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En Joseon, el confucianismo tuvo su apogeo, influyendo de tal forma que el sistema de gobierno y la clasificación social se basaron en los principios confucianos para estructurarse. La sociedad comenzó a darle un alto valor a los estudios académicos, desdeñando, en cambio, el comercio y la manufactura. Las diferencias eran considerablemente marcadas entre cada una de las castas sociales.

Empezando por la clase más alta, después del rey quien se ubicaba en la cima de la pirámide, estaban los yangban: militares, eruditos, las personas que conformaban la corte real y gobernaban junto al rey a la sociedad. Después de ellos se ubicaban los jungin: músicos, ingenieros, astrónomos, calígrafos, médicos, intérpretes; personas con una alta educación. Debajo estaban los sangmin: campesinos, pescadores, artesanos; trabajadores "limpios". Y aún más debajo de ellos, estaban los cheonmin, la clase sucia y vulgar, quienes realizaban trabajos considerados "impuros"; carniceros, chamanes, zapateros, herreros, brujas, bufones, kisaeng y esclavos.

Es entre los jungin que encontramos a la familia Kim. Remontémonos algunos años antes del nacimiento de Min YoonGi.

Los Kim, una familia de músicos que desde hace generaciones tocaba para la familia real y animaba eventos organizados dentro del palacio. El patriarca de la familia, InHun, se había casado con la hija menor de un ex militar. No hubo oposición alguna en su boda, pues el prestigio que le daba el ser llamado a palacio para tocar se oponía por sobre la diferencia de clase social, al menos a ojos del padre de la mujer.

Poco después de su boda llegó una noticia que llenó de alegría a ambas familias, finalmente estaban esperando un bebé. El anuncio hizo inmensamente feliz al músico, quien dedicó todos los esfuerzos y recursos que le fueron necesarios en los cuidados gestacionales que requería su esposa.

Cuando llegó al mundo su pequeño primogénito, el hombre o cabía en sí mismo de la emoción.

Fue a durante un crepúsculo. El patriarca de familia regresaba a su hogar tras haber pasado buena parte del día en el mercado de la capital buscando cera y cuerdas de seda nuevas para su gayageum, no pudo dar más que dos pasos dentro de su residencia cuando fue capaz de escuchar los gritos de la dama que le buscaba con desespero.

¡Señor InHun! ¡Señor InHun! — el agobio en la voz de la criada levantó su propia alerta, obligándolo a apresurar sus pasos para alcanzar a la fémina.

JenHee, ¿Qué ocurre? ¿Por qué estás gritando? — estaría mintiendo si dijera incluso para sí mismo que no estaba preocupado ante el estado intranquilo de la mujer que usualmente se caracterizaba por su serenidad.

Señor, se trata de su hijo.

Esa única frase fue suficiente para hacerle entender lo que estaba aconteciendo al interior de su morada. Se olvidó por completo de los materiales que sostenía en sus manos en cuanto llegó a él la realización y prácticamente salió corriendo por el patio en busca de los aposentos de su mujer que, a juzgar por la inquietud de su cuñada, ya estaba dando a luz a su tan esperado hijo. O hija, quién sabe con lo que el cielo los fuese a bendecir.

No podía entrar, pero eso no significaba que no le fuese posible quedarse fuera del lugar tanto como quisiera, era su casa después de todo. Anduvo de un lado a otro, como animal enjaulado, esperando impaciente, notoriamente tenso, la rigidez estaba marcada en su postura evidenciando su nerviosismo por la llegada de su primer bebé y el bienestar de su esposa. Sus pasos se detuvieron de manera abrupta y una sonrisa amplia curvó sus labios cuando un llanto resonó por todo el lugar llenando el aire en el mismo momento en que la noche finalmente cayó. El chillido de un crío de muy fuertes pulmones. Cruzó la puerta que lo separaba de su mujer sin esperar siquiera que la partera le hiciera saber que podía pasar, no podía esperar ni un momento más para conocer a su primogénito.

Fue un varón, un niño que creció fuete y saludable bajo la tutela de sus padres. Sin embargo, éste no es el segundo protagonista que estamos buscando entre la familia Kim.

Los Kim tuvieron el total tres hijos con el paso de los años.

 El mayor creció para volverse un hombre talentoso y encantador, dotado de habilidades para la música equiparables a las de su padre. Un artista reconocido y solicitado constantemente para tocar en celebraciones y reuniones dentro y fuera del palacio en compañía de su padre.

El menor, un joven prodigio. Estudioso, inteligente, de gran conocimiento y con una fuerte capacidad de liderazgo que se preparaba para eventualmente tomar el examen gwageo que lo haría calificar para un puesto como alto funcionario del Gobierno.

Y finalmente, el hombre que buscábamos.

El segundo hijo de la familia Kim. Poseía una inteligencia promedio, aunque de apariencia sobresaliente y con buena educación, no era un muchacho destacado o talentoso; o bueno, según la opinión de su padre no tenía talento alguno. No era capaz de tocar un instrumento o cantar de forma prodigiosa, ¿bailar? ¡Ja! Tenía dos pies izquierdos con suerte podía seguir un ritmo. La realidad, es que poseía un talento que era desdeñado cruelmente, no solo por parte de la sociedad, si no por su propia familia; él era un pintor.
Desde niño se veía fuertemente interesado por los colores, las figuras, las pinturas no tradicionales que veía cuando de vez en cuando llegaba a poder visitar el mercado de la capital. Experimentaba con colores, con las texturas que podía encontrar a su alcance, y aunque su curiosidad y creatividad enternecían a las criadas, para sus padres... La pintura era considerada como la forma más inferior del arte.

Gracias a este hecho, los señores Kim tuvieron poca o nula convicción en alentar esas habilidades, por lo tanto, su hijo jamás fue capaz de desarrollar correctamente sus capacidades; aprendía por su propia cuenta, a veces a escondidas de sus padres, recibiendo innumerables desprecios y malos tratos por atreverse a seguir con esa tontería, negándose a poner más empeño del necesario en los incansables intentos de los mayores por hacerlo siquiera un poco más avispado, o más hábil en el canto que era en lo único que parecía poder mejorar notablemente. Solo era "bonito" con una voz medianamente decente, resultado de las cansadas clases que InHun pagó.

Toda la situación le parecía sumamente injusta, él seguía siendo hijo de la familia Kim, ¿de verdad era tan malo que no fuera tan "excepcional" como sus hermanos? Las criadas decían que sus pinturas eran bonitas, ¿por qué sus padres no querían que tuviera u talento como ese? Igual era arte, no debería ser tan malo como para que sus padres no lo quisieran... ¿O sí?

Durante los primeros años de su vida hizo todo lo que pudo por tener la aceptación de sus padres, intentó tocar un instrumento, aunque jamás consiguió dominar alguno, trató de bailar, pero no era su fuerte; intentó dedicarse más al estudio, pero nunca logró alcanzar el nivel de su hermano menor tampoco. Lo único que consiguió hacer con decencia fue cantar, sin embargo, eso tampoco era suficiente para su exigente padre.
Se rindió al alcanzar la preadolescencia, se cansó de ser ignorado y comparado con sus hermanos todo el tiempo, llevándolo a tomar una decisión quizás un tanto radical para su corta edad: en cuanto tuviera la mínima oportunidad se iría de esa casa. No tenía nada que hacer en un lugar donde no era apreciado, y si debía irse para poder dedicarse a la única cosa donde destacaba y realmente le apasionaba, bueno, iba a hacerlo.

Y lo logró. Se fue de la casa Kim apenas le fue posible... O en realidad decidió que había tenido suficiente tras otro de tantos días de discusiones con su progenitor que culminaron con una advertencia clara del mayor hacia su hijo.

Si no dejas ya ese sueño absurdo de ser pintor entonces te largas de mi casa.

Bueno, el joven le tomó la palabra, así que se fue esa misma noche con solo un cambio de ropa en una bolsa y el dinero que le fue posible guardar a través de los años que tuvo que seguir viviendo en ese lugar. Le fue complicado por supuesto, no tenía otro lugar a dónde ir, así que los primeros días los pasó en un hostal, sin embargo, sabía que el dinero no le duraría por siempre, debía encontrar una forma de ganar dinero y un lugar donde quedarse que fuese más barato.

Fue así como sus cavilaciones le llevaron al mercado, dando un simple paseo mientras trataba de pensar acerca de lo que podía hacer con los pocos conocimientos que tenía, pues siendo un hijo de una familia de buena posición no había mucho que hubiera aprendido para subsistir, se encontró con un pescador que había ido hasta la capital a entregar parte de su pesca del día a un cocinero que había hecho un trato con él para comprar su mercancía. Como el joven educado que era, noble como él solo, se acercó y se ofreció a ayudarlo a llevar su carreta, el pescador ya estaba avanzado de edad por lo que le dificultaba un poco llevar la carga; el hombre le agradeció y le permitió ayudarle tras pensárselo un poco.

Muchas gracias, jovencito. ¿Cómo te llamas?

Kim SeokJin, señor.

SeokJin, bueno, es un largo camino hasta la villa, así que hablemos un poco para llenar el silencio.

Si el hombre había notado o no que necesitaba de alguien que pudiera hablar con él y aconsejarle, jamás lo supo, pero fue tan fácil conversar con el pescador que antes de darse cuenta ya le estaba contando acerca de los últimos acontecimientos de su vida, de como se fue de su casa y por qué. Así mismo, el mayor le contó a él un poco acerca de su vida, le invitó a compartir una cena en su casa y le permitió quedarse esa noche en su hogar, brindándole una habitación.

No se dio cuenta, pero había encontrado el que sería su hogar a partir de ese momento. El hombre no tenía hijos, su mujer había fallecido el mismo día que había dado a luz, al igual que el pequeño recién nacido; así que prácticamente lo adoptó como su propio hijo, le enseñó a pescar y SeokJin lo aprendió con singular alegría, después de todo, y aunque le doliese en el alma el tener que aceptarlo, vivir únicamente de la pintura no era una opción. Amargamente debió admitir que una pintura se vendía a un precio considerablemente bajo, sobre todo teniendo en cuenta sus habilidades actuales, y necesitaba algo de lo que sobrevivir hasta que su pasión le remunerara lo suficiente como para solamente dedicarse a ello. Conoció gracias a él a los mejores compradores de pescado, quienes le remunerarían mejor por su venta, e incluso, para sorpresa del propio SeokJin, le enseñó lo poco o mucho que él mismo sabía de pintura, dándole unas pocas bases por las que comenzar.

Le enseñó todo lo que le fue posible, todo lo que le hubiera encantado enseñarle a su propio hijo, hasta que fue capaz de valerse por su propia cuenta. Ya estaba entrando a la adultez cuando, lamentablemente, Shin Yun-Bok abandonó este mundo.

Era como si el destino les hubiera juntado en el momento justo de sus vidas, para que SeokJin tuviera alguien de quien aprender, quien le impulsara a perseguir su sueño de ser un pintor; y para darle a Yun-Bok la alegría de un hijo que por tantos años había deseado tener, aún si fue por un tiempo relativamente corto.

Gracias a él, pudo pasar su vida viviendo como un pescador y aprendiendo a mejorar sus técnicas de pintura hasta que consiguió un nivel decente como para venderlas, animado por nada más y nada menos que su hermano menor. Porque sí, a pesar de las animosidades entre familia, era el único por el que no sentía el más mínimo rencor, incluso por sobre las constantes comparaciones de quienes le trajeron al mundo. Su hermano le admiraba por su determinación a dedicarse a su pasión, por no agachar la cabeza y aún más, atreverse a irse de casa con tal de no abandonar sus intereses. Mantuvieron el contacto cada vez que les fue posible, aunque más de una vez se encontró regañándolo porque de alguna manera se las arregló para encontrar el lugar donde ahora vivía y, por lo tanto, lo visitaba de vez en cuando, fingiendo que su instructor le había asignado alguna clase extra para escapar del ojo del patriarca Kim. Funcionó por un tiempo hasta que este se dio cuenta y le castigó por ello... Pero el menor volvió a escapar para visitar a su hermano por el que tenía más cariño que por su presuntuoso hermano mayor. SeokJin cayó en cuenta de que la terquedad definitivamente era de familia.

Con el paso del tiempo esa se volvió su rutina. Pescar, ir a vender al mercado, volver a casa por sus pinturas y salir a la capital para tratar de venderlas, al menos una vez al mes recibir la visita de su hermano menor y charlar con él acerca de los últimos acontecimientos en sus vidas.

A pesar de las carencias, que ya no eran nuevas pero que en su momento le habían descolocado completamente por el muy contrastante cambio de ambiente entre vivir dentro de una familia de prestigio muy bien posicionada social y económicamente, y su nueva vida independiente que le había arrastrado escalones más abajo en la sociedad al convertirse en un pescador que vivía en una villa sangmin, el segundo hijo de la casa Kim era realmente feliz.

De esta manera es que llegamos al presente.

Ya había caído la tarde cuando el castaño concluyó su venta, realizó incluso un intercambio con un vendedor de vegetales que le había dado algunos por unos cuantos pescados. Ahora se daba prisa en regresar a la villa para dejar en casa todo lo que no necesitaba cargar consigo, principalmente su carreta, pues si se demoraba no le daría tiempo de regresar a la capital.

Llegó a casa, dejó su carga y volvió a salir llevando ahora sus pinturas, dispuesto buscar la oportunidad de venderlas a un precio, con suerte, no tan miserable como el que más recurrentemente le ofrecían. Después de todo ahora que ya ganaba algo con su arte se había decidido a usar esa ganancia para sustentar su pasión, necesitaba más pigmentos y algunos pinceles nuevos pues los suyos ya comenzaban a desgastarse, lo que acabaría devaluando aún más, si es que era siquiera posible, el precio habitual de sus queridas obras.

Querías ser un pintor, Kim SeokJin. Tienes que esforzarte.

Se repetía a sí mismo esa frase cada tanto, mientras lentamente sus ánimos y humor caían junto a la puesta de sol con cada desprecio, con cada rechazo a la mínima chance de mostrar su trabajo.

Sabía que buena parte de la culpa por los desaires ni siquiera recaía en la calidad de sus pinturas, si no en su propia apariencia un tanto... Bueno, desaliñada. Lo sabía, pero jamás se atrevería admitirlo en voz alta, nunca en su vida. Y es que le había ganado el orgullo y la necedad que parecía tan característica de su estirpe, no solo eso, se había combinado catastróficamente con el desprecio jurado que tenía por todo lo que los señores Kim habían alabado. Por supuesto que, afortunadamente, no estaba completamente cegado por el rencor, no detestaba a todos los músicos, ni a los bailarines, mucho menos a los eruditos; era consciente de que otros artistas no eran culpables de lo que había hecho su supuesta familia.

¿Qué tenía que ver todo eso con su actual aspecto? Todo. Pues su apariencia fue una de las pocas cosas que su madre constantemente había alabado, y que su padre había reconocido como, según él, su única cualidad realmente útil, pues su atractivo le podría facilitar un matrimonio con una señorita de una buena familia.
¡Ja! Si tan solo se hubieran dado cuenta de que él no estaba exactamente interesado en la idea de contraer matrimonio con una señorita de buena familia.

Tal vez le habrían echado a la calle mucho antes.

La noche había caído por completo hace unas pocas horas, SeokJin finalmente había caído presa del mal humor y la decepción de que, una vez más, no vendería ninguna de sus piezas esa noche. Comenzaba a resignarse a ello y considerar la idea de volver a casa por hoy y regresar mañana con energías renovadas cuando una voz que no recordaba haber oído antes le llamó entre las personas que aún transitaban la capital a esa hora.

¿Qué es lo que vendes?

En cualquier otro momento el interés le habría generado una sonrisa en automático. Podía atribuir la burbujeante molestia que le generó el tono pretencioso, casi imperativo, de la voz del desconocido al mal humor general que le provocaba el cansancio, el lidiar con gente altanera todo el día, y el hecho de que con suerte había probado bocado desde que comenzó a trabajar por la mañana.

Pagaré por lo que sea que estés vendiendo, así podrás tener una mejor vida.

Verdaderamente tenía tantas ganas de mandar a ese sujeto muy lejos junto a todos sus antepasados, pero es que el sujeto a simple vista denotaba ser de una familia bien acomodada a pesar de no poder ver bien su rostro por el sombrero que tenía puesto, por su porte y la ropa que usaba podría asegurar que era de clase alta, y no solo eso, no venía solo, se había acercado en compañía de otro sujeto que tenía una apariencia similar, quizás solo no tan pretenciosa. Esos tipos bien podrían llegar a ofrecerle una buena cantidad por sus obras si es que estaban interesados... O quizás solo le mandarían al diablo como muchos otros antes que ellos.

Sea como fuere, no podía darse el lujo de rechazar a un cliente potencial, se tragó cada una de las palabras mordaces que tenía trabadas en la garganta y, sin decir una sola palabra, les mostró sus pinturas.

Permaneció de pie, en silencio, observando solamente a los hombres mirar con cuidado cada una de sus creaciones. El que se estuvieran tomando el tiempo de revisarlas bien le dio un pequeño rayito de esperanza a que su trabajo fuese realmente apreciado. Oh como le habría gustado que así hubiera sido.

Presenció cómo el del sombrero le mostraba la pintura de un paisaje que le había costado mucho hacer por lo difícil que fue conseguir un pigmento que hiciera resaltar algunos detalles, y su esperanza se desvaneció completamente al escuchar el tono de burla que había sido usado por el sujeto en cuestión.

Podrías hacerlo pasar como que tú lo pintaste... — no escuchó el resto de esa frase, tampoco puso atención a la respuesta, todo por el esfuerzo sobrehumano que le tomó contenerse al escuchar tal tontería. — Dale tres monedas de plata, creo que será suficiente para que deje de vivir de modo tan miserable.

Yun-Bok le dijo en alguna ocasión que a veces tendría que tragarse el orgullo. Pero había cosas inconcebibles que no podía solamente aceptar. Hace mucho que no se sentía tan insultado.

Dirigió la vista a la mano que le era extendida, en su palma descansaban exactamente tres piezas de plata, y aunque normalmente las hubiera aceptado, esta vez no pudo más, resopló con enfado, manoteando para alejar las monedas que le fueron ofrecidas.

Gracias, no necesito caridad, ni mucho menos consejos de vida de un noble mimado sin aprecio por el arte. Quédatelas.

Con un regusto amargo al fondo de su garganta, avanzó entre ambos tipos sin poner cuidado en sus acciones, golpeando el hombro del hombre con sombrero en el proceso. Le escuchó reír mientras avanzaba, seguramente le había parecido muy divertido humillarlo e insultar su modo de vida de esa manera, todos los de esas castas de alta sociedad eran iguales.

Le has llamado noble mimado... ¿A tu Rey?

Aquella frase con ese tono de voz helado casi le provocó un escalofrío. Habría afirmado que estaba mintiendo, le habría recordado las consecuencias de intentar personificar a la familia real de esa manera. Lo habría hecho si el dueño de la voz no hubiera avanzado hasta detenerse frente a él, encarándolo, levantando el sombrero que portaba lo suficiente para permitirle ver una sonrisa sádica y unos mechones de cabello claro cayendo sobre su rostro.

La sangre descendió de su rostro hasta sus pies cuando pudo ver las hebras rubias. Podría haberse tratado de un idiota cualquiera, un narcisista de alta sociedad más... Pero ese color de cabello tan inusual era inconfundible. Solamente la familia real, los herederos legítimos del fallecido rey Min HaJoon portaban esa cabellera.

Maldita sea, Kim SeokJin... ¿Qué acabas de hacer?

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