Agustín, duendecillo travieso, de vestimenta carmesí rayado de verde esmeralda,
un torbellino de alegría encarnado en una diminuta figura,
su gorro puntiagudo, un volcán rojo encendido, baila al compás del viento invernal,
un cascabel diminuto, colgado de su cintura, tintinea una antigua melodía,
un velo de magia navideña que flota en la noche fría y estrellada.

Se desliza entre las sombras, sigiloso como un gato en la más profunda oscuridad,
un susurro de alas invisibles, un roce de seda contra la escarcha de las ventanas,
dejando tras de sí, en las casas de los niños buenos,
un rastro de regalos envueltos en papel brillante,
un aroma a canela y a piñones tostados, un susurro de sueños dulces.

Pero en las casas donde la travesura reina, donde el llanto ahoga las risas,
un golpe seco, un eco sordo que quiebra la calma de la noche,
carbón crujiente, un recordatorio silencioso, un suspiro de advertencia,
un toque de realidad que danza con la magia de la Navidad.

Sin embargo, la magia de la Navidad, poderosa e indomable,
se abre paso entre las grietas del silencio, un estallido de júbilo,
un coro de campanas que despiertan el alma, un canto de esperanza y de perdón,
y en medio de la celebración, un salto, una carcajada,
la presencia traviesa, el espíritu juguetón de Agustín,
el duendecillo que danza entre la magia y la realidad,
dejando un rastro de polvo de estrellas que brilla en la memoria de la noche.

Hoy comienza diciembre y con el este nuevo poemario que espero disfruten :)