𝟬𝟬𝟭 scorching chest, frozen heart
CAPÍTULO UNO: PECHO QUEMANDO, CORAZÓN CONGELADO.
El océano es calmo, hermoso, e infinito. Pero también puede ser turbulento, duro, e ingobernable. Tal vez esa era la razón por la que a Alana no le agradaba. Ella siempre había sido meticulosa, controlando cada movimiento y reprimiendo sus emociones cada vez que sentía que el fuego en su interior se desataría.
Pero el océano no entendía eso. Más bien, ni siquiera se detenía a pensar en ello. Sino que siempre estaba desatado. El océano no duda, no teme, sino que cambia constantemente y se adapta a cualquier situación. Y eso era lo que intrigaba a Alana, la forma en que era capaz de ser libre y enfrentarse a lo que se le viniera encima.
Pero ese era el océano. Por otro lado, el agua por sí misma era comprensiva. Siempre dispuesta a escuchar. Claro que también era libre, pero era otro tipo de libertad. Mientras que el océano tenía una libertad salvaje e indomable, el agua poseía una libertad etérea. Una libertad que nunca podría ser arrebatada porque iba más allá de poder moverse en la dirección que quiera, sino que se trataba de poder pensar sin límites.
El océano le recordaba a su madre. Anahita, cuyo significado era diosa del agua. No podía pensar en otro nombre que le quedara tan bien como este. Su madre era de esas personas que veían al océano como más que un sueño. Era el lugar que necesitaba visitar para encontrarse a sí misma. Podías ver las profundidades del océano en sus ojos azules, el aroma del viento impregnado en su oscuro cabello, y el sabor salado residía en sus labios.
Por otro lado, Alana creía que ella era más como un lago. Los lagos eran pacíficos, nunca se salían de control, y mucho menos verterían agua más allá de sus bordes. Estaban atrapados en sus propios límites. Pero era por su propia seguridad y la de los demás. Ya ves, el lago cuenta con una familia a la que tiene que proteger: la flora y la fauna. Si el lago se atreviera a producir un cambio, por más mínimo que fuera, la consecuencia podría ser acabar con toda esta vida. Y el lago nunca podría permitirse hacer eso.
Imaginaba que su padre, Horus, era como un río. En base a lo que su madre le había contado, su padre había sido un hombre práctico y productivo, que siempre obtenía resultados tangibles. Por esa misma razón había obtenido su posición de alto rango en la Armada de Fuego. Aunque eventualmente lo llevó al extremo de ser un adicto a su trabajo. Su padre había sido un hombre constante y realista y, justo como un río cortando una roca, tenía el poder de la persistencia en todo lo que hacía.
Alana salió de su ensimismamiento en cuanto escuchó las voces de sus amigos discutiendo. Los altercados entre los hermanos eran el pan de cada día para ella, en los cuales solía intervenir solo para avivar más la llama.
Por la única razón que siempre los acompañaba a pescar era porque odiaba quedarse sola. Ya que el resto de la tribu era demasiado prejuiciosa como para hacer algo más que observarla con desdén y murmurar sobre cómo su padre no solo había sido un maestro fuego sino que también parte de la Armada de Fuego. Sin mencionar que había atacado al pueblo en más de una ocasión. Aunque claro, nadie se molestaba en hablar sobre cómo el hombre se había percatado de su error y había intentado enmendarlo al liberar a todos los maestros agua que había podido. Horus había traicionado a la Nación del Fuego, había dejado atrás todo lo que conocía porque se había dado cuenta que no era lo correcto (eso requería una valentía infinita a los ojos de Alana), pero todos optaban por centrarse en lo negativo.
Alana se encontraba sentada en el fondo de la pequeña canoa. Sus ojos estaban perdidos en el cielo que los cubría, celeste y con un par de nubes blancas y mullidas. Sus piernas estaban dobladas hacia arriba, siendo rodeadas por sus brazos mientras su cabeza descansaba hacia atrás sobre la tabla de madera que estaba diseñada para que se sentara.
—No se me va a escapar esta vez —murmuró Sokka, prácticamente colgando del borde del bote mientras mantenía alzada su arma hecha por él mismo para cazar peces—. Mira y aprende, Katara. Así es cómo atrapas un pez.
— ¡Ey, miren! —exclamó Katara de repente, y en ese mismo momento lo que parecía ser una burbuja de agua se interpuso en el campo de visión de Alana. Su boca cayó abierta, y sintió sus brazos aflojarse al ver a su mejor amiga controlar el agua. El pez en el interior de la burbuja ni siquiera parecía haberse enterado de lo que estaba sucediendo, ya que seguía nadando con normalidad.
—¡Katara, eres increíble! —clamó Alana, mirando con sus ojos exhorbitados a la chica antes de volver a mirar la masa de agua. Katara sonrió, contenta consigo misma.
—¡Chicas, shh! —se quejó Sokka, su visión aún fijada en el agua y siendo ignorante de la situación a su espalda—. ¡Van a asustarlo! Mmm, ya puedo olerlo cocinándose.
—¡Pero, Sokka! —insistió Katara, moviendo sus brazos con la intención de llevar la burbuja hasta frente a su hermano—. ¡Atrapé uno!
No obstante, antes de que lograra su objetivo, Sokka se movió. Alzó el arpón para cazar el pez que estaba observando, pero en el camino reventó la burbuja y liberó al pez de vuelta al agua.
Alana chilló, inmediatamente alejándose para evitar mojarse. Se golpeó la espalda con una de las tablas que servían como asiento, pero se olvidó del dolor cuando vio a Sokka empapado de pies a cabeza.
—¿Por qué siempre que juegas con agua mágica soy yo el que termina empapado?
Katara bufó—. No es magia. Se llama agua-control, y es--.
—Sí, sí —la interrumpió Sokka, girándose para mirarla—. Un arte antiguo, único de nuestra cultura, bla, bla, bla...
Al ver la molestia en el rostro de Katara, Alana esperó a que Sokka volviera a darle las espaldas para colocarse de pie y golpearlo en la nuca. El chico se quejó, inmediatamente girándose mientras se sobaba el lugar que había sido víctima de la chica.
—¡Ouch! ¿Por qué fue eso?
—¡Deja de ser un idiota! —rugió Alana—. Katara nos había conseguido comida, ¡y lo dejaste libre! Nosotras somos las molestas aquí, no tú.
Sokka le disparó una mirada a su hermana, aún ofendido—. Solo digo que, si tuviera poderes raros, no estaría molestando a nadie.
Alana volvió a sentarse ante aquello, empujando un par de herramientas que cargaban con ellos por emergencias pero importándole poco. Comenzó a jugar con sus manos, sumiéndose en un silencio que no pasó desapercibido por Sokka. El mayor, al percatarse de sus palabras, se giró para mirarla con arrepentimiento. Abrió su boca, pero las palabras se atoraron en su garganta al desviar su mirada de reojo a su hermana.
—¿Me estás llamando rara? —reclamó Katara, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño—. No soy yo la que está sacando músculos cada vez que veo mi reflejo en el agua —se burló.
Alana forzó una sonrisa, sabiendo que, de lo contrario, Sokka seguiría observándola como un cachorro mojado hasta que tuvieran un momento a solas y pudiera disculparse. Encontraba tonto que estuviera tan preocupado por sus sentimientos y no los de su hermana, pero supuso que era parte de ser hermanos. Había convivido lo suficiente con ellos como para saber que arriesgarían su vida por el otro, pero nunca dejarían de discutir mientras lo hacían.
—No entiendes, Katara. Se está esforzando para impresionar a los peces —agregó, riendo junto con su amiga.
Sokka las observó reírse juntas, esperando a que terminaran para acotar—. Oh, ustedes son adorables cuando se unen en mi contra.
—¿Qué puedo decir? Es un buen pasatiempo —Alana le guiñó un ojo antes de que la balsa chocara contra algo. Ella rápidamente se aferró de los bordes, e intentó observar a los lados de Sokka para ver qué habían golpeado.
Cada músculo de su cuerpo se tensó cuando observó que habían sido atrapados por una corriente, la cual iba directo contra un montón de banquisas. Éstas estaban amontonadas de tal forma que parecían una especie de barrera.
Sokka fue el primero en reaccionar, tomando el remo y comenzando a intentar luchar contra la corriente, aunque no estaba teniendo resultados. Lo único que se podía escuchar eran las banquisas chocando la una contra la otra, el agua correr, y los jadeos de los tres adolescentes presentes.
—¡Cuidado! —gritó Katara cuando las capas de hielo flotantes comenzaron a volverse demasiadas para esquivar. A medida que avanzaban, solo aparecían más y más, rodeándolos y chocando contra la balsa de madera—. ¡A la izquierda! ¡Ve a la izquierda!
Apenas tuvieron tiempo de notar lo que estaba pasando cuando dos banquisas enormes los encerraron e impactaron contra cada lado del bote, rompiéndolo en pedazos. Afortunadamente, por el mismo impacto, los tres fueron a parar a una de las banquisas.
—¿Esa es tu izquierda? —masculló Katara.
Alana se sentó sobre la superficie plana, sacudiendo su abrigo ya que un poco de hielo había logrado colarse por la prenda y estaba quemando su pecho de lo frío que estaba.
—¿No te gusta cómo guio? Entonces, podrías haber usado tus poderes del agua para esquivar el hielo —contestó Sokka.
La chica miró a su hermano con los ojos entrecerrados, y se levantó—. Entonces, es mi culpa.
—Sabía que debería haberte dejado en casa. ¿Mujeres a cargo? Problemas seguro.
Ante aquello, Alana sintió el fuego alzarse en su interior y, de repente, ya no sentía el ardor del hielo en su pecho. Por el contrario, sintió el calor alzarse hasta su rostro y arrojó la nieve contra el pecho de su amigo—. ¿Hablas en serio? Estamos perdidos, sin comida, ¿y eso es lo que dices? Para tu información, no fue nuestra culpa que hayamos quedado atrapados en la corriente. ¡No fue la culpa de nadie! Si quieres culpar a alguien, ¡culpa al océano!
Sokka entró en pánico cuando notó el rostro de la chica enrojecer, y no pudo evitar recordar un momento en el pasado en que había notado la misma reacción antes que todo se tornara desastroso. Entonces, se le acercó—. Ali--.
—¡No me llames así! ¡Estoy enojada contigo! ¿Por qué no--?
—¡Ali! —volvió a insistir, tomando sus manos y haciendo una mueca cuando sintió lo calientes que estaban. Miró por sobre su hombro a su hermana antes de volver a centrarse en su amiga—. Estás... hirviendo.
Como si hubiera sido magia, Alana se detuvo. Se forzó a calmarse, no porque quisiera, sino porque notó el mensaje oculto detrás de aquellos ojos azules. Tenía miedo. Temía por su hermana. Temía por él. Temía porque ella perdiera el control y fuera consumida por el fuego que quemaba en su interior como aquella vez. Que ella perdiera el control otra vez, y ellos tuvieran que pagar el precio.
Ella compartía su temor. Era la razón por la que odiaba este lado suyo, y por qué a veces se despertaba con un sudor frío cubriendo su cuerpo. Por lo que se obligó a calmarse y a reprimir el calor que había subido tan rápido por sus venas. Los hombros de Sokka se movieron hacia abajo, aliviado cuando la temperatura de sus manos volvió a la normalidad. Alana volvió a sentir el frío que la había estado torturando.
Por el otro lado, Katara estaba a punto de explotar. Tenía sus manos apretadas en puños a cada lado de su cadera, y observaba a su hermano con una furia que no podría ser domada.
—¡Eres el más machista, inmaduro, cabeza hueca! ¡Y me avergüenza ser tu hermana! —vociferó la menor, a lo que Sokka y Alana la observaron, aún sentados. Mantuvieron silencio, sabiendo que lo mejor sería dejar que sacara todo de su pecho para luego pensar en alguna forma de salir de la encrucijada.
Sin embargo, los dos se alarmaron cuando notaron que el enorme témpano que flotaba por detrás de Katara comenzó a quebrarse a medida que ella movía sus brazos.
—¡Desde que mamá murió, me hago cargo de todo en el campamento! ¡Mientras que tú juegas a ser soldado!
—Uhm... Katara... —balbuceó Sokka, observando con pánico el enorme pedazo de hielo a punto de derrumbarse.
—¡Incluso lavo toda la ropa! ¿Has sentido alguna vez el olor de tus calcetines? ¡Déjame decirte que no es agradable!
—¡Katara, cálmate!
—¡No! Se acabó, ¡no te ayudaré más! Desde ahora, tú te encargarás de lo tuyo —culminó, volviendo a abrir sus brazos y arrojándolos a los lados, quebrando el témpano a la mitad.
—Maldita sea, Katara —masculló Alana bajo su respiración mientras se movía rápido para tomar a la chica por el brazo. Antes de que el témpano llegara a caer, corrieron hacia donde estaba clavado el arpón y se aferraron a el.
Los enormes pedazos de hielo se derrumbaron, hundiéndose en el agua. En consecuencia, la banquisa en la que se encontraban fue empujada con fuerza lejos del punto en el que se encontraban antes.
—Oh, ya veo —dijo Sokka una vez que volvieron a quedarse quietos, soltándose del extremo del hielo al que se había aferrado para no caer al agua—. Ya sé quién es tu favorito. Rápida para salvar a Katara, pero ¿a quién le importa Sokka? ¿Uh?
Alana sonrió, sabiendo que solo estaba bromeando. Se colocó de pie, pero aún mantenía su mano sobre el arpón—. Creí que, ya que dices ser un hombre, podrías salvarte a ti mismo.
Sokka le envió una mirada de mala gana, que solo provocó que la sonrisa de la chica aumentara. Mientras tanto, Katara permaneció sentada, observando ningún punto fijo—. Acaso... ¿yo hice eso?
—Sí, felicitaciones —animó su hermano, dándole una palmada en el hombro.
Alana le dio un codazo en las costillas, sabiendo que no lo decía genuinamente. Estaba a punto de comenzar un monólogo, alabando a Katara y su increíble potencial para el agua-control, pero se interrumpió cuando notaron un brillo surgir del fondo del agua.
Ellos observaron con una mezcla de incredulidad, curiosidad y temor cómo un témpano se alzó, brillando en un tono celeste glacial. Parecía como si un resplandor rodeara al pedazo de hielo como una aureola, que resultaba incandescente incluso a pesar que se encontraran bajo el rayo de la luz del sol.
Pero eso no era lo más raro de todo, sino que parecía haber alguien en su interior y, a pesar de la lógica, seguía vivo ya que abrió los ojos. Inmediatamente, Katara corrió hacia el témpano después de haberle robado a Sokka su boomerang. Fue seguida por Alana, quién avanzó con mucha más lentitud puesto que el camino hacia el témpano involucraba saltar en pequeñas capas de hielo que solo le causaban más inseguridades. Por último, iba Sokka, quién se quejaba de que no tendrían que acercarse ya que no sabían qué era.
—No es una cosa —discutió Alana una vez que alcanzaron la plataforma firme de hielo—. Claramente es alguien.
—¿Y cómo me explicas que siga vivo? ¡Es imposible! —recriminó Sokka, pero la única respuesta que recibió fue un encogimiento de hombros por parte de la chica antes de que se uniera a Katara a intentar romper el hielo.
De un momento a otro, se quebró, y la quebradura se extendió a lo largo de la esfera, arrojando a los presentes hacia atrás con una ventisca helada. Un rayo de luz se alzó por los cielos, cruzando las nubes y pareciendo ser infinito. Los chicos se miraron los unos a los otros, permaneciendo juntos ante la extrañeza de la situación.
Un chico delgado se colocó de pie sobre la plataforma. Sus ojos, cabeza y manos brillaban con aquel tono celeste. Parecía que el esplendor había provenido de él desde el principio, y no lucía estar consciente de sus propios movimientos.
Sokka alzó el arpón en su dirección—. ¡Alto!
El chico cerró los ojos y la luz se apagó en ese mismo instante. Se tambaleó sobre sus pies antes de caer, pero Katara fue lo suficientemente rápida para atraparlo antes de que su cabeza chocara contra el hielo.
—¿Está inconsciente? —murmuró Alana, asomando su cabeza para mirar el rostro del chico que mantenía sus ojos cerrados y una expresión pacífica. Sokka se acercó y picó su cabeza con el arpón del lado no punzante para ver si se despertaba, ganándose que ambas chicas lo miraran mal.
—¡Ya basta! —gritó Katara, alejando a su hermano con un golpe sobre el arma. Entonces, movió al chico para apoyarlo sobre el hielo, y éste comenzó a removerse antes de abrir sus ojos.
—Necesito preguntarte algo —susurró tan bajo que, si no fuera porque estaban solos en el medio de la nada, no lo hubieran escuchado—. Por favor, acércate.
Katara acercó su rostro al del chico, su preocupación llevándole a ser desprevenida. Por el otro lado, Sokka y Alana estaban a punto de tomar a la chica por los hombros y alejarla del extraño que, minutos atrás, había estado brillando.
—¿Qué sucede?
De repente, una sonrisa enorme se apoderó del rostro del chico, y sus ojos se abrieron de par en par, demostrando que estaba completamente bien y no débil y moribundo como había estado simulando hasta entonces—. ¿Quieres andar en trineo conmigo?
Ante aquello, Katara alejó su rostro de él, observándolo con el ceño fruncido—. Ah... seguro. Supongo.
Alana colocó su mano sobre el hombro de la chica, a punto de finalmente alejarla del chico cuando éste se levantó flotando. Sokka jadeó, y Alana casi tropezó con sus pies al retroceder por la sorpresa.
—¿Qué sucede aquí?
—¡Tú dinos! —exigió Sokka, volviendo a apuntarlo con su arpón—. ¿Cómo te metiste en el hielo? ¿Y por qué no estás congelado? —cuestionó, volviendo a picarlo en el estómago.
—No lo sé —musitó el chico, alejando el arma de su cuerpo con desinterés—. No estoy seguro.
Un gruñido reverberó, a lo que los adolescentes miraron a su alrededor en busca de su fuente. Sin embargo, el extraño jadeó y escaló el témpano con rapidez—. ¡Appa! ¿Estás bien?
—¿Hay más? —soltó Alana, frunciendo el ceño e intercambiando una mirada con Sokka. El castaño se encogió de hombros, y ambos se apuraron a ir al mismo lugar cuando vieron a Katara ir tras el chico.
Sin embargo, los tres quedaron inmóviles cuando se encontraron con una criatura enorme y peluda que nunca antes habían visto. Tenía dos cuernos en la cabeza, y una flecha cruzaba su cabeza al igual que como lo hacía con el extraño.
—¿Qué es esa cosa? —se adelantó Sokka, parándose delante de las dos chicas.
—Es Appa, mi bisonte volador —explicó el chico con una sonrisa risueña.
—Sí —asintió Sokka, su voz desbordando con sarcasmo—. Ella es Katara, mi hermana voladora.
Katara miró mal a su hermano, y Alana chocó su hombro antes de caminar a un lado. Se colocó al lado de Katara para poder observar con atención al supuesto bisonte, ya que, debido a su diferencia de alturas, Sokka prácticamente acaparaba todo su campo visual.
De repente, la criatura estornudó, cubriendo de mocos a Sokka. Alana se llevó su mano a los labios para ahogar su carcajada mientras el ojiazul se quejaba e intentaba quitarse la sustancia viscosa y pegajosa de encima.
—¿Y ustedes viven por aquí? —cuestionó el chico, acariciando el hocico del bisonte.
—No respondan —intervino Sokka inmediatamente, volviendo a apuntar al chico con su arpón—. ¿No vieron ese rayo de luz? Seguro que le estaba dando una señal a la Armada de Fuego.
—Oh, claro —musitó Katara, rodando los ojos ante la actitud de su hermano y empujándolo lejos del chico para que dejara de apuntarlo—. Seguramente es un espía de la Armada del Fuego. Se puede percibir por aquella malvada mirada que tiene —señaló, y Alana bajó la mirada—. El paranoico es mi hermano, Sokka. Y ella es Alana, ayuda a controlarlo, aunque a veces puede ser igual de paranoica que él.
—¡Oye! —se quejó Alana. Pero no insistió porque sabía que era cierto.
—No nos has dicho tu nombre —continuó Katara.
El chico rió—. Soy--, se interrumpió a sí mismo al estornudar. Una bandada de aire impactó al trío, provocando que cubrieran sus ojos momentáneamente antes de que vieran al chico volar por los aires y volver a colocarse frente a ellos con una tranquilidad insólita, acompañada de una sonrisa—. Soy Aang.
—Estornudaste y volaste veinte metros en el aire —soltó Sokka.
—¿En serio? Creí volar más alto.
—Ese no es el punto —recriminó Alana.
Katara jadeó—. ¡Eres un maestro aire!
Aang asintió—. Así es.
—Rayos de luz gigantes, bisontes voladores, maestro aire... creo que por hoy es suficiente. Me voy a casa, de vuelta a una vida normal.
—Ah, ¿sí? ¿Cómo? —cuestionó Alana—. Dime, porque estoy interesada.
—Si no tienen como irse, Appa y yo podemos llevarlos —ofreció Aang, antes de saltar y volar hasta encontrarse sobre la cabeza del bisón.
—Nos encantaría, ¡gracias! —aceptó Katara al instante, corriendo a un lado para escalar la espalda del animal.
Alana se mordió su labio inferior, tomándose una pausa para pensar al respecto. No era fanática de subirse a la espalda de un animal que, de acuerdo a un chico brillante que encontraron atrapado en un témpano (¿que es un maestro aire? ¿a pesar de que están considerados extintos hace años?) podía volar. Sin embargo, no tenían otra alternativa, a no ser que quisieran quedarse a vivir allí.
—Oh, ¡no! No me subiré a ese monstruo mocoso y peludo —negó Sokka.
—¿Vas a esperar que otra clase de monstruo venga a buscarte? —replicó Katara, alcanzando la cima de la espalda del animal con la ayuda de Aang—. Claro, antes de que mueras congelado. Vamos, Alana. Sube por aquí.
—Ah... —Sokka intentó buscar un buen argumento contra aquello, pero no encontró ninguno. Se giró a Alana en busca de ayuda, sabiendo que ella tampoco querría subirse. Pero la morena solo suspiró, y caminó hacia Katara para poder subirse.
Minutos después, los tres se encontraban sobre la espalda del animal, mientras que Aang permanecía sobre su cabeza, tomando dos lazos que estaban atados a las puntas de los cuernos del bisón. Mientras que Aang y Katara lucían entusiasmados con la idea, Sokka estaba cruzado de brazos y con el ceño fruncido. Alana permanecía en silencio, sus músculos tensos y un poco más cerca de lo necesario a Katara.
—Muy bien, pasajeros novatos, ¡agárrense! —exclamó Aang—. Appa, yip-yip.
El animal rugió antes de dar un salto para abalanzase al agua y comenzar a nadar. Ante aquello, Alana suspiró, prefiriendo esto a alzarse por los aires. Katara gateó por sobre la montura hasta llegar al extremo más cercano a Aang.
—¡Vamos, Appa! Yip-yip —insistió Aang, pero el animal siguió nadando.
—Wow, eso sí que fue asombroso —musitó Sokka con sarcasmo. Katara lo miró mal, y Alana se acercó más a él para poder darle un empujón y sisear para que se callara.
—Appa está cansado —informó Aang—. Un pequeño descanso y volará muy alto. Ya verán.
Katara le sonrió, desviando su mirada hacia el agua antes de notar la mirada del chico fijada en ella—. ¿Por qué me estás sonriendo así?
Aang pestañeó—. Oh, ¿estaba sonriendo?
Sokka soltó un sonoro gemido de asco, a lo que Alana volvió a empujarlo y lo interrumpió en seco. Katara le envió una sonrisa a su amiga antes de volver a mirar al frente.
—¿Podrías dejar de hacer eso? —pidió Sokka.
—¿Podrías dejar de comportarte como un idiota?
El castaño entrecerró los ojos y le propinó un empujón. Al igual que los empujones que había recibido por parte de la chica, no fue con malicia ni con una fuerza considerable, sino que fue un gesto juguetón con la intención de molestarse el uno al otro. Sin embargo, gracias al estrés al que había sido sometida antes, Alana estaba nerviosa.
Antes de siquiera percatarse de lo que estaba haciendo, la morena se aferró al brazo de su amigo con fuerza, enterrando sus dedos en su antebrazo y prácticamente abrazándolo al mismo tiempo que pegaba su cuerpo al suyo. Las mejillas de Sokka se encendieron en un furioso tono rojo y miró a la chica, avergonzado y arrepentido.
—Uhm, Ali... perdón —balbuceó.
Alana se soltó y se alejó, mirando a cualquier lugar excepto a Sokka mientras usaba su cabello como una barrera entre ellos—. ¿Uh? Sí... está bien.
Katara cubrió su sonrisa detrás de sus manos, observando por sobre su hombro a una Alana mortificada que lucía repentinamente interesada en el agua y a un Sokka ruborizado que no era capaz de dejar de mirarla. Aunque ella encontraba la situación bastante cómica, era ignorante al hecho de que el estómago de Alana estaba hecho un manojo de nervios y que Sokka se estaba rebanando los sesos para intentar encontrar la manera correcta de disculparse por lo ocurrido.
El trayecto de vuelta a la tribu de agua pasó en silencio mayormente, a excepción de las veces en que Aang hablaba con Appa, o las cortas conversaciones de Katara con el recién llegado. Por otro lado, Sokka y Alana no intercambiaron palabra. Sin embargo, el castaño eventualmente se acercó a la morena de manera simulada, y se aseguró de mantener su brazo estirado hacia ella por cualquier inconveniente que pasara para poder tomarla lo más pronto posible.
La noche cayó más pronto de lo esperado y, eventualmente, la tribu se sumió en silencio a medida que cada familia se iba a la cama a disfrutar de una noche de descanso. Sin embargo, una chica de cabello oscuro y ojos aún más oscuros seguía de pie, merodeando detrás de las cortinas de su ventana a espera de la soledad.
Una vez que Alana estuvo segura que ya nadie más volvería a salir, tomó una bocanada de aire y abrió la puerta para salir. El aire helado del polo la golpeó de inmediato, haciéndola cerrar los ojos y apretar los dientes mientras que su piel se erizaba.
Cerró la puerta detrás de ella y se sentó sobre la nieve. Inspiró por la nariz y exhaló por la boca, sintiendo su pantalón empaparse y sus músculos tensarse. Reposó su espalda sobre la pared de su casa en un intento de ponerse cómoda, pero se arrepintió de inmediato al sentir la tela de su remera mojarse.
No tenía un abrigo, y estaba sentada entre la nieve, absorbiendo el frío de la noche. Sabía que terminaría enferma, pero era algo que debía hacer. Especialmente cuando ese mismo día había estado tan cerca de perder el control. Si quería extinguir el calor que abrazaba su pecho, debía hacerlo. No sabía si funcionaría, pero suponía que no perdía nada con intentarlo.
Los músculos de sus piernas comenzaron a temblar, casi moviéndose por sí solos. Sus dientes estaban castañeando con tanta fuerza que colocó un dedo entre ellos por temor a que se rompieran. Sintió un hormigueo en los dedos de sus manos y pies, y era consciente que pronto comenzaría a extenderse.
No era estúpida (al menos, no completamente), sabía los riesgos. Sabía que era peligroso. Y justamente por eso, sabía cuándo debería parar. El cuerpo humano tiene sus propios mecanismos para generar calor, pero bajo el frío constante éstos fallan. Si le costaba respirar o si dejaba de temblar, volvería a entrar inmediatamente. Estaba a meros pasos de la puerta, podría llegar incluso gateando en cuestión de minutos.
—¿Estás loca? —el grito la tomó por sorpresa, haciéndola saltar en su lugar a pesar que sus músculos dolían—. ¿Qué estás haciendo?
Sokka comenzó a correr en su dirección. Desde su posición, ella podía ver el humo saliendo por su nariz debido a la diferencia de temperaturas entre la respiración de su cuerpo y la del ambiente. Su primera asunción fue que estaba alucinando, puesto que Sokka nunca salía después de comer. Esta era la señal que debía volver a entrar. Las alucinaciones y delirios eran solo el efecto posterior a que el sistema respiratorio comenzara a fallar.
Intentó levantarse, pero los músculos de sus piernas no respondían. No obstante, no le dio importancia. Si debía arrastrarse, así lo haría. Había calculado todo, sabía que esto era una posibilidad. Se impulsó para caer de costado, y soltó un pequeño chillido cuando la nieve mojó su pecho.
Sintió calor sobre su cintura, luego presión en dos puntos. Eran dos manos. De un momento al otro, dejó de sentir la frialdad y humedad de la nieve, y fue envuelta por calidez. Estaba confundida, y creyó que su mente estaba jugando sucio con ella. Solía alucinar cuando tenía fiebre, ¿tal vez estaba alucinando todo?
Se movió como un gusano a pesar del calor que sentía, luchando contra su mente para salir del trance en el estaba. Sin embargo, se detuvo cuando vio el interior de su hogar, encontrándose frente a la fogata que había dejado preparada en anterioridad.
Suspiró, sabiendo que había logrado llegar. A pesar de que había estado alucinando, consiguió volver. Pero la paz abandonó su cuerpo cuando sintió algo cálido rodearla, solo para encontrarse con el rostro de Sokka justo a su lado.
Sintió su estómago caer al vacío, y se hubiera caído hacia atrás si no fuera porque el chico la mantenía rodeada con sus brazos mientras la envolvía con el abrigo que se había quitado.
Entonces, no estaba alucinando.
Mierda.
—¿Por qué hiciste eso? —vociferó el chico. Su tono vertía ira, y sus manos se aferraban a sus hombros con tal fuerza que estaba segura que al día siguiente tendría moretones—. ¿Estás intentando matarte?
La mente de Alana estaba volviendo a aclararse, y el calor estaba regresando, brindándole un placer incomparable a su cuerpo. Su pierna derecha seguía dando espasmos ocasionales, pero el ritmo decrecía con rápidez. Pronto volvería a la normalidad y, junto con ella, también regresaría el fuego en su pecho.
—Estaba entrenando —susurró Alana cuando logró formar las palabras. Áspera, ronca, forzada. Parecía como si su garganta fuera un desierto en el que no había llovido en años.
—¿Entrenando? —repitió Sokka. Estaba más calmado ahora que veía el color regresar a su rostro, y liberó un poco sus hombros, convirtiéndose en un agarre más suave. Claramente seguía afectado, pero no podía evitar sentir alivio al ver que la chica estaba bien.
Alana movió su cabeza para encontrarse con el azul de su mirada. Se dejó hundir en ellos, creyendo que eran el océano reclamándola como suya. No le gustaba el océano porque era imposible de predecir. Nunca podría gobernar el océano, y nunca podría mirarlo sin enfrentar el recordatorio de la madre que una vez tuvo.
Pero en sus ojos encontró una historia diferente. Él la miraba como si quisiera brindarle todo el confort del mundo, trayendo con él una calidez cómoda a su cuerpo. No se encontró con la incertidumbre que solía temer, no tenía que enfrentarse a las consecuencias de hundirse en el azul. Por el contrario, podía observarlo y saber que todo estaría bien.
Podría hundirse por horas en el azul de sus ojos sin tener que enfrentar ninguna secuela.
Sokka frunció el ceño. Sus dedos se hundieron un poco en la piel de sus hombros, delatando su renovada preocupación—. ¿Alana...? ¿Estás bien?
Bueno, tal vez no podía observarlo por horas sin consecuencias.
—Sí —musitó, y flexionó las piernas para apoyar su cabeza sobre sus rodillas. Se rodeó a sí misma con sus brazos al salir del agua para tomar aire, y desvió su mirada hacia las llamas que se encontraban frente a ella. El fuego se alzaba con potencia, como si danzara al ritmo del crujir de la madera.
—Bien —soltó Sokka, derrumbándose a su lado para observar la fogata con ella. Sin estar consciente de sus movimientos, Alana torció su cuello para posar su cabeza sobre su hombro. Un cansancio la abrumó de un momento al otro, y creyó que caería dormida en cualquier momento—. ¿Te molestaría explicar qué fue todo eso?
—Ya te dije, estaba entrenando.
—¿Entrenando para qué? ¿Para ser una paleta helada? —acusó. El veneno que vertió de sus labios envió en estado de alerta a la morena, quién inmediatamente retiró su cabeza de su hombro. Estiró sus piernas y envió sus brazos hacia atrás para sostener su peso con ellos, estableciendo así una separación entre ellos.
Alana resopló por la nariz—. No lo entenderías.
—Tal vez si me lo explicaras, lo haría.
No obstante, la chica no cedió. No era ningún secreto que Alana era obstinada y reservada. No acostumbraba a expresar lo que sentía, a no ser que fuera enojo. En ese caso, su vergüenza y timidez se extinguían momentáneamente para abrir paso a su alterego controlado por el fuego.
—¿Qué haces aquí? —cuestionó, cambiando de posición para cruzarse de brazos. Aún no se atrevió a mirarlo, sino que siguió observando la fogata a pesar que Sokka tenía sus ojos sobre ella.
—Katara estaba preocupada porque no viniste a comer a casa y le dije que vendría a preguntarte por qué no viniste... no esperaba encontrarte cometiendo suicidio.
Alana frunció el ceño, y finalmente lo miró—. No era suicidio. Era--.
—Entrenamiento, sí —interrumpió el castaño, perdiendo la paciencia y frustrándose fácilmente—. Ya lo dijiste unas cien veces.
—Solo fueron dos en realidad, pero bueno.
Sokka apretó la mandíbula. Quiso gritarle, pero se contuvo solo porque sabía que alguien terminaría interviniendo si seguía gritando en medio de la noche. La única razón por la que nadie había aparecido hasta entonces era porque no sería la primera vez que el trío de amigos decidía salir en la noche. Sin embargo, eso no significaba que podría seguir chillando hasta el amanecer.
En un acto casi impropio de él, se forzó a mantener la calma. Recordó que, por no haber pensado antes de hablar esa misma mañana, habían acabado en una discusión que no fue para nada agradable. Entonces, tomó una pausa para soltar las palabras que había ensayado en su cabeza antes de dirigirse hasta allí—. También vine a disculparme. Lamento lo que dije hoy. Yo... no lo decía en serio.
—¿Te estás disculpando por tu comentario sobre ser "raro", o por tu machismo?
—¿Ambos? —sugirió Sokka, enviando una sonrisa nerviosa que provocó la carcajada de Alana. Ante aquello, se relajó notablemente. Sus hombros cayeron, y su sonrisa nerviosa se transformó en una divertida—. Pero, en serio. Perdón.
—Está bien —aseguró Alana, enlazando una sonrisa para que fuera más convincente—. Pero, ¿por qué te disculpas conmigo?
—Porque lo que dijo estuvo mal.
Alana asintió lentamente, adoptando el gesto que solía utilizar cuando le enseñaba a los niños de su tribu a leer y escribir. Estaba intentando guiar a Sokka a que reflexionara por sí mismo, y eso infería que mantuviera una sonrisa suave sobre sus labios junto con un tono tranquilizador—. Sí, está bien. Pero... ¿también te disculpaste con Katara?
El rostro de Sokka cayó en blanco por un segundo antes de percatarse de lo que su amiga estaba haciendo. Irguió su espalda, cayendo en alerta al instante mientras torcía los labios en muestra de molestia—. ¡Es distinto! Además, ¡Katara no se molestó por eso! ¡Y sabe que solo lo decía para molestarla! Ella hace lo mismo, ¡siempre hacemos lo mismo!
La morena rió—. Los tres siempre hacemos lo mismo. Lo que no entiendo es por qué viniste a disculparte conmigo, pero no con Katara. Pero, como sea, lo entiendo. Sé que es difícil entender el control cuando no puedes hacerlo. Sobre tu machismo... voy a solucionarlo, ya verás. Cuando acabe contigo, respetarás a las mujeres.
Pero Sokka ya no la estaba escuchando, sino que se hundió en su mente. Pestañeando, tornó sus ojos al fuego antes de mencionar—. Entonces, tu entrenamiento... es por tu fuego control.
Alana quiso golpearse. Si tan solo hubiera mantenido la boca cerrada, si tan solo no hubiera bajado sus defensas. Suspiró, sabiendo que no tenía escapatoria. Escondiendo sus manos dentro del abrigo de Sokka, comenzó—. Quiero apagar el fuego que tengo en el pecho. Tal vez si me someto a un frío extremo constantemente, voy a lograr extinguirlo.
El silencio abrazó la habitación con una frialdad que envió un gusto amargo al fondo de la garganta de la chica. Formando puños con sus manos, las apretó con la intención de liberar un poco de la tensión que embargaba su cuerpo. Sentía que se estaba ahogando a medida que pasaban los minutos. Nunca había aprendido a nadar, y ahora se estaba enfrentando a las consecuencias.
—¿Hace cuánto estas haciendo esto?
Alana alzó la mirada del fuego y giró su cabeza en dirección a su amigo. Había esperado encontrarse con el océano que le brindaba confianza, pero Sokka mantuvo su atención en la fogata y no le ofreció la ventana a su interior.
—Esta es la primera vez.
—Prométeme que no volverás a hacerlo.
La chica frunció los labios. No podía prometer eso. No podía rendirse a la única esperanza que había encontrado para eliminar la parte que detestaba de sí misma. Sacudió su cabeza con lentitud, esforzándose para que su voz no la traicionara—. No puedo...
Sokka se movió para mirarla a los ojos, y la respiración quedó atrapada momentáneamente en la garganta de Alana. El océano en sus ojos ya no era pacífico, sino que lucía más turbulento que nunca. Una tormenta se estaba desatando sin que ella se hubiera percatado hasta ese mismo instante. La culpa la abrumó al saber que ella había sido la causante. Ella misma había enloquecido el océano que observaba por su paz.
—Alana, prométemelo.
Ella suspiró—. Está bien. No volveré a hacerlo.
El silencio volvió a cubrirlos entonces y, justo cuando Alana estaba segura que ya no podía seguir chapoteando y comenzaría a hundirse, Sokka decidió interrumpir el silencio.
—Será mejor que me vaya. Katara ya debe estar preocupándose —dijo, aunque se mantuvo inmóvil.
Alana sonrió débilmente—. Si no quieres que su lado materno salga a relucir, será mejor que vuelvas ahora.
Sokka soltó un resoplido por su nariz con humor al levantarse. Alzó sus brazos para estirar su espalda, dejando escapar un bostezo—. Estoy exhausto. Fue un día largo.
—Voy a caer muerta en la cama —asintió la morena, imitando su acción y quitándose el abrigo para devolvérselo.
En silencio, Sokka se colocó la parca y ambos caminaron con lentitud. El frío volvió a golpear el rostro de Alana una vez que abrió la puerta y se mordió el interior de su mejilla con un poco de incomodidad ante el recuerdo de cómo la había encontrado.
—No volverás a hacerlo, ¿cierto? —inquirió Sokka.
Alana dejó de observar la nieve para encontrarse con el rostro de su amigo. Los ojos de él estudiaban su rostro, en busca de algún rastro que delatara sus pensamientos. La culpa se intensificó.
—Te prometí que no lo haría, así que no lo haré.
Una pequeña sonrisa cruzó el rostro del castaño—. Bien. Buenas noches, Ali.
—Buenas noches, tonto —saludó finalmente.
Sokka le guiñó un ojo después de que se colocó la capucha, y se giró en dirección de vuelta a su casa, donde una impaciente Katara se encontraba a su espera. No obstante, Alana quiso que igualmente se quedara. No quería estar sola porque la verdad era que, aunque estaba cansada, su mente estaba demasiado ocupada como para caer dormida.
Consideró pedirle a Sokka que se quedara a dormir con ella. Pensó en pedirle que la esperara a que se colocara un abrigo para ir con él y dormir bajo el mismo techo que sus dos amigos. Pero el fuego que crecía peligrosamente en su interior la prevenía de cumplir con sus deseos.
— ¡Sokka! —llamó en voz baja, sabiendo que podría escucharla perfectamente en el silencio de la noche. Podía escuchar a la distancia el agua golpeando contra el hielo, y un par de pingüinos chillando de vez en cuando. Pero eso era todo. Además de eso, el silencio se adueñaba de la noche.
El chico se detuvo inmediatamente, girándose con una media sonrisa—. ¿Sí?
—No... no le digas a Katara, por favor.
Sokka inspiró una profunda bocanada de aire por la nariz antes de asentir. Una expresión grave lo acompañaba, dando a entender de que cumpliría con su pedido. Alzando su mano y agitándola de derecha a izquierda, volvió a girarse, y Alana cerró la puerta una vez que lo perdió de vista al doblar la esquina.
Ahora, el crujir de la madera se volvió su única compañía. Por un minuto consideró apagar el fuego, pero se convenció a sí misma que congelarse dentro de su casa iría en contra de la promesa que acababa de hacerle a Sokka. Por lo que se forzó a lidiar con ello y se dejó derrumbarse en su colchón, hundiendo su rostro en su almohada y esperando que su mente se callara.
La mañana siguiente, Alana se sorprendió al descubrir que prácticamente todos los miembros de su tribu habían entablado conversación con ella. Normalmente mantenían sus distancias debido a que su padre había sido parte de la Nación del Fuego, e incluso había sido responsable de uno de los ataques a su aldea. Sin embargo, desde que se había levantado ese día en cuanto el sol salió, cada persona que se cruzaba en su camino se le acercaba con una sonrisa.
No le tomó mucho percatarse que el cambio repentino era todo debido al chico que habían encontrado Katara, Sokka y ella por accidente. No podía culparlos por estar emocionados ya que se creía que los nómadas del aire habían sido exterminados por la Nación del Fuego. Pero eso no significaba que no recibiera cada sonrisa y saludo con un deje de molestia e incredulidad.
Eventualmente, Katara y Sokka se levantaron y se unieron a ella. El grupo de amigos se encontraban conversando tranquilamente en el medio de la tribu, sentados al lado de la carpa en la que descansaba Aang a espera de que despertara.
—¿No creen que es un poco raro? —soltó Sokka. Estaba cruzado de piernas, y de vez en cuando soltaba un pequeño bufido al ejercer fuerza sobre un palo de madera con una cuchilla para afilar uno de los extremos—. Y por poco me refiero a completamente.
Katara rodó los ojos—. Tú eres raro y no te decimos nada.
—¡No me refiero a eso! —recriminó el castaño, alzando sus ojos de lo que estaba haciendo para mirar a su hermana con el ceño fruncido—. ¿Cómo es posible que sea un maestro aire?
—Podemos preguntarle cuando despierte —razonó Alana, manteniendo la calma y observando con un ligero enfado al resto de los miembros de la tribu. Parecía que, de repente, todos estaban lo suficientemente ocupados como para tener que pasar al lado de ellos cada par de minutos—. Lo vimos ayer, claramente es un maestro aire.
—¿Cómo sobrevivió el ataque de la Nación del Fuego? —instó Sokka, apuntando con el palo de madera a la chica como si hubiera encontrado una falla en su argumento.
Alana golpeó la vara con su mano para alejarla de su rostro, y se encogió de hombros—. No sé, tal vez no estaba en el templo cuando ocurrió. O logró escapar de alguna forma.
—Sí, claro —musitó el chico con sarcasmo, volviendo a bajar su mirada hacia sus herramientas y volver a afilar la vara. De repente, colocó tanto el pedazo de madera como la cuchilla sobre el suelo y se acercó a Alana con rapidez. Estaba a punto de decir algo en un susurro, pero se interrumpió a sí mismo al desviar su mirada a un lado.
Alana siguió la dirección de su mirada, solo para encontrarse con que Katara estaba hablando con los niños de su tribu y éstos la estaban rodeando. La chica de ojos azules rió, enviando una mirada nerviosa a sus amigos al percatarse de la presión repentina que infligían los menores para ver al "chico que puede volar". Alana miró a su alrededor, y no se sorprendió cuando notó que los adultos observaban la situación con atención.
Ellos mismos habían enviado a los niños a hacer su trabajo sucio.
Como era de esperarse, Katara cedió ante el pedido de los niños y corrió dentro de la carpa en la que Aang se encontraba. Sokka soltó un suspiro, volviendo a enfocarse en su tarea de afilar la vara. Su acompañante se limitó a guardar silencio mientras observaba a la tribu reunirse en una especie de círculo alrededor de la carpa a la espera de Aang.
Habían sido lo suficientemente cuidadosos para asegurarse que los niños no solo insistieran sin cansancio, sino que también recurrieran a Katara. Si los niños se hubieran acercado a Sokka, él probablemente hubiera logrado cambiar de tema de alguna forma. En cuestión de minutos, los niños ya se habrían olvidado de Aang y estarían corriendo por doquier. Por otro lado, Alana estaba acostumbrada a lidiar con los niños. Ella no temería a decirles que no, y el grupo de niños la obedecerían ya que la respetaban.
A diferencia de los adultos, los niños de la tribu agua parecían tener una afición por la chica. Creían que era la persona más sabía del mundo porque era la persona que les había enseñado a leer y escribir. También la perseguían con las mejores intenciones de jugar y divertirse. Además, apreciaban que la morena los trataba como personas y no les daba un trato especial por ser pequeños.
—Aang, te presento al pueblo. Pueblo, él es Aang —introdujo Katara una vez que los dos salieron de la tienda. Aang torció la cabeza a un lado, percatándose en ese momento de lo escasa que era la población en el polo Sur. Alana frunció el ceño al notar que Aang cargaba un delgado bastón de madera, que parecía medir el doble que él.
El nómada les brindó una sonrisa simpática y les dio una pequeña reverencia, pero dudó cuando notó a un par de niños acercarse más a sus madres. Las mujeres tomaron a sus hijos, rodeándolos de forma protectora mientras observaban a Aang.
—Uh... ¿por qué me están mirando todos así? ¿Appa estornudó en mí?
—Supongo que ya no seré la única a la que van a observar todo el tiempo —murmuró Alana a Sokka, a lo que el chico la empujó con el hombro en un gesto alentador.
La abuela de Katara y Sokka avanzó, colocándose delante del grupo—. Nadie ha visto un maestro aire en cien años. Pensábamos que se habían extinguido, hasta que mis nietos te encontraron.
—Y Alana —musitó la morena bajo su respiración.
—¿Extinguido? —repitió Aang, su ceño frunciéndose mientras observaba a la mujer con confusión.
—Aang, ella es mi abuela —presentó Katara.
—Llámame gran-gran-abuela —asintió la anciana.
Sokka se levantó después de dejar las herramientas en el suelo, e inmediatamente se acercó a Aang para quitarle la vara que cargaba—. ¿Qué es esto? ¿Un arma? No puedes apuñalar a nadie con esto.
—No es para apuñalar —negó Aang, recuperando la herramienta con un movimiento de sus dedos que fue acompañado por una brisa—. Es para el aire-control.
De un momento al otro, dos alas naranjas, una a cada extremo, se desplegaron del bastón. La de la punta inferior era más pequeña, mientras que la del extremo superior era mucho más grande. Ante aquello, los niños chillaron con emoción.
—¡Es magia! ¡Hazlo de nuevo!
—No es magia, es aire-control —explicó Aang con un tono amable—. Me permite controlar las corrientes de aire en mi planeador para volar.
—Bueno, tengo entendido que... los hombres no pueden volar —escupió Sokka con lógica, cruzándose de brazos e hinflando su pecho.
— ¡Pues mira esto! —sonrió Aang antes de dar un salto y salir volando.
La boca de Alana cayó abierta al observar a Aang alzarse por los aires, usando su planeador para moverse de un lado al otro mientras los niños celebraban. Ella se levantó y se acercó a sus amigos entonces, teniendo que pararse en la punta de sus pies para alcanzar el hombro de Sokka—. Tú también lo ves volando, ¿cierto?
—Sí —balbuceó el castaño, tan absorto como ella.
Aang dio varias vueltas, sonriéndole a todos hasta que se estampó contra una de las torres que Sokka había construido con la ayuda de Alana. Su cabeza se hundió en la nieve antes de desmoronarse al suelo, arrastrando junto con su peso la estructura.
—¡No! ¡Mi torre de control! —se quejó Sokka.
—¡Eso fue increíble! —exclamó Katara, ofreciéndole una mano a Aang para que pudiera volver a levantarse. Detrás de ella, un par de niños la siguieron, junto con su hermano y Alana.
—¡Puedes volar! —aclamó la morena, observando a Aang con incredulidad, a lo que el nómada le brindó una sonrisa. Movió el bastón entre sus dedos para que las alas volvieran a plegarse, ocasionando que un montón de nieve cayera sobre Sokka, cubriéndolo.
—Excelente —masculló el chico, sacando su cabeza por entre la nieve—. Tú eres maestro aire, Katara es maestra agua. Juntos, podrán perder el tiempo todo el día.
Alana rodó los ojos ante su actitud, pero los demás lo ignoraron. Aang se giró hacia Katara, dando un pequeño giro en el aire mientras la observaba con una sonrisa enorme—. ¿Eres maestra agua?
—Bueno, sí... algo así.
—Está aprendiendo —explicó Alana, colocando una mano sobre el hombro de su amiga y dándole un apretón—. Es muy buena.
Katara le sonrió a su amiga, un poco avergonzada, pero no pudo seguir conversando ya que su abuela se acercó y se la llevó con ella con la excusa de que tenía que hacer tareas. La morena hizo un mohín mientras observaba a su amiga marcharse y, cuando se giró hacia Aang con la intención de mostrarle el lugar, se encontró con que ya había sido reclamado por los niños de la tribu. Con un suspiro, la chica comenzó a caminar con la intención de volver a encontrar a Sokka.
Afortunadamente, no le tomó mucho tiempo. En parte porque la tribu agua no era exactamente enorme y, también, porque lo conocía lo suficiente como para imaginarse dónde estaría.
—Bien, hombres. Es importante no demostrar temor cuando se enfrentan a un maestro fuego. En la tribu agua se pelea hasta el último guerrero en pie. Porque sin fuerza, ¿cómo podríamos llamarnos hombres?
Alana rodó los ojos desde su posición. Se sentó tras el montón de nieve que la ocultaba de Sokka mientras lo escuchaba dar un discurso a los futuros guerreros que se suponía deberían hacerse cargo de defender a la tribu. El único problema era que los únicos que quedaban en el polo eran las madres y sus hijos, lo que dejaba a Sokka con un ejército de niños que apenas estaban muy lejos de ser conscientes de la guerra en la que se encontraban.
—¡Quiero ir al baño! —exclamó un niño, y Alana se mordió su labio inferior para no reír.
—¡Escuchen! Hasta que sus padres vuelvan de la guerra, ellos cuentan con ustedes para ser los hombres de esta tribu. ¡Eso significa saber aguantar!
—¡Pero en verdad quiero ir! —insistió el niño, adoptando un tono de urgencia y súplica.
Sokka suspiró—. Bien, ¿quién más quiere ir?
Alana no podía verlo desde su lugar, pero por el sonido de queja que soltó Sokka, asumió que la mayoría, o tal vez incluso todos los niños, levantaron la mano. Ésta vez no era culpa de los niños, sino que de Sokka. Era más que obvio que, si les preguntaba en general, todos optarían por ir al baño. Ya fuera porque hablar del tema les dio ganas, porque querían seguir al grupo, o simplemente porque estaban aburridos del discurso. A continuación, se escucharon los pasos de los niños alejarse, y entonces Alana optó por salir de su escondite, apoyando sus brazos por sobre la barrera de nieve y reposando su cabeza sobre sus manos.
—Ey, Sokka —llamó y el castaño dio un pequeño salto antes de girarse para encontrar a la morena detrás de él—. Dime, ¿cómo puedes llamarte hombre si no tienes fuerza?
—¡Tengo fuerza!
—¿Comparado con quién? ¿Con un pingüino? —se burló la chica.
Sokka infló su pecho, acercándose a la barrera para estar cara a cara con Alana—. ¡Comparado con cualquiera! ¡Comparado con el soldado más fuerte de la Nación del Fuego!
Alana soltó un sonido de burla, pero enderezó su espalda cuando notó a Katara acercarse a ellos. La chica estaba mirando a todos lados mientras caminaba, como si estuviera buscando algo—. ¿Vieron a Aang? Gran-gran abuela dice que desapareció hace una hora.
—¡Wow, todo está congelado ahí dentro! —comentó Aang con una sonrisa una vez que salió del baño, encontrándose con el grupo de niños que inmediatamente comenzaron a reír y hacerle preguntas.
—Katara, ¡sácalo de aquÍ! Esta lección es solo para guerreros —advirtió Sokka.
Alana resopló una carcajada—. Mini-guerreros, querrás decir.
Sokka se giró a la chica, alzando su dedo índice al aire como advirtiéndole que emitiera otro comentario o estaría en problemas. A lo que la morena alzó las cejas, mirándolo con una mezcla de entretenimiento y perspicacia.
—En serio, Sokka, el mayor tiene, ¿qué? ¿Ocho años? No van a convertirse en guerreros.
—Deberán hacerlo. ¿Qué pasa si la Nación del Fuego nos ataca? ¿Les dirás que los niños deben divertirse?
Alana suspiró, volviendo a apoyar su cabeza sobre sus manos mientras alzaba la mirada para mirar a su amigo que lucía a punto de explotar del enojo—. Por más que les enseñes a pelear, no puedes creer que un grupo de diez niños va a derrotar a una armada de la Nación del Fuego.
Sokka bufó por la nariz con fuerza, a punto de responder cuando escuchó la risa de los niños. Ambos tornaron su visión hacia la fuente para descubrir que los niños estaban escalando la espalda de Appa para, luego, deslizarse por su cola y aterrizar en un montículo de nieve.
—¡Detente! —vociferó el chico, ahora centrando su ira en Aang que descansaba en la cima del bisonte—. ¿Qué sucede contigo? No tenemos tiempo para diversión y juegos con una guerra a cuestas.
—¿Cuál guerra? —cuestionó Aang, flotando hasta encontrarse al lado de Sokka mientras que las dos chicas se acercaban a ellos, esquivando al grupo de niños que salieron corriendo ante la oportunidad de poder evitar los discursos diarios de Sokka.
—Bromeas, ¿verdad? —musitó Sokka.
Alana frunció el ceño cuando notó el gesto en la cara del menor—. ¿No sabes lo que está pasando?
—Uhm... —Aang observó a la chica con el ceño fruncido, pero su visión se desvió por sobre el hombro de la chica y toda su confusión se esfumó, siendo reemplazada por una enorme sonrisa—. ¡Pingüino!
Nadie tuvo tiempo para reaccionar antes de que Aang saliera corriendo, o más bien volando, tras el pingüino que se encontraba a un par de metros de ellos. Alana se cubrió los ojos para cubrirse de la nieve que se alzó tras del chico, casi no pudiendo creerlo.
—Bromea, ¿verdad? —repitió Sokka, ésta vez mirando a su hermana.
Katara optó por seguir a Aang y hablar con él, mientras que Sokka y Alana se sumieron en su propia conversación. A pesar de que apreciaban a Katara, preferían charlar a solas cuando se trataba de temas delicados porque sus opiniones normalmente estaban en los extremos contrarios. De acuerdo a ellos, ella confiaba en las personas demasiado rápido. Por el otro lado, Katara los tachaba de paranoicos y desconfiados.
—¿Realmente crees que no sepa nada de la guerra? —preguntó Sokka, observando por sobre su hombro a su hermana desaparecer a la distancia mientras se dirigía a la bahía que normalmente estaba atiborrada de pingüinos.
Alana sorbió por la nariz antes de que Sokka volviera a girar su rostro para mirarla—. Parece imposible pero... lucía como si de verdad no tuviera idea de lo que hablabas. ¿O tal vez es un muy buen actor?
—¿Pero por qué nos mentiría? —musitó el castaño , entrecerrando los ojos y frunciendo el ceño al intentar descifrar alguna razón por la que Aang fingiría no saber nada.
—¿Y si estar congelado en ese témpano le afectó la memoria? —ofreció Alana, escondiendo sus manos en sus bolsillos y hundiendo su rostro en el cuello de su abrigo—. O puede que se haya golpeado la cabeza muy fuerte antes de que se congelara.
—Sí... pero todo sigue siendo demasiado extraño. Digo, es un nómada del aire aunque están extintos hace cien años.
—Bueno, tampoco es como si las últimas noticias llegaran hasta el polo sur —señaló la morena, pero dio una pausa para estornudar. Inmediatamente soltó una maldición, sabiendo con lo que tendría que lidiar.
—¡Ya estás resfriada otra vez! —regañó Sokka, adoptando un tono similar al de su hermana cuando se metían en problemas—. Es por tu supuesto entrenamiento sin sentido--.
—¿Creí que el entrenamiento era algo esencial para formar guerreros? —Alana alzó una ceja, colocándose la capucha y hundiendo su cabeza para que lo único visible fueran sus ojos.
El castaño frunció el ceño—. No eres una guerrera, Alana.
La morena chasqueó la lengua—. Podría serlo.
—Claro, y cuando la Nación del Fuego llegué, ¿qué? ¿Tú y yo contra un ejército de maestros fuego?
Alana torció su cabeza a un lado, como si estuviera meditando la propuesta—. Supongo que tendremos más probabilidades que tú y tu pequeño ejército de bebés.
—Alana.
—¿Qué? —ladró, alzando la cabeza para demostrar que estaba de mal humor. La capucha se deslizó por su cabello, y volvió a estar expuesta al frío polar. Su nariz y sus mejillas estaban rojas, y sus oscuros ojos marrones brillaban más de lo usual debido a su resfrío.
Sokka suspiró antes de pasar un brazo por sobre los hombros de la chica y acercarla a su cuerpo. Alana se tensó al instante, sintiéndose incómoda debido a la repentina cercanía, y levantó su cabeza para mirarlo como si se hubiera vuelto loco. En ese momento se sintió demasiado consciente de su diferencia de altura. Siempre había sabido que Sokka y Katara estaban en el lado alto cuando se trataba de la altura, mientras que ella caía en el lado contrario. Sin embargo, no podía evitar sentirse irritada al percatarse de que Sokka podría usar su cabeza para apoyar su brazo sin tener que encorvarse en lo absoluto.
Claro, aún guardaba esperanzas con crecer y que Sokka dejara de hacerlo para poder invertir los roles. Pero ese día aún no había llegado, así que no podía hacer otra cosa que esperar con esperanzas.
—Estás helada —comentó él, propinando un apretón a su hombro mientras la giraba en dirección hacia su casa.
—¿Será porque estoy en el jodido polo Sur? —recriminó Alana, enviándole una sonrisa inocente a la mujer que le envió una mala mirada cuando la escuchó maldecir frente a su hija.
—O porque no te abrigas lo suficiente —mencionó Sokka.
Alana frunció el ceño—. ¡Estoy abrigada! ¡Tengo tres capas más de ropa debajo de esta parka!
—Podrías usar una bufanda.
—Odio las bufandas, son incómodas.
Sokka alzó una ceja—. ¿Tienes una queja para todo?
—¡Mira quién habla!
Un silbido interrumpió su conversación, provocando que se miraran el uno al otro confundidos. Como si estuvieran sincronizados, se giraron para divisar una bengala alzarse por los aires, explotando cuando alcanzó su punto máximo y soltando una luz intensa.
—Deberíamos preocuparnos por eso, ¿no? —susurró Alana.
Todos en la tribu se detuvieron inmediatamente. Las carcajadas de los niños cesaron, y ya no se podía escuchar el crujir de la nieve cada vez que alguien daba un paso adelante. El lugar, sumido en silencio, dejó a todos observando la bengala esfumarse entre las nubes. Su existencia fue corta, pero cumplió con su cometido.
El silencio resultaba ensordecedor, casi letal.
El brazo de Sokka cayó de sobre los hombros de Alana y, en su lugar, la tomó por la muñeca para hacerla avanzar mientras giraba su cabeza en todas las direcciones posibles—. ¿Dónde mierda está Katara? —murmuró bajo su respiración.
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