Día 21
El mejor regalo de Navidad, no se ve con los ojos,
sino que se siente hondo, en los corazones rojos.
No es un juguete brillante, ni un dulce exquisito,
sino un abrazo cálido, un momento bonito.
Es el amor que se respira, en cada sonrisa franca,
el cariño que se comparte, una unión que no se quebranta.
Es la mirada cómplice, que todo lo comprende,
la mano que se estrecha, que la amistad defiende.
Es el recuerdo compartido, de risas y alegrías,
la promesa de un futuro, lleno de esperanzas y de días.
Es la canción que se entona, con el alma llena de paz,
la oración que se susurra, por un mundo mejor, sin más.
Un regalo invisible, pero de un valor infinito,
el cariño y la unión, un tesoro exquisito.
Más preciado que las joyas, que el oro reluciente,
es el amor en familia, un regalo omnipresente.
Es la cena en la mesa, con la familia reunida,
las historias que se cuentan, la tradición querida.
Es la generosidad plena, el don de dar sin esperar,
el perdón que se ofrece, para el alma sanar.
Así que esta Navidad, busca más allá de lo material,
valora el amor verdadero, el regalo esencial.
Porque el mejor presente, no se compra en una tienda,
sino que se cultiva, con el corazón abierto y la mente serena.
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