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II. Confiar en mi instinto.

Los teléfonos sonaban una y otra vez en todo el departamento, las secretarias no se daban a basto nunca atendiendo todas la llamadas y lidiando con ellas. Hélène lo sabe perfectamente y por eso se alegra de no tener que atender los teléfonos. Su carácter no se lo permitiría nunca.

En cambio está sentada en su oficina la cual es enteramente de cristal y tiene las puertas siempre abiertas; resulta un problema el que su oficina se encuentre en la parte norte del edificio que da a la calle y en el piso veinticinco que es el penúltimo. No le gustan las alturas mucho que digamos, pero de tener que lidiar con su vértigo a la ansiedad que le da la claustrofobia prefiere tragar un relajante y admirar el paso urbano que ocurre diariamente desde su ventana.

Ahora mismo está ordenando sus papeles; los acomoda limpiamente, los ordena, engrapa y después guarda por orden alfabético en un archivero de metal. Son reportes de casos viejos que quedaron descartados con prejuicio y que ordena mínimo dos veces a la semana.

Tiene un vaso de cartón medio lleno de café negro en su escritorio, una lámpara y una pila impresionante de libros. También tiene un espejo de mano que jamás ha tocado. Se aburre, se aburre mucho en realidad, ser detective de homicidios no es un trabajo intrigante y misteriosos como lo pinta la ficción, es tedioso y hay que hacer mucho papeleo. También hay que esperar mucho, créanlo o no, realmente no hay tantos casos de homicidio como para que ella tenga trabajo día a día.

—Leblanc—llama un hombre de treinta años más o menos con un traje soso y una mirada sosa a juego—, Mark te quiere en su oficina.

Hélène se levanta de su escritorio y sale de su, no muy privada, oficina. Camina por los pasillos mientras sus tacones suenan en el piso de mármol, las jóvenes que se cruzan en su camino apuran su caminar y los policías bajan las miradas para no molestarla al verla demás sin querer.

Nadie quiere importunar a la temible y exitosa Hélène Leblanc, en cierta parte ella lo odia, siempre la habían molestado en la escuela de niña y ahora todos le temían, no es precisamente la venganza que le quería dar a su pasado. Llega a la oficina del oficial en jefe mucho más rápido de lo que quisiera y abre la puerta sin llamar; nadie más que ella se atreve a hacer eso.

—Ah, Hélène pasa, pasa.— Mark es un hombre cincuentón de cabello negro y de baja altura que tiene una cicatriz en su mejilla derecha que le tendría que dar una apariencia temible pero solo lo hace ver torpe.

Hélène entra en la oficina dejando la puerta abierta, al contrario de la suya, la oficina de el esta hecha de paredes de ladrillos y es alumbrada solo por un foco. Su claustrofobia la atacaría si dejara la puerta cerrada.

—¿Qué ocurre?
—¿Recuerdas que hace seis meses te propuse una idea de negocios?—habla levantándose de su escritorio y caminando hacia ella—. Pues los meses pasaron y necesito una respuesta.

Hélène lo ve rodearla y ve como su repulsiva mano se acerca a su hombro, sin pensar, la mujer detiene su gorda muñeca antes de que pueda tocarla.

—¿Recuerdas que te dije que me volvería la mejor detective de Francia?—lo ve a sus ojos sosos con sus ojos asesinos mientras aprieta el agarre de su mano rodeando la muñeca de Mark—. Pues los meses pasaron y no te querrás meter conmigo Mark.

—Sabes que tengo completo control sobre Interpol, ¿cierto?—dice fingiendo amenazarla pero es un pésimo actor.
—No tienes control ni de tu patética vida, acosador, así que mas vale que no te le vuelvas a insinuar a ninguna mujer de esta oficina o llevaré tu pobre excusa de ser a juicio.

Le suelta la muñeca segura de que le dejará una marca permanente; posiblemente no en la piel y sale cerrando la puerta con un golpe, entonces decide sentarse en el lobby del edifico donde hay un joven con el cabello como si se acabara de levantar aunque son pasadas las cuatro.

—Eh, ¿te importa?—pregunta señalando el lugar vacío junto a el en el sillón.
—No.—responde a secas con un tono muy animado y una sonrisa imborrable, Hélène se sienta a lado suyo y ve que está llenando un formulario para pasantes, desde luego el chaval no debe tener más de veinticinco.

Lo ve brincarse la casilla de sexo y solo escribe a un lado "no importa" también lo ve saltarse la casilla de recomendación y lo ve anotar "departamento de homicidios" en el lugar de trabajo aspirado.

—¿Quieres ser detective?—pregunta de repente y el joven la ve a la cara, tiene un rostro lleno de pecas y un par de relucientes ojos grises. Un par de ojos de un niño con un desborde de ilusión.

—Claro, todo mundo quiere eso, ¿no?—Hélène lo ve un poco más y para su sorpresa, se reconoce en él. «Es un niño» piensa cuando el joven sigue escribiendo «solo un niño con la edad de un adulto»

—¿Cómo te llamas?
—Soy Elliot Vonfil—responde sin dilación, como un niño—. Mis amigos me llaman Elly.
—¿Qué estudios tienes?
—Psicología criminológica.—Hélène hace una mueca viendo al muchacho y parece meditar algo durante unos instantes.

—Dame eso.—Le quita la tablilla de las manos y  escribe un nota al final de la página con su singular letra, por no decir prácticamente ilegible.
—"Tomo responsabilidad sobre el aspirante Elliot Vonfil como mi educando y compañero en el departamento de investigación de homicidios. Hélène Leblanc"—lee Elly en voz alta y luego se gira a ver a Leblanc que se levanta del sillón—. ¿Tú eres Leblanc?

—La única—responde sin ningún tinte de broma en su voz—, entrega eso en recursos humanos y ven mañana a mi oficina, a las ocho. En punto. Soy mañanera.

Se aleja de la recepción y Elliot se queda ahí sentado con una tablilla temblorosa entre sus manos que recibió de la mejor detective de homicidios de Paris que tiene una sólida recomendación. Más que eso, una clara orden para cualquiera que lo lea de que debe ser admitido en el departamento de homicidios.

Hélène por su parte vuelve a su oficina con su montaña de libros y su café que ya está frío. Sentada en su escritorio, reorganizando papeles, sintiendo que el tiempo pasa. Siempre está estancada en el tiempo, es igual a Titono; se le concedió la vida eterna al inmortalizar su nombre en toda Interpol como la mejor detective pero no la juventud eterna, y siempre será la anciana que siempre envejece.

Solo que hoy, por primera vez en un mar de tiempo, se vio joven. Hoy se vio a si misma en los ojos de Elliot, su sonrisa reflejada en la del chico y su ilusión por servirle al mundo. Tiene un buen presentimiento con el.

—¿Señora Leblanc, usted firmó la petición del aspirante Vonfil?—escucha que pregunta alguien, puede que la secretaria, en el marco de al puerta.
—Así es—responde sin levantar la vista ordenando aún sus papeles.
—Pero el chico es un recién graduado, no tiene contactos, ni experiencia, con trabajos logró acabar su carera. ¿Qué va a hacer con eso de compañero?

—Lo que he hecho toda mi vida—dice por fin viendo a la mujer en la puerta; no se equivocó con Elliot, así como no se equivoco con Mark y no se equivocó con su propio padre, es mortal, es tortuoso e inamovible, pero es siempre cierto—. Confiar en mi instinto.

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