieron al instante, empezando por sus característicos ojos grises de la familia.

—Vaya, no esperaba verte por aquí con traidores a la sangre—dijo Bellatrix, con veneno presente en cada palabra—. Supongo que no les dijiste para qué estabas aquí. Aunque quizás podría...

Bellatrix tenía la varita en mano, pero la de Harper apuntó a su garganta en menos de un parpadeo y antes de que la mortífaga se diera cuenta de que quedaba en una posición de vulnerabilidad. La mirada de Harper volvía a ser rojo sangre, lo que la hacía ver todavía más intimidante, a pesar de ser más baja que Bellatrix.

—Déjalos fuera de esto, Bella. —Una sonrisa con crueles intenciones comenzó a extenderse por el rostro de la pelinegra. Los Merodeadores también habían sacado sus varitas en caso de que fuera necesario, aún si Sirius era el único que tenía permitido hacer magia fuera del colegio—. Ellos no tienen nada que ver en esto.

—¿Por qué debería hacerlo? No parece que hayas considerado la propuesta que te hicimos —comentó Bellatrix, torciendo la cabeza. Sin embargo, Remus notó que su sonrisa flaqueó al sentir la presión que hizo Harper con su varita sobre su garganta. En la posición en la que estaba, cualquier hechizo habría dejado a Bellatrix completamente vulnerable.

—Lo he considerado, pero la respuesta es no. Ahora no. —Bellatrix alzó una ceja.

—El Señor Oscuro es paciente, pero no va a esperar para siempre a una chiquilla que nadie sabe porqué quiere entre sus filas.

Remus tragó saliva. No podía ser posible lo que estaba escuchando. Esa no podía ser la Harper que ellos conocían.

—Vete, Bellatrix, o te juro que voy a desgarrar tu garganta con mis propios dientes y disfrutaré cada segundo de ello —advirtió Harper. Bellatrix rodó los ojos.

—El tiempo se está acabando. —Bellatrix se alejó un paso hacia atrás y Harper bajó su varita, relajando un poco su agarre en esta—. Dale saludos a Reggie de mi parte, ¿sí? —Y con eso, Bellatrix se desapareció.

Los cuatro muchachos se quedaron callados, todavía intentando entender todo lo que acababa de suceder.

—¿Harper? —empezó James. La pelirroja apartó la mirada de donde antes había estado Bellatrix. Las irises de sus ojos eran rojas, pero parpadeó y volvieron a ser verdes—. ¿Qué está pasando?

—Asuntos de la Orden —dijo ella y su mirada se ensombreció. Hizo una pausa y suspiró—. Deberían volver a casa de tus padres, James. Algún día quizás lo entiendan, pero no hoy. Lo siento.

Sin más que decir, Harper se desapareció.

—Estoy... muy confundido, creo —dijo Remus, intentando expresar lo que sentía, pero no había realmente forma de hacerlo.

—Vas a estar más confundido todavía cuando veas esto —dijo Sirius. James, Remus y Peter se giraron para ver en la misma dirección que él. Dicho y hecho.

Donde antes se encontraba la entrada a la cafetería, ahora solo se encontraba una pared completamente lisa, como si solo fuera una continuación del edificio contiguo. No quedaba una sola señal de que algo hubiese existido minutos antes ahí.

—Ni siquiera me alcancé a terminar mi pie —comentó James, intentando aligerar un poco el ambiente y con cierta genuina queja.

—Bueno, hay que verle el lado bueno, ¿no?

Los otros tres volvieron a Peter, como pensando qué lado positivo podría sacarle a todo eso. Peter se alzó de hombros.

—Al menos no nos cobraron lo que pedimos.

En eso, Peter tenía razón. Siempre se agradecía la comida gratis.


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