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Capítulo 12 - La prueba.

Capítulo 12 – La prueba.

El programa nos dejó en el paseo, para que empezásemos aquella prueba, me había puesto algo de lo más casual, una camiseta blanca y una falda azul de flores. Él estaba tenso, como siempre, con su Tablet en mano, trabajando. Era un obseso al trabajo, no podía dejarlo ni un momento.

- Nada de trabajo hoy – me quejé, quitándole la Tablet, guardándola en mi bolso, mientras él me miraba con cara de pocos amigos. Odiaba que le dijeran lo que tenía que hacer – tenemos un contrato con la cadena, ¿recuerdas? – él iba a contestar, cuando uno de los chicos de la cadena llegó hasta nosotros.

- Quizás esto ayude a mantenerlo pendiente de ti todo el día – bromeó, levantando en alto unas esposas doradas. Sonreí, divertida, agarrándolas, colocándomela en la muñeca, mientras él se quejaba al respecto.

- No pienso... - la coloqué alrededor de su muñeca, haciendo que me mirase, molesto – esto no es algo que vaya a pasar, dame las llaves de una vez – sonreí. Aquella situación era demasiado divertida

- Pasadlo bien – dijo el chico, guiñándome un ojo, marchándose hacia el cámara.

- Esto es una mierda – añadió Neo – hace calor, Christi.

- ¿dónde deberíamos ir primero? – pregunté, desplegando el mapa con los lugares a visitar de la isla, mientras él me observaba, con cara de pocos amigos. Sabía que estaba enfadado.

Entrelacé nuestros dedos, guardando el mapa en mi bolso, y tiré de él hacia lo desconocido, mientras el cámara nos seguía, junto a los fans, parecíamos ser una de las parejas favoritas. Y no entendía por qué, era obvio que nos odiábamos, no había nadie que se creyese que había nada más que eso.

Acabamos tomando algo en un bar, con los cámaras siguiendo cada uno de nuestros movimientos. Me acerqué a su oído, divertida.

- Creo que voy a hacer trampa – bromeé, sacando la mano de las esposas. Mis manos eran tan delgadas, que podía hacerlo. Se sorprendió cuando vio como le enseñaba las dos manos, levantó la suya, observando la esposa sólo en su mano.

- ¿Cuándo te has convertido en maga? – se quejó, haciéndome reír, recordando el pasado, porque en aquella época el que sacaba flores de mi oreja, en un truco de magia era él.

- Aprendí del mejor – piropeé, rompió a reír, sin poder evitarlo. La cámara tomó un primer plano. Mientras seguíamos haciéndonos confesiones al oído, y reíamos como dos idiotas.

Se supone que debíamos estar haciendo todo aquello para ganarnos el apoyo del público, para parecer una pareja normal, pero lo cierto era que ... no estábamos actuando, en lo absoluto.

- Aún sigo siendo el mejor – aseguró, apoyó su mano libre en mi oreja - ¿qué es esto que tienes aquí? – añadió, sacando una flor amarilla de detrás de mi oreja. Rompí a reír, agarrándola.

- ¿Cómo lo haces? – quise saber. Se encogió de hombros, poniendo cara de circunstancias.

- Un buen mago nunca revela sus trucos – contestó, mientras yo negaba con la cabeza, divertida – mira esto – se fijó en la tortita de frutos secos con miel que nos habían traído para acompañar con el té helado – es como una de esas barritas que tanto te gustan – me sorprendí al escucharle. ¿Cómo podía acordarse? La cogió, la partió por la mitad y me dio un trozo. Estaba deliciosa, el sabor a miel, y almendra le daba un toque especial - ¿cómo está? – preguntó, sin atreverse a probarla aún.

- Muy rica – prometí.

- Toma mi trozo – me lo cedió y di un bocado, mientras él me miraba con interés.

- ¿quieres un poco? – pregunté, acercándola a su boca, negó con la cabeza, con una gran sonrisa.

- No estoy ni un poquito interesado en probar alpiste de pájaro – rompí a reír, divertida, cuando estábamos juntos solía decir lo mismo.

- ¿Cómo sabes que no te gusta si no lo has probado? – pregunté, sin apartar la mano ni un poco – pruébalo, te gustará – volvió a negar, sin estar ni un poco curioso por conocer el sabor de esa torta – confía en mí – supliqué, abrió la boca entonces, sorprendiéndome, no pensé que fuese a convencerle.

Lo masticó, ante mi atenta mirada, se tomó todo el tiempo que pudo para saborearlo, y entonces habló.

- No está mal – sonreí – aunque, demasiado dulce, para mi gusto – di un gran sorbo a mi vaso de té, hasta terminar acabándomelo, haciendo ruido al sorber, con la cañita – se me está ocurriendo una idea para librarnos de estos por un rato – me dijo, haciéndome sonreír - ¿qué te parece si volvemos al hotel, nos ponemos el bikini y nos vamos a la playa?

- Sinceramente, no creo que estés lindo con un bikini – bromeé, haciéndole reír, a carcajadas, para luego fijarse en mí – pero me gusta la idea.

Dejó un billete sobre la mesa, demasiado alto, y sin esperar su vuelta si quiera, me agarró de la mano y tiró de mí, rumbo hacia lo desconocido. Tuve el tiempo justo de coger el bolso y colocármelo antes de que me arrastrase.

Me detuve en unos puestos, antes de haber llegado a la carretera, ante su atenta mirada. Agarré unas gafas de sol, pues había olvidado las mías en la ciudad, y tiré de su mano dentro de la tienda. El cámara se quedó fuera.

- ¿y si nos compramos el bañador y nos vamos directamente, sin pasar por el hotel? – sonrió, divertido. Hubo una época, en el que le encantaban mis planes improvisados.

Me compré un bañador naranja, parecía una vigilante de la playa, que me tapaba bien, no quería que él me viese en bikini. Y un vestido blanco, ibicenco. Él llevaba un bañador azul, con topitos claros.

Conseguimos darles esquinazo, nos bañábamos, y ellos sólo podían vernos desde la orilla. Sonreí, divertida, lo habíamos logrado.

- Para, para – me quejé, cuando me hacía cosquillas por debajo del agua. Sonreía, lucía feliz. Cómo hacía mucho que no le había visto – podríamos jugar a decirnos cosas debajo del agua – lancé.

- Empiezo yo – contestó, sonreímos. Ambos nos sumergimos, abriendo los ojos debajo, observándonos. "Gracias" Alcancé a entender.

- ¿Gracias? – pregunté, una vez fuera, en la superficie. Asintió - ¿por qué?

- Por tu paciencia – contestó, sonreí – me gusta eso de ti – perdí la sonrisa en ese justo instante, parecía que nuestra conversación se estaba volviendo seria – y no te lo he puesto fácil – nadé un poco, manteniéndome en silencio, mordiéndome la lengua.

- ¿Por qué? – no podía quedarme callada, quería saber más - ¿por qué no me lo has puesto fácil? – sonrió, encogiéndose de hombros.

- Hace tiempo que no se lo pongo fácil a nadie – dijo, sin más.

- Debes sentirte muy sólo alejándolos a todos de ti – dije, casi sin pensar. Sonrió.

- Quizás me gusta estar sólo.

- Puede que para un rato esté bien, pero la soledad permanente... es aburrida


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