Sobre camellos de paso firme y veloz,
de blancas jorobas bajo el sol ardiente,
viajan los Reyes Magos, guiados por una luz,
una estrella brillante que danza en la noche.

Melchor, Gaspar y Baltasar, con sus regalos preciosos,
envueltos en sedas y atados con lazos de oro,
atraviesan desiertos, bajo cielos espaciosos,
donde el viento esculpe figuras en la arena.

Incienso, mirra y oro, en cofres finamente tallados,
de ébano oscuro y adornados con piedras preciosas,
brillan con luz propia, misterios desvelados,
secretos antiguos que el tiempo ha conservado.

El desierto se abre, como un mar de arena infinita,
un océano ondulante bajo la mirada de la luna,
bajo la estrella guía, una senda bonita,
trazada por la fe y la esperanza reunida.

A través de dunas altas, donde el viento susurra y canta,
una melodía ancestral que llena el aire vacío,
y oasis de palmeras, donde la vida encanta,
un vergel de frescura en el árido paisaje.

Avanzan los Reyes Magos, con paso lento y seguro,
sus rostros iluminados por la fe y la devoción,
llevando la esperanza, un amor puro,
un mensaje de paz que cura toda aflicción.

Sus camellos se mueven, con ritmo pausado y sereno,
un compás acompasado que marca el tiempo sagrado,
bajo la luz de la estrella, un camino pleno,
que les guía al pesebre, donde el niño ha nacido.

Anuncian la llegada, de un niño dulce y pequeño,
un rey humilde que trae la paz al mundo entero,
un mensaje de paz, un amor eterno y lleno,
que renueva la esperanza y llena el corazón.

El silencio del desierto, solo roto por el suave ritmo,
de las pisadas de los camellos, se llena con la promesa,
de un nuevo amanecer, de paz, esperanza y amor.
La estrella guía brilla, anunciando la llegada inminente.

De los Reyes Magos, portadores de regalos mágicos,
que traen consigo la alegría y la luz de la Navidad.