하나
Joseon era considerado uno de los reinos más prósperos durante el reinado del rey Min HaJoon. Gobernaba con firmeza y rectitud, mas no dejaba de presentarse amable, benevolente, humilde ante su pueblo. El hombre siempre fue bondadoso y justo, dispuesto a escuchar las dolencias de hombres y mujeres, hacer lo que estuviera a su alcance para ayudar a darles una mejor calidad de vida; visitaba los pueblos con regularidad, y se aseguraba de que no faltase nada a las personas que habitaban su regencia. Fueron estas acciones las que hicieron que el rey HaJoon se ganase el cariño de sus súbditos asimismo como su respeto y confianza.
Cuando se dio la noticia de que el primer heredero había nacido el reino entero se regocijó y lo celebró con suma felicidad; aquel recibimiento fue similar con la llegada del segundo de sus hijos unos pocos años después, la reina consorte había otorgado dos niños saludables que eran la viva imagen de su padre y se esperaba que al crecer estos tuviesen los mismos valores y amor por su gente que el rey. Las expectativas no eran para menos, pues apenas tuvieron la edad suficiente el monarca comenzó a llevar a sus hijos con él a las visitas a los pueblos, a conocer y convivir con los pobladores.
Eran estos actos los que hacían que la admiración por el rey HaJoon creciera a pasos agigantados entre sus adeptos.
Pero no todo podía ser miel sobre hojuelas. Así como había partidarios había opositores, quienes pensaban que el rey era demasiado bueno como para que fuese toda la verdad, quienes consideraban que el rey era demasiado blando, quizás incluso demasiado inocente. Aquellos detractores estaban presentes tanto en el pueblo como dentro del palacio, pero hasta el momento no habían representado un verdadero problema para Joseon.
El rey HaJoon pecó de inocente, ese quizás fue el defecto más evidente del hombre, era humano después de todo, no era perfecto; no consideró qué tan cerca de él podrían estar o qué tan peligrosos podrían ser aquellos detractores para él y su familia, después de todo tenía guardia custodiando la seguridad de su legado, dudaba que alguien tuviese la audacia de atreverse a siquiera pretender hacerles algún daño. ¡Oh, si tan solo no hubiese sido tan confiado!
Fue entrada la madrugada cuando la nube de la tragedia se asentó sobre el palacio.
Los pasos apresurados resonaron por los pasillos, la reina consorte había dejado de lado toda etiqueta en su desesperación por seguir al eunuco que le fue a buscar. ¿Cómo podía preocuparse por las tan estrictas normas de educación que debía mantener al habitar dentro del palacio cuando le habían dado tremenda noticia? Su rostro era el reflejo crudo de la preocupación y la angustia; el corazón le latía fuertemente dentro del pecho, su respiración estaba agitada. Solo podía rogar que la información que había recibido con la llegada del eunuco fuese incorrecta, que no se tratase más que de una broma de mal gusto. Es que esto no podía estar pasando, no dentro de su hogar que se supone debía ser seguro para ella y sus niños.
La cruel realidad le cayó como un balde de agua fría cuando alcanzó la habitación destinada para sus hijos, las lágrimas se aglomeraron en sus ojos rápidamente al ver la escena que se presentaba ante ella. Tendido en el suelo estaba su hijo mayor y junto a él estaba el menor, arrodillado, sus manitas hechas puños sobre sus rodillas y la mirada perdida en algún punto inespecífico del suelo, parecía incapaz de reaccionar. No mostraba ningún gesto de dolor a pesar de la sangre que manchaba su carita, pero eso tampoco lograba tranquilizar a la mujer en absoluto, pues la sangre en cuestión brotaba de una herida del lado derecho de su rostro.
Los pies parecían pesar una tonelada a la reina cuando esta comenzó a avanzar a paso lento, acortando la distancia entre ella y sus bebés poco a poco. El primer sollozo surgió cuando pudo ver claramente lo que había pasado con el mayor de ellos, las piernas ya no lograron sostenerle por más tiempo, cayó de rodillas y tocó su rostro solo para descubrir que comenzaba a perder temperatura y color. Su llanto desconsolado se desató al instante, apoyando sus brazos sobre el cuerpo de su pequeño, incapaz de concebir la idea de que alguien les había hecho daño a sus inocentes niños. Fue tal su dolor que no reparó en la presencia del hombre que estaba siendo contenido en una esquina de la habitación, quien había sido apresado como el perpetrador del crimen.
El rey llegó apenas un momento después, junto a él el doctor real que de inmediato se acercó a corroborar el estado de príncipe que había sido herido de gravedad. Tras revisar su pulso levantó la mirada en dirección a su majestad y negó con un movimiento de su cabeza corroborando así la terrible verdad. El príncipe heredero había fallecido. El desgarrador lamento de la reina tomó fuerza contagiando a los presentes del dolor que únicamente una madre podía sentir al saber que uno de sus hijos había perdido la vida. Al mismo tiempo, la expresión del rey se deformó en furia y dolor; nunca se había visto tal gesto en el rostro del hombre, pero nadie podía culparlo, había perdido a su hijo mayor y el segundo príncipe había sido lastimado, todo por su descuido; por confiar demasiado en la supuesta seguridad que el palacio le debía otorgar a la familia real.
Mientras su otro hijo era atendido por el médico, el soberano dirigió la vista hacia el vil asesino que se había atrevido a cometer tal acto, el hombre que lamentablemente fue detenido y capturado demasiado tarde, cuando ya había herido al pequeño príncipe en el rostro.
- Quiero que confiese. -
Fueron las primeras palabras pronunciadas por el monarca, su mirada se mostraba llena de desprecio por el sujeto que mantenía la cabeza agachada y aun así no parecía mínimamente arrepentido de su cometido a pesar de haber sido apresado por los guardias. En realidad, parecía incluso molesto, casi como si estuviera decepcionado de no haber sido capaz de acabar con la vida del segundo heredero.
-¡Hagan que confiese quién le ordenó matar a mis hijos! -
La voz usualmente tranquila y moderada de Min HaJoon se elevó llena de rabia, tan impregnada de saña de tal forma que todos los que estuvieron presentes aquella noche en el palacio podían jurar y aún contaban que sus palabras habían resonado por cada esquina y pasillo, haciendo eco en las paredes y quedando profundamente grabada en las memorias de quienes habían escuchado.
Los guardias levantaron al sujeto, afirmando sus brazos tras su espalda con fuerza para sacarlo de la habitación donde la reina aún se lamentaba por la pérdida de uno de sus pobres niños.
La noticia acerca del acontecimiento no tardó en regarse por el palacio entero, al cabo de una hora cada sirviente del palacio conocía el relato con lujo de detalle. Bueno quizás parte de ello estaba un poco alterado, algunos detalles habían cambiado completamente dada la alteración de los oyentes, pero el punto central del rumor era lo esencial. El príncipe heredero había fallecido víctima de un homicidio y el pequeño segundo príncipe había resultado herido.
Los rumores evidentemente habían llegado a cada habitante y trabajador del palacio por obra de las criadas, pronto no hubo una sola persona que no tuviera siquiera un vago conocimiento acerca de los acontecimientos. Todos aquellos que habían escuchado las noticias acompañaron a los reyes en su dolor, después de todo se había tratado de un evento sumamente trágico, todo aquel que había llegado a tratar y conocer a los pequeños príncipes les había guardado un cariño especial, ambos tan parecidos a su papá en carácter y físico. El haber perdido al príncipe heredero fue un golpe muy fuerte para todo el reino.
Lamentablemente, aquel hombre que había sido aprehendido por los guardias esa noche se negó a confesar el nombre de quien le dio la orden de asesinar a los herederos a la corona, a pesar de los métodos utilizados, nunca abrió la boca más que para burlarse del rey. El hombre fue condenado a muerte por decapitación, por traición y homicidio.
"Hay traidores en la casa del rey" clamó el hombre momentos antes de que su castigo fuese cumplido.
Si bien el acontecimiento le enseñó al rey Min HaJoon a no ser tan confiado, al no haberse suscitado otro intento por provocar más daño a la familia real, todo el asunto fue eventualmente olvidado y dejado en el pasado incluso por el propio monarca. Sin embargo, este no fue el caso de la reina consorte. Ella jamás olvidó y mucho menos perdonó lo que les habían hecho a sus niños, sabía que quien estaba detrás de todo iba en búsqueda de la corona, tenía que ser alguien dentro del palacio lo suficientemente cerca como para saber en qué momento atacar; pero había tantas personas ahí y tan poca gente en la que confiar. La mujer tuvo que guardar tantas cosas para sí misma durante ese tiempo, después de todo, sin importar las sospechas que tuviera acerca de cualquiera cada una de ellas eran completamente inútiles. Sin las pruebas suficientes no había absolutamente nada por hacer al respecto, al menos no algo que estuviera en sus manos.
La calma en el palacio tras aquel suceso prevaleció por un tiempo demasiado corto a gusto de la reina, pues el día que más temía desde el incidente había llegado. Era algo que debía ocurrir tarde o temprano, era parte del ciclo de la vida después de todo y no se podía evitar. Aunque ser consciente de ese hecho innegable no hacía menos trágico el fallecimiento de otro miembro de la familia real, el rey.
Nuevamente, el reino se sumió en el luto y los rumores no tardaron nada en recorrer el palacio. Para la reina no hubo descanso.
No solo debió organizar el funeral, si no estar presente en cada una de las audiencias que se realizaron, discusiones interminables donde se debía determinar quién iba a ser el nuevo rey de Joseon, debates donde la reina mantenía firmemente su postura acerca de que su hijo debía ser quien tomara el trono tal como su derecho de sangre lo dictaba, después de todo seguía siendo el segundo en la línea. Sin embargo, los yangban presentes argumentaban un punto de mucho peso:
Un principe con una cicatriz no podía ser rey.
Pues sí, al segundo príncipe, ahora príncipe heredero, le había quedado una cicatriz después del ataque que había sufrido hace tantos años. Una marca que cruzaba su ojo, misma que no se podía ocultar, saltaba a la vista nada más verlo de frente.
Aún así la noble insistió, aún con los yangban en contra, aún con los consejeros mostrándose renuentes ella siguió defendiendo incansablemente el puesto que por derecho le correspondía a su hijo antes que a cualquier otro candidato, hasta que tras varios días de argumentación y riñas finalmente lo consiguió. Con la mayoría a su favor su hijo fué capaz de tomar el puesto que fué de su padre, a pesar de que su rostro debía permanecer oculto de su gente con el fin de evitar los conflictos que aquello pudiera traer.
El reino era próspero bajo su mandato, eso era suficiente para tener el amor de los ciudadanos, su fidelidad.
- Dices que has estado robando de mi pueblo entonces... -
Los súbditos no conocían su faz, no había un solo hombre o mujer que supiera cómo lucía el hombre. Lo único que sabían y tenían por seguro es que él era justo, que tal como su padre el fallecido rey Min HaJoon antes que él, gobernaba con sabiduría y amabilidad.
- ... ¿Y pretendes que yo perdone tu pecado? -
O eso es lo que pensaban sus vasallos.
La carcajada que surgió desde el pecho del rey resonó por toda la sala, aquél atrevimiento le resultaba verdaderamente hilarante al hombre sentado en el trono.
Los miembros de la corte solo pudieron pasar saliva, compadeciendo en silencio al pobre desgraciado de rodillas que reverenciaba suplicando clemencia de parte del monarca cuya sonrisa torcida permanecía en sus facciones observándolo humillarse por su perdón, los oscuros ojos del soberano destellaron, había tomado su decisión.
- Que le corten la cabeza, sáquenlo de aquí. - las palabras escupidas con desprecio desataron otra ola de súplicas.
- Por favor. Su majestad, se lo ruego, tenga piedad. Debería reconsiderarlo. - sollozó el tembloroso hombre en el piso, desesperado y aparentemente arrepentido de sus actos.- Todos cometemos errores, ¡su padre me habría dado otra oportunidad, señor! -
Todos y cada uno de los asistentes se miraron los unos a los otros, en su intento futil por salvar su cuello había terminado por firmar su sentencia de muerte.
- Mi padre... - con un asentimiento el rey se puso de pié colocando sus manos en sus caderas.- Si, mi padre fué bueno, benevolente, les permitió demasiado. Perdonó tantas equivocaciones durante su mandato. - inclinó su cabeza, la sonrisa antes presente se había desvanecido por completo, dejando tras de sí una expresión fría mientras caminaba hasta el centro de la habitación donde el hombre aún temblaba con la frente pegada al piso.- ¿Es que acaso no comprenden? ¿No ven que lo que hago es para darles una advertencia? ¡Una advertencia para que nadie se atreva a cometer un solo "error" que pueda afectar a mi pueblo! - sin un solo atisbo de culpa levantó su pié y pisó su cabeza, recorriendo con la mirada al resto de la corte que solamente observaba el suceso.- Llévenselo, ensucia mi piso. -
Habiendo dictado la sentencia no había otra razón más para que el gobernante permaneciera ahí. Salió de la sala sin mirar atrás, seguido por el oficial en un silencio que solo era toto por los gritos desesperados del sujeto que ahora era arrastrado por los guardias a donde se llevaría a acabo el castigo de forma inmediata. El oficial tenía las palabras atoradas en la garganta, bien sabía que no era la mejor opción el molestar al rey en ese momento.
Al llegar a sus aposentos lo único que Min deseaba era recostarse, descansar por un momento y relajarse. Y eso estaba a punto de hacer.
Lástima que la suerte no solía residir en sn favor.
Sus intenciones fueron interrumpidas con el arribo del eunuco Lee.
- Su majestad, los días fértiles de la reina inician. -
Recibir aquella noticia únicamente le provocó hastío, cerró los ojos con molestia presionando el puente de su nariz con dos de sus dedos.
- Que preparen lo necesario, retirate. -
El eunuco Lee realizó una reverencia y se retiró rápidamente de aquella habitación, cerrando la puerta tras de sí. El oficial, aún en silencio, solamente le observó por unos segundos, considerando seriamente la idea de escapar ahora que tenía oportunidad antes de que el rey desatara uno de sus ya usuales ataques de ira y resultar objetivo de su desahogo.
- Déjame tranquilo, no quiero que me molesten hasta que tenga que... - se vió físicamente incapaz de completar esa frase, el disgusto era evidente en su expresión y el oficial sabía que se refería a su encuentro con la reina. - Como sea. Asegúrate de que busquen a un nuevo recaudador de impuestos inmediatamente. -
Con un asentimiento el oficial se encaminó hacia la puerta y salió de los aposentos del rey. Detuvo su andar de golpe ante el sonido de la puerta siendo abierta una vez más. - No te vayas, solo envía el mensaje con quien sea. -
- Alcanzaré al eunuco Lee para dar la orden y estaré de regreso lo antes posible. - informó rápidamente, esperó el consentimiento del rey antes de partir.
El rey ingresó nuevamente, cerró la puerta y fué a sentarse sobre la cama en espera del regreso del oficial.
No podía dormir solo. No desde la noche en que presenció el asesinato de su hermano JiHoon. A partir de aquella noche el miedo constante a que intentaran asesinarlo nuevamente cuando se encontraba en un estado tan vulnerable fué tan intenso que le impedía en absoluto conciliar el sueño si no había alguien de absoluta confianza cerca, aún si el descanso solamente duraba un par de horas. Podrían acusarle de paranoico, pero no le era posible tampoco comer algo sin que hubiera sido probado en su presencia, las damas debían dar un bocado antes que él lo comiera; una de ellas murió por envenenamiento reforzando así su desconfianza.
En más de una ocasión se vió deseando abandonar su puesto en el trono, dejar su lugar a alguno de sus hermanos menores de ser necesario. Pero su madre, la reina viuda, siempre conseguía convencerlo de no renunciar de una u otra forma. Así como le había convencido de casarse con la que fué considerada la opción más conveniente. Así como le convenció también de aceptar la idea de tomar concubinas, a regañadientes, solo a consideración si la unión aseguraba alianzas que trajeran paz a su gente, o si podían ser útiles en un punto en el futuro.
Se podría decir que, de cierta forma, la reina viuda tenía más poder del que se sabía.
Regresando a nuestra historia. La noche finalmente había llegado, mucho antes de lo que el rey hubiera querido. Él mismo había llegado a los aposentos de la reina consorte más rápido de lo que hubiera deseado, pero estaba mentalizado a la tarea que ahora debía cumplir. Y ahora estaba ahí, frente a ella... Aunque no le provocaba ni un ápice de lo que se supone que debía provocarle su ser desprovisto de vestimenta.
Fuer de la habitación, el oficial observaba nervioso las puertas por las que había ingresado el regente. Había pasado ya un tiempo considerable desde que llegaron, mas todavía conservaba ese mal presentimiento que le había invadido desde el mismo momento en que el eunuco fué a informarles horas antes. Y quizás había hecho bien en preocuparse, pues el rey Min salió de ahí avanzando tan rápido que él mismo se vió en la necesidad de acelerar su paso para seguirle, su expresión no era exactamente la de alguien que recién había tenido intimidad con su esposa.
Se abstuvo de mediar palabra aún al estar de regreso en sus aposentos, y cuando vió que el hombre comenzaba a cambiar sus ropas por una vestimenta mucho más sencilla empezó a rogar internamente que no se le hubiera metido alguna idea extraña en la cabeza.
Pero la suerte no era precisamente su amiga tampoco.
- Vamos a salir del palacio. -
Eso era precisamente lo que no quería escuchar. Sabía que esto no iba a terminar bien, de una u otra forma algo iba a salir terriblemente mal.
Y lo sabía porque lo conocía como la palma de su mano.
- Su majestad, ¿no sería más prudente que se quede a descansar? Ha sido un día largo y... -
- Déjate de formalidades y ponte esto. -
Una vez que Min le arrojó un cambio de ropa supo que no había lugar para debate, no le quedaba más que suspirar y obedecer.
Poco después ya se encontraban deslizándose fuera de los muros del palacio por ese pasadizo oculto que habían descubierto años atrás cuando aún eran pequeños, cuando YoonGi aún era un niño alegre y juguetón.
Antes de que se convirtiera en ese hombre cruel y desconfiado que reinaba Joseon.
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