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02. Mirror, Mirror

Septiembre 8, 1976. 4:00 p.m.

El aula de Transformaciones era una de las favoritas en todo el castillo de Remus. Estaba cerca de la Torre de Gryffindor, por lo que no tenía que despertarse demasiado temprano ni salir con demasiada anticipación para llegar a tiempo a la clase. Las ventanas eran ideales, pues dejaban entrar los rayos del sol de manera perfecta para iluminarla en invierno pero no se morían de calor durante la primavera y el invierno. Era una de las aulas más amplias, por lo que no se sentía que si movía el escritorio iba a golpear a la persona que estaba sentada frente a él. Además, gran parte de las veces que la profesora McGonagall los había castigado, habían cumplido su penitencia en esa misma aula, fuera escribir líneas o ayudar a ordenar. Una vez incluso persiguieron los escritorios semi-convertidos en cerdos que una clase había dejado atrás.

Al fondo del aula, había una puerta, la cual llevaba a la oficina de la profesora McGonagall. Algunas veces se habían reunido en esta con su jefa de casa, así como con los padres de James y su padre, Lyall Lupin, por alguna broma que se había salido de las manos y requería una intervención más directa que una carta. Claro que no habían logrado detenerlos o convencerlos de que dejaran de hacerlas. Y en una de estas reuniones es que habían encontrado James y Sirius el primer libro sobre animagos que leyeron antes de hacer el proceso.

A pesar de que había aspectos de ello con los que Remus no estaba de acuerdo, como el hecho de que se sentía que estaba traicionando la confianza de Dumbledore, eso no quería decir que no lo agradecía. Todo lo contrario. Teniendo a sus mejores amigos a su lado, la pesadilla que solían ser las lunas llenas se convertía en... bueno, una pesadilla menos horrorosa, tampoco tenía que engañarse. Y no solo durante su transformación, sino que la semana antes y después de esa noche. ¿Cuántas veces se había quedado dormido en clase, a veces en todas las lecciones del día, y Sirius había tomado notas por él? ¿Cuántas veces James se había asegurado de que tuviera al menos tres comidas decentes al día? ¿Cuántas veces Peter se había escabullido a Hogsmeade para traer otra tableta del chocolate favorito de Remus porque se lo había acabado?

Además de que, por lo general, tenían bastante tolerancia por el mal genio que se cargaba los días previos a la luna llena.

Aunque a veces Remus tenía menos paciencia de lo usual, lo cual solía jugarles un poco en contra, como ahora.

—Tendrán quince minutos para comenzar a practicar el hechizo que acabo de explicar —dijo la profesora McGonagall, caminando por el aula—. Espero que hayan prestado atención.

Y con eso último, le dio una mirada de advertencia a los Merodeadores que no habían estado muy callados durante la clase. Excepto por Remus, que comenzaba a sentir con más intensidad los efectos de la luna llena que sería esa noche.

El dolor de cabeza aumentó cuando comenzaron a escucharse las voces de sus compañeros repetir el hechizo una y otra vez por toda el aula. Cabellos, cejas, pestañas y hasta las uñas de las manos comenzaron a cambiar de color a su alrededor. Remus no estaba seguro de si era el volumen de las voces de sus compañeros que estaban aumentando o si su oído se estaba volviendo más agudo, más lobuno.

—¿Remus? ¿Cómo te podemos ayudar? —preguntó Sirius, sentado junto a él.

—No lo sé. —Remus negó con la cabeza, llevándose una mano al costado de la cabeza.

La luz que en general apreciaba comenzaba a molestarle. James y Peter, sentados detrás de ellos, se inclinaron un poco más cerca para ver cómo podían ayudar. Pero Remus no sabía qué decir, y ellos tampoco.

Sin embargo, no fue necesario que lo hicieran, pues entonces la profesora McGonagall se levantó de su escritorio y se acercó a ellos. Los examinó a los cuatro con la mirada, lo que hizo que Remus bajara su mano del costado de su cabeza, pero ya Minnie los había visto.

—Señorita Halloran. —Desde el fondo de la clase, se escuchó la voz de la prefecta de Hufflepuff responder ante el llamado de la profesora—. ¿Sería tan amable de cambiar puestos con el señor Lupin? Creo que al señor Black le vendría bien un poco de ayuda.

Remus y Sirius compartieron una mirada ante eso.

—Claro, profesora, no hay problema —contestó Phoenix, tomando sus cosas para cambiar de puesto.

Remus hizo lo mismo y se puso de pie, pero se detuvo un momento junto a McGonagall.

—Gracias, Minnie.

McGonagall tan solo le dio una sonrisa y un asentimiento antes de volver a su escritorio al frente de la clase.

Mientras que Phoenix se sentó junto a Sirius, Remus tomó asiento hacia el final de la clase, en el campo que acababa de quedar vacío junto a Harper Baker. Al momento de sentarse, fue notoria la diferencia entre cuánto ruido percibía estando sentado ahí comparado con el centro de la clase, lo que ocasionó que su dolor de cabeza disminuyera un poco.

—Nos encontramos de nuevo —sonrió Harper en su dirección, levantando la mirada del cuaderno en el que había estado escribiendo—. ¿Te encuentras bien? —Su ceño se frunció ligeramente al ver la expresión de Remus.

—Sí, solo es un dolor de cabeza. Lo normal. —Harper asintió, aunque no parecía muy convencida y volvió al cuaderno en el que estaba escribiendo.

Era un cuaderno negro, bastante viejo y con el lomo desgastado. Remus podía oler las páginas viejas y la tinta sobre ellas, tanto la fresca como la anterior. Entrecerró los ojos cuando reconoció algo más que parecía desprenderse del cuaderno, pero no supo reconocer exactamente qué era. Harper pasó una mano sobre la página para asegurarse de que la tinta estaba completamente seca antes de guardar el cuaderno en su bolso.

Remus regresó su atención a practicar el hechizo en las uñas de sus manos, cambiando cada una a tres colores diferentes antes de recordar que había dejado el espejo de mano que él y Sirius habían estado usando en posesión del último, por lo que se giró hacia Harper.

—Harper. —Ella levantó la mirada para verlo de nuevo—. ¿Tienes un espejo que me puedas prestar?

Harper asintió y del mismo bolso donde había guardado el cuaderno, sacó un espejo de mano plateado de estilo antiguo y se lo tendió. Remus tendió en aceptarlo, pero igual lo hizo. El vidrio era ovalado y alrededor de este y por el mango se extendía un intricado diseño de rosas.

—Si te preocupa quebrarlo, debes saber que lo hechicé para que no pase —le aseguró Harper, dándole una sonrisa tranquilizante—. A Nix se le cae todo, era mejor prevenir. —Se alzó de hombros.

—Igual que pasa con Sirius —dijo Remus, pensando en voz alta.

—¿Sirius es muy torpe?

Remus se mordió el interior de la mejilla al darse cuenta de que había hablado de más. No podía decirle a Harper que casi todos los objetos en su dormitorio quedaban a la altura exacta para que cuando Sirius se transformaba en Canuto y movía la cola, todo era derribado y tirado al piso sin cuidado alguno. Sin contar las veces en las que Cornamenta había tirado al suelo los armarios con sus astas, lo que había hecho que se mezclaran todas sus cosas y estuvieron meses revisando a quién pertenecía cada prenda antes de ponérsela para evitar confusiones. Algunas eran obvias, como los pantalones, donde podían más o menos reconocerlos por el largo de las piernas, pero otras no tanto, como las medias que todavía a veces revisaban de nuevo porque no estaban seguros.

—Sí, algo así.

Harper giró la cabeza con curiosidad ante una respuesta tan ambigua, pero Remus bajó su mirada al espejo para evitar meter las patas hasta el fondo. Se encontró con una imagen demasiado familiar: el mismo rostro que había visto toda su vida y las cicatrices que se habían ido agregando cada luna llena desde que había sido mordido hasta que sus amigos habían terminado el proceso de convertirse en animagos.

Sin embargo, lo que llamó su atención fue cuando se encontró que las irises de sus ojos no eran su usual color marrón, sino que eran amarillos.

Su reflejo le frunció el ceño de vuelta mientras examinaba todavía su mirada. Pero si Remus parpadeaba, el Remus del espejo también lo hacía, y sus ojos se mantenían de ese color. ¿Significaba que los de él también habían cambiado o era algo que solo se podía ver con ese dichoso espejo? ¿Acaso había usado uno de los hechizos y no lo recordaba?

—¿Harper? ¿Puedo hacerte una pregunta muy extraña? —Harper levantó la mirada de los rizos que había estado entretenida cambiando de colores para ver a Remus de nuevo.

—Claro, ¿qué pasa?

—¿Qué ves en el espejo? —Remus alargó el brazo para verse él en el espejo y que Harper pudiera ver su reflejo también.

Harper lo miró con extrañeza, pero bajó la mirada hacia el espejo de mano igualmente.

—Te veo a ti. —Harper giró la cabeza hacia Remus—. ¿Por qué?

Remus se enfocó en el reflejo de nuevo, donde las irises doradas todavía le devolvían la mirada, y junto a él podía ver la expresión confusa de Harper.

—Si me miras a mí, y miras el reflejo, ¿notas alguna diferencia? ¿O algo fuera de lo usual?

Harper examinó por unos segundos tanto el reflejo como el rostro de Remus que, sin quererlo, se sonrojó levemente, pues ella parecía muy concentrada en su trabajo y estaba prestando atención a cada detalle.

—Además de las pecas que tienes aquí —Harper se señaló el pómulo derecho suavemente—, las que tienes en la nariz y la cicatriz que tienes en el labio, todo se ve exactamente igual. ¿Por qué? ¿Pasó algo? 

—No, nada. Gracias. Lamento que el pedido fuera tan extraño.

—No te preocupes. —Harper le dio una pequeña sonrisa—. Cuando pasas demasiado tiempo frente a un espejo, empiezas a ver cosas que no están ahí. No tienes nada de qué preocuparte.

Remus no estaba tan seguro de eso.

Empezando por el sonrojo que creció por sus mejillas, nariz, cuello y orejas al escuchar el comentario de Harper respecto a la cicatriz en el labio. La pequeña, en ocasiones apenas notoria cicatriz sobre la comisura de su labio.

Si Harper se dio cuenta o no, no dijo nada, y regresó a transformar mechones de su cabello pelirrojo a tonos de azules y púrpuras.

Dos toques en la puerta llamó la atención de la clase y de la profesora McGonagall, que se puso de pie para abrir la puerta. Del otro lado de esta se encontraba la profesora Halloran, de Runas Antiguas. 

—Lamento interrumpir tu clase, Minerva, pero necesito hablar con Phoenix.

A pesar de que tenían entre diecisiete y dieciocho años, varios alumnos de la clase canturrearon «Ooooh, Phoenix está en problemas»; entre ellos, los Merodeadores y algunos Hufflepuff. La castaña soltó una risa que Remus interpretó como nerviosa, pues no era frecuente que su madre llegara a buscarla a clases. En realidad, desde que Phoenix había dejado Runas Antiguas en quinto año, casi que lo había dejado de hacer.

—¿Es algo tan urgente como para interrumpir mi clase, Lorelai? —preguntó McGonagall.

—Me temo que sí, no puede esperar.

McGonagall suspiró, antes de girarse hacia Phoenix.

—Puede retirarse, señorita Halloran. No olvide la redacción de la próxima semana.

—Claro, profesora, muchas gracias.

Phoenix rápidamente tomó sus pertenencias para salir del aula mientras que McGonagall regresaba a su escritorio. Remus alcanzó a ver a Peter y Sirius compartir una mirada confundida y James lo volvió a ver a él, pero, fuera del hecho de que la profesora Halloran había ido a buscar personalmente a Phoenix a una clase por primera vez en dos años, no tenían ni idea de cuál podría ser la razón de ello.

Harper murmuró algo, pero Remus, distraído intentando escuchar las voces de Phoenix y la profesora Halloran que viajaban por el pasillo, no entendió nada de lo que dijo. Y además, se acababa de perder lo dicho por la madre de Phoenix en un intento de escuchar ambos. Supuso que era un augurio de que los días después de esa luna llena en particular le sería bastante más difícil concentrarse.

Claro que todavía no tenía idea de porqué.

McGonagall los dejó salir unos quince minutos antes de la hora oficial. Escuchó los cuchicheos de sus compañeros a su alrededor, cuestionando porqué lo había hecho, pero Remus lo sabía. Esos quince minutos sumados al tiempo que faltaba para el anocher le daban a Remus suficiente tiempo para dejar sus pertenencias en su habitación, discutir con James porque insistía en que tenía que intentar comer algo, probar medio bocado, sospechar que se arrepentiría después y bajar con Madame Pomfrey al Sauce Boxeador, si usaba bien su tiempo.

Con un agradecimiento, Remus le tendió de vuelta el espejo a Harper, quien le dio media sonrisa antes de guardarlo en su bolso. Rápidamente guardó el resto de sus pertenencias y se puso de pie para alcanzar a sus amigos mientras salían del aula y se dirigían de regreso hacia la Torre de Gryffindor a paso rápido.

Mientras subían las escaleras, Peter y James iban primeros, estaban discutiendo las posibilidades y límites del hechizo que estaban practicando, como si un animago fuera a realizar la transformación si esta se vería reflejada de alguna manera en su forma animal. Sirius y Remus iban lado a lado, escuchando la conversación y opinando en momentos.

—De acuerdo, quizás en un animago se podría ver, así como comparten características físicas, como los anteojos de McGonagall —dijo Sirius—. ¿Qué pasaría con un hombre lobo?

Remus le dio una mirada de lado, pero Sirius le hizo un ademán de que nadie a su alrededor estaba prestando atención a su conversación ni había hecho referencia directa a él. Aunque la pregunta también había picado la curiosidad de Remus. Si las cicatrices que se provocaba convertido en licántropo se reflejaban en su piel humana, ¿sucedería lo mismo si cambiaba algo de su forma humana? ¿Se vería diferente en su forma como licántropo?

—Quizás funcione igual —dijo Peter, pensando en voz alta—. La licantropía sigue siendo una forma de transformación, así como la animagia.

—Pero si lo pensamos, el color del cabello no tiene nada que ver con el pelaje —dijo Remus. Casi no conservaba recuerdos de las noches de luna llena pero, según lo que le habían descrito sus amigos luego de que él se los pidiera, sabía que su pelaje como hombre lobo era más grisáceo y más oscuro que su color castaño natural y humano.

—Ni el color de los ojos —mencionó James. De manera pensativa, se acomodó los lentes—. Ni siquiera en los animagos se mantienen.

—¿Saben qué se me ocurrió?

—Si la respuesta es «un experimento», te puedo decir de una vez que la respuesta es no, Canuto —dijo Remus.

—¿Por qué no? —Sirius hizo un puchero. Remus lo examinó seriamente unos momentos, antes de suspirar.

—Lo pensaré. —Sirius dio un salto y un grito de celebración—. Para la próxima luna llena.

—Pero... —Ante la mirada de Remus, Sirius se quedó callado—. ¿Sabes, Lunático? Tienes toda la razón.

Pasos apresurados detrás de ellos los hicieron girarse para ver a Phoenix subiendo las escaleras a paso apresurado en dirección de la Torre de Gryffindor. Sirius y Peter compartieron una mirada, mientras que James se alzó de hombros e hizo una seña con la cabeza cuando Phoenix se detuvo junto a Harper y Lily, que habían estado subiendo las escaleras más atrás que ellos. No alcanzaban a escuchar la conversación, pero Phoenix lucía muy preocupada. Remus suponía que tenía algo que ver con lo que había hablado con su madre.

Estuvieron unos segundos más hasta que sus voces comenzaron a subir de volumen, llegando hasta ellos.

—Tenemos que terminar esa poción ahora.

—Nix, ¿ahora? Lorelai había dicho que no sería hasta el próximo mes —dijo Harper, frunciendo el ceño.

—Cambio de planes, al parecer. Si las visiones de mi madre llevan algo de razón, tenemos que hacer algo pronto —dijo Phoenix, quitándose el cabello castaño del rostro.

Harper suspiró.

—¿Te molesta si hablamos mañana, Lily?

—Para nada. Suerte con lo que tengan que hacer. —Lily les dio una sonrisa, antes de seguir subiendo las escaleras, acercándose a donde estaban los Merodeadores.

—¿Y bueno? La luna llena no durará para siempre —insistió Phoenix. Remus se tensó y abrió los ojos con sorpresa, pero intentó parpadear rápidamente para que no se notara.

—¿Sabes, Nix? Dicen que la paciencia es una virtud.

—Una que no tengo. Vamos. —Y tomándola de la mano, la llevó consigo escaleras abajo hasta que las perdieron de vista.

Los cuatro compartieron una mirada confundida. Lily subió las últimas escaleras hasta alcanzarlos y los miró con sus ojos verdes esmeralda reflejando curiosidad y un poco de diversión.

—¿Están parados en la mitad de la escalera por alguna razón o...?

—Estábamos contemplando los cuadros, Lilyflor, ¿qué hay de ti? —contestó Sirius.

—Estoy esperando a que ustedes sigan avanzando también —dijo con una risa, que ellos acompañaron antes de retomar el camino por las últimas escaleras hasta llegar a la sala común de Gryffindor.

—Yo creí que Canuto iba a decir que estaba admirando a Phoenix —comentó Peter con una sonrisa inocente y moviendo las cejas de manera traviesa. Lily abrió la boca con fingida sorpresa.

—¿Te gusta Phoenix, Sirius? —Remus soltó una risa ante el tono evidentemente falso de Lily. Sirius entrecerró los ojos en su dirección—. Mentira, todo el mundo lo sabe.

—¿Cómo que todo el mundo? —James soltó una carcajada ante el ligero nerviosismo presente en la voz de Sirius—. ¿Incluida Phoenix?

—Phoenix no lo sé, pero Harper de fijo lo sabe. —Lily se alzó de hombros—. No eres muy disimulado a veces.

—¿Ves, Cornamenta? Te dije que teníamos que comprar la cubeta —bromeó Remus.

—Tienes toda la razón, te debería haber hecho caso —dijo James, dándole una palmada en el hombro—. La próxima vez sí te escucharé.

—¿Eso incluye...?

—No, no incluye esta noche. Vas a intentar comer algo y eso no lo vamos a discutir.

—Pero...

—Dije que no lo vamos a discutir, Lunático.

A pesar de la mirada amable de James, Remus sabía que era mejor no discutir, especialmente cuando tenía una ceja alzada. En momentos como esos, le parecía un vivo reflejo de Euphemia Potter, que lograba que los cuatro muchachos y el padre de James le hicieran caso con una suave advertencia y una ceja alzada.

Remus levantó las manos como si se estuviera rindiendo, a pesar de que sabía que igual lo discutirían después. Pero James, en parte, tenía razón. A pesar de que en el momento se arrepentía y sospechaba que era mala idea, las mañanas después de aquellas lunas llenas donde no había comido nada del todo la pasaba mucho peor que cuando había intentado comer algo. Además de que el desayuno que sus amigos le llevaban a la mañana siguiente no le sentaba como una patada al estómago.

Y entonces, Remus, James, Sirius y Peter subieron a su habitación luego de despedirse de Lily para prepararse para esa noche. Otra noche donde sus tres mejores amigos sacrificarían su horario de sueño para mantenerle compañía, aún si él no conservaba realmente su mente ni estaba conciente de sus acciones. Otra noche donde lo mantendrían ocupado y distraído para que no se lastimara a sí mismo. Otra noche donde un licántropo, un perro, un ciervo y una rata explorarían el Bosque Prohibido y el castillo, y la mañana siguiente donde cuatro chicos de Gryffindor podrían terminar los últimos detalles del famoso Mapa del Merodeador.

Tan solo si todo salía acorde al plan.



⋆༺❀༻⋆

nota de autora. si leyeron la versión anterior, es posible que se note el pequeño (ejem, gran) detalle de que esta escena en realidad originalmente era con sirius. considerando que sirius tendrá su propio libro, creo que es buen momento para devolvernos un poco y arreglar un poco cosas con las que me quedé las ganas de cambiar en las primeras versiones. nada más es una lástima no haber encontrado dónde poner una de las frases que está en el área gráfica, la de harper y sirius, pero es que no calzaba aquí. pero bueno.

¿notaron lo del espejo? eso es totalmente nuevo y la verdad me parece un detalle interesante para agregar a futuro :D que por cierto, el espejo es parecido al de la bella y la bestia, y es una referencia directa a otro proyecto que estoy planeando. (parte de los detalles interesantes a futuro).

eeeeeeeeeeeen fin. ¿Cuál es su Merodeador favorito? Si tuvieran que elegir solo a uno de ellos, ¿con cuál se irían o quedarían? Cuando están en Hogwarts. Ignoremos sus futuros para esta pregunta JAJAJAJAJ


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