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III. Eso ella no lo sabe.

Un ruido molesto está sonando en la habitación, es como una alarma. Es una alarma. Más concretamente, la misma alarma que levanta a Lisa todas las malditas mañanas y; en otro alejado rincón del Paris, también despierta a la detective Leblanc y su futuro compañero Elly.

Siempre hay que prestar atención a los detalles, son cosas nimias que se pueden pasar desapercibidas frente a tu nariz y llegan a ser importantes. Aún el detalle más pequeño nos conecta de cierta forma con las persona que jugarán parte de nuestra vida y la mayor parte del tiempo no lo sabemos.

Lisa se levanta de la cama arrastrándose con una camisa tres tallas más grande que la suya y un pantalón tan deslavado que no se puede decir de que color es ya. Se ve al espejo, su cabello es un desastre, su piel está seca y sus labios partidos; hay ojeras debajo de sus ojos y parece que un nuevo golpe le apareció en la barbilla. Siempre tiene golpes, desde niña.

Ella no lo sabe, pero por la noche se golpea. Tiene pesadillas o sueños donde corre, pelea y rasguña. Se hace daño a sí misma y se tuerce las manos y se araña las piernas; eso ella no lo sabe pero ahora tú sí.

Tararea una canción que no conoce mientras se lava la cara. En realidad la canción la escuchó en la calle al día anterior y se grabó en su consciencia; eso ella no lo sabe.

Sale de su cuarto a la cocina que está hecha un desastre, los platos sucios se apilan a montones en el fregadero y hay tazas de café medio llenas desperdigadas a lo largo de la encimera. Esto es producto de sus compañeros de piso a los que realmente no conoce, son estudiantes universitarios; universitarios de verdad, veinteañeros con estrés y crisis existenciales que están forzados a compartir un espacio diminuto donde ya no cabe ni una mísera maleta. Esa clase de universitarios.

Lisa los detesta, jamás se ha cruzado con ellos pero a cambio le dejan un caos que debe ordenar; detesta como nadie compartir su espacio privado con alguien y quiere vivir sola, pero desafortunadamente, los valores de Paris son estratosfericos y necesitaría trabajar como esclava el resto de su vida para permitirse un piso medianamente decente. Eso o ganarse un aumento pronto.

Trabaja en la embajada de su país siendo una pseudo secretaria y pseudo encargada de derechos humanos. Se encarga de los papeleos de la gente que pierde sus pasaportes y explicarles los problemas legales y burocráticos de las soluciones. Y aunque recibe algunos donativos de abogados prestigiados y profesores adinerados fanáticos de los niños genio, no son suficientemente frecuentes para pagar un alquiler.

Lisa agarra una de sus tazas, al menos agradece que sus compañeros respeten sus cosas, blancas y la llena de agua caliente que hay en la tetera, saca una bolsita de té de su colección personal y lo coloca en el agua en trance.

Lo hace de forma autómata, saca algunos sobres de azúcar y una cucharilla, después se pasea por el reducido espacio tomando el té. Ve el reloj sobre la pantalla del televisor, son cuarto para las ocho. Hoy tiene que ir a trabajar pero no le apetece mucho que digamos, aún así, se termina la taza que lava casi de inmediato y se mete con la montaña de trastes con esponja y jabón de arma; pasada la media hora, con las mangas hasta los codos y los dedos arrugados ha logrado vencerla.

Los deja en el escurridor y se va a cambiar para el trabajo, unos pantalones y una camisa, no se pone nada más además de su anillo liso de plata en la mano derecha. Se gira a su pequeño tocador donde descansa su maquillaje, adora el maquillaje, le fascina el efecto que puede causar en sus ojos y lo diferente que la hace ver, también hace que parezca un poco mayor así que reduce las miradas que recibe por la calle. Nueve en punto sale de su departamento con un robusto abrigo negro que le llega hasta las rodillas.

Afuera hace un frío del carajo, camina con las piernas rígidas y las manos congeladas, cuando respira una voluta de aire helado surge de sus labios como si fuera un dragón. Se acerca otro día aburrido, lo ve ir hacia ella como una avalancha.

Entonces pasa.

Un destello a penas, es una bala que sale disparada en su dirección y se estrella en el cristal del auto detrás suyo disparando la alarma.

Un subidón de adrenalina hace que Lisa busque frenética de donde viene, una figura encapuchada con el rostro cubierto y una pistola corre con desesperación. Una bala perdida, nada más; aún así siente la necesidad de moverse. Sus impulsos más básicos de atacar y sobrevivir.

Corre en dirección a la figura gritando en español que lo detengan, aunque los parisinos no entienden lo que dice, la urgencia en su voz hace que se giren y se den cuenta del criminal. Algunos gritan en francés para que todos entiendan y varios más llaman a la policía; Lisa está casi poseída y corre como loca hacia la figura, sus piernas la guían como si hiciera eso diario y al final golpea a la figura en el costado con sus llaves, es más grande y más fuerte así que no lo derriba pero lo desestabiliza lo suficiente. El cae por su propio peso y se choca con la pared de ladrillos

En la huida se le ha caído su máscara y se ve el rostro de un hombre joven que no pasa la tercera década de vida. Lisa lo ve a los ojos, son negros y profundos pero lo más importante, están vivos, tienen un brillo casi animal y ella está parada frente a él analizando y memorizando cada una de sus facciones.

Un auto pasa junto a ellos y el hombre corre en dirección a el par salvarse el pellejo. Lisa solo lo puede ver subir a la camioneta blanca sin placas o identificación y huir despavorido derrapando las llantas. Poco después pasa la patrulla a toda velocidad tras ella.

Mademoiselle, ça va bien?

¿Qué ha dicho? Está segura de que el policía le habla pero no registra sus palabras o su voz, el hombre la vio también a ella con una idea rondándole la cabeza; son iguales, esa niña parada frente a él con la respiración agitada y las mejillas encendidas a pesar del invernal frío es igual a él. Ni siquiera le molesta que lo haya derribado y que pueda ser preso, esa niña tiene la misma mirada que él antes de matar, antes de sentir. Pero eso ella no lo sabe.

Mademoiselle

Lisa se da la vuelta al oficial que le ha llamado de nuevo y le responde que se encuentra bien, el bonachón policía le ofrece llevarla a un hospital para asegurarse de su salud pero ella lo rechaza y le pide solo que la lleve a su oficina.

Agradece que no le pregunte su edad o la vea tan extraño al decirle que trabaja en las oficinas de una embajada. La sube a la patrulla mientras ve por los cristales tintados al criminal que se aleja cada vez más de la justicia que caerá en las manos de Hélène para resolver su caso y de Elly que estará ahí para ayudarla dentro de algunas horas. Ahora ella va a su trabajo en un patrulla con el corazón saliéndose de su pecho, las manos frías y una potente sensación de vitalidad que no había sentido nunca. No es la última vez que se subirá a una patrulla. Eso ella no lo sabe, pero ahora tú sí.

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