
Capítulo 16 - Una mirada distinta.
Os dejo el capítulo de ayer. Espero que les guste :D
En sólo unas pocas semanas nos convertimos en la pareja favorita de la audiencia, nuestra sinceridad, las bromas, las miradas, las sonrisas, la delicadeza con la que nos tratábamos, nuestro amor, llegó a sus corazones. Para nadie parecía ser un secreto que lo que sentíamos era real, la primera vez en ese programa que las parejas no jugaban para ganar.
- Estás preciosa hoy – me dijo desde el porche de su casa, con aquella cámara grabando cada uno de nuestros movimientos. Besé su mejilla, y di un leve respingón al sentir la humedad en mis dedos, haciéndole reír, divertido, mientras yo me fijaba en su perro.
- ¡Pompas! – le llamé, agachándome, acariciándole las orejas, observando allí a ese enorme San Bernardo. Siempre le gustaron los perros grandes, desde que era un niño, por eso le regalé a Pompas, fruto de una camada sin hogar, nunca olvidaré la sonrisa ilusionada que puso cuando le vio – estás enorme.
- Debería estar enfadado contigo – se quejó, agachándose a mi lado. Sonreí, divertida – le abandonaste por años. Pero mírale, aquí está, tan feliz, porque su mamá ha vuelto.
- ¿Crees que aún se acuerde de mí? – pregunté, ilusionada.
- Por supuesto que lo hace – aseguró – no es amigable con las visitas, pero mírale, está feliz de verte – sonreí, agradecida, rascándole detrás de las orejas. Yo también estaba feliz de verle – ¿cómo podría olvidarse de la persona que lo sacó de la perrera y le dio un hogar? – tenía razón, ¿sabéis?
Nos adentramos en la casa, con Pompas siguiéndonos. Creo que tenía miedo de que volviese a abandonarle.
La casa era enorme, preciosa, lujosa, pero no ostentosa. Él era más sencillo de lo que quería hacer creer al mundo.
- Creí que seguirías viviendo en la casa de tus padres – le dije cuando llegamos a la cocina. Se puso el delantal, ignorándome, tirando de mí hasta detrás de la barra americana - ¿qué vas a prepararme?
- El mejor mojito que hayas probado jamás – aseguró, rompí a reír, sin poder evitarlo. No por la cara de circunstancias que puso, que también.
- ¿Para qué te has puesto entonces el delantal? – quise saber. Se encogió de hombros antes de contestar.
- Quizás quiera evitar que me salpiquen las limas – bromeó. Volví a reír, sin poder evitarlo.
Le observé sin hacer nada más que eso. Parecía todo un barman, cortando aquí, mezclando allá, hasta que colocó el mejunje sobre los vasos, adornándolos con un poco de hierbabuena y hielo picado.
Cogí el mío y di un sorbo. Estaba delicioso, aunque un poco fuerte para mi gusto.
- ¿Pretendes emborracharme y aprovecharte de mí? – bromeé, haciéndole reír. Probó el suyo, y se percató de que tenía razón, lo había cargado demasiado.
- No creo que si te emborracho me aproveche de ti – contestó, saliendo de la barra americana, lanzándome una pícara sonrisa antes de continuar – más bien te dejarías – rompí a reír. Estaba ligando descaradamente conmigo, y aunque no me molestaba ni un poco, me sentía un poco incómoda, pues el cámara estaba allí – ven – tiró de mi mano, obligándome a levantarme del taburete – quiero enseñarte las vistas – salimos a la terraza, podía verse toda la ciudad desde allí arriba. Por esa razón la había elegido. Me bebía otro poco de la bebida cuando él me sorprendió, cogió mi bebida y la dejó cerca de la suya, sobre la mesa alta de la terraza, acercándome a él, mientras yo miraba de reojo al cámara – ya veo, no estás cómoda porque tenemos compañía – averiguó. Sonreí, algo tímida – se me ocurre una buena forma de relajarte – rompí a reír, sabía exactamente a qué se estaba refiriendo. Me agarró de la nuca y se lanzó a mis labios. Dejé de respirar, mi mundo explotó, se congeló el mar y ardió la tierra, mis bellos se pusieron de punta, y me aferré a esos labios suaves, a esa barba áspera, a esa lengua húmeda, sin que importase nada más.
- Voy a irme ya chicos – comenzó el cámara, incómodo, haciendo que me separase con rapidez, mientras él sonreía, mirando hacia él – tengo suficiente material por hoy, nos vemos en la próxima.
- ¿Has visto lo que has conseguido? – me quejé, mientras el chico se marchaba, escuchamos la puerta detrás de él – Has echado al cámara.
- Puede que eso fuese lo que pretendiese desde el principio, echarle para quedarme a solas contigo – rompí a reír, divertida, mientras él me agarraba de la cintura y se acercaba más a mí - ¿por qué te ríes? ¿piensas que es una broma?
- Ya no estamos delante de las cámaras – me quejé – puedes dejar de actuar tan genial – me di la vuelta, agarrando mi vaso, dando un par de vueltas con la cañita, mezclando bien los ingredientes.
- ¿y si no quiero detenerme? – preguntó, poniéndome los pelos de punta, al sentirle en mi espalda - ¿y si quiero... - se detuvo en mi oído, respirando con dificultad - ... más? – sus dientes se aferraron a mi oreja, haciéndome estremecer.
- Nada de sexo, eso dice en nuestro acuerdo – contesté, mientras él me apretaba contra aquella mesa, acercando el bulto que había en sus pantalones a mi trasero – Neo...
- Me importa una mierda el puto papel de los huevos – me dijo, poniéndome la piel de gallina, cuando sus labios recorrieron el lado izquierdo de mi rostro – te quiero a ti, y estoy hasta la punta de la polla de privarme... - mi respiración creció, a toda velocidad, por lo que tuve que abrir la boca para respirar – Quiero recorrer cada parte de tu cuerpo con mis dedos – apreté los labios, intentando evitar aquello – con mis labios, dejar un camino de besos por tu piel – me mordí el labio, sintiendo como se me humedecían las bragas – morder tu carne, haciendo la presión justa - ¡Por Dios! ¡Ese hombre iba a volverme loca – quiero ver la sorpresa reflejada en tu rostro cuando te la meta por primera vez...
- Neo, por favor... - supliqué, intentando detener mis impulsos primarios.
- Sentir la humedad de tu sexo y escuchar tus gemidos, pidiéndome más... - añadía, sin tan siquiera detener aquello – Quiero... - sus palabras se ahogaron en su garganta, justo cuando agarré su miembro con la mano, sorprendiéndome, al darme cuenta de lo dura que estaba – que me la chupes, sentir tus preciosos labios abrazando mi polla.
- ¿Qué pasa con tu tío? – pregunté, apretándola un poco más, provocándole, haciéndole gemir, encantado con aquello - ¿qué pasa si él se entera de esto?
- ¡Que le den a ese puto vejestorio de mierda! – se quejó, tirando de mi mano, dándome la vuelta – sólo quiero meterme entre tus piernas, Christi.
- ¿No te arrepentirás después? – negó.
- De no haberlo hecho antes, es de lo único de lo que me arrepiento – sonreí, divertida. Ese maldito semental. Le añoraba. Necesitaba volver a sentirle dentro de mí. Él fue el primero, el primer tipo con el que perdí la virginidad.
Le quité la chaqueta, con su ayuda, sin dejar de mirar hacia sus labios, con él apretándome contra la pared de la casa, ni siquiera sabía en qué momento habíamos entrado, metiendo las manos por debajo de mi vestido, aferrándose a mis nalgas.
Nos desnudamos entre risas y miradas fugaces, caricias y muchas ganas de hacer aquello.
Lo que pasó después de eso... ya os lo podéis imaginar. Me hizo el amor, y no sólo en la postura del misionero. Fue algo distinto y al mismo tiempo cercano, con amor, pasional. La forma en la que me hizo suya, como si fuese la única mujer en este mundo, me hizo sentir especial.
- ¡Dios! – comenzó, bastante entrada la noche, cuando le observaba, sobre él – Eres la cosa más bonita que he visto en mi vida – sonreí. Él siempre solía decirme eso cuando estábamos juntos, en el pasado. Se aferró a mis labios.
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